El caso Jane Eyre (8 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: El caso Jane Eyre
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—Filbert me pidió que te dijese que lo sentía.

—¡Ése es el padre de Filbert…! —le corregí.

—No —rió—. Ese era Filbert.

Volví a mirar a Snood. Estaba tendido de espaldas con los ojos abiertos y el parecido era innegable, a pesar de sesenta años de diferencia.

—¡Oh, Dios mío, no! ¿Filbert? ¿Ese era él?

Acheron parecía estar pasándoselo en grande.

—«Retenido ineludiblemente» es un eufemismo de la CronoGuardia para la agregación temporal, Thursday. Me sorprende que no lo supieses. Atrapado fuera del aquí-ahora. En menos de un minuto se le acumularon sesenta años. No me sorprende que no quisiese que le vieses.

Después de todo, no había habido ninguna chica en Tewkesbury. De mi padre lo había oído todo sobre dilataciones del tiempo e inestabilidades temporales. En el mundo del Suceso, el Cono y el Horizonte, Filbert Snood había quedado retenido ineludiblemente. Lo verdaderamente trágico fue que jamás creyó que pudiese contármelo. Fue entonces, cuando alcancé el punto más bajo, que Acheron se volvió para dispararme. Era lo que había planeado.

Regresé caminando lentamente a mi habitación y me senté en la cama totalmente desalentada. Cuando no hay nadie cerca, las lágrimas me llegan con facilidad. Lloré copiosamente durante unos cinco minutos y me sentí muchísimo mejor, me soné y luego encendí la tele para distraerme. Recorrí los canales hasta dar por casualidad con Toad News Network. Más cosas sobre Crimea, claro.

—Todavía hablando de Crimea —anunció la presentadora—, la división de armas especiales de la Corporación Goliath ha presentado su última arma en la lucha contra los agresores rusos. Se espera que el nuevo Rifle balístico de energía de plasma, de nombre en código «Stonk», se convierta en un arma decisiva para cambiar el curso de la guerra. Nuestro corresponsal de defensa James Backbiter nos lo amplia.

La escena cambió a un primer plano de un arma de aspecto exótico manipulada por un soldado con uniforme de OpEspec Militares.

—Este es el nuevo rifle de plasma Stonk presentado hoy por la división de armas especiales de Goliath —anunció Backbiter, de pie junto un soldado en lo que era evidentemente un campo de tiro—. Por razones evidentes, no podemos darles muchos detalles, pero podemos mostrarles su efectividad y decirles que emplea un rayo de energía concentrada para destruir vehículos y personal hasta kilómetro y medio de distancia.

Miré horrorizada cómo el soldado demostraba la nueva arma. Rayos invisibles de energía destrozaron el tanque que hacía de blanco con la potencia de diez de nuestros howitzers. Era como llevar una pieza de artillería en la palma de la mano. La andanada terminó y Backbiter le planteó a un coronel un par de preguntas evidentemente ensayadas mientras de fondo desfilaban los soldados con la nueva arma.

—¿Cuándo creen que llegarán los Stonk al frente?

—Ahora ya se están enviando los primeros. El resto se enviará en cuanto se monten las fábricas necesarias.

—Y finalmente, ¿su efecto en el conflicto?

Algo de emoción aleteó en el rostro del coronel.

—Predigo que el Stonk hará que en un mes los rusos quieran la paz.

—Oh,
mierda
—murmuré. Durante mi época en el ejército había oído esa frase en muchas ocasiones. Había suplantado en fatuidad la promesa de antaño «para Navidad». Sin excepción, había sido precedida siempre por una pérdida horrible de vidas.

Incluso antes del primer envío de las primeras armas, su mera existencia ya había afectado al equilibrio de poder en Crimea. Abandonada la idea de la retirada, el gobierno inglés intentaba negociar la rendición de todas las tropas rusas. Los rusos se negaban. La ONU exigía que ambos bandos volviesen a las conversaciones de Budapest, pero todo se había parado; el ejército imperial ruso se había enterrado para protegerse de la masacre que esperaba. En un momento anterior del mismo día, el representante de armas especiales de Goliath había recibido instrucciones de presentarse ante el parlamento para explicar el retraso de las nuevas armas, que ya iban un mes por detrás.

El gemido de ruedas me sacó de mi ensueño. Alcé la vista. En medio de la habitación del hospital había un coche deportivo pintado de colores brillantes. Parpadeé dos veces, pero no desapareció. No había ninguna razón terrenal para que estuviese en la habitación ni siquiera pruebas de cómo había llegado hasta allí, ya que la puerta tenía el tamaño justo para una cama, pero allí estaba. Podía oler los vapores del tubo de escape y oír el ronroneo del motor, pero por alguna razón no me pareció raro. Los ocupantes me miraban fijamente. La conductora era una mujer de treinta y pocos años con un aspecto que me resultaba familiar.

—¡Thursday…! —gritó la conductora con una voz cargada de urgencia.

