El espíritu de las leyes (52 page)

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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

BOOK: El espíritu de las leyes
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Lo que me afirma en esta suposición, es que los pueblos de las cercanías del
Prassum
eran antropófagos
[62]
. Tolomeo el Geógrafo, que nos habla de diferentes pueblos entre el puerto de los Aromatas y el promontorio
Raptum
, deja un vacío total entre el
Raptum
y el
Prassum
. Los grandes provechos que proporcionaba la navegación al litoral de la India, debieron ser causa de que se abandonara poco a poco la navegación a la costa de África. Los Romanos, por su parte, no tuvieron nunca navegación seguida en esta costa: si conocían sus puertos, sería por haberlos descubierto yendo por tierra, o bien en algún barco arrojado allí por los vientos y las tempestades. Y así como hoy se conocen bastante bien las costas de África y muy mal lo interior del continente, los antiguos conocían bastante bien lo interior y mal las costas
[63]
.

Ya he dicho que los Fenicios enviados por Neco y Eudoxio, en tiempo de Tolomeo Laturo, habían dado la vuelta al África: es indudable que en tiempo de Tolomeo el Geógrafo se tenían por fabulosas aquellas navegaciones de los Fenicios, puesto que él coloca después del
sinus magnus
(que es, según creo, el golfo de Siam), una tierra desconocida que unía el Asia a África, de suerte que el mar de la India no era otra cosa sino un lago.

CAPÍTULO XI
Cartago y Marsella

Cartago tenía un derecho de gentes singular: arrojaba al mar a los extranjeros que traficaban en Cerdeña y por el lado de las columnas de Hércules. Su derecho político no era menos extraordinario: prohibía a los Sardos, bajo pena de la vida, que cultivaran la tierra. Aumentó su poder con sus riquezas y sus riquezas con su poder. Dueña de la costa de Africa en el Mediterráneo, se extendió luego por la del Atlántico. Hannón, por orden del Senado, esparció treinta mil Cartagineses desde las columnas de Hércules hasta Cerne
[64]
. Dice Hannón que este lugar está a igual distancia de las columnas de Hércules que éstas de Cartago. Siendo así, no pudo pasar Hannón de los 25° latitud norte, es decir, poco más al sur de las islas Canarias.

Estando en Cerne, Hannón empezó otro viaje para hacer descubrimientos más al sur. Navegó veintiséis días a lo largo de la costa y regresó por carecer de víveres. Los Cartagineses no aprovecharon este viaje de Hannón, según parece. Escílax
[65]
dice que más allá de Cerne es imposible navegar porque cubren el mar hierbas marinas. Estas abundan, efectivamente, en aquellas latitudes
[66]
, pero no impiden la navegación; puede ser que fuesen un obstáculo para los mercaderes de Cartago de que nos habla Escílax, pero no lo fueron para las sesenta naves de cincuenta remos cada una que llevaba Hannón. Las dificultades son relativas; por otra parte, no debe confundirse una empresa dirigida por el atrevimiento y la temeridad con la que es efecto de la conducta ordinaria
[67]
.

El relato de Hannón es una hermosa muestra de la antigüedad: el mismo hombre que ha ejecutado escribe; no se ve en lo que escribe la menor ostentación. Los grandes capitanes cuentan sus campañas con la mayor sencillez, porque cifran su gloria en lo que han hecho y no en lo que dicen.

En el escrito de Hannón, el fondo es como el estilo: no da en lo maravilloso; todo lo que refiere del clima, del terreno, de los habitantes y de las costumbres, es lo mismo que hoy vemos en la costa de África; parece, al leerlo, que estamos leyendo el diario de un viajero de nuestros días.

Hannón observó desde su flota que, durante el día, reinaba en tierra el silencio más profundo, en tanto que de noche se oían sonar instrumentos de música y se veían por todos lados hogueras grandes y chicas
[68]
. Es lo mismo que se lee en nuestras modernas relaciones, las cuales confirman que los salvajes se resguardan de los ardores del sol refugiándose en los bosques; pero que salen de ellos por las noches; que encienden fogatas para espantar a las fieras y que aman con pasión la música y la danza.

Describe Hannón un volcán y sus fenómenos, en todo semejantes a los que presenta hoy el Vesubio; y su relato de las mujeres velludas que se dejaron matar antes que seguir a los nautas extranjeros, y cuyas pieles hizo llevar a Cartago, no es tan inverosímil como se ha supuesto.

El relato de Hannón es tanto más precioso por cuanto es un monumento púnico; y no es otra la causa de que se le haya tenido por fabuloso, pues los Romanos siguieron odiando a los Cartagineses hasta después de haber destruído su República. Sin embargo, la victoria fue lo que decidió si la mala fe debía llamarse
púnica
o
romana
.

