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Authors: Frances Hodgson Burnett

El jardín secreto (17 page)

BOOK: El jardín secreto
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—La magia está dentro de mí y me hace más fuerte —repetía—. ¡Puedo sentirla!

Sin duda algo lo mantenía derecho. Una o dos veces se sentó en los asientos o sobre el pasto y en más de una ocasión se detuvo; pero no se dio por vencido hasta que terminó el recorrido del jardín. Al volver hasta el árbol dosel, sus mejillas estaban rojas y se veía triunfante.

—¡Lo hice! ¡La magia resultó! Este es mi primer descubrimiento científico —dijo.

—¿Qué dirá el doctor Craven cuando lo sepa? —lo interrumpió Mary.

—No se lo diremos y éste será el mayor secreto. Lo ocultaremos hasta que esté lo suficientemente fuerte y pueda caminar y correr como cualquier otro niño. Todos los días vendré aquí en mi silla y me devolverán en ella. No quiero que mi padre sepa hasta que el experimentó sea un éxito completo. Cuando él vuelva a Misselthwaite Manor, caminaré hasta su escritorio y le diré: "Papá, aquí estoy. Soy como cualquier niño y viviré hasta llegar a hombre. Lo conseguí a través de un experimento científico".

—Creerá que está soñando —dijo Mary.

Colin enrojeció triunfante. El intentaba creer que mejoraría y ello representaba más de la mitad de la batalla. Pero lo que más lo estimulaba era imaginar el día en que se presentaría ante su padre. El que su padre lo ignorara, era una de las peores tristezas de sus pasados días.

XXIV

Déjenlos reír

Dickon, además de trabajar en el jardín secreto, cultivaba verduras para su madre en un pequeño huerto junto a la casa, con sus animales regalones. Muy temprano en la mañana y también al atardecer, hacía maravillas en su plantación. En la tarde, cuando la señora Sowerby tenía un momento libre, se sentaba sobre el muro a escuchar de su hijo las noticias del día.

Fue durante una de estas conversaciones que ella supo los últimos acontecimientos del Manor. En un comienzo su hijo sólo le contó que Colin estaba muy entusiasmado jugando en el parque. Pocos días más tarde los niños decidieron hacerla partícipe de su secreto y Dickon le relató los emocionantes momentos en que descubrieron el jardín; la amistad de Colin con Mary, luego del drama de la noche de la rabieta; la forma en que llevaron al niño al jardín secreto y de qué modo se enfrentó con Ben.

La señora Sowerby hizo muchas preguntas. Estaba encantada de escuchar que era la presencia de Mary la causa del cambio en el carácter del niño enfermo. A su vez se interesó por conocer la reacción del doctor y de los empleados ante la transformación del aspecto de Colin. Así se enteró de que los dos primos trataban de no levantar sospechas en cuanto a su recuperación.

—Me imagino lo que gozará ese par de niños al intentar engañar al doctor y a los empleados —dijo la madre de Dickon—. A esa edad les encanta actuar. Cuéntame cómo lo hacen.

Dickon contó a su madre las diarias aventuras de los dos primos. En la mañana, cuando el lacayo acarreaba a Colin hasta su silla de ruedas, el niño se hacía el desvalido rezongando que no lo trataban con cuidado. Mary seguía la actuación diciendo: "¡Pobre Colin! ¿Te duele mucho, o es que estás tan débil que no resistes tanto movimiento?". El problema eran los ataques de risa. Apenas llegaban al jardín tenían que sofocarlos entre los cojines para que nadie los escuchara. Pero la mayor dificultad consistía en que cada día se sentían más hambrientos y, como pedían más comida, los empleados empezaron a sospechar que Colin ya no era un inválido. Mary había intentado darle su parte de comida, pero él no aceptó, porque, según decía, ambos debían robustecerse juntos.

La señora Sowerby se rió mucho al escuchar el relato y de inmediato ideó la manera de ayudarlos. Cada mañana les enviaría leche con crema y pan con pasas del que comían sus hijos. Así podrían satisfacer su hambre sin que los descubrieran.

La madre de Dickon tenía razón al pensar que el actuar era una gran entretención para Colin y para Mary. La idea había nacido un día en que la enfermera y el doctor, admirados de los progresos y del apetito de Colin, propusieron escribir al señor Craven contándole las buenas nuevas.

Ante la insistencia del doctor, Colin decidió fingir que no estaba tan bien como aparentaba.

—No quiero que le escriban a mi padre —dijo—. Sería tremendo desilusionarlo si vuelvo a recaer, incluso puedo empeorar esta misma noche. Si escriben a mi padre me dará fiebre porque me estoy empezando a enojar.

—No te preocupes, muchacho —le calmó el doctor—. No escribiremos sin tu permiso. Eres demasiado sensible, no eches a perder lo que has progresado.

Desde ese día Mary y Colin se alarmaron. Al mismo tiempo planearon la forma de actuar para no ser descubiertos. Por una parte, Colin trataría de comer menos, lo que era muy difícil cuando, al despertar con apetito, lo esperaba un suculento desayuno.

