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Authors: Doris Lessing

El Cuaderno Dorado (85 page)

BOOK: El Cuaderno Dorado
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Tommy sonrió con tanta sequedad como ella, y prosiguió:

—Sí, ya sé lo que quieres decir. Pero así y todo es verdad. ¿Sabes lo que la gente desea, en el fondo? Todos, quiero decir. Todo el mundo piensa: «Ojalá hubiera una persona con la que pudiera hablar, que pudiera comprenderme de veras, que fuera buena conmigo». Esto es lo que la gente desea, cuando dice la verdad.

—Bueno, Tommy...

—Ah, sí, ya

que te has estado preguntando si mi cerebro fue dañado por el accidente. Tal vez sí, a veces también yo lo pienso. Pero esto es lo que yo creo cierto.

—No me he preguntado por eso si... habías cambiado. Es por el modo de tratar a tu madre.

Anna vio cómo la sangre le subía al rostro y cómo bajaba la cabeza, quedándose callado al tiempo que le hacía un gesto que significaba: «De acuerdo, pero déjame solo». Anna se despidió y salió de la habitación, pasando silenciosa junto a Marion, de espaldas a ella.

Anna volvió a su casa despacio. No sabía qué acababa de pasar entre los tres, por qué había pasado o qué habían de esperar que pasara ahora realmente. Pero le constaba que acababa de venirse abajo una barrera y que ahora todo sería diferente.

Se echó un rato en la cama, atendió a Janet cuando ésta volvió del colegio, captó la mirada de Ronnie que significaba que podía prepararse para una prueba de fuerza entre sus voluntades contrapuestas, y después se sentó a esperar a Molly y Richard.

Cuando oyó que ambos subían, se endureció para aguantar el inevitable altercado, pero resultó innecesario. Entraron casi como amigos. Estaba claro que Molly se había predispuesto para no empeorar las cosas. Además, no tuvo tiempo de arreglarse al salir del teatro, de modo que la vivacidad que siempre irritaba a Richard estaba ausente. Se sentaron. Anna sirvió bebidas.

—Les he visto —notificó—, y me parece que todo se arreglará.

—¿Cómo has conseguido ese cambio tan milagroso? —inquirió Richard; sus palabras eran sarcásticas, pero no el tono.

—No lo sé.

Se produjo un silencio. Molly y Richard se miraron.

—Verdaderamente no lo sé. Pero Marion dice que no va a volver contigo. Me parece que lo dice en serio. Y yo les he sugerido que se fueran de vacaciones a alguna parte.

—¡Pero si es lo que les he venido diciendo yo en los últimos meses! —exclamó Richard.

—Me parece que si ofrecieras a Tommy y a Marion un viaje para inspeccionar alguno de los negocios que tienes por ahí, aceptarían.

—Realmente —admitió Richard— me deja atónito el modo en que las dos salís con ideas que yo sugerí hace tiempo, como si fueran nuevas y brillantes.

—Las cosas han cambiado —sentenció Anna.

—No dices por qué —replicó Richard.

Anna vaciló. Luego, dirigiéndose a Molly y no a Richard explicó-

—Fue muy curioso. Subí sin tener idea de lo que iba a decir. Me puse histérica, exactamente como ellos, e incluso lloré. Y surtió efecto. ¿Lo comprendes?

Molly, pensativa, afirmó con la cabeza.

—Pues yo no lo entiendo —confesó Richard—, pero no me importa. ¿Qué va a pasar ahora?

—Tú deberías ir a ver a Marion y arreglar vuestros asuntos. Y no la regañes, Richard.

—No soy yo quien regaña, es ella —espetó Richard, ofendido.

—Y tú, Molly, me parece que deberías hablar con Tommy esta noche. Presiento que debe de estar a punto para hablar.

—Entonces voy ahora, antes de que se meta en la cama.

Molly se levantó, y Richard la siguió.

—Te debo las gracias, Anna —dijo Richard.

Molly se rió.

—La próxima vez volveremos a las riñas normales, estoy segura. Pero, ¡qué gusto practicar esta
politesse
por una vez!

Richard se rió también; sin querer, pero se rió. Luego tomó a Molly por el brazo, y los dos se fueron escaleras abajo.