Los modernos
[69]
mantienen este prejuicio. ¿Qué ha sido, preguntan, de las ciudades que describe Hannón y de las que no quedaba ni el menor vestigio en la época de Plinio? Lo sorprendente sería que hubiese quedado alguno: ¿es que Hannón iba a fundar en la costa africana ciudades como Corinto y Atenas? Lo que hacía era dejar en los sitios propios para el tráfico algunas familias cartaginesas, improvisando algunas obras que los pusieran a cubierto de las fieras y de los salvajes. Las desdichas de Cartago interrumpieron los viajes de los Cartagineses, quedando aquellas familias enteramente abandonadas, sin duda perecieron, o se convirtieron en salvajes. Digo más: aunque subsistieran todavía, o hubieran subsistido mucho tiempo, las ruinas de aquellas fundaciones, ¿quién las hubiera descubierto en las selvas y las marismas de Africa? Léese en Escílax y en Polibio que los Cartagineses poseían establecimientos importantes en las costas: he aquí vestigios de las ciudades de Hannón; y si no quedan otros, de la misma Cartago apenas quedan tampoco.

Los Cartagineses estaban en el camino de las riquezas, y con haber llegado al cuarto grado de latitud norte y al décimoquinto de longitud, habrían descubierto la Costa de Oro y las vecinas. Hubieran hecho un comercio de mucha más importancia que el que se hace ahora
[70]
, cuando América parece haber rebajado la riqueza de los demás países, encontrando tesoros que los Romanos no habrían podido quitarles.

Se han dicho cosas muy sorprendentes de las riquezas de España. Si hemos de creer a Aristóteles
[71]
, cuando los Fenicios desembarcaron en Tarteso encontraron tanta plata que no cabía en sus barcos, y manriaron hacer de este metal sus más viles utensilios. Según Diodoro
[72]
, los Cartagineses hallaron en los Pirineos tanto oro y plata, que hicieron de estos metales anclas para sus embarcaciones. Son leyendas populares que no merecen crédito; pero veamos hechos positivos.

En un fragmento de Polibio, citado por Estrabón
[73]
, se lee que las minas de plata situadas en las nacientes del Betis, en las que trabajaban cuarenta mil hombres, daban al pueblo romano veinticinco mil dracmas cada día, equivalentes a cinco millones de libras cada año. Las sierras en que estaban aquellas minas se llamaban montes de la plata
[74]
, siendo por lo tanto el Potosí de aquellos tiempos. Las minas de Hannóver, en la actualidad, no emplean ni la cuarta parte de los trabajadores empleados en las minas de España y dan mayor producto; si asombró a los antiguos la abundancia de las minas españolas, fue porque los Romanos apenas si las tenían de cobre, poquísimas de plata; y en cuanto a los Griegos, no conocían más que las del Atica, las cuales eran muy pobres.

Durante la guerra de Sucesión de España, un tal marqués de Rodas, de quien se decía que se había arruinado en las minas y enriquecido en los hospitales
[75]
, propuso a la Corte de Francia abrir las minas de los Pirineos. Citaba a los Tirios, a los Cartagineses y a los Romanos. Se le permitió buscar: buscó por todos lados, hizo excavaciones y continuó haciendo citas, pero no halló nada.

Los Cartagineses, dueños del comercio del oro y de la plata, quisieron serlo también del comercio del plomo y del estaño. Estos metales eran llevados por tierra, a través de las Galias, a los puertos del Mediterráneo; y deseosos los Cartagineses de recibirlos directamente por mar, enviaron a Himilcón a establecer factorías
[76]
en las islas Casitérides
[77]
.

Estos viajes desde la Bética a la lejana Albión han hecho pensar si los Cartagineses conocerían la brújula; pero es probable que fueran costeando, mejor dicho, es evidente, puesto que Himilcón tardó cuatro meses en ir desde la desembocadura del Betis a las mencionadas islas. Y no hablemos de la famosa historia del piloto de Cartago, que al ver un barco romano hizo encallar el suyo para no enseñarle al otro el camino de Inglaterra
[78]
, lo que demuestra que ambos barcos navegaban cerca de la costa
[79]
.

Los antiguos pudieron hacer viajes por mar que hagan creer que poseían la brújula, aunque no la conocieran. Si un piloto perdía de vista la costa, bien podía (en tiempo claro) guiarse de día por la salida y por la puesta del sol, de noche por la estrella polar, tan bien como por la brújula; pero esto sería un caso fortuito, no lo normal.

Se ve en el tratado que puso fin a la primera guerra púnica el interés de Cartago por conservar el dominio de los mares, igual que el de Roma por conservar el dominio de la tierra. Hannón
[80]
, al negociar con los Romanos, declaró que no les consentiría ni lavarse las manos en los mares de Sicilia; mucho menos comerciar en Sicilia, Cerdeña y Africa, exceptuando Cartago
[81]
.

