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Authors: Ken Follett

El invierno del mundo (22 page)

BOOK: El invierno del mundo
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Así que le dio la mano, miró a sus asombrosos ojos y le dedicó una sonrisa de esas que sirven para tragar bilis, como suele decirse.

Ella siguió sin soltarle la mano.

—Me alegro mucho de conocerte por fin —dijo—, después de tanto tiempo. Tu padre me lo ha contado todo sobre ti, aunque ¡no había mencionado lo guapo que eras!

Aquel comentario le resultó desagradable, como si ella se creyera dueña y señora del lugar, como si fuera miembro de la familia en lugar de la furcia que le había robado el hombre a su madre. De todos modos, cayó de forma irremediable bajo su hechizo.

—Me encantan sus películas —dijo como sin pensarlo.

—¡Oh, déjalo, no tienes por qué decirlo! —respondió ella, aunque Greg se percató de que le había gustado oírlo de todas formas—. Ven y siéntate a mi lado —prosiguió ella—. Quiero conocerte mejor.

Greg obedeció. No pudo evitarlo. Gladys le preguntó a qué colegio iba y, mientras él se lo contaba, sonó el teléfono. El joven apenas escuchaba lo que su padre decía.

—Se suponía que era mañana… De acuerdo, si es necesario, podemos adelantarlo… Déjamelo a mí, yo me encargaré.

Lev colgó e interrumpió a Gladys.

—Tu habitación está al final del pasillo, Greg —dijo. Le pasó una llave—. Dentro encontrarás un regalo de mi parte. Acomódate y disfruta. Nos veremos para cenar a las siete.

Fue algo brusco, y Gladys puso cara de decepción, pero Lev podía ser autoritario algunas veces, y lo mejor era obedecer y punto. Greg cogió la llave y se marchó.

En el pasillo había un hombre de espaldas anchas y traje barato. A Greg le recordó a Brekhunov, el jefe de seguridad de Metalurgia Buffalo. Greg lo saludó con la cabeza.

—Buenas tardes, señor —dijo el tipo. Se suponía que era un empleado del hotel.

Greg entró en su habitación. Era lo bastante agradable, aunque no tan elegante como la suite de su padre. No veía el regalo que había mencionado Lev, pero su maleta ya estaba allí y empezó a sacar las cosas mientras pensaba en Gladys. ¿Estaba siendo desleal con su madre al estrechar la mano a la amante de su padre? Aunque, en realidad, Gladys solo estaba haciendo lo mismo que Marga hizo en su día, acostarse con un hombre casado. De todas formas, era presa de una dolorosa incomodidad. ¿Iba a contar a su madre que había conocido a Gladys? ¡Por el amor de Dios, no!

Mientras colgaba las camisas oyó que alguien llamaba. El golpe procedía de una puerta que conducía, por lo visto, a la habitación de al lado. Pasado un segundo, la puerta se abrió y apareció una chica.

Era mayor que Greg, pero no mucho. Tenía la piel de color chocolate, llevaba un vestido de lunares con canesú y un bolsito tipo
baguette
. Sonrió de oreja a oreja, lo que dejó a la vista su blanca dentadura.

—Hola, tengo la habitación de al lado —le dijo.

—Eso ya lo supongo —respondió Greg—. ¿Quién eres?

—Jacky Jakes. —Le tendió una mano—. Soy actriz.

Greg saludó a la segunda actriz hermosa que había conocido en cuestión de una hora. Jacky tenía una mirada divertida que a Greg le pareció más atractiva que el magnetismo arrebatador de Gladys. Su boca era como un lazo de color rosa oscuro.

—Mi padre me ha dicho que tenía que darme un regalo. ¿Eres tú?

Ella rió con nerviosismo.

—Supongo que sí. Me dijo que me gustarías. Me ha prometido un lugar en el mundo del cine.

