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Authors: G. K. Chesterton

Tags: #Intriga, Relato

El hombre que sabía demasiado (29 page)

BOOK: El hombre que sabía demasiado
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»Después terminé todo lo que aún me quedaba por hacer. Pasé toda la noche y el día siguiente atravesando pueblos y mercados del sur de Inglaterra tan velozmente como me permitía mi vehículo, hasta que por fin llegué al cuartel general del oeste, en cuyo interior había tenido lugar la revuelta. Llegué justo a tiempo. Difundí a los cuatro vientos la noticia de que el Gobierno no les había traicionado y que encontrarían refuerzos si conseguían desplazar al enemigo hacia el oeste. No dispongo ahora de tiempo suficiente para contarle todo lo que sucedió entonces, pero lo que sí puedo asegurarle es que fue el día más glorioso de toda mi vida; una victoria que fue un verdadero desfile triunfal. La sublevación se acalló. Los hombres de Somerset y los demás condados del oeste tomaron la población. Los regimientos irlandeses se unieron a ellos en mitad de un enorme tumulto y todos juntos salieron de la ciudad marchando y cantando canciones irlandesas de corte feniano. Algo que escapa a toda descripción vibró en las sombrías carcajadas que todas aquellas gargantas profirieron cuando, a pesar de marchar al lado de los ingleses y en defensa de Inglaterra, se pusieron a gritar a pleno pulmón “¡Dios salve a Irlanda!”. Incluso nosotros, en uno u otro sentido, hubiéramos gritado lo mismo de buena gana.

»No obstante, aún me queda por cumplir la última parte de mi misión. Afortunadamente, además de llevar conmigo los planes de la defensa, poseo también, en gran medida, los de la invasión. Pero como no quiero aburrirle con estrategias militares, le resumiré la situación. Hemos averiguado adonde ha trasladado el enemigo el grueso de su artillería, que es la encargada de cubrir todos sus movimientos. Y aunque nuestras fuerzas del oeste difícilmente podrán llegar ya a tiempo para interceptar su maniobra principal, aún cabe la posibilidad de que los tengan dentro del radio de acción de su artillería de largo alcance y puedan bombardearles en caso de saber con exactitud dónde se encuentran. Pero eso es algo que les resultará imposible descubrir a menos que alguien que esté por aquí pueda enviarles algún tipo de señal. Y cuando me enteré de que así era como estaban las cosas, averigüé en seguida quién se encargaría de ponerle remedio a tal detalle.

Dicho aquello, abandonaron la mesa y volvieron a montar en sus vehículos, partiendo inmediatamente hacia el este a través del incipiente atardecer. Las zonas mas llanas del terreno se veían repetidas en jirones de nubes que flotaban en las alturas como si se reflejasen en un espejo mientras los últimos colores del día se iban condensando alrededor del círculo brillante del horizonte. A sus espaldas, alejándose cada vez más, quedaba el semicírculo formado por las últimas colinas.

Pronto pudieron ver a lo lejos, como si se tratase de una súbita aparición, la línea aún difusa del mar. Ésta, no obstante, no era ya una brillante franja de color azul como la que ambos habían visto desde aquella soleada terraza, sino más bien una banda de un lúgubre y apagado color violeta, un tono que hacía pensar en algo ominoso y siniestro. Al ver aquello, Horne Fisher se apeó nuevamente de su vehículo.

—Tendremos que hacer a pie el resto del camino —dijo—. Y llegado el momento emprenderé yo solo el último tramo.

Se agachó y comenzó a desatar algo que había llevado consigo en la moto. Se trataba de algo que había intrigado a su compañero durante todo el camino a pesar de tener la cabeza ocupada con cuestiones más interesantes. Parecía tratarse de unas cuantas varas atadas juntas con correas y envueltas en papel. Fisher se encajó aquel paquete bajo el brazo y echó a caminar con enorme sigilo. El terreno se fue tornando cada vez más escabroso e irregular conforme se internaban en la espesa vegetación. La noche se hacía más oscura por momentos.

—A partir de aquí ya no podremos hablar —dijo Fisher—. Cuando tenga que decirle que se detenga, se lo indicaré con un susurro. Cuando eso ocurra, no intente seguirme. Si lo hace, echará a perder todo el plan. Un hombre solo a duras penas podría avanzar a rastras sin ser descubierto, pero dos serían una presa fácil de atrapar.

—Le seguiría a donde fuese necesario —respondió March—, pero si usted cree que lo mejor es que lo deje ir solo, así será.

