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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (15 page)

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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—Muy bien. Que pases buena noche.

—Eso pienso hacer. Tengo una cita.

—¿Con quién? —pregunté por pura curiosidad.

—Con Lola Rushton —dijo.

—Creo que fui al instituto con Lola —comenté sin apenas interrupciones para indicar que el hecho de salir con otra chica me parecía de lo más natural.

—Ella se acuerda de ti —contestó India y se rió.

De eso no me cabía duda, ya que había sido la chica más rara de mi instituto.

—Todo el mundo se acuerda de mí como la loca de Sookie —comenté, procurando mantener a raya el lamento de mi voz.

—Estuvo por ti durante un tiempo —aseguró.

Me sentí extrañamente complacida.

—Me halaga —dije y me puse a trabajar.

Hice un rápido repaso de mis mesas para asegurarme de que todo el mundo estaba atendido, serví las verduras rebozadas y las hamburguesas. Vi con alivio que el señor Gruñón Abandonado dejaba su última copa y se iba del bar. No estaba borracho, pero sí predispuesto a buscar pelea, así que me alegré de que se fuera. No necesitábamos más problemas.

No era el único cascarrabias del día en el Merlotte’s. Sam estaba rellenando formularios del seguro, y como es una de las cosas que más odia, pero debe hacerlo todo el tiempo, su humor no era precisamente alegre. La barra estaba llena de papeleo, y en un hueco entre cliente y cliente, pude echar un vistazo. Si lo leía tranquila y lentamente, no era tan complicado, por muy enrevesada que fuese la redacción. Empecé a comprobar apartados y rellenar casillas, y llamé a la policía para decir que necesitábamos una copia del informe policial sobre el ataque incendiario. Les di el número de fax de Sam, y Kevin me prometió que me mandaría lo que pedía.

Alcé la mirada para encontrarme a mi jefe frente a mí con una expresión de absoluta sorpresa.

—¡Lo siento! —exclamé al instante—. Parecías tan estresado por todo que no me pareció mal echar un vistazo. Lo dejaré como estaba. — Agarré los papeles y se los entregué a Sam.

—No —expresó, echándose atrás con las manos levantadas—. No, no. Sook, gracias. No se me había ocurrido pedir ayuda. —Bajó la mirada—. ¿Has llamado a la policía?

—Sí. Me ha atendido Kevin Pryor. Nos va a mandar el informe sobre el ataque.

—Gracias, Sook. — Sam parecía como si Santa Claus acabase de aparecer en el bar.

—No me importa rellenar formularios —dije sonriendo—. No te contestan. Será mejor que lo compruebes para asegurarte de que no he metido la pata.

Sam me sonrió sin molestarse en mirar los papeles.

—Buen trabajo, amiga mía.

—Sin problema. —Me había agradado tener algo con lo que mantenerme ocupada para no pensar en los objetos que me aguardaban en el cajón de mi mesilla. Oí que abrían la puerta delantera y miré hacia allí, aliviada porque entraban más clientes. Tuve que esforzarme por contener la expectación de mi rostro al ver que Jannalynn Hopper había llegado.

Sam es un tipo que podríamos catalogar como aventurero en sus relaciones, y Jannalynn no era la primera mujer fuerte (por no decir temible) con la que salía. Baja y delgada, Jannalynn tenía un agresivo sentido del estilo y un feroz deleite hacia su ascenso como lugarteniente de la manada del Colmillo Largo, afincado en Shreveport.

Esa noche, Jannalynn había escogido unos pantalones vaqueros cortos, unas sandalias que se ataban a las pantorrillas y una camiseta de tirantes azul sin sujetador debajo. Llevaba puestos los pendientes que Sam le había comprado en Splendide y como media docena de cadenas y colgantes de diversas longitudes al cuello. Ahora llevaba el corto pelo de tono platino, muy claro y de punta. Parecía un atrapasol, como el que Jason me había regalado para que lo colgara en la ventana de la cocina.