Greg entendió toda la película. Su padre había supuesto que se sentiría mal por mostrarse amable con Gladys. Jacky era su premio por no haberle montado una escenita. Supuso que debería haber rechazado un soborno de esa clase, pero no pudo resistirse.

—Eres un regalo precioso —dijo.

—Tu padre es muy bueno contigo.

—Es maravilloso —afirmó Greg—. Y tú también.

—Eres una monada. —La chica dejó el bolso sobre la cómoda, avanzó hacia Greg, se puso de puntillas y lo besó en la boca. Tenía los labios tersos y cálidos—. Me gustas —declaró. Le palpó los hombros—. Estás fuerte.

—Juego a hockey sobre hielo.

—Eso hace que una se sienta segura. —Apoyó las manos en sus mejillas y volvió a besarlo durante más tiempo, luego suspiró y exclamó—: ¡Madre mía, creo que vamos a pasárnoslo muy bien!

—¿Ah, sí?

Washington era una ciudad del Sur, donde todavía había mucha segregación racial. En Buffalo, blancos y negros podían comer en los mismos restaurantes y beber en los mismos bares, en su gran mayoría, pero en la capital era distinto. Greg no conocía el dictado exacto de la ley, pero estaba seguro de que, en la práctica, el hecho de que un hombre blanco estuviera con una mujer negra podía traerle problemas. Le sorprendió que Jacky ocupase una habitación en ese hotel: Lev debía de haberlo arreglado. Lo que no ocurriría de ninguna manera era que Greg y Jacky fueran a salir por la ciudad en plan parejas con Lev y Gladys. Entonces, ¿cómo pensaba Jacky que iban a pasarlo bien juntos? Greg cayó en la cuenta: aunque no diera crédito, ella podía estar pensando en acostarse con él.

La rodeó por la cintura con las manos, la atrajo hacia así para darle otro beso, pero la chica lo apartó.

—Necesito darme una ducha —advirtió—. Dame un par de minutos. —Se volvió y desapareció por la puerta que comunicaba las habitaciones; la cerró a su paso.

Greg se sentó en la cama para intentar asimilar lo ocurrido. Jacky quería entrar en el mundo del cine y parecía dispuesta a usar el sexo como arma para medrar en su carrera. Sin duda no era la primera actriz, blanca o negra, que utilizaba aquella estrategia. Gladys estaba haciendo lo mismo al acostarse con Lev. Greg y su padre eran los afortunados beneficiarios.

Se percató de que la chica se había dejado su bolsito
baguette
. Lo cogió e intentó abrir la puerta. No estaba cerrada con llave. Entró.

Jacky estaba al teléfono, llevaba un albornoz rosa.

—Sí, todo marcha a las mil maravillas —estaba diciendo—, sin problemas. —Su voz sonaba distinta, más natural, y Greg se dio cuenta de que con él había utilizado un tono de niñita provocativa que no era espontáneo. Entonces ella lo vio, sonrió y volvió a la voz aniñada para decir por teléfono—: Por favor, no me pase ninguna llamada. No quiero que me molesten. Gracias. Adiós.

—Te has dejado esto —dijo Greg, y le entregó el bolsito.

—Tú lo que querías era verme en albornoz —respondió con voz coqueta. La parte delantera del batín no tapaba del todo sus senos, y él pudo ver la encantadora curvatura de su tersa piel marrón.

Greg sonrió de oreja a oreja.

—No, pero me alegro de haberlo hecho.

—Vuelve a tu habitación. Voy a darme una ducha. A lo mejor luego te dejo ver más.

—¡Oh, Dios! —exclamó él.

Regresó a su habitación. Aquello era asombroso.

—A lo mejor luego te dejo ver más —repitió para sí en voz alta. ¡Menuda frasecita para una chica!

Tenía una erección, pero no quería masturbarse cuando lo bueno de verdad estaba al caer. Para dejar de pensar en ello, siguió deshaciendo la maleta. Tenía un carísimo conjunto de afeitado, cuchilla y brocha con mangos de nácar, regalo de su madre. Dejó sus útiles de aseo en el baño y se preguntó si aquello impresionaría a Jacky cuando lo viera.

