Volvió ese mismo invierno, más tarde, y Adara lo tocó. Su piel estaba muy fría, pero se quitó el guante de todas formas. Lo contrario no había estado bien. Tenía un poco de miedo de que ardiera y se derritiera al contacto. De algún modo, Adara sabía que era mucho más sensible al calor que las lagartijas de hielo. Pero ella era especial, la niña del invierno. Lo acarició y finalmente le dio un beso en el ala que le hizo daño en los labios. Ese fue el invierno de su cuarto cumpleaños, el año que tocó al dragón de hielo.
CADA VEZ MÁS FRÍO
l invierno de su quinto cumpleaños fue el año que se montó en él por primera vez.
El dragón de hielo volvió a encontrarla trabajando en otro castillo en otro lugar en el campo, sola como siempre. Ella lo vio llegar, corrió a donde se posó y se pegó a él. Ese año había sido el del verano en el que había oído a su padre hablando con Hal.
Permanecieron juntos varios largos minutos hasta que, al acordarse de Hal, Adara alargó el brazo y tiró del ala del dragón con su manita. El dragón batió sus grandes alas una vez y las extendió contra la nieve, y Adara subió gateando para rodear con los brazos su frío pescuezo blanco.
Y juntos, por primera vez, volaron.
Ella no tenía arreos ni látigo, como los que usaban los jinetes de dragones del rey. En ocasiones, el batir de las alas amenazaba con sacudirla del lugar al que estaba agarrada, y el frío de la piel del dragón se filtraba a través de su ropa y le cortaba y entumecía su piel. Pero Adara no tenía miedo.
Sobrevolaron la granja de su padre, y vio a Geoff muy pequeño abajo, sorprendido y asustado, y supo que no podía verla. Aquello le hizo soltar una risa gélida y cantarina, una risa radiante y fresca como el aire invernal.
Sobrevolaron la taberna del cruce de caminos, donde una multitud de gente salió a verlos pasar.
Sobrevolaron el bosque, todo blanco y verde y silencioso.
Volaron muy alto en el cielo, tan alto que Adara dejó de ver el suelo, y le pareció atisbar otro dragón de hielo, muy a lo lejos, pero no era ni la mitad de majestuoso que el suyo.
Volaron durante la mayor parte del día, y al final el dragón dio una gran vuelta a toda velocidad y descendió en espiral, planeando con sus rígidas y relucientes alas. La dejó en el campo, donde la había encontrado poco antes de que anocheciera.
Cuando su padre la encontró allí, se echó a llorar al verla y la abrazó ferozmente. Adara no lo entendió, ni tampoco por qué le pegó cuando volvieron a casa. Pero después de que ella y Geoff se hubieran acostado, oyó que él salía de su cama y se acercaba a la suya sin hacer ruido.
—Te lo has perdido todo —dijo—. Había un dragón de hielo, y todo el mundo estaba asustado. Padre tenía miedo de que te hubiera comido.
Adara sonrió en la oscuridad, pero no dijo nada.
Voló a lomos del dragón de hielo cuatro veces más ese invierno, y cada invierno después de ese. Cada año volaba más lejos y más a menudo que el anterior, y el dragón de hielo se veía con más frecuencia en los cielos sobre la granja de su familia.
Cada invierno era más largo y más frío que el anterior.
Cada año el deshielo llegaba más tarde.
Y a veces había parcelas de tierra, donde el dragón se había echado a descansar, que nunca parecían deshelarse del todo.
Durante su sexto año de vida, circulaban muchos rumores en el pueblo, y se envió un mensaje al rey. No hubo respuesta.
—Mal asunto, los dragones de hielo —dijo Hal ese verano cuando fue de visita a la granja—. No son como los dragones de verdad. No se les puede domar ni adiestrar. Se dice que a los que lo han intentado los han encontrado helados con el látigo y los arreos en la mano. He oído historias de gente que ha perdido las manos o los dedos solo por tocarlos. La congelación. Sí, mal asunto.
—¿Por qué no hace algo el rey? —preguntó su padre—. Le mandamos un mensaje. Como no matemos a la bestia o la espantemos, dentro de un año o dos no tendremos estación de siembra.
Hal forzó una sonrisa.
—El rey tiene otras preocupaciones. La guerra no va bien, ¿sabes? El enemigo avanza cada verano y tiene el doble de jinetes de dragones que nosotros. Te lo aseguro, John, las cosas van mal. Un año de estos no voy a volver. El rey no dispone de hombres para perseguir a un dragón de hielo. —Se rió—. Además, no creo que nadie haya matado nunca a una de esas cosas. Tal vez deberíamos dejar que el enemigo conquistara toda la provincia. Entonces el dragón de hielo sería de ellos.
Pero eso no sería así, pensaba Adara mientras escuchaba. Gobernara quien gobernase, el dragón de hielo siempre sería suyo.
FUEGOS EN EL NORTE
al partió y el verano llegó y se fue. Adara contaba los días que faltaban para su cumpleaños. Hal volvió a pasar por su granja antes de que empezara a refrescar, cuando llevaba sus feos dragones al sur para pasar el invierno. Sin embargo, su ala parecía más pequeña cuando pasó sobrevolando el bosque ese otoño, y la visita de Hal fue más breve de lo habitual y acabó con una sonora pelea entre su padre y él.
—No se moverán durante el invierno —dijo Hal—. El terreno es demasiado peligroso en invierno, y no se arriesgarán a avanzar sin jinetes de dragones que los cubran desde lo alto. Pero cuando llegue la primavera no podremos contenerlos. Es posible que el rey ni siquiera lo intente. Vende la granja ahora, mientras todavía puedas conseguir un buen precio. Puedes comprar otro terreno en el sur.
—Esta es mi tierra —dijo su padre—. Yo nací aquí. Y tú también, aunque parece que lo hayas olvidado. Nuestros padres están enterrados aquí. Y Beth, también. Quiero que me entierren a su lado cuando muera.
—Morirás mucho antes de lo que te gustaría si no me haces caso —replicó Hal airadamente—. No seas tonto, John. Sé lo que esta tierra significa para ti, pero no merece la pena que pierdas la vida.
Siguió y siguió, pero su padre no se dejó convencer. Acabaron insultándose, y Hal se marchó a altas horas de la noche dando un portazo.
Adara, que había estado escuchando, había tomado una decisión. No importaba lo que su padre hiciera o dejara de hacer. Ella se quedaría. Si se iba, el dragón de hielo no sabría dónde buscarla cuando llegara el invierno, y si se marchaba al sur con su familia, no podría acudir a ella.
Sin embargo, sí que acudió poco después de su séptimo cumpleaños. Ese invierno fue el más frío de todos. Adara volaba tan a menudo y tan lejos que apenas tenía tiempo para trabajar en su castillo de hielo.