El Club del Amanecer (35 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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La mira con una seriedad que ella tampoco le ha visto antes y que, una vez más, la atemoriza y la excita al mismo tiempo.

—Mira, hay algunas cosas que uno tiene que hacer solo, ¿comprendes?

—Comprendo.

—Voy a resolver este asunto.

—Ya lo sé.

Se inclina y le da un beso leve en la mejilla, se vuelve y se aleja con una manera de andar que ella solo puede calificar de «resuelta».

Ella se hace cargo.

«Tú también tienes algunas cosas pendientes de resolver.»

Llama un taxi y pide al conductor que la lleve a The Sundowner.

Capítulo 108

Boone conduce hasta la casa de Tammy.

Seguro que ella no está. Danny ya se la habrá llevado a alguna parte. Aparca el coche de Petra justo delante, sube por las escaleras hasta el piso de Tammy y fuerza la puerta.

El piso es del montón. Va directo al dormitorio, porque allí es donde la gente guarda sus secretos; allí o en el cuarto de baño. El dormitorio de Tammy se parece mucho al de Angela; incluso tiene enmarcada, encima de la cómoda, la misma fotografía de las dos.

«¡Qué idiota eres! —piensa Boone—. Si la miras en aquellas fotografías, se nota que no ha cambiado un ápice. Teddy no le ha hecho ningún arreglo, de modo que ¿qué pasa entre ellos?»

Va al cuarto de baño y abre el botiquín. En los estantes no encuentra nada de interés, pero hay una fotografía pequeña, tamaño carné, embutida en la junta entre el vidrio y el marco, en el ángulo inferior izquierdo del interior de la puerta del botiquín.

Es el rostro de una niña pequeña. La fotografía está tomada al aire libre, aunque el fondo no se distingue, por la falta de luz y porque es un primer plano del rostro, pero…

Es la niña de los fresales, la del cañaveral.

La niña que estaba en la habitación del motel con Teddy.

Es probable que sea latina, a juzgar por la piel morena, el cabello negro, largo y liso y los ojos oscuros, aunque podría ser una india americana: quién sabe. De lo que no cabe duda es de que es una niña muy guapa, con aspecto dulce y una sonrisa tímida y vacilante, y de que lleva un crucifijo en una cadena fina de plata.

La misma cruz y la misma cadena que Dan Silver se sacó del bolsillo justo antes de que Tammy cambiara su declaración.

«De modo que no ha sido una pirula —piensa Boone—, al menos no por parte de Tammy, sino que estaba actuando bajo coacción. Silver tiene a la niña, quienquiera que sea, y hacía saber a Tammy que le convenía decir las palabras adecuadas.»

Boone coge la fotografía y mira el reverso. Con letra infantil, está escrito:

Te amo
,

Luce

«Bueno, por lo menos ahora tenemos un nombre —piensa Boone—. Por lo menos la niña tiene nombre.»

«Pero ¿quién será? —se pregunta Boone—. ¿Y por qué estará su fotografía dentro de la puerta de un botiquín? ¿Por qué escondes una fotografía, pero quieres recordarla todos los días? ¿Cómo es posible que una estríper conozca a una niña
mojada
? ¿Y por qué le importa tanto?»

«Piensa, piensa —dice para sus adentros, mientras trata de luchar contra el cansancio que se va apoderando de él a medida que le baja la adrenalina—. Tammy dejó a Mick y se fue con Teddy. ¿Por qué?»

«Vuelve a tu época de policía —piensa—. Cronología. Sigue la línea del tiempo. Tammy deja a Mick justo después del incendio en el almacén de Danny. Ganar dinero se convierte en su obsesión; pasa el tiempo con Angela y se va con Teddy.»

«Teddy y ella empiezan a ir a Oceanside. Pero, si no se acuestan, ¿qué es lo que hacen? Teddy sabía perfectamente dónde localizar a la niña. Justo en el cañaveral que está junto a los fresales del anciano Sakagawa. Resulta obvio que ya había estado allí… con Tammy.»

«No una sola vez, sino montones de veces, entre el incendio y… el juicio por incendio provocado.»

«En el cual Tammy da un giro de ciento ochenta grados…»

«Si hubieses visto lo que he visto yo.»

«¿Qué, Tammy? ¿Qué es lo que has visto?»

Capítulo 109

Sunny dedica un rato a observar la puesta de sol.

Hoy es una brillante bola roja que pinta de carmín el mar. Es hermoso, espectacular, aunque, en cierto modo, contiene algo así como un mal presagio.

«Es la última noche de tu vieja vida. En realidad, es el propio mar el que la está armando, el que está poniendo todo en marcha.»

Ella lo siente en el aire, en su sangre. Hace palpitar su corazón.

Lo observa durante unos instantes y después echa a andar hacia su casa. Chuck le ha pedido que trabaje doble jornada, pero ella quiere ir a casa a descansar un poco antes del gran día de mañana. Cuando va caminando por el paseo entarimado, Petra la alcanza.

—¿Puedo decirte una cosa?

