Todos en la aldea coinciden: Adara es una niña rara, una niña del invierno. Nació la peor helada que se recuerda y el frío se quedó para siempre con ella. Es fácil verla pasear sola por los campos helados o construir imaginarios castillos de arena y hielo. Nadie lo sabe, pero espera, impaciente, la visita del dragón de hielo. Adara no puede entender por qué todos le temen tanto si para ella es su mejor compañero de juegos. Con él se olvida de que el eterno enemigo del norte se acerca peligrosamente a la aldea y lo mejor sería huir a las tierras cálidas del sur…
George R. R. Martin
El dragón de hielo
ePUB v1.0
01.06.13
Título original:
The Ice Dragon
George R. R. Martin, 1980
Traducción: Ignacio Gómez Calvo
Ilustraciones: Verónica Casas
Diseño de portada: Verónica Casas, Judith Sendra
ePub base v2.1
A Phipps,
a quien se le ocurrió primero,
con todo mi amor
NIÑA DEL INVIERNO
Adara le gustaba el invierno por encima de todas las cosas, pues cuando el mundo se enfriaba llegaba el dragón de hielo.
No estaba segura de si era el frío el que llevaba al dragón de hielo o si era el dragón de hielo el que llevaba el frío. Era el tipo de pregunta que solía preocupar a su hermano Geoff, que era dos años mayor que ella y tenía una curiosidad insaciable, pero a Adara le daban igual esas cosas. Mientras el frío, la nieve y el dragón de hielo llegaran según lo previsto, era feliz.
Siempre sabía cuándo tenían que llegar gracias a su cumpleaños. Adara era una niña del invierno; había nacido durante la peor helada que todos recordaban, incluso Laura la Vieja, que vivía en la granja de al lado y se acordaba de cosas que habían pasado antes de que los demás nacieran. La gente todavía hablaba de aquella helada. Adara les oía a menudo.
También hablaban de otras cosas. Decían que había sido el frío de esa terrible helada lo que había matado a su madre, deslizándose a través de la gran lumbre que su padre había encendido durante su larga noche de parto, y colándose bajo las mantas que cubrían su lecho. Y decían que el frío había entrado dentro de Adara cuando estaba en el vientre, que cuando había venido al mundo tenía la piel azul claro y helada al tacto, y que desde entonces no había entrado en calor. El invierno la había tocado, le había dejado su marca y la había hecho suya.
Era cierto que Adara siempre estaba sola. Era una niña muy seria a la que rara vez le apetecía jugar con los demás. Era preciosa, decía la gente, pero su belleza era extraña y distante, con su piel pálida, su cabello rubio y sus grandes ojos azules. Sonreía, pero no muy a menudo. Nadie la había visto llorar. Cuando tenía cinco años, había pisado el clavo de un tablón escondido bajo un montón de nieve que le había atravesado el pie, pero ni siquiera entonces había llorado o gritado. Había sacado el pie y había vuelto andando a casa, dejando un reguero de sangre en la nieve, y al llegar simplemente había dicho:
—Padre, me he hecho daño.
Los berrinches y los arrebatos de los niños normales no eran para ella.
Hasta su familia sabía que Adara era diferente. Su padre era un hombre grande y rudo como un oso que apenas necesitaba a la gente, pero siempre se dibujaba una sonrisa en su rostro cuando Geoff lo acribillaba a preguntas, y siempre tenía abrazos y risas para Teri, la hermana mayor de Adara, que era rubia y pecosa, y coqueteaba descaradamente con todos los chicos de la zona. De vez en cuando también abrazaba a Adara, pero solo durante los largos inviernos. Sin embargo, en esas ocasiones no sonreía. Se limitaba a rodearla con los brazos y apretaba su cuerpecito contra él con todas sus fuerzas, lloraba desde lo más profundo de su pecho y derramaba grandes lágrimas por sus mejillas coloradas. Nunca la abrazaba durante el verano. Durante el verano estaba demasiado ocupado.
Todo el mundo estaba ocupado durante el verano menos Adara. Geoff trabajaba con su padre en el campo y le hacía continuas preguntas sobre esto y aquello, aprendiendo todo lo que un granjero tenía que saber. Cuando no estaba trabajando corría con sus amigos al río y buscaba aventuras. Teri llevaba la casa y cocinaba, y a veces trabajaba en la taberna que había junto al cruce de caminos durante la estación de mayor actividad. La hija del tabernero era amiga suya, y su hijo pequeño era algo más que un amigo para ella, y siempre volvía riéndose como una tonta y contando los chismes que había oído a los viajeros, los soldados y los mensajeros del rey. Para Teri y Geoff, los veranos eran la mejor época del año, y los dos estaban demasiado ocupados para hacer caso a Adara.
Su padre era el más ocupado de todos. Todos los días había que hacer mil cosas, y él las hacía y encontraba otras mil más por hacer. Trabajaba de sol a sol. Sus músculos se endurecían y se marcaban en verano, y todas las noches cuando volvía del campo apestaba a sudor, pero siempre llegaba sonriendo. Después de cenar se sentaba con Geoff y le contaba cuentos o respondía a sus preguntas, o le enseñaba a Teri cosas que ella no sabía sobre la cocina, o se acercaba a la taberna. Ciertamente era un entusiasta del verano.
Nunca bebía en verano, salvo un vaso de vino de vez en cuando para celebrar las visitas de su hermano.
Ese era otro motivo por el que a Teri y a Geoff les gustaba el verano, cuando el mundo era verde y cálido y rebosaba vida. Su tío Hal, el hermano pequeño de su padre, solo venía de visita en verano. Hal era un jinete de dragones al servicio del rey, un hombre alto y esbelto con cara de noble. Los dragones no soportaban el frío, de modo que cuando llegaba el invierno Hal y su ala volaban al sur. Pero cada verano volvía, radiante con el uniforme verde y dorado del rey, rumbo a los campos de batalla del norte y el oeste. La guerra había durado toda la vida de Adara.
Cada vez que Hal iba al norte, traía regalos; juguetes de la ciudad del rey, joyas de cristal y de oro, caramelos y una botella de vino caro que él y su hermano compartían. Sonreía a Teri y la hacía ruborizar con sus cumplidos, y entretenía a Geoff con sus historias de batallas, castillos y dragones. En cuanto a Adara, a menudo intentaba sacarle una sonrisa con regalos, bromas y abrazos. Casi nunca lo conseguía.
A pesar de su buen carácter, a Adara no le gustaba Hal; cuando Hal estaba en casa significaba que el invierno estaba lejos.