Fruncí el ceño. Todo
parecía
real y estaba completamente segura de haber visto a la conductora en alguna otra parte. El pasajero, un joven vestido con traje a quien no conocía, me saludó con alegría.

—¡No murió! —dijo la mujer, como si no tuviese mucho tiempo para hablar—. ¡El coche estrellado fue una distracción! ¡Los hombres como Acheron no mueren con tanta facilidad! ¡Pide el trabajo de detective literario en Swindon!

—¿Swindon…? —repetí. Creía haber escapado de esa ciudad… Me había provisto de más de un recuerdo doloroso.

Abrí la boca para hablar, pero se produjo otro gemido de goma y el coche se fue, plegándose más que desvanecerse hasta no quedar nada excepto el eco de las ruedas y el ligero olor a los gases de escape. Pronto ésos también desaparecieron, sin dejar ninguna pista sobre esa extraña aparición. La conductora me había resultado
muy
familiar. Había sido yo.

Tenía el brazo casi completamente curado para cuando investigación interna comenzó a hacer circular sus resultados. No se me permitió leer el informe, pero no me molestó. De haber sabido lo que contenía, probablemente sólo hubiese logrado sentirme más insatisfecha y molesta de lo que ya me sentía. Boswell me había vuelto a visitar para decirme que me habían concedido seis meses de baja médica antes de volver, pero no me sirvió de nada. No quería regresar al despacho de detectives literarios; al menos, no en Londres.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Paige. Se había presentado para ayudarme a empacar antes de que me diesen el alta—. Seis meses de baja puede ser mucho tiempo si no tienes hobbies, familia o amigos —añadió. En ocasiones podía ser muy directa.

—Tengo un montón de hobbies.

—Dime
uno
.

—La pintura.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Ahora mismo estoy pintando una marina.

—¿Cuánto te ha llevado hasta ahora?

—Casi siete años.

—Debe de ser muy buena.

—Es una mierda.

—Pero en serio —dijo Turner, con quien había intimado más durante las últimas semanas que durante todo el tiempo que nos habíamos tratado—, ¿qué vas a hacer?

Le entregué la revista de OpEspec 27; mostraba puestos libres por todo el país. Paige miró lo que había marcado con un círculo de tinta roja.

—¿Swindon?

—¿Por qué no? Es mi casa.

—Puede que sea tu casa —respondió Turner—, pero
definitivamente
es raro —indicó la descripción del trabajo—. Sólo piden un operativo… ¡Tú has sido inspectora en funciones durante más de tres años!

—Tres y medio. No importa. Voy a ir.

No le conté a Paige la verdadera razón. Bien podría haber sido una coincidencia, pero el consejo de la conductora del coche había sido muy específico:
¡Pide el trabajo de detective literario en Swindon!
Quizás después de todo la visión hubiese sido real; la revista con la oferta de trabajo había llegado
después
de la visita del coche. Si había acertado en lo del trabajo en Swindon, era razonable que quizá la noticia sobre Hades también fuese correcta. Sin pensarlo más, lo había solicitado. No podía contarle a Paige lo del coche; de haberlo sabido, a pesar de la amistad se lo hubiese dicho a Boswell. Boswell hubiese hablado con Flanker y hubiesen acaecido todo tipo de hechos desagradables. Empezaba a tener maña para ocultar la verdad, y ahora me sentía más feliz que en muchos meses.

—Te echaremos de menos en el departamento, Thursday.

—Pasará.


Yo
te echaré de menos.

—Gracias, Paige. Te lo agradezco. Yo también te echaré de menos.

Nos abrazamos, ella me dijo que mantuviese el contacto y salió de la habitación, con el busca sonando.

Terminé de empacar y le di las gracias al equipo de enfermeras, que me entregó una bolsa de papel marrón antes de irme.

—¿Qué es? —pregunté.

—Pertenecía a quien fuese que le salvó la vida esa noche.

—¿A qué se refiere?

—Un transeúnte la asistió antes de que llegasen los médicos; cerró la herida de su brazo y le puso su abrigo para mantenerla caliente. Sin su intervención, usted bien podría haberse desangrado hasta morir.

Intrigada, abrí la bolsa. Primero, había un pañuelo que a pesar de varios lavados todavía estaba manchado con mi sangre. Un monograma cosido en una esquina decía «EFR». Segundo, el paquete contenía una chaqueta, una especie de abrigo informal de noche que podría haber sido muy popular a mediados del siglo pasado. Busqué en los bolsillos y encontré la factura de un sombrerero. Estaba a nombre de Edward Fairfax Rochester, caballero, y llevaba fecha de 1833. Me senté en la cama dejándome caer y miré fijamente las dos prendas y la factura. Normalmente, no hubiese creído que esa noche Rochester se había despegado de las páginas de
Jane Eyre
para ayudarme; una cosa así es, por supuesto, totalmente imposible. Podría haber rechazado la misma idea como una broma ridículamente compleja de no haber sido por un detalle: Edward Rochester y yo nos habíamos encontrado en una ocasión…

6

Jane Eyre
: una breve excursión al interior de una novela

«En el exterior del apartamento de Styx no fue la primera vez que Rochester y yo nos encontramos, tampoco sería la última. Nos encontramos por primera vez en la mansión Haworth en Yorkshire cuando mi mente era joven y la barrera entre realidad e imaginación no se había endurecido para formar la concha que nos encierra en la vida adulta. La barrera era blanda, flexible y, durante un momento, gracias a la amabilidad de una extraña y al poder de una buena voz narradora, realicé el corto viaje… y regresé.»