Anna subió a ver a Janet y se sentó, a oscuras, junto a la niña dormida. Sintió la usual oleada de amor protector hacia su hija, pero aquella noche examinó su emoción críticamente: «No conozco a nadie que no sea incompleto —pensó—. Todos estamos atormentados y luchamos... Lo mejor que puede decirse de cualquiera es que lucha. Pero, si toco a Janet, en seguida siento que para ella va a ser diferente. ¿Por qué razón? No lo será. La estoy empujando a esa batalla, pero no es eso lo que siento cuando la contemplo durmiendo».

Anna, descansada y repuesta, salió del cuarto de Janet, cerró la puerta y se detuvo en el rellano, a oscuras. Era el momento de enfrentarse con Ivor. Llamó a la puerta, la abrió unos centímetros y dijo, en la oscuridad:

—Ivor, tienes que irte. Tienes que abandonar esta casa mañana.

Tras un silencio, una voz lenta y casi reidora repuso:

—Sí, comprendo tus razones, Anna.

—Gracias; lo esperaba.

Cerró la puerta y bajó. «¡Qué fácil! —pensó—. ¿Por qué imaginé que sería difícil?» Luego tuvo una idea muy clara, de cómo Ivor subiría las escaleras con un ramo de flores. «Naturalmente —se le ocurrió—, mañana intentará convencerme. Subirá con un ramo de flores, para complacerme.»

Estaba tan segura de que esto iba a ocurrir, que ya le esperaba a la hora del almuerzo, cuando él subió las escaleras con un gran ramo de flores y la sonrisa cansada del hombre dispuesto a poner de buen humor a una mujer.

—A la patrona más simpática del mundo —murmuró.

Anna tomó las flores, vaciló y, finalmente, le golpeó la cara con ellas. Temblaba de enojo.

Él se quedó sonriendo, con el rostro inclinado a un lado, parodiando al hombre que ha sufrido un castigo injustamente.

—¡Vaya, vaya! —murmuró—. ¡Vaya, vaya, vaya!

—Sal inmediatamente —le ordenó Anna.

Nunca en su vida había estado tan enojada.

Él subió, y al cabo de unos instantes Anna oyó el ruido de quien hace maletas. Ivor no tardó en bajar, con una maleta en cada mano: sus bienes. Allí llevaba todo lo que tenía en el mundo. ¡Oh, qué triste era ver a aquel pobre joven, con todas sus pertenencias encerradas en un par de maletas!

Dejó en la mesa el alquiler que le adeudaba: cinco semanas atrasadas, pues era mal pagador. Anna comprobó, interesada, que tuvo que reprimir un impulso de devolvérselo. Mientras, él permanecía de pie, cansado y disgustado, como diciendo: «Mírala, ávida de dinero. ¿Bueno, qué quieres?».

Debía de haber sacado el dinero del banco aquella misma mañana o tal vez lo pidió prestado. En cualquiera de los dos casos, significaba que esperaba que ella se mantuviera firme, a pesar de las flores. Debió de decirse: «Hay una posibilidad de que la convenza con flores. Lo probaré. Vale la pena arriesgar cinco chelines».

LOS CUADERNOS

[El cuaderno negro había abandonado ya su propósito original de tener dos partes: fuentes y dinero. Sus páginas estaban cubiertas de recortes de periódicos, pegados y con la fecha, que abarcaban los años 1955, 1956, 1957. Todas las noticias se referían a violencias, muertes, disturbios callejeros y odios que tuvieran por escenario cualquier lugar del continente africano. Había sólo un apartado escrito por Anna y fechado en septiembre de 1956:]