Una mañana, luego de haber trabajado por dos horas, Dickon sacó de detrás del rosal un jarro de leche y panecitos envueltos en una servilleta para conservar su calor. La sorpresa produjo gran alboroto. ¡Qué maravillosas eran las ideas de la madre de Dickon! Sin duda ella era inteligente y muy buena.

—Creo que, igual que Dickon, en ella hay magia —dijo Colin—. Siempre piensa cosas buenas.

Este fue el comienzo de varios incidentes muy agradables entre los que participaban del secreto del jardín. Al mismo tiempo, los niños se dieron cuenta de que la señora Sowerby tenía catorce personas a quienes alimentar. Por eso le preguntaron si podían pagarle algunos de los alimentos.

En el bosque que lindaba con el parque, Dickon descubrió una pequeña hondonada en la cual podían construir un pequeño horno de piedras para asar papas y huevos, los que fácilmente podían comprar y así en la pequeña casa del páramo no se vería disminuida la ración de comida.

En las mañanas de buen tiempo se reunían en círculo bajo el dosel del árbol. Luego Colin caminaba, ejercicio que repetía varias veces durante la jornada. Las caminatas lo tenían cada vez más robusto y, a medida que pasaban los días, el trayecto se alargaba.

Aun cuando creía cada vez con mayor intensidad en los efectos de la magia, fue Dickon quien le enseñó los ejercicios que, a la larga, le serían de gran utilidad. El muchacho tenía un amigo que era campeón de lucha y que le había enseñado la manera de fortalecer las piernas, brazos y músculos en general. Cuando le habló de esto a Colin, el niño le preguntó con enorme entusiasmo:

—¿Me puedes enseñar esos ejercicios? ¿Lo harás?

—Por supuesto —contestó Dickon—. Sólo que mi amigo me advirtió que los ejercicios se deben hacer con cuidado y jamás cansarse. Además, hay que aspirar profundamente entre cada uno.

Lenta y cuidadosamente Dickon le enseñó varios movimientos, algunos de los cuales podía hacerlos sentado. A su vez, Mary también empezó a practicarlos. Al verlos, Soot se perturbó porque no podía ejecutarlos. Muy pronto, esta práctica formó parte de la rutina diaria y, poco a poco, pudieron ejecutar los ejercicios sin cansarse. Cada día tenían más apetito y si no hubiera sido por las provisiones que enviaba la madre de Dickon y los alimentos que asaban en el horno de piedra, no habrían podido continuar rechazando las comidas de la casa. El doctor estaba cada día más perplejo. Aparentemente los niños no comían, pero, en cambio, cada día se les veía más saludables.

Después de varios días sin haber examinado a Colin, el doctor no pudo dejar de decir al observarlo:

—Siento saber que no estás comiendo. Perderás lo ganado, aunque has mejorado de una manera impresionante. ¿Cómo es que hasta hace pocos días comías tan bien?

Al escucharlo, Mary casi se atoró de la risa. Más tarde, a solas con Colin, le explicó que al oír decir que no comía, había recordado cómo devoraba las papas y los panes con crema y mermelada.

El doctor, muy perplejo, le preguntó al ama de llaves:

—¿Hay alguna manera de que estos niños consigan comida fuera de casa?

—No, no la hay —contestó ella—. A no ser que caven la tierra o la saquen de los árboles.

—Bueno —dijo el doctor—, no debemos preocuparnos si aun no comiendo tienen buena salud. El niño es otra persona.

—También la niña —dijo la señora Medlock—. Desde que ha engordado, ha perdido la mirada agria y está empezando a verse bonita. Su pelo está creciendo con fuerza y brillante. Ella, que era sombría y callada, ahora no deja de reírse. Quizás engordan con sólo reír.

—Quizás es así —dijo el doctor—. ¡Déjenlos reír!.

XXV

La cortina

Incluso en días lluviosos, Mary y Colin encontraban algo en que entretenerse. Una mañana en que llovía torrencialmente, Colin se sintió inquieto. Ese día se vería obligado a quedarse sentado en el sofá, porque si caminaba podría ser descubierto. En esto Mary tuvo una inspiración.

—Colin —le dijo misteriosamente—, ¿sabes cuántas habitaciones hay en esta casa?

—Supongo que mil —respondió.

—Hay cerca de cien y en la mayoría no entra nadie —dijo Mary—. Un día de lluvia me introduje en varias y no me descubrieron, aunque estuve a punto de que la señora Medlock lo hiciera al detenerme en el corredor al escuchar tu llanto.

Cien piezas misteriosas parecían tan fascinantes como un jardín secreto.

—¿Qué te parece si las recorremos en mi silla de ruedas? No sabrán en dónde estamos.

—Esa era mi intención —dijo Mary—. Hay galerías en las que puedes correr y hacer tus ejercicios. Existe una sala hindú con elefantes de marfil y una cantidad de habitaciones fantásticas.

Dieron orden a la enfermera de llamar a un criado para que transportara al niño en su silla hasta la galería de retratos, a la que se llegaba por unas escalas. Luego lo despidieron y continuaron solos.