—Depende de la cosa —dice Sunny, sin detenerse ni aminorar la marcha.

Petra se tiene que esforzar para no quedarse atrás.

—Por favor.

—Estas palabras siempre surtían efecto cuando era niña —dice Sunny. Se detiene y se vuelve hacia Petra—. ¿Qué quieres?

Petra entiende perfectamente lo que quiere decir: «¿Y ahora qué quieres? Ya tienes al hombre que amo».

«Sunny Day es una mujer hermosa —piensa Petra—, más aún a la luz tenue del atardecer, que da brillo a su rostro. Hasta con unos vaqueros gastados y una camiseta gruesa y sin nada de maquillaje, es una mujer preciosa.»

—Solo quería decirte —dice Petra— que lo que viste en la casa de Boone no era verdaderamente indicativo de la realidad de la situación.

—¿Y si me lo dices en cristiano?

—Que Boone y yo no hemos estado juntos. Sexualmente, quiero decir.

—Bien, mejor para ti, exploradora —dice Sunny—, pero no dejes que yo te lo impida.

Echa a andar otra vez.

Petra extiende la mano y la coge por el codo.

—Si quieres conservar esa mano… —dice Sunny.

—Vamos, déjalo.

—¿Que deje qué?

—Que dejes de hacerte la chula.

—Si no me sueltas el brazo —dice Sunny—, verás que no estoy simulando.

Petra cede. Baja la mano y dice:

—Solo quería decirte algo sobre Boone.

Se da la vuelta. Cuando se ha alejado unos cuantos pasos por la pasarela, oye a Sunny que la llama:

—Oye, tú, llanera. Tú no tienes nada que contarme sobre Boone.

—No, supongo que no —dice Petra—. Te pido disculpas.

Sunny resopla y después dice:

—Mira, he estado todo el día llevando y trayendo platos en un restaurante repleto de testosterona y supongo que eso me ha puesto de mala hostia…

—De mal humor.

—Eso —dice Sunny—. Bueno, ¿qué me querías decir sobre Boone?

Petra le cuenta que Boone ha atacado a Harrington.

—No me sorprende —dice Sunny—. Así empezó todo.

—¿A qué te refieres?

—Boone… —Busca las palabras adecuadas—. Que Boone ande desorientado, supongo.

—¿Qué pasa con él? —pregunta Petra.

—¿Que qué le pasa?

—Quiero decir, que no lo comprendo —dice Petra—. Por qué está… subempleado… trabajando por debajo de sus posibilidades… Por qué ha dejado el departamento de policía…

—No salió bien —dice Sunny.

—¿Qué ocurrió?

Sunny lanza un suspiro largo, se lo piensa y dice:

—Rain.

—Su hija.

—¿Cómo? —pregunta Sunny.

—¿No tiene Boone una hija llamada Rain? —pregunta Petra—. Vamos, que en realidad yo pensaba que la había tenido contigo.

—¿De dónde lo has sacado? —pregunta Sunny.

—Vi unas fotografías en su casa.

Sunny le cuenta la historia de Rain Sweeny.

—Comprendo —dice Petra.

—No tienes ni idea —replica Sunny—. Boone sigue trabajando en ese caso. Jamás ha dejado de tratar de encontrarla. Eso lo carcome.

—Pero seguro que la pobre niña está muerta.

—Sí, pero Boone no se resigna.

—Caso cerrado —dice Petra.

—Sí —replica Sunny—, pero Boone no conoce esa expresión o hace como si no la conociera. Pero, entre tú y yo, supongo que «dar por cerrado el caso» es lo que hay que hacer. De todos modos, eso es lo que le pasa a Boone. En cuanto a ti y él… Boone y yo… Ninguno de los dos es dueño del otro. Ahora, si no te importa, tengo que coger una ola.

Petra la observa alejarse.

Una joven dorada en una playa dorada.

Se pregunta cómo es posible que Boone la dejara y si en verdad lo hizo.

Capítulo 110

Sunny se hace la misma pregunta.

Regresa a su casa, se quita la camiseta y la arroja contra la pared. «¿Se habrá acabado de verdad lo mío con Boone? ¿Puede dejarme así?»

«Supongo que sí —piensa y evoca a la inglesita acurrucada en el sofá de Boone—. Aun suponiendo que lo que dijo acerca de no haberse acostado con Boone fuera cierto, solo es cuestión de tiempo. Es muy guapa —piensa Sunny—. Es una
betty
total. Es lógico que Boone la quiera.»

«Bueno, supongo que hay algo más que sexo, ¿verdad? —piensa Sunny, mientras se sienta delante del ordenador para consultar la información sobre las olas—. Aquel bombón es tan diferente y puede que de eso se trate. Es posible que Boone quiera introducir cambios en su vida y eso está muy bien.»

«Es lo mismo que quiero yo.»

La ve venir en la pantalla: es una gran mancha roja que se acerca girando, trayéndole la esperanza de un cambio en su vida.

«La esperanza y la amenaza», piensa.

