—¿OE-3? —pregunté, algo inquisitiva.
Pertenecer a OpEspec no garantizaba que supieses a qué se dedicaba cada departamento… Probablemente el público estuviese mejor informado. Las únicas divisiones de OpEspec que conocía con seguridad por debajo de OE-12 eran OE-9, antiterrorismo, y OE-1, asuntos internos, la policía de OpEspec; la gente que se aseguraba de que no cruzásemos la línea.
—¿OE-3? —repetí—. ¿A
qué
se dedican?
—Cosas raras.
—¿Pensaba que OE-2 se ocupaban de las cosas raras?
—OE-2 se ocupa de las cosas todavía más raras. Se lo pregunté pero nunca me respondió… estuvimos ocupados. Mira esto.
Turner me guió hasta la sala del manuscrito. El expositor de vidrio que contenía el manuscrito encuadernado en piel estaba vacío.
—¿Algo? —preguntó Paige a uno de los agentes encargados de la escena del crimen.
—Nada.
—¿Guantes? —pregunté.
La técnico se puso en pie y estiró la espalda; no había encontrado ni una sola huella de algún tipo.
—No; y eso es lo realmente raro. Parece como si no hubiesen tocado la caja; ni con guantes, ni con tela… nada. Por lo que veo, ¡nadie ha abierto la caja y el manuscrito sigue en su interior!
Miré la caja de vidrio. Seguía debidamente cerrada y no habían tocado nada de lo demás expuesto. Las llaves se guardaban por separado y ahora mismo venían desde Londres.
—Vaya, es curioso… —murmuré, inclinándome.
—¿Qué ves? —preguntó Paige ansiosa.
Indiqué una zona de vidrio en uno de los paneles laterales que ondulaba ligeramente. La zona era aproximadamente del tamaño del manuscrito.
—Me di cuenta —dijo Paige—. Pensé que era una tara en el vidrio.
—¿En un vidrio reforzado a prueba de balas? —le pregunté—. Ni de coña. Y
no estaba
así cuando supervisé la instalación, te lo aseguro.
—Entonces, ¿qué?
Acaricié el vidrio duro y sentí la superficie reluciente ondular bajo los dedos. Un estremecimiento me recorrió la espalda y tuve una curiosa sensación de familiaridad, la sensación que tienes cuando un matón de colegio largamente olvidado te saluda como si fuese un viejo amigo.
—El trabajo me resulta familiar, Paige. Cuando encuentre al culpable, será alguien a quien conozca.
—Has sido detective literaria durante siete años, Thursday.
Comprendí a qué se refería.
—Ocho años, y tienes razón… probablemente tú también los conozcas. ¿Podría haberlo hecho Lamber Thwalts?
—
Podría
, si no siguiese en la trena… le quedan todavía cuatro años por aquella estafa de
Trabajos de amor ganados
.
—¿Qué hay de Keens? Él podría haber organizado algo de esta magnitud.
—Milton ya no está con nosotros. Pilló analepsia en la biblioteca de Parkhurst. En una semana estaba muerto, frío como un témpano.
—Mmm.
Indiqué las dos cámaras de vídeo.
—¿A quién vieron?
—A nadie —respondió Turner—. Ni a un pajarito. Podría ponerte las cintas, pero no ganarías nada.
Me mostró lo que tenían. En la comisaría ya interrogaban al guardia de seguridad. Esperaban que fuese un trabajo desde dentro, pero no lo parecía; el guardia se había mostrado tan devastado como cualquiera.
Turner rebobinó el vídeo y le dio a reproducir.
—Mira con cuidado. El grabador va rotando entre las cinco cámaras y graba cinco segundos en cada una.
—¿Así que el intervalo más largo entre cámaras es de veinte segundos?
—Exacto. ¿Estás mirando? Vale, ahí está el manuscrito…
Señaló el libro, claramente visible en la imagen mientras el reproductor pasaba a la cámara en la puerta principal. No hubo movimiento. Luego a la puerta interior que habría tenido que atravesar cualquier ladrón; todas las otras entradas estaban bloqueadas. Luego el pasillo; a continuación el vestíbulo; luego la máquina regresó a la sala del manuscrito. Turner le dio a pausa y yo me incliné. El manuscrito había desaparecido.
—¿Veinte segundos para entrar, abrir la caja, coger el
Chuzzlewit
y salir? Es imposible.
—Créeme, Thursday… sucedió.
Ese último comentario fue de Boswell, quien miraba por encima de mi hombro.
—No sé cómo lo hicieron, pero lo hicieron. He recibido una llamada del comandante supremo Gale por este caso y sobre él hace presión el primer ministro. Ya se están haciendo preguntas en el parlamento y va a rodar la cabeza de alguien. La mía no, os lo aseguro.
Nos miró a las dos bastante directamente, lo que me hizo sentirme especialmente incómoda; yo había asesorado al museo en cuestiones de seguridad.
—Nos ocuparemos del caso inmediatamente, señor —respondí, dándole al botón de pausa para permitir que el vídeo avanzase.