Las paredes eran delgadas y pudo oír el ruido del agua corriente de la habitación de al lado. Imaginar su cuerpo desnudo y húmedo lo obsesionaba. Intentó concentrarse en ordenar su ropa interior y los calcetines en un cajón.

Entonces la oyó chillar.

Se quedó paralizado. Durante unas décimas de segundo se sintió tan impactado que fue incapaz de moverse. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué habría chillado así? Entonces volvió a chillar y Greg se lanzó a la acción. Abrió de golpe la puerta que comunicaba las habitaciones y entró.

Ella estaba desnuda. Él nunca había visto una mujer desnuda en la vida real. Tenía los pechos puntiagudos con los pezones color marrón oscuro. Y su entrepierna era una mata de hirsuto vello negro. Estaba pegada a la pared, intentando en vano ocultar su desnudez con las manos.

De pie, delante de ella, se encontraba Dave Rouzrokh, con dos arañazos simétricos en sus aristocráticas mejillas, supuestamente hechos por las uñas pintadas de rosa de Jacky. Había sangre en la amplia solapa de la blanca chaqueta cruzada de Dave.

Jacky gritó:

—¡Apártalo de mí!

Greg levantó un puño. Dave era unos cuarenta centímetros más alto que él, pero era un viejo, y el hijo de Lev, un adolescente atlético. El puñetazo impactó contra la barbilla de Dave, más por casualidad que por puntería; el hombre se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo.

Se abrió la puerta de la habitación.

Era el empleado del hotel de espaldas anchas que Greg había visto entrar antes. Debía de ser el portero, o eso creyó él.

—Soy Tom Cranmer, detective del hotel —anunció el hombre—. ¿Qué está pasando aquí?

Greg lo explicó:

—La he oído chillar y, al entrar, me lo he encontrado aquí.

—¡Ha intentado violarme! —gritó Jacky.

Dave se levantó como pudo.

—Eso no es verdad —dijo—. Me han pedido que subiera a esta habitación para reunirme con Sol Starr.

Jacky empezó a sollozar.

—Oh, ¡ahora va a mentir sobre lo ocurrido!

—Póngase algo encima, por favor, señorita —dijo Cranmer.

Jacky se puso el albornoz rosa.

El detective levantó el teléfono de la habitación, marcó un número y dijo:

—Suele haber un poli en la esquina. Sal a buscarlo y llévalo al vestíbulo ahora mismo.

Dave estaba mirando a Greg.

—Tú eres el hijo bastardo de Peskhov, ¿verdad?

Greg estuvo a punto de volver a pegarle.

—¡Oh, Dios mío, esto ha sido una encerrona! —exclamó Dave.

Greg quedó impactado por el comentario. Tuvo la intuición de que estaba en lo cierto. Dejó caer el puño. Lev debía de haber orquestado toda aquella escena. Dave Rouzrokh no era un violador. Jacky estaba fingiendo. Y Greg no había sido más que otro actor de la película. Se sentía abrumado.

—Por favor, acompáñeme, señor —dijo Cranmer y agarró a Dave con firmeza por el brazo—. Vosotros dos también.

—No puede detenerme —protestó Dave.

—Sí, señor, sí que puedo —respondió Cranmer—. Y voy a entregarlo al agente de policía.

—¿Quieres vestirte? —le preguntó Greg a Jacky.

Ella negó con la cabeza rápida y decididamente. Greg se dio cuenta de que era parte del plan que ella saliese en albornoz.

Tomó a Jacky por el brazo y siguieron a Cranmer y a Dave por el pasillo hasta el ascensor. Había un policía esperando en el vestíbulo del hotel. Greg supuso que tanto él como el detective del hotel debían de estar metidos en el ajo.

—Oí un grito en su habitación y encontré a este viejo dentro. Ella dice que ha intentado violarla. El chico ha sido testigo —dijo Cranmer.