T
HURSDAY
N
EXT

Una vida en OpEspec

Fue en 1958. Mi tío y mi tía —que incluso entonces parecían viejos— me habían llevado a la mansión Haworth, la vieja residencia Brontë, para realizar una visita. En el colegio habíamos estado dando William Thackeray, y como las Brontë habían sido sus contemporáneas, parecía una buena oportunidad de ampliar mis intereses en esas cuestiones. Mi tío Mycroft daba una conferencia en la universidad de Bradford sobre su asombroso trabajo en teoría de juegos, uno de cuyos aspectos más prácticos le permitía a uno ganar siempre a Serpientes y Escaleras. Bradford estaba cerca de Haworth, así que una visita combinada parecía una buena idea.

Una guía nos llevó, una mujer superficial de unos sesenta años con gafas metálicas y rebeca de Angora que dirigía a los turistas por entre las habitaciones con gestos abruptos, como si creyese imposible que ninguno de ellos pudiese saber tanto como ella, pero estando renuentemente dispuesta a ayudarles a emerger de las profundidades de su ignorancia. Cerca del final del
tour
, cuando las mentes pensaban ya en las tarjetas postales y el helado, lo mejor de la exposición recibió a los cansados visitantes en forma de manuscrito original de
Jane Eyre
.

Aunque las páginas estaban marrones por el tiempo y la tinta negra se había tornado de un marrón claro, el ojo entrenado todavía podía leerlo, la delicada letra fluyendo por la página en un torrente continuo de prosa inventiva. Cada dos días se pasaba una página, lo que permitía a los seguidores más regulares y fanáticos de Brontë leer la novela, tal y como se escribió originalmente.

El día de mi visita al museo Brontë, el manuscrito estaba abierto en el punto donde Jane y Rochester se encuentran por primera vez; un encuentro al azar junto a los escalones de una cerca.

—… lo que la convierte en una de las grandes novelas románticas jamás escritas —siguió diciendo la superficial pero altiva guía en su monólogo tantas veces repetido, pasando de las varias manos que se habían alzado para plantear alguna pregunta pertinente.

»El personaje de Jane Eyre, una heroína dura y fuerte, la distanció de las heroínas habituales de la época, y Rochester, un hombre severo pero básicamente bueno, también rompió moldes con el humor adusto de su personaje imperfecto. Charlotte Brontë escribió
Jane Eyre
en 1847 bajo el seudónimo de Currer Bell. Thackeray describió la novela como "la obra maestra de un gran genio". Ahora seguiremos hasta la tienda donde podrán comprar postales, platos conmemorativos, pequeñas imitaciones en plástico de Heathcliffs y otros recuerdos de su visita. Gracias por su…

Un miembro del grupo tenía la mano en alto y estaba decidido a hablar.

—Discúlpeme —empezó a decir un joven con acento americano. Un músculo de la mejilla de la guía se agitó momentáneamente al obligarse a prestar atención a las opiniones de otra persona.

—¿Sí? —preguntó con amabilidad fría.

—Bien —siguió diciendo el joven—. Soy nuevo en todo esto de Brontë, pero tengo problemas con el final de
Jane Eyre
.

—¿Problemas?

—Sí. Como el hecho de que Jane abandona Thornfield Hall y se va con sus primos, los Rivers.

—Sé quiénes son sus primos, joven.

—Sí, bien, acepta irse con el ñoño St. John Rivers pero no casarse con él, parten para la India y ¿ése es el final del libro? ¿Ya está? ¿Qué hay de un final feliz? ¿Qué pasa con Rochester y su esposa loca?

La guía le miró con furia.

—¿Y qué hubiese preferido usted? ¿Las fuerzas del bien y del mal en lucha mortal por los pasillos de Thornfield Hall?

—No me refiero a eso —siguió diciendo el joven, empezando a sentirse algo molesto—. Es sólo que el libro está pidiendo a gritos una solución potente, para completar la narrativa y concluir el relato. Tengo la impresión de que se limitó a escribir más o menos lo primero que se le ocurrió.

La guía le observó durante un momento a través de sus gafas metálicas y se preguntó por qué los visitantes no podían comportarse un poco más como ovejas. Tristemente, el joven tenía razón; ella misma había reflexionado a menudo sobre el final aguado, deseando, como otros millones, que las circunstancias hubiesen permitido después de todo el matrimonio entre Jane y Rochester.

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