—Hola, cariño —le dijo a Sam al pasar junto a mí sin siquiera dedicarme una mirada de reojo. Aferró a Sam en un posesivo abrazo y lo besó hasta la saciedad.

Él la correspondió, pero sus ondas mentales delataban que se sentía un poco avergonzado. Pero eso poco le importaba a Jannalynn, por supuesto. Me di la vuelta rápidamente para comprobar los niveles de sal y pimienta de los saleros de las mesas, si bien tenía muy claro que todo estaba en orden.

A decir verdad, Jannalynn siempre me había parecido perturbadora, casi temible. Era muy consciente de la amistad entre Sam y yo, sobre todo desde que conocí a su familia en la boda de su hermano y todos se llevaron la impresión de que era su novia. No podía culparla por su suspicacia; yo, en su lugar, me habría sentido igual.

Jannalynn era una joven suspicaz tanto por naturaleza como por profesión. Parte de su trabajo consistía en evaluar amenazas y actuar frente a ellas antes de que Alcide o la manada sufrieran daño alguno. También regentaba el Pelo del perro, un pequeño bar que atendía esencialmente a miembros de la manada del Colmillo Largo y algunos otros cambiantes de Shreveport. Era mucha responsabilidad para alguien tan joven como Jannalynn, pero parecía haber nacido para ese desafío.

Para cuando agoté todas las tareas que se me pasaron por la cabeza, Jannalynn y Sam estaban manteniendo una discreta conversación. Ella estaba sentada en la punta de un taburete, sus musculosas piernas cruzadas elegantemente, y él ocupaba su puesto habitual tras la barra. La expresión de ella estaba llena de determinación, al igual que la de él; fuese cual fuese el asunto del que hablaban, era algo serio. Mantuve mi mente cerrada a cal y canto.

Nuestros clientes hacían todo lo que podían por no quedarse con la boca abierta ante nuestra joven licántropo. Danielle, la otra camarera, le echaba una ojeada de vez en cuando mientras susurraba cosas a su novio, quien había venido para pasarse toda la noche con la misma bebida para ver a su novia contonearse de mesa en mesa.

Al margen de sus posibles defectos, no podía negarse que Jannalynn tenía mucha presencia. No pasaba desapercibida allí donde fuese. (Pensé que eso se debía, en parte, a su aspecto amedrentador nada más se dejaba ver).

Entró una pareja que repasó el local con la mirada antes de escoger una mesa vacía en mi sección. Me sonaban de algo. Tras un instante, los reconocí: Jack y Lily Leeds, detectives privados de alguna parte de Arkansas. La última vez que los había visto, habían venido a Bon Temps para investigar la desaparición de Debbie Pelt, contratados por los padres de ésta. Respondí a sus preguntas en lo que ahora sé que fue una especie de estilo feérico; me había ceñido a la pura verdad, prescindiendo de su espíritu. Había disparado a Debbie Pelt en legítima defensa y no quería ir a la cárcel por ello.

Aquello pasó hacía un año. Lily Bard Leeds seguía tan pálida como entonces, silenciosa e intensa, y su marido seguía siendo atractivo y vital. Los ojos de Lily me encontraron al momento y me fue imposible fingir que no me había dado cuenta. Reacia, me acerqué a su mesa, sintiendo que mi sonrisa crecía a cada paso que daba.

—Bienvenidos de nuevo al Merlotte’s —dije, la sonrisa ya bien amplia—. ¿Qué os pongo? Hemos incluido verduras rebozadas en la carta y las hamburguesas Lafayette están riquísimas.

Lily me miró como si le hubiese sugerido que se comiese gusanos empanados, si bien Jack parecía un poco apesadumbrado. Sabía que no le hubiera importado probar la verdura rebozada.

—Supongo que una hamburguesa Lafayette para mí —pidió Lily sin ningún entusiasmo. Al volverse hacia su acompañante, se le estiró la camiseta y reveló unas viejas cicatrices que rivalizaban con las mías recientes.

Bueno, siempre hay algo en común.

