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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (27 page)

BOOK: El juego de los Vor
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Con languidez. Miles se preguntó si sería capaz de persuadir a Gregor para que lo dispensase de redactar un informe, y si Illyan lo aceptaría. Probablemente no.

Gregor estaba muy silencioso. Estirado en su litera, Miles se colocó las manos detrás de la cabeza y le sonrió para ocultar su preocupación. Gregor acababa de quitarse el uniforme Dendarii y se estaba vistiendo con las ropas de civil proporcionadas por Arde Mayhew. Los pantalones gastados, la camisa y la chaqueta eran algo cortos y anchos para el cuerpo delgado de Gregor. Así vestido parecía un desdichado vagabundo con ojos hundidos. Para sus adentros, Miles decidió mantenerse alejado de los puestos altos.

Gregor lo miró.

—Tenías un aspecto extraño como el almirante Naismith, ¿sabes? Casi como si hubieses sido otra persona. Miles se apoyó sobre un codo.

—Creo que Naismith soy yo mismo sin frenos. Sin represiones. Él no tiene que ser un buen Vor, ni tampoco ninguna clase de Vor. Él no tiene problemas con la subordinación, ya que no se subordina ante nadie.

—Lo he notado. —Gregor plegó el uniforme Dendarii según las reglas barrayaranas—. ¿Lamentas haber tenido que eludir a los Dendarii?

—Sí… no… no lo sé. —
Profundamente
. Parecía ser que la cadena de mando tiraba en ambas direcciones de un eslabón intermedio. Si se tiraba con la fuerza suficiente, el eslabón podía llegar a quebrarse—. Confío en que tú no lamentarás haber escapado a la esclavitud.

—No. No era lo que había imaginado. Sin embargo esa lucha ante la escotilla fue muy peculiar. Unos completos extraños querían matarme sin siquiera saber quién soy. Puedo entender que unos completos extraños traten de matar al emperador de Barrayar, pero esto… tendré que pensarlo.

Miles se permitió esbozar una leve sonrisa.

—Es como que te amen por ti mismo, pero diferente. Gregor le dirigió una mirada aguda.

—También me resultó extraño volver a ver a Elena. La obediente hija de Bothari… Está cambiada.

—Yo esperaba que lo hiciese —admitió Miles.

—Parece bastante unida a su esposo, el desertor.

—Sí —dijo Miles brevemente.

—¿También esperabas eso?

—No era mi decisión. Era lógico que ocurriese, conociendo la integridad de su carácter. Yo pude haberlo previsto. Si consideramos que sus convicciones sobre la lealtad acaban de salvarnos la vida, no… no puedo lamentar que ella sea así, ¿verdad?

Gregor alzó las cejas con una mirada significativa.

Miles contuvo su irritación.

—De todos modos, espero que esté bien. Oser ha demostrado ser peligroso. Ella y Baz sólo parecen protegidos por Tung, cuyo poder está cada vez más desgastado.

—Me sorprende que no hayas aceptado la oferta de Tung. —Gregor esbozó una leve sonrisa, tal como Miles había hecho antes—. Almirante instantáneo. Saltando todos esos aburridos escalones intermedios que existen en Barrayar.

—¿La oferta de Tung? —Miles emitió un bufido—. ¿No lo has escuchado? Pensé que papá te había hecho leer todos esos convenios. Tung no me ofreció ponerme al mando, sino pelear con muy pocas probabilidades de éxito. Buscaba un aliado, un testaferro, alguien que fuese carne de cañón, no un jefe.

—Ah. Mm… —Gregor se acomodó en su litera—. Entiendo.

De todos modos, me pregunto si habrías escogido esta prudente retirada si yo no hubiese estado contigo.

La mente de Miles se llenó de imágenes. Illyan había dicho: «De ser posible, emplear al alférez Vorkosigan para eliminar de la escena a los Mercenarios Dendarii». Si aquellas vagas palabras eran interpretadas con amplitud, podían llegar a incluir… No.

—No. Si no me hubiese topado contigo, iría hacia Escobar con mi sargento-niñera Overholt. Y supongo que tú todavía estarías instalando artefactos de luz. —Dependiendo, por supuesto, de lo que el misterioso Cavilo hubiera planeado para Miles cuando lo hubiese tenido en sus manos en Detenciones del Consorcio,

¿Y dónde estaría Overholt ahora? ¿Se habría presentado en el cuartel general o habría tratado de comunicarse con Ungari? También era posible que hubiese sido atrapado por Cavilo. ¿O los habría seguido a ellos? Lástima que Miles no había podido seguir a Overholt para encontrarse con Ungari. No, eso era un razonamiento circular. Todo era muy extraño, y lo mejor era alejarse.

—Lo mejor es alejarnos —le dijo Miles a Gregor.

Gregor se frotó la marca gris pálida de su rostro, recuerdo de su encuentro con la cachiporra eléctrica.

—Sí, probablemente. Aunque empezaba a ser bueno con los artefactos de luz.

Casi ha terminado
, pensó Miles mientras él y Gregor seguían al capitán del carguero hacia la Estación Vervain. Bueno, tal vez no del todo. Era evidente que el capitán vervanés estaba muy nervioso. Sin embargo, si el hombre ya había logrado pasar espías en tres ocasiones, debía de saber lo que hacía.

La pista de aterrizaje estaba iluminada como de costumbre, pero no se veía a nadie y las máquinas estaban en silencio. Miles supuso que les habrían despejado el camino, aunque él hubiera elegido el momento más caótico de carga y descarga para pasar algo inadvertido.

Los ojos del capitán miraban en todas direcciones. Miles no podía evitar seguir su mirada. Se detuvieron junto a una cabina de control vacía.