Ayer por la noche soñé que iban a hacer una película para la televisión sobre el grupo del hotel Mashopi. Se basaba en un guión escrito por otra persona. El director no cesaba de asegurarme: «Estarás contenta cuando veas el guión; es exactamente como lo habrías escrito tú misma». Pero, por una u otra causa, no vi el guión. Asistí a los ensayos para el rodaje. El escenario era el de los eucaliptos, junto a la vía del tren, frente al hotel Mashopi. Estaba contenta por lo bien que el director había recreado el ambiente. Luego me di cuenta de que, en realidad, el escenario era auténtico: había conseguido trasladar a todo el equipo al África central y filmaba la historia debajo mismo de los eucaliptos, con detalles tales como el olor del vino que emanaba del polvo o el aroma de los eucaliptos bajo el calor del sol. Entonces vi que las cámaras se adelantaban para rodar la película. Me recordaron las armas, por la forma en que apuntaban y oscilaban, por encima del grupo que esperaba dar comienzo a la actuación. Al fin, se inició el rodaje. Yo empecé a sentirme incómoda. Entonces comprendí que, por el modo en que el director escogía los planos o imprimía el ritmo a la acción, la historia cambiaba por completo. Lo que saldría al acabar la película sería muy distinto de lo que yo recordaba. Pero no podía detener al director y a los hombres que manejaban las cámaras. De modo que me quedé a un lado y observé el grupo (en el que estaba Anna, yo misma, pero no como yo la recordaba). Recitaban un diálogo que yo no recordaba tampoco, y sus relaciones entre sí eran totalmente distintas. Yo permanecía quieta, rígida, sobrecogida de ansiedad. Cuando hubo terminado el rodaje, los actores empezaron a retirarse para ir a beber al bar del hotel Mashopi, mientras los operadores (entonces me di cuenta de que todos eran negros; todos los técnicos eran negros) recogían las cámaras y las desmontaban (pues además eran ametralladoras). Le pregunté al director: «¿Por qué has cambiado mi historia?». Vi que no entendía lo que yo quería decir. Imaginé que lo hacía a propósito, que había decidido que mi historia no era buena. Pareció ofenderse, o cuando menos estaba ciertamente sorprendido. «¡Pero Anna! ¿No fue allí donde viste a aquella gente? Viste lo que vi yo, oíste las mismas palabras que yo he oído, ¿no es cierto? Yo me he limitado a filmar lo que estaba allí.» No supe qué decir, pues me di cuenta de que tenía razón, de que lo que yo «recordaba» era probablemente falso. Dijo, disgustado porque yo también lo estaba: «Ven a beber algo, Anna. ¿No ves que no importa lo que filmemos, con tal de que filmemos algo?».

Voy a dar este cuaderno por concluido. Si Madre Azúcar me hubiera pedido que diera un «nombre» a este sueño, le hubiera dicho algo relativo a la esterilidad absoluta. Y, además, desde que soñé esto no he podido recordar cómo movía Maryrose los ojos o la risa de Paul. Todo ha desaparecido.

[La página estaba cruzada por dos líneas negras que indicaban el final del cuaderno.]

[El cuaderno rojo, como el negro, había sido acaparado por recortes de periódicos durante los años 1956 y 1957. Se referían a sucesos ocurridos en Europa, la Unión Soviética, China y los Estados Unidos. Al igual que los recortes sobre África del mismo período, en su mayoría trataban de los más diversos actos de violencia. Anna había subrayado todas las apariciones del vocablo «libertad» con lápiz rojo, y al final de la serie de recortes había sumado los subrayados rojos, que daban un total de 679 referencias a la palabra libertad. El único apartado escrito de su puño y letra en este período era el siguiente:]

Ayer vino a verme Jimmy. Acaba de llegar de un viaje a la Unión Soviética con una delegación de maestros. Me contó la historia siguiente. Harry Mathews, maestro también, dejó su trabajo para ir a luchar a España. Fue herido y estuvo diez meses en el hospital con una pierna fracturada. Durante esos meses reflexionó sobre España: las sucias maniobras de los comunistas, etc. Leyó mucho, empezó a tener sospechas de Stalin. En fin, lo de siempre: lucha dentro del PC, expulsión, paso a los trotskistas... Por último, se peleó con éstos, los dejó y, siendo incapaz de combatir en la guerra a causa de la lesión en la pierna, aprendió a enseñar a niños atrasados.

—No es preciso aclarar que, para Harry, no existen niños estúpidos, sino sólo niños que han tenido mala suerte.

Harry pasó la guerra viviendo en una habitación de austeridad espartana cerca de King's Cross, realizando gran número de actos heroicos, rescatando a gente de edificios bombardeados y en llamas, etcétera.

—Llegó a ser un personaje legendario en el barrio. Pero, naturalmente, en cuanto empezaban a buscar al héroe cojo que había rescatado a un niño o a una pobre vieja, Harry no se dejaba ver por ninguna parte, porque no es preciso decir que se hubiera despreciado a sí mismo si se hubiera presentado a recoger los laureles merecidos por sus actos de heroísmo.

Al terminar la guerra, Jimmy, de vuelta de Birmania, fue a ver a su viejo amigo Harry; pero se pelearon.

—Yo era el miembro del Partido cien por cien, y Harry, el sucio trotskista. Intercambiamos palabras fuertes y nos separamos para siempre. Pero yo sentía afecto por aquel tontón, y en consecuencia hacía todo lo posible para enterarme de qué le ocurría.

Harry tenía dos vidas. Su vida exterior era toda sacrificio personal y dedicación. No sólo trabajaba en un colegio para niños atrasados, y con grandes resultados, sino que, además, invitaba a los niños del barrio (un barrio pobre) a su piso y les daba clases todas las noches. Les enseñaba literatura, les hacía leer, les preparaba para los exámenes. Entre una cosa y otra, enseñaba dieciocho horas diarias.

—Ni que decir tiene que, para él, dormir era perder el tiempo. Estaba acostumbrado a descansar sólo cuatro horas por noche.

Vivió en aquella habitación hasta que la viuda de un piloto de aviación se enamoró de él y lo trasladó a su piso, dos de cuyas habitaciones pasaron a su entero dominio. Ella tenía tres niños. Harry la trataba con cariño, pero si la vida de ella estaba dedicada a él, la de él lo estaba a los niños del colegio y de la calle. Ésta era su vida externa. Mientras tanto, aprendió ruso. Mientras tanto, recogió libros, folletos y recortes de periódicos sobre la Unión Soviética. Mientras tanto, dio forma a una imagen personal de la verdadera historia de la Unión Soviética o, mejor dicho, del Partido comunista ruso a partir del año 1900.

Un amigo de Jimmy fue a visitar a Harry hacia 1950, y luego le dio noticias de cómo le había encontrado.

—Se vestía con una especie de blusa peluda o de túnica, y calzaba sandalias. Llevaba un corte de pelo militar. No sonreía nunca. En la pared, un retrato de Lenin, claro, y otro más pequeño de Trotski. La viuda revoloteaba respetuosamente en un segundo plano. Constantemente entraban y salían niños de la calle. Harry hablaba de la Unión Soviética. Hablaba ya sin dificultad el ruso, y se sabía todas las historias internas de las menores riñas e intrigas, sin olvidar las de los grandes baños de sangre de las épocas más remotas. Y todo esto ¿para qué? Anna, no lo adivinarías nunca.

—Pues claro que sí. Se estaba preparando para cuando llegara el día.

—¡Naturalmente! Acertaste a la primera.

El pobre loco lo tenía todo calculado. Llegaría el día en que los camaradas de Rusia verían de pronto, y todos al mismo tiempo, la luz. Dirían: «Nos hemos extraviado, no hemos tomado el buen camino, nuestros horizontes no están claros. Pero allí, en St. Paneras, Londres, Inglaterra, está el camarada Harry, que lo sabe todo. Le invitaremos a que venga y le pediremos consejo». Pasaba el tiempo. Las cosas empeoraban cada vez más, aunque desde el particular punto de vista de Harry mejoraban más y más. Cada nuevo escándalo en la Unión Soviética hacía crecer la fuerza moral de Harry. Los montones de periódicos acumulados en las habitaciones de Harry llegaron hasta el techo e inundaron las dependencias de la viuda. Hablaba ruso como un ruso. Stalin murió, y Harry hizo un gesto con la cabeza pensando: «Ya falta poco». Llega el XX Congreso: «Bien, pero no lo suficientemente bien». Entonces Harry se encuentra a Jimmy por la calle. Como buenos antiguos enemigos políticos, arrugan el ceño y se ponen tiesos. Luego hacen una señal con la cabeza y sonríen.

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