—Otra para mí —dijo Jack—. Y si tienes un momento libre, nos gustaría hablar contigo. —Sonrió, y la larga y fina cicatriz de su rostro se flexionó cuando arqueó las cejas. ¿Es que tocaba noche de mutilaciones personales? Me pregunté si su chaqueta ligera, innecesaria con ese tiempo, ocultaría cosas más horribles.

—Podemos hablar. Supongo que no habréis vuelto al Merlotte’s por su maravillosa cocina —contesté, y tomé nota de las bebidas antes de dejar el pedido a Antoine.

Volví a la mesa con sus tés helados y un plato de rodajas de limón. Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie necesitaba nada antes de sentarme frente a Jack, con Lily a mi izquierda. Era guapa, pero tan controlada y muscular que tuve la sensación de que podría jugar al frontón con ella. Hasta su mente reflejaba orden y rigor.

—¿De qué queréis que hablemos? —pregunté, proyectando mi mente hacia ellos. Jack estaba pensando en Lily, alguna preocupación sobre su salud, no, la de su madre. Un cáncer de pecho reproducido. Lily estaba pensando en mí, haciéndose preguntas, sospechando que era una asesina.

Eso me dolió.

Pero era verdad.

—Sandra Pelt ha salido de la cárcel —informó Jack Leeds y, si bien oí sus palabras en su cerebro antes que en su boca, no pude disimular mi expresión de sorpresa.

—¿Estaba en la cárcel? Por eso no la había visto desde que murieron los suyos. —Sus padres habían prometido que la mantendrían bajo control. Tras saber de su muerte, me pregunté cuánto tardaría en aparecer por aquí. Al no verla enseguida, me relajé—. ¿Y por qué me decís esto? —logré decir.

—Porque te odia a muerte —explicó Lily tranquilamente—. Y ningún tribunal te halló culpable de la desaparición de su hermana. Ni siquiera fuiste arrestada. Tampoco creo que jamás vayas a serlo. Quizá seas inocente, aunque no lo creo. Sandra Pelt está sencillamente loca. Y está obsesionada contigo. Creo que deberías andarte con cuidado. Mucho cuidado.

—¿Por qué estuvo en la cárcel?

—Asalto y agresión a uno de sus primos. Había heredado una suma de dinero del testamento de sus padres, y al parecer Sandra quiso arreglar ese error.

Estaba muy preocupada. Sandra Pelt era una joven depravada y amoral. Estaba segura de que aún no había cumplido los veinte, y ya había intentado matarme una vez.

Ya no había nadie que pudiera controlarla, y su estado mental había empeorado si cabe, según los propios detectives privados.

—Pero ¿por qué habéis hecho todo el viaje para decirme esto? —objeté—. Quiero decir que lo agradezco, pero no teníais por qué…, y podríais haberme llamado por teléfono. Por lo que sé, los detectives privados trabajáis por dinero. ¿Os paga alguien para que hagáis esto?

—El patrimonio de los Pelt —dijo Lily tras una pausa—. Su abogado, que vive en Nueva Orleans, es el tutor de Sandra designado por el tribunal hasta que cumpla los veintiuno.

—¿Cómo se llama?

Se sacó un trozo de papel del bolsillo.

—Es una especie de nombre báltico —indicó — . Es posible que no lo pronuncie correctamente.

—Cataliades —respondí, acentuando la segunda sílaba.

—Sí — dijo Jack, sorprendido—. El mismo. Un tipo grande.

Asentí. El señor Cataliades y yo éramos amigos. Era en gran parte un demonio, pero los Leeds no parecían conocer ese detalle. De hecho, no parecían saber gran cosa sobre el otro mundo, el que subyace al humano.

—¿Entonces el señor Cataliades os ha enviado para que me aviséis? ¿Es el albacea?

—Sí. Estará un tiempo fuera, y quería asegurarse de que supieras que la chica anda suelta. Parecía sentirse en deuda contigo.