Esa mañana olvidaron los problemas de un día lluvioso. Estaban encantados y en cuanto el criado desapareció de la vista, Colin abandonó la silla. Corrieron, hicieron ejercicios, miraron retratos y encontraron el de la niñita con el loro en la mano.

—Estos deben ser mis antepasados —dijo Colin—. Y probablemente la niña del loro es mi tía bisabuela. Se parece a lo que eras cuando recién te conocí; ahora, en cambio, eres mejor que ella.

Jugaron con los elefantes y encontraron el cojín en donde el ratón había hecho su nido. Los ratoncitos habían crecido y abandonado el lugar. Descubrieron muchas cosas más que cuando Mary visitó el lugar por primera vez, algunas de las cuales no sabían para qué servían. Fue una mañana muy entretenida vagando por una casa en que, a pesar de estar habitada, no se sentía a sus moradores.

Ese día al volver para el almuerzo tenían tanto apetito que no pudieron dejar de comer. Al advertir los platos vacíos, la cocinera exclamó:

—Esta casa es misteriosa, pero aun más misteriosos son estos niños.

Esa tarde Mary notó algo nuevo en la pieza de Colin. Sin decir nada miró fijamente hacia el cuadro que colgaba de la chimenea. La cortina estaba corrida.

—Ya sé lo que me quieres decir —le dijo Colin—. Te estás preguntando por qué las cortinas están corridas. De ahora en adelante quedarán así. Ahora no me molesta que mi mamá ría. Dos noches atrás desperté con la luz de la luna. Estaba tan brillante que me levanté a mirar por la ventana. Como el resplandor caía sobre la cortina, tiré el cordón y mi mamá me miró como si estuviera encantada de verme frente a ella. Desde ahora en adelante quiero verla siempre reír. Creo que ella es una persona mágica.

—En este momento te pareces tanto a ella, que pienso si no serás su fantasma convertido en muchacho.

La idea pareció impresionar a Colin. Pensó un momento y luego contestó lentamente.

—Si yo fuera su fantasma, mi padre me querría.

—¿Quieres que él te quiera? —le preguntó Mary.

—Lo odiaba porque él no me tenía cariño. Pero si me quisiera, creo que le hablaría sobre la magia y le daría la alegría que le falta.

XXVI

¡Es mamá!

A la mañana siguiente, luego de la intensa lluvia tuvieron mucho que desmalezar, porque si bien la lluvia es beneficiosa para las flores, también lo es para las malezas. Había que sacarlas rápidamente para que sus raíces no se afirmaran en la tierra. Colin era tan diestro en esta tarea como cualquiera de los otros niños, e incluso como Ben que les ayudaba. Al mismo tiempo era capaz de hablarles seriamente.

—La magia actúa mejor cuanto más se la ayuda —les dijo—. Esta mañana la puedo sentir en mis huesos y músculos.

Dejando de lado su desmalezador, se puso de pie y con los brazos extendidos y expresión jubilosa gritó:

—¡Mary, Dickon! ¡Por favor, mírenme!

Dejando sus herramientas ellos lo miraron con detención.

—¿Recuerdan el primer día que me trajeron aquí? —les preguntó—. Hace un momento cuando cavaba lo recordé. Tuve que levantarme para convencerme de que lo que hago es real. ¡Y es real! ¡Estoy bien, he mejorado!

—¡Claro que sí! —dijo Dickon.

A pesar de que Colin lo sabía y continuamente pensaba en ello, en este preciso momento lo alcanzó una corriente de entusiasmo junto al convencimiento de que lo que le sucedía era real. Por ello quiso expresarlo en voz alta.

—¡Viviré para siempre! —gritó con fuerza—. Igual que Dickon, conoceré miles de cosas sobre las personas, las criaturas y todo aquello que crece. Siento la necesidad de dar las gracias con alegría.

—Si quiere, puede cantar un himno de acción de gracias —sugirió Ben con un gruñido seco.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Los que se cantan en la iglesia —dijo Dickon.

—Deben de ser muy bonitos, pero no los conozco —repuso—. He estado muy enfermo para asistir a la iglesia. ¿Por qué no cantas tú, Dickon?

Dickon sencillamente y casi por instinto natural entendía mejor que el mismo Colin lo que le sucedía. Se sacó la gorra y en medio de los rosales entonó un himno de acción de gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

—Es una canción preciosa —dijo Colin—, y significa lo mismo que cuando agradezco a la magia cuanto ha hecho por mí. —Se quedó un momento pensativo y continuó—: Quizás sean la misma cosa.

En ese momento Colin vio algo insólito.

—¿Quién es? —dijo rápidamente—. ¿Quién viene?

La puerta del jardín se había abierto dando paso a una señora que los escuchaba inmóvil y cuya repentina presencia no pareció indiscreta. El sol que atravesaba los árboles daba de lleno sobre su capa azul e iluminaba su encantadora y sonriente cara. Parecía salida de una ilustración de algún libro de Colin. Sus ojos bellos y afectuosos abarcaban cuanto la rodeaba.

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