En los primeros tiempos hubo grandes guerras entre Cartago y Marsella
[82]
con ocasión de la pesca. Después que hicieron la paz rivalizaron en el comercio de economía. Se mostró Marsella tanto más celosa cuanto que, igualmente a su rival en industria, le era inferior en poder. Esto explica su fidelidad a los Romanos. La guerra que éstos hicieron a los Cartagineses en España enriqueció a Marsella, que era un depósito, una escala fija. La ruina de Cartago y de Corinto aumentó la prosperidad y la gloria de Marsella; sin las guerras civiles, durante las cuales había que cerrar los ojos y tomar un partido, hubiera sido feliz con la protección de los Romanos, que no le envidiaban su comercio.

CAPÍTULO XII
Isla de Delos Mitridates

Destruída Corinto por los Romanos, los mercaderes se retiraron a Delos. Esta isla se consideraba lugar seguro
[83]
por la veneración religiosa que inspiraba; y la recomendaba también su situación, favorable al comercio de Italia y de Asia, el más importante cuando decayó el de Africa y disminuyó el de Grecia.

Desde los primeros tiempos, lo hemos dicho ya, los Griegos mandaron colonias a la Propóntida y al Ponto Euxino; las cuales conservaron sus leyes y su libertad bajo el dominio de los Persas. Alejandro, que solamente combatía a los bárbaros, no las atacó
[84]
. Ni tampoco sabemos que los reyes del Ponto, cuando ocuparon algunas de aquellas colonias griegas, las privaran de su régimen político
[85]
.

El poder de estos reyes aumentó cuando las hubieron sometido
[86]
. Mitrídates pudo llevar tropas en todas partes, reponer sus pérdidas
[87]
, tener trabajadores, naves, máquinas de guerra; pudo tener aliados y corromper a los de los Romanos, y aun a estos mismos; pudo tener y tuvo a sueldo a los bárbaros de Asia y de Europa
[88]
; guerrear mucho tiempo y, por consecuencia, disciplinar sus tropas, armarlas, aguerrirlas, hacerles aprender el arte militar de los Romanos
[89]
; formar cuerpos numerosos de desertores enemigos; por último, pudo tener grandes reveses y pérdidas muy grandes sin darse por vencido; y ciertamente no hubiera sucumbido, si el rey voluptuoso no hubiera deshecho en la prosperidad lo que el príncipe grande había hecho en los sinsabores de la lucha y en los malos trances de la guerra.

Cuando habían llegado los Romanos al colmo del poderío y a la mayor grandeza, cuando ya no debían temer a nadie más que a sí mismos, fue precisamente cuando Mitrídates volvió a poner en tela de juicio lo que parecía resuelto con la toma de Cartago y las derrotas de Filipo, de Antíoco y de Perseo. No hubo jamás una guerra tan funesta; y como las dos partes eran poderosas, quedaron asolados los pueblos de Grecia y los de Asia, unos por amigos de Mitrídates y otros por enemigos. No se salvó Delos de la común desgracia; allí como en todas partes se arruinó el comercio; era forzoso que quedara destruído, puesto que destruídos estaban ya los pueblos.

Siguiendo los Romanos el sistema de que he hablado en otra parte
[90]
, el de ser destructores para no parecer conquistadores, destruyeron Cartago, arruinaron a Corinto y se habrían perdido, quizá, con semejante sistema si no hubieran conquistado todas las tierras conocidas. Cuando los reyes del Ponto se apoderaron de las colonias griegas de su litoral, no incurrieron en el error de destruir lo que debía ser la base de su engrandecimiento.

CAPÍTULO XIII
Ideas de los Romanos respecto a la marina

Los Romanos daban gran importancia a las tropas de tierra cuyo espíritu era mantenerse firmes, pelear con tesón y defender su puesto hasta morir. No estimaban la táctica de los marinos, que presentan combate, sortean peligros, se valen, en fin, de la astucia más que de la fuerza. No estaba nada de esto en armonía con el genio de los Griegos y mucho menos con el de los Romanos
[91]
.

Estos últimos, por consiguiente, no destinaban a la marina más que gentes ínfimas que no podían tener cabida en las legiones. Los marineros, en general, eran libertos.

En nuestros días no tenemos tanta estimación por las tropas de tierra ni tanto menosprecio por las de mar. En las primeras ha disminuído el arte y ha aumentado en las segundas. Ahora bien, las cosas deben estimarse en proporción a la suficiencia que se necesita para hacerlas bien.

CAPÍTULO XIV
Ideas de los Romanos respecto del comercio

No se notaron nunca en los Romanos celos ni envidias por causa del comercio. Combatieron a Cartago como nación rival, no como nación comerciante. Favorecieron a las ciudades mercantiles, aunque no se hallaran en su dependencia. Así aumentaron, con la cesión de algunas ciudades, la importancia de Marsella. Lo temían todo de los bárbaros, nada de los pueblos comerciantes. Por otra parte, el genio de Roma, su gloria, su educación militar y hasta su forma de gobierno, la apartaban del mercantilismo.

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