—Esperaremos aquí —dijo el capitán del carguero—. Vendrán unos hombres que los acompañarán el resto del camino. —Se apoyó contra una pared de la cabina y durante varios minutos se dedicó a patearla suavemente con el talón. Al fin se enderezó y giró la cabeza.

Pasos. Seis hombres emergieron por un corredor cercano. Miles se paralizó. Eran hombres uniformados, uno de los cuales era un oficial, pero no llevaban las vestiduras de seguridad vervanesa, ni militar ni civil. Unos monos de mangas cortas color pardo con tiras negras y lustrosas botas bajas negras. Tenían desenfundados sus aturdidores,

Si camina como un escuadrón de arresto, y habla como un escuadrón de arresto, y grazna como un escuadrón de arresto

—Miles —murmuró Gregor viendo lo mismo que él—, ¿esto estaba en el programa? —Las armas apuntaban hacia ellos.

—Ha hecho esto en tres ocasiones —lo tranquilizó Miles sin convicción—, ¿Por qué no en una cuarta?

El capitán del carguero esbozó una sonrisa y se apartó de la pared, retirándose de la línea de fuego.

—Lo hice dos veces —les informó—. En la tercera me atraparon.

Las manos de Miles se retorcieron. Entonces se obligó a alzarlas lentamente y se contuvo para no maldecir. Gregor también levantó las manos con el rostro maravillosamente inexpresivo. Un punto más por su capacidad de control, virtud que sin duda le había sido inculcada en su vida tan restringida.

Tung había preparado todo esto. ¿Tung lo sabía? ¿Vendido por
Tung? ¡No…!

—Tung dijo que usted era de confianza —le murmuró Miles al capitán del carguero.

—¿Y quién es él para mí? —replicó el hombre—. Yo tengo una familia, señor.

¡Dios, otra vez los mercenarios! Apuntándoles con sus aturdidores, dos hombres avanzaron para poner a Miles y a Gregor contra la pared. Luego procedieron a registrarlos y les quitaron todas las armas oseranas que tanto les había costado obtener, sus equipos y sus papeles de identificación. El oficial revisó todas sus pertenencias.

—Sí, éstos son los hombres de Oser. —Entonces habló por su intercomunicador de muñeca—. Los tenemos.

—Esperen —le respondió una voz lejana—. Bajaremos enseguida. Cavilo fuera.

Los Guardianes de Randall, sin duda; de ahí que sus uniformes no le resultasen familiares. Pero ¿por qué no había ningún vervanés a la vista?

—Discúlpeme —dijo Miles con mansedumbre al oficial—, pero es posible que exista un malentendido. ¿Ustedes creen que somos agentes aslundeños?

El oficial lo miró y echó a reír.

—Me pregunto si no será hora de revelar nuestra verdadera identidad —le murmuró Gregor a Miles.

—Un dilema interesante —le respondió Miles en voz baja—. Será mejor que averigüemos si les disparan a los espías.

El sonido de unas botas anunció una nueva llegada. El escuadrón se preparó cuando los pasos estuvieron cerca. De forma automática, Gregor también adoptó una postura militar. En posición de firme tenía un aspecto muy extraño con las ropas anchas de Arde Mayhew. Sin duda Miles era el que menos castrense parecía, con la boca abierta por la sorpresa.

Un metro sesenta de estatura, y un poco más proporcionado por unas botas negras con tacones algo más altos que los reglamentarios. Cabello rubio y corto como una aureola sobre una cabeza escultural. Un uniforme pardo y negro con galones dorados, ceñido a su cuerpo cimbreante como un complemento perfecto.
Livia Nu
.

El oficial hizo la venia.

—Comandante Cavilo.

—Muy bien, teniente… —Sus ojos azules se posaron sobre Miles y por unos instantes se abrieron de par en par con la sorpresa—.
Victor
, querido —continuó con exagerada dulzura—, qué curioso encontrarle aquí. ¿Todavía vende trajes milagrosos a los mal informados?

Miles le enseñó las palmas.

—Este es todo mi equipaje, señora. Debió haber comprado cuando tuvo la posibilidad.

—Lo dudo. —Su sonrisa era tensa y especulativa. A Miles le inquietó el brillo que veía en sus ojos. Gregor guardaba silencio y se veía desesperadamente perplejo.

Así que tu nombre no era Livia Nu, y no eras ningún agente de compras
. ¿Entonces por qué diablos la comandante de la fuerza mercenaria vervanesa se había encontrado con un poderoso representante del Consorcio Jacksoniano en la Estación Pol?
Allí no hubo un simple tráfico de armas, querida
.

Cavilo/Livia Nu se llevó a los labios el intercomunicador de su muñeca.

—Dispensario
Kurin
, aquí Cavilo. Les envío a un par de prisioneros para interrogar. Es posible que lo haga personalmente.

El capitán del carguero dio un paso adelante, mitad temeroso mitad beligerante.

—Mi esposa y mi hijo— Quiero una prueba de que se encuentran a salvo.

Ella lo miró de arriba abajo.

—Todavía puede servirnos. Está bien. —Llamó a un soldado—. Lleve a este hombre al calabozo del
Kurin
y permita que eche un vistazo a los monitores. Luego tráigamelo de vuelta. Usted es un traidor afortunado, capitán. Tengo otro trabajo para usted. Con él es posible que se gane…

—¿Su libertad? —preguntó el capitán del carguero. Ella frunció un poco el ceño ante la interrupción.

—¿Por qué iba a aumentarle el salario? Otra semana de vida.

El siguió al soldado, con los puños cerrados y los dientes prudentemente apretados.

¿Qué diablos?
, pensó Miles. Él no sabