El grupo de petición anticanibalista y los tres caballeros (2 page)

BOOK: El grupo de petición anticanibalista y los tres caballeros
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—Somos responsables de la reproducción y de la salud de todos ustedes —continuó el de traje negro—. Hemos mejorado cuantitativa y cualitativamente su vida, mucho más de lo que hubiera sido en estado natural, y sólo nos quedamos con lo que ha sobrado. Alimentarnos de su carne es nuestro derecho, que también garantiza su vida y salud. Prosperidad mutua, ¿no te parece?

—Basta —dijo hastiado el de traje gris—. ¿Tienes algo más que decir? Si no hay más, aquí se acabó la conversación.

—¿Verdad que ya no vas a hablar? —le preguntó el de traje pardo, un tanto inquieto—. Di todo lo que tengas que decir, no queremos que después crean que hemos impuesto la decisión a regañadientes… ¿No ves que estoy tratando de comprenderte?…

—Señores —gritó el representante, dejándose caer de rodillas—. Ayúdenme, señores, que a mi hija le tocó el sorteo. Hoy se tuvo que presentar en el matadero. Tiene trece años y va a la escuela. Lee libros, escribe cosas y se ríe mucho. Me han dicho que la van a mandar a la sección de jamones. Tan dulcera que es, como su madre, su carne es muy jugosa. Me dijo el encargado que sólo nos iban a devolver una ración de la grasa que saliera de ella… Señores, les suplico…

Los rostros de los tres caballeros se endurecieron de cólera al mismo tiempo. El de traje gris tocó el botón y ordenó al oficial que entraba:

—Llévate a este hombre.

—Creía que se trataba de algo más firme y ahora resulta que no fue sino un sentimiento completamente banal —dijo el de traje pardo, resollando amargura por la nariz.

—Te lo había advertido, ¿no ves? No son seres que se prestan a la negociación razonable —dijo el de traje gris—. Fui demasiado comprensivo con ellos. Creí que había un fondo más filosófico…

—¡No me digas! —gimió el de traje negro, ladeando la cabeza en señal de duda—. ¿Pero cómo será su mentalidad al fin? El sorteo no le toca tan sólo a su hija… Yo, en su lugar, dudo que me alborotara tanto ante una hija procesada como jamón.

—Estupidez —dijo el de traje gris mientras estiraba la mano hacia la puerca que comunicaba con el cuarto del fondo—. ¿Qué clase de idiotas se escandalizan ante los peces que insisten en ahogarse en el agua? Puro teatro, estoy seguro.

—¿Y para qué hacen semejante teatro? —Al decirlo, el de traje negro también se puso de pie apoyado en el bastón.

—La hija ha de ser realmente muy apetitosa, hasta el grado de querer comérsela él mismo… ¿Qué tal si llamamos al matadero para que nos conceda una porción de esa carne jugosa?

—Buena idea —asintió el de traje pardo con el ánimo recobrado, mirando al de traje gris que ya tomaba el auricular—. Pero por poco caigo en la trampa. Tienes razón, fui demasiado generoso con ellos. El exceso de simpatía termina siendo perjudicial para uno, ya veo.

—Eso se llama falacia de personificación. —Se sonrió el de traje negro, tanteando el piso con su bastón y apuntando hacia la puerta.

—¡¿Cómo?! —gritó inesperadamente al auricular el de traje gris—. ¿Que el matadero entró en huelga?…

Ante la frase se miraron estupefactos los otros dos caballeros. El de traje gris se volvió para preguntarles:

—¿Qué es lo que significa exactamente la palabra «huelga»? ¿Se acuerdan?

—Recuerdo haber oído la palabra… —balbuceó el de traje pardo—. Ha de ser un extranjerismo… No, es un arcaísmo, más bien.

—Sí, seguro. De todas maneras me suena bastante desagradable —dijo el de traje negro en un tono ambiguo.

Los tres salieron al pasillo sin decir una palabra. Luego se encontraron frente a la sala de la biblioteca. Entraron para consultar una enciclopedia. Mientras el de traje pardo buscaba la palabra «huelga», el de traje gris escrutó por encima del hombro y el de traje negro esperó un poco alejado de los otros.

—¿Qué dice?

Los dos permanecieron con la cabeza hundida entre las páginas sin responder nada, imposibilitados para mover un dedo siquiera.

El de traje negro habló con voz ronca:

—Miren, suena la campana. ¿Escuchan?

—Yo he sido absolutamente honesto —dijo el de traje pardo, casi ahogado—. Absolutamente honesto, estoy seguro. ¿No es cierto?

—A propósito, tengo que llamar a mi casa para que hagan la provisión de carne —dijo el de traje gris, levantando afanado la cara.

En medio de la resonancia de esta frase, los tres caballeros —el ciego, el manco y el mocho— se apresuraron a salir enmarañados de la sala y se fueron corriendo por el pasillo como vendavales.

(1956)

Kôbô Abe, novelista y dramaturgo japonés, nació en Tokio (1924), pero pronto se estableció en Mukden (actualmente Shenyang), en Manchuria, donde su padre ejercía la medicina. Esta tierra de nadie, lejos de Japón, tuvo una influencia considerable en Abe. En su infancia mostró interés, entre otras cosas, por la entomología y la literatura de Franz Kafka. Regresó a Japón en 1941 y se matriculó en la facultad de Medicina de la Universidad de Tokio en 1943, pero se trasladó de nuevo a Manchuria para esperar el fin de la II Guerra Mundial, momento en que fue repatriado. Acabó la carrera en 1948; un año antes se había financiado él mismo la publicación de un libro de poemas. Ese mismo año irrumpe en el panorama literario con
La señal de tráfico al final de la calle
. Tras una breve etapa como dramaturgo marxista, estableció un estilo característico, absurdo y kafkiano, poblado por personajes alienados atrapados en situaciones estrambóticas, vagamente simbólicas, a menudo inspiradas en las novelas policíacas, la ciencia ficción y otros géneros populares. Con
El crimen de S. Karma
(1951) obtuvo el Premio Akutagawa.
Edad del hielo 4
(1959) abundaba en las catástrofes ecológicas;
La mujer de la arena
(1962), que gira en torno a un entomólogo aficionado atrapado por una extraña comunidad costera, se convirtió en una película de fama internacional.
El rostro ajeno
(1964) relata la lucha de un hombre con el rostro desfigurado por recuperar una identidad social, y
El hombre caja
(1973) presenta a un héroe que se retira a una caja de cartón. Otras novelas importantes de Abe son
El mapa en ruinas
(1967) y
Encuentro secreto
(1977). Kôbô Abe mantuvo su propia compañía de teatro en Tokio con obras como
Vosotros también sois culpables
(1964) o
Amigos
(1967), además de escribir para la televisión y otros medios. Falleció en 1993.

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