Lo sopesé. Sólo recordaba una ocasión en la que hiciera un gran favor al abogado. Lo ayudé a salir del hotel derribado en Rhodes. Era agradable comprobar que al menos una persona iba en serio cuando dijo eso de «Te debo una». Era irónico que el patrimonio de los Pelt estuviese pagando a los Leeds para avisarme del peligro de la última Pelt con vida; irónico por el lado amargo, claro está.

—Espero que no os importe que lo pregunte, pero ¿cómo se puso en contacto con vosotros? Quiero decir que seguro que hay muchas agencias de detectives privados en Nueva Orleans, por ejemplo. Vosotros aún estáis asentados en la zona de Little Rock, ¿no?

Lily se encogió de hombros.

—Nos llamó; nos preguntó si estábamos libres y nos mandó un cheque. Sus instrucciones fueron muy concretas. Los dos, en el bar, hoy. De hecho —miró su reloj de pulsera—, más que puntuales.

Se me quedaron mirando, expectantes, esperando que les explicara esa excentricidad del abogado.

Yo no paraba de darle vueltas a la cabeza. Si el señor Cataliades había decidido enviar a dos tipos duros al bar con instrucciones de llegar a tiempo, tenía que ser porque sabía que serían necesarios. Por alguna razón, su presencia era necesaria y deseable. ¿Cuándo se necesita un par de brazos fuertes?

Cuando se acercan los problemas.

Antes de saber lo que iba a hacer, me levanté y me volví hacia la entrada. Naturalmente, los Leeds siguieron mi mirada, de modo que todos observábamos hacia el mismo sitio cuando los problemas entraron por la puerta.

Entraron cuatro tipos duros. Mi abuela hubiese dicho que estaban con la mecha puesta. Bien podrían haber llevado un cartel en la frente que rezara «Cabrón con mala leche y orgulloso de ello». Estaban colocados de algo, pagados de sí mismos, rebosantes de agresividad. Y armados.

Me asomé un segundo a sus mentes y supe que habían tomado sangre de vampiro. Se trataba de la droga más impredecible del mercado (también la más cara), imposible de establecer la duración de sus efectos, que eran increíblemente fuertes y temerarios, llegando a una locura condenadamente brutal.

A pesar de darles la espalda, Jannalynn pareció olerlos. Se giró sobre el taburete y se centró en ellos, como quien saca un arco y apunta con una flecha. Pude sentir su animal interior filtrándose por sus poros. Algo salvaje llenó el aire y me di cuenta de que el olor también provenía de Sam. Jack y Lily Leeds se pusieron de pie. Jack se había llevado la mano debajo de la chaqueta. Sabía que tenía una pistola. Lily tenía las manos en una extraña posición, como si hubiese ido a hacer algo y se hubiese detenido en medio del gesto.

—Hola, mamones —saludó el más alto, dirigiéndose al bar en general. Tenía una barba poblaba y una densa cabellera negra, pero debajo de todo eso vi lo joven que era. No podía tener más de diecinueve años—. Venimos a pasárnoslo bien a costa de vuestros culos.

—Esto no es una feria —dijo Sam, la voz tranquila—. Sois bienvenidos si queréis tomaros una copa, pero luego será mejor que os marchéis. Esto es un lugar tranquilo y pequeño; no queremos problemas con nadie.

—¡Los problemas ya están aquí! —saltó el capullo más bajo. Era de rostro lampiño y su pelo no era más que un corto rastrojo rubio que mostraba las cicatrices de su cráneo. Era de complexión ancha y rechoncha. El tercero era delgado y de piel oscura, quizá un hispano. Tenía el pelo negro peinado hacia atrás y sus labios tenían un aire sensual que trataba de combatir con una sonrisa burlona. El cuarto se había atiborrado con sangre de vampiro más aún que los demás y no podía hablar porque estaba perdido en su propio mundo. Sus ojos se agitaban de un lado a otro, como si persiguiera cosas que los demás no podíamos ver. También era grande. Pensé que sería el primero en atacar y, si bien era la menos indicada para una pelea, empecé a escorarme hacia la derecha, planeando atacarlo por un flanco.

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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