«¿Estoy preparada para esto?»

«¿Estoy dispuesta a cambiar?»

«Supongo que eso es lo que Boone quiere.»

«Pero ¿es lo que quiero yo?»

Se sienta delante de su estatuilla de Guanyin —la personificación femenina de Buda y la diosa china de la misericordia— y trata de meditar, de sacarse de la cabeza toda la mierda de aquella relación. Ahora no hay lugar para eso. Se acerca el gran oleaje —llegará esta noche— y ella va a estar en el agua con las primeras luces del alba y va a necesitar hasta la última gota de atención y de concentración para cabalgar aquellas olas.

«Conque respira, muchacha», dice para sus adentros.

«Exhala la confusión.»

«Inhala la claridad.»

«Ahí viene.»

Capítulo 111

David el Adonis intenta decirle lo mismo a Eddie el Rojo.

Está sentado en la terraza del nuevo puesto de socorrismo de Pacific Beach, contemplando un océano que se encrespa por momentos, y trata de explicarle a Eddie, en resumidas cuentas, que aquella noche no es adecuada para personas ni para animales y tampoco para un cargamento de maría.

Pero Eddie no está dispuesto a creérselo. Piensa que va a acabar siendo una noche perfecta: oscura, con niebla y con los guardacostas pegados a la orilla.

—Pero, ¡coño! ¡Si tú eres David el Adonis! —dice—. ¡Eres una leyenda! Si alguien puede hacerlo…

David no está tan seguro. Sea o no una leyenda, mañana va a tener todo el trabajo que puede manejar y tal vez más. El agua va a ser una auténtica colección de fieras, con todos los surfistas de renombre y unas cuantas docenas de aspirantes metidos en un mar en el que debería ondear una bandera negra y tratando de cabalgar unas olas verdaderamente peligrosas. La gente se va a meter entre dos olas y va a quedar atrapada en el rompiente, bajo el peso aplastante de unas olas inmensas, y alguien —probablemente David— tendrá que ir a sacarlos de allí, de modo que pasar toda la noche fuera y después regresar para enfrentarse a unas dificultades para las que tiene que estar en plena forma le parece una locura.

No quiere perder a nadie mañana.

David el Adonis rige su vida según la proposición de que se puede salvar a todo el mundo. Si no pensase así —a pesar de que las pruebas y su experiencia personal le indican lo contrario—, no podría levantarse de la cama por la mañana.

Lo cierto es que ha perdido a algunas personas, que ha arrastrado a tierra sus cuerpos azules e hinchados y se ha quedado observando a los técnicos en urgencias médicas que trataban de revivirlos, sabiendo que, por mucho que se esforzaran, sería en vano, porque a veces el mar coge algo y no lo devuelve.

Esas noches no puede dormir. A pesar de lo que enseña a sus jóvenes discípulos —que uno hace todo lo posible y después se distancia—, David no se distancia. Tal vez sea su ego o tal vez su sensación de omnipotencia en el agua, pero en el fondo de su corazón David siente que debería salvar a todo el mundo, llegar a tiempo todas las veces, que siempre puede arrebatar a una víctima de las garras del océano, sin importar lo que quiera la
moana
.

Ha perdido a cuatro personas en toda su carrera: un adolescente al que arrastró la corriente con su tabla de
bodyboard
y se dejó llevar por el pánico; un anciano que sufrió un infarto fuera del rompiente y se ahogó; una joven nadadora de fondo que estaba haciendo su recorrido diario desde Shores hasta La Jolla Cove y simplemente se cansó, y un niño.

Lo peor fue lo del niño.

Claro que sí.

La madre, a los alaridos; el padre, estoico.

En el funeral, ella le dio las gracias por haber encontrado el cadáver de su hijo.

David recordaba que lo había buscado bajo la superficie, lo había agarrado y, en el instante en que tocó su brazo inerte, se dio cuenta de que el niño ya no volvería nunca más. Tenía presente que lo llevó en brazos a la orilla, que vio el rostro esperanzado de la madre y, después, que la esperanza daba paso a la congoja.

La noche del funeral, Boone apareció en su casa con una botella de vodka, de modo que se pusieron cómodos y se emborracharon. Boone se limitó a quedarse con él y a servirle de beber, mientras David lloraba. Boone lo metió en la cama aquella noche, durmió en el suelo a su lado y a la mañana siguiente preparó café; después fueron juntos a desayunar a The Sundowner.

Nunca volvieron a hablar de aquello.

Pero nunca lo olvidaron.

Hay cosas que no se olvidan jamás.

Ya quisiera uno que fuera posible.

«Las probabilidades de perder a alguien más mañana son muy altas —piensa David, mientras repasa la lista de surfistas sumamente hábiles y expertos que han perdido la vida en los últimos años tratando de deslizarse sobre olas enormes.»

También había socorristas por allí esos días, hombres que se manejaban muy bien en el agua y que hicieron todo lo posible, pero con eso no bastó.

Cuando el mar quiere algo, lo consigue.

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