Las vistas del edificio cambiaron rítmicamente, sin revelar nada. Acerqué una silla, rebobiné la cinta y volví a mirar.
—¿Qué esperas encontrar? —preguntó Paige.
—Cualquier cosa.
No la encontré.
De regreso a mi mesa
«Los fondos para la Red de Operaciones Especiales vienen directamente del gobierno. La mayor parte del trabajo está centralizado, pero todas las divisiones de OpEspec tienen representantes locales para ocuparse de los problemas provinciales. Las administran comandantes locales, que se comunican con las oficinas nacionales para intercambiar información, asesoramiento y decisiones de procedimiento. Como cualquier otro departamento gubernamental, sobre el papel es perfecto pero en realidad es un completo descontrol. Discusiones mezquinas y agendas políticas, la arrogancia y la completa mala disposición mutua casi
garantizan
que la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha.»
M
ILLON DE
F
LOSS
Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales
Habían pasado dos días de infructuosa búsqueda del
Chuzzlewit
sin tener ni la más mínima pista de dónde podría estar. Se habían oído rumores de reprimendas, pero sólo si podíamos descubrir cómo se habían llevado el manuscrito. Sería un poco ridículo ser reprendido por dejar un cabo suelto en un dispositivo de seguridad si uno no sabía cuál era. Ahora algo decaída, estaba sentada ante mi mesa de vuelta a la comisaría. Al recordar mi conversación con papá, telefoneé a mi madre y le pedí que no pintase el dormitorio de malva. La llamada salió un poco por la culata, ya que pensó que se trataba de una idea
genial
y colgó antes de que pudiese discutírselo. Suspiré y repasé los mensajes telefónicos que se habían acumulado durante los últimos dos días. En su mayoría pertenecían a informadores y a ciudadanos preocupados a los que habían robado o engañado y deseaban saber si habíamos avanzado algo. Eran todos casos de poca monta comparados con
Chuzzlewit
—allí fuera había mucha gente crédula comprando primeras ediciones de versos de Byron a precios reducidos, para luego quejarse amargamente al descubrir que eran falsas—. Como la mayoría de los otros operativos, tenía una idea bastante buena de quién estaba detrás de todo eso, pero nunca habíamos atrapado al pez gordo —sólo a los «expendedores», los vendedores de a pie—. Olía a corrupción en las alturas, pero nunca teníamos pruebas. Normalmente leía los mensajes con interés, pero hoy ninguno parecía especialmente importante. Después de todo, los versos de Byron, Keats o Poe eran reales independientemente de si estaban en forma ilegal o no. Podías seguir leyéndolos y obtener el mismo efecto.
Abrí la gaveta de la mesa y saqué un espejo pequeño. Una mujer con rasgos más bien normales me devolvió la mirada. Tenía el pelo de un color parduzco normal y de un largo medio, atado con prisa para formar una cola. La verdad es que no tenía pómulos y su rostro, me di cuenta, empezaba a mostrar algunas arrugas más bien evidentes. Pensé en mi madre, que cuando tenía cuarenta y cinco años estaba tan arrugada como una pasa. Me estremecí, volví a guardar el espejo y cogí una fotografía desvaída y ligeramente gastada. Era una foto de mí misma con algunos amigos tomada en Crimea cuando no era más que la cabo T.E.Next, 33550336, Conductor: vehículos de transporte de tropas, Brigada Ligera Blindada. Había servido diligentemente a mi país, me había visto implicada en un desastre militar y me habían licenciado con honores con un galardón para demostrarlo. Habían esperado que diese charlas sobre el reclutamiento y el valor pero les había decepcionado. Asistí a una reunión del regimiento y eso fue todo; me había descubierto buscando rostros que ya sabía que no estaban presentes.
En la foto, Landen estaba a mi izquierda, con el brazo por encima de mí y otro soldado, mi hermano, su mejor amigo. Landen perdió una pierna, pero regresó a casa. Mi hermano seguía allá.
—¿Quién es ése? —preguntó Paige, que miraba por encima de mi hombro.
—¡Guau! —grité—. ¡Me has dado un susto de muerte!
—¡Lo lamento! ¿Crimea?
Le pasé la foto y la miró con atención.
—Ése debe de ser tu hermano… tú tienes la misma nariz.
—Lo sé, solíamos compartirla por turnos. Yo la tenía lunes, miércoles…
—… Entonces ese otro hombre debe de ser Landen.
Fruncí el ceño y me volví para mirarla.
Nunca
le había mencionado Landen a nadie. Era
personal
. Me sentí algo traicionada por que ella hubiese estado husmeando a mis espaldas.
—¿Cómo sabes lo de Landen?
Sintió la furia en mi voz, sonrió y alzó una ceja.
—
Tú
me lo contaste.
—¿Lo hice?
—Claro. Hablabas arrastrando las palabras y en su mayoría no dijiste más que tonterías, pero ciertamente lo tenías en la cabeza.
Hice una mueca.
—¿La fiesta de Navidad del año pasado?