Dave parecía aturdido, como si estuviera pensando que aquello debía ser una pesadilla. Greg se dio cuenta de que sentía lástima por Dave. Le habían tendido una trampa cruel. Lev era más despiadado de lo que su hijo había imaginado. Una parte de él admiraba a su padre; pero la otra parte se preguntaba si aquella falta de misericordia era realmente necesaria.

—Ya está, vamos —dijo el policía tras esposar a Dave.

—¿Vamos? ¿Adónde? —preguntó Dave.

—Al centro —respondió el policía.

—¿Tenemos que ir todos? —inquirió Greg.

—Sí.

Cranmer habló a Greg en voz baja.

—No te preocupes, hijo —dijo—. Has hecho un gran trabajo. Iremos a la comisaría del distrito y prestaremos declaración. Después ya te la puedes tirar sin parar hasta el día de Navidad.

El policía condujo a Dave hasta la puerta del hotel y los demás los siguieron.

Al salir a la calle, un fotógrafo disparó su flash.

VII

Woody Dewar consiguió un ejemplar de
Estudios sobre la histeria
, de Freud, que le había enviado por correo un librero de Nueva York. La noche del baile del Club Náutico —el acontecimiento social culminante de la temporada de verano en Buffalo—, lo envolvió con delicadeza en papel de embalar y le puso un lazo rojo.

—¿Bombones para una chica con suerte? —preguntó su madre al pasar junto a él en la entrada de su casa. Era tuerta, pero no se le escapaba una.

—Un libro —dijo—. Para Joanne Rouzrokh.

—Ella no irá al baile.

—Ya lo sé.

Su madre se detuvo y le echó una mirada analítica.

—¿Es serio lo que sientes por ella? —le preguntó al cabo de un rato.

—Supongo que sí. Pero ella cree que soy demasiado joven.

—Seguramente tenga algo que ver con su orgullo. Sus amigas le preguntarían por qué no sale con un chico de su edad. Las chicas son así de crueles.

—Pues pienso insistir hasta que madure.

Su madre sonrió.

—Estoy segura de que la haces reír.

—Sí. Es mi mejor baza.

—Pues bueno, ¡qué diablos!, yo esperé bastante a tu padre.

—¿Ah, sí?

—Me enamoré de él la primera vez que lo vi. Estuve coladita por él durante años. Tuve que ver cómo bebía los vientos por esa superficial de Olga Vyalov, que no lo merecía pero que tenía dos ojos sanos. Gracias a Dios que su chófer le hizo un bombo. —El lenguaje de su madre podía ser un poco subidito de tono, sobre todo si la abuela no estaba presente. Había adquirido malas costumbres durante sus años en la redacción del periódico—. Luego se marchó a la guerra. Tuve que seguirle hasta Francia antes de poder conseguir echarle el lazo.

La nostalgia se mezclaba con el dolor en su recuerdo, Woody se percató de ello.

—Pero entonces se dio cuenta de que tú eras su chica.

—Al final sí.

—A lo mejor a mí me ocurre lo mismo.

Su madre le dio un beso.

—Buena suerte, hijo mío —le deseó ella.

La casa de los Rouzrokh se encontraba a menos de un kilómetro y medio de distancia y Woody fue caminando. Ningún miembro de la familia Rouzrokh iría al Club Náutico esa noche. Dave había salido en todos los periódicos después de un misterioso incidente que había tenido lugar en el hotel Ritz-Carlton de Washington. Uno de los titulares más publicados había sido: MAGNATE DEL CINE ACUSADO POR JOVEN ACTRIZ. Woody había aprendido hacía poco a desconfiar de la prensa. Sin embargo, los crédulos decían que debía de haber algo de verdad en el asunto; de no ser así, ¿por qué habrían detenido a Dave?

Desde entonces, no se había visto a ningún miembro de la familia en eventos sociales de ninguna clase.

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