—Sé que lo haría —dijo su amigo en voz baja—. Quizás sea usted el único hombre en el que he confiado plenamente en este mundo.

Unos cuantos pasos más allá llegaron al extremo de lo que parecía una gran colina que se destacaba con aspecto amenazador contra un cielo débilmente iluminado. Allí, Fisher ordenó parar haciendo una señal. Luego agarró la mano de su compañero, la estrechó con una súbita ternura y se puso nuevamente en marcha hasta que fue engullido por la oscuridad. March pudo aún ver fugazmente cómo se arrastraba siguiendo las sombras más oscuras hasta perderse de vista. Volvió a verlo al cabo de un rato, unos doscientos metros más allá, de pie sobre otra colina. Junto a él se levantaba una extraña estructura construida al parecer sobre dos grandes varas. Cuando Fisher se inclinó sobre ella, March pudo ver el destello de una luz. Al instante, ciertos recuerdos se despertaron en la mente de March, quien de repente supo qué era aquello. Se trataba de la plataforma de un cohete. Tales recuerdos, inciertos y confusos, todavía lo mantuvieron momentáneamente aturdido hasta que se dejó oír aquel ligero rugido que tan familiar le resultó. Un instante más tarde, el cohete salió disparado de su plataforma y se elevó hacia el cielo como si fuese una flecha lanzada contra las estrellas. March no pudo evitar pensar fugazmente en las señales que tantos siglos llevaban predichas anunciando los últimos días y, por un momento, creyó estar presenciando alguna apocalíptica escena propia del Juicio Final.

Al llegar a las alturas, el cohete describió un arco y, cuando comenzaba a descender, estalló en un millón de chispas encarnadas. Por un momento todo el paisaje, desde el mar hasta las colinas boscosas que se repartían por las inmediaciones, pareció un lago de aguas intensamente rojas, de un rojo extrañamente vivo y alegre, como si el mundo entero hubiese sido regado con vino en vez de con sangre, o como si el planeta se hubiese convertido en un verdadero paraíso terrenal sobre el cual se hubiese detenido eternamente todo el esplendor del amanecer.

—¡Dios salve a Inglaterra! —gritó Fisher con una voz que sonó como un estallido de trompetas—. Y ahora le corresponde a Dios actuar.

Mientras la oscuridad volvía a caer sobre la tierra y el mar, algo más se dejó oír. A lo lejos, por el paso que se abría entre las colinas que habían quedado a sus espaldas, las armas aullaron como una jauría infernal. Algo que no era un cohete, pero que surcó igualmente el aire con una especie de chillido, pasó sobre la cabeza de Harold March y fue a estrellarse al otro lado de la colina con una llamarada de luz y un ensordecedor estruendo que dejaron al periodista completamente aturdido. Otra explosión siguió a la primera, y luego otra, y entonces el mundo entero se llenó de confusión, vapores y estallidos de luz. La artillería del ejército del oeste y de los regimientos irlandeses habían localizado por fin a la artillería enemiga y la estaban dejando reducida a cenizas.

En el frenesí del momento, March atisbo por entre la tormenta en busca de la delgada figura que aún debía permanecer en pie junto a la plataforma del cohete. No obstante, cuando un nuevo resplandor iluminó por completo la cima de aquella colina, no alcanzó a ver por ningún lado la figura que buscaba.

Antes de que el resplandor del cohete se desvaneciese por completo del cielo, mucho antes de que la primera arma se dejase oír desde las lejanas colinas, una ráfaga de fusil había relampagueado desde las trincheras ocultas del enemigo. Algo, un cuerpo, cayó entonces a tierra, rodó entre las sombras hasta llegar al pie de la colina y allí permaneció, rígido como las barras metálicas que habían servido de soporte al cohete. Fue así como el hombre que sabía demasiado descubrió aquella única cosa que realmente merece la pena conocer.

GILBERT KEITH CHESTERTON, nació en Londres (Inglaterra) el 29 de mayo de 1874, hijo de Marie-Louise Chesterton y de Edward Chesterton, quien trabajaba en la sala de subastas Kensington. G. K. se instruyó en dibujo y pintura en la Slade School of Art y en la University College. En el año 1895 abandonó sus estudios para dedicarse al periodismo, una actividad que ya había principado en su adolescencia realizando publicaciones
amateur
. En este período de su vida, confuso tanto en su futuro profesional como espiritual, Chesterton comenzó a coquetear con el mundo oculto, realizando habituales sesiones con la güija. Colaboró en la parte final del siglo
XIX
con los editores Redway y T. Fisher Unwin, y publicó sus primeros relatos en diversas revistas, entre ellas la suya,
G. K’s Weekly
.