—O el año anterior. No eras tú la única que decía tonterías arrastrando las palabras.
Volví a mirar la foto.
—Estábamos prometidos.
De pronto Paige pareció incómoda. Los prometidos de Crimea podían ser un tema de conversación
tremendamente
penoso.
—¿Él… ah… regresó?
—En su mayor parte. Dejó una pierna atrás. No nos hablamos demasiado.
—¿Cuál es su nombre completo? —preguntó Paige, interesada al obtener al fin algo de mi pasado.
—Es Parke-Laine. Landen Parke-Laine. —De lo que podía recordar, era la primera vez que decía su nombre completo en voz alta.
—¿Parke-Laine el escritor?
Asentí.
—Un tipo atractivo.
—Gracias —respondí, sin saber muy bien qué le agradecía. Volví a dejar la foto en el cajón y Paige chasqueó los dedos.
—Boswell quiere verte —anunció, al recordar al fin a qué había venido.
Boswell no estaba solo. Me esperaba un hombre de cuarenta y tantos años que se puso en pie cuando entré. No parpadeaba mucho y tenía una enorme cicatriz en un lado de la cara. Boswell anduvo por ahí durante un momento, tosió, miró la hora y dijo algo a propósito de dejarnos.
—¿Policía? —pregunté tan pronto como nos quedamos a solas—. ¿Se me ha muerto un pariente o algo así?
El hombre cerró las persianas para tener más intimidad.
—No que yo sepa.
—¿OE-1? —pregunté, esperando una posible reprimenda.
—¿Yo? —respondió el hombre, sinceramente sorprendido—. No.
—¿Detective literario?
—¿Por qué no se sienta?
Me ofreció una silla y luego se sentó en la enorme silla giratoria de roble de Boswell. Tenía un informe grueso con mi nombre en la portada que dejó caer sobre la mesa. Me asombró el grosor.
—¿Todo eso es sobre mí?
Pasó de mí. En su lugar, abrió el informe, se echó hacia delante y me miró sin parpadear.
—¿Cómo valora el caso
Chuzzlewit
?
Me descubrí mirando fijamente la cicatriz. Le iba desde la frente hasta la barbilla y tenía el tamaño y la sutileza de una soldadura de astillero. Le levantaba el labio, pero aparte de ese detalle, el rostro era bastante agradable; podría haber sido guapo sin la cicatriz. La verdad es que yo no estaba siendo nada sutil. Instintivamente levantó una mano para cubrírsela.
—El mejor cosaco —murmuró, quitándole importancia.
—Lo lamento.
—No lo haga. Es difícil no quedarse mirándola.
Hizo una pausa.
—Trabajo para OE-5 —anunció lentamente, mostrándome una placa reluciente.
—¿OE-5? —dije entrecortada, sin conseguir ocultar mi sorpresa al hablar—. ¿A qué se dedican?
—Eso es restringido, señorita Next. Le mostré la placa para que pudiese hablar conmigo sin preocuparse por acreditaciones de seguridad. Puedo confirmarlo con Boswell si lo prefiere…
El corazón me latía con rapidez. Entrevistas con operativos de OpEspec de más abajo en ocasiones acababan en traslados…
—Bien, señorita Next, ¿qué opina del caso
Chuzzlewit
?
—
¿Quiere mi opinión o la versión oficial?
—Su opinión. La versión oficial la obtengo de Boswell.
—Creo que es demasiado pronto para valorarlo. Si el motivo es pedir un rescate, entonces podemos asumir que el manuscrito sigue intacto. Si lo han robado para venderlo o cambiarlo también lo podemos considerar de una pieza. Si se trata de terrorismo, tendríamos que preocuparnos. En los escenarios uno y tres, un detective literario no tiene nada que hacer. OE-9 se implica y nosotros salimos del mapa.
El hombre me miró con atención y asintió.
—No le gusta esto, ¿verdad?
—He tenido suficiente, pongámoslo así —respondí, ligeramente menos cautelosa de lo que debiera—. En cualquier caso, ¿quién es usted?
El hombre rió.
—Lo lamento. Muy malos modales. No pretendía ser tan secreto. Me llamo Tamworth, jefe operativo de campo de OE-5. En realidad —añadió—, eso no significa tanto. Ahora mismo sólo estamos yo y dos más.
Le agarré la mano que me ofrecía.
—¿Tres personas en una división de OpEspec? —pregunté con curiosidad—. ¿No es un poco escaso?
—Ayer perdí a algunos chicos.
—Lo lamento.
—No de esa forma. Hicimos algunos avances y eso no siempre son buenas noticias. Algunas personas investigan bien en OE-5 pero no les gusta el trabajo de campo. Tienen hijos. Yo no. Pero lo comprendo.
Asentí. Yo también lo comprendía.
—¿Por qué habla conmigo? —pregunté casi casualmente—. Soy OE-27; como me repite con tanta amabilidad la junta de traslados de OpEspec, mis talentos están en una mesa de detectives literarios o frente a una cocina.