En el año 1901 contrajo matrimonio con Frances Blogg, con quien alcanzó la estabilidad emocional que necesitaba para normalizar su primer desorden existencial. En sus comienzos como literato solía escribir poesía, debutando con el volumen de poemas
Greybeards At Play
(1900). Posteriormente aparecerían fenomenales ensayos críticos sobre diversas figuras literarias británicas, entre ellas las de Thomas Carlyle, William Makepeace Thackeray o Charles Dickens, y su primera novela,
El Napoleón de Notting Hill
(1904), libro de incisiva observación política y crítica social abordada con inteligente sentido del humor. Después publicó títulos importantes como
El Club de los Negocios Raros
(1905), el libro de intriga policial y alegoría cristiana
El hombre que fue jueves
(1908),
Manalive
(1912) o
La Taberna Errante
(1914).

Su trascendencia internacional, al margen de sus excelentes libros de ensayo, se basó en la escritura de novelas y relatos que manifestaban su habilidad en el manejo lingüístico, en el empleo de una comicidad perspicaz, y en la imaginación para la creación de tramas de corte detectivesco, perviviendo en muchas de ellas un carácter crítico y un sentido alegórico. Sus relatos protagonizados por el Padre Brown le otorgaron fama mundial. Este personaje fue creado en base a su amistad con el padre John O’Connor, al que Chesterton conoció a comienzos del siglo
XX
. Los ideales vitales de O’Connor causaron una fuerte impresión en el ánimo intelectual de G. K., quien en 1909 había abandonado el bullicio londinense para residir en un lugar más tranquilo como Beaconsfield. Los títulos de los libros con las peripecias del popular sacerdote detective son
El candor del Padre Brown
(1911),
La sabiduría del Padre Brown
(1914),
La incredulidad del Padre Brown
(1926),
El secreto del Padre Brown
(1927) y
El escándalo del Padre Brown
(1935).

Chesterton era un lúcido pensador sobre la realidad política y social que le circundaba con defensa de la sencillez de los primigenios valores cristianos, fundando en el año 1911 una publicación con el también escritor británico de origen francés Hilarie Belloc. Tras la Primera Guerra Mundial se instaló en el distributismo, que demandaba una mejor distribución de la riqueza y la propiedad. Sus ideas chocaron con otros importantes intelectuales del momento, como H. G. Wells o George Bernard Shaw.

En 1922, el anglicano G. K. Chesterton terminó convirtiéndose al catolicismo, llegando a redactar biografías de San Francisco de Asís y Santo Tomás de Aquino.

G. K. Chesterton, uno de los autores más admirados por el escritor argentino Jorge Luis Borges, murió el 14 de junio de 1936 en Beaconsfield. El mismo año de su fallecimiento, acaecido cuanto tenía 62 años, apareció su
Autobiografía
(1936).

NOTAS

[*]
Fisher
, en inglés, pescador.
(N. del T.)
<<

[*]
Referencia al poema
La rima del Anciano Marinero
, obra del poeta romántico inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), en el que un anciano de refulgente mirada narra las desventuras de su atormentada vida marinera.
(N. del T.)
<<

[*]
Bowls:
Juego semejante a la petanca o las bochas que se practica sobre césped.
(N. del T.)
<<

[*]
Feniano: Relativo al movimiento revolucionario de liberación de Irlanda (1858-1868), Sinn Fein, dirigido contra la dominación británica.
(N. del T.)
<<

[*]
Cockney:
Nombre que se aplica a los nacidos en la zona del East End de Londres, tradicionalmente de clase obrera, y, por extensión, fuera de Londres a todos los naturales de dicha ciudad. El término se emplea también para denominar el dialecto que hablan estas personas.
(N. del T.)
<<

[*]
Juego de palabras con el término inglés
spirits
, que en plural puede traducirse como espíritus y también como bebidas alcohólicas, de ahí que al hacer referencia el personaje a unos
espiritistas
, esté aludiendo irónicamente a borrachos o personas aficionadas a la bebida. En español la traducción literal es imposible, si bien el idioma conserva la voz
bebidas espirituosas
para hacer referencia a las bebidas alcohólicas.
(N. del T.)
<<

[*]
Agujero en el muro: en inglés, al pronunciar muy deprisa las palabras «Hole in the wall» (es decir, «Agujero en el muro») el resultado es muy similar a decir «Hollinwall».
(N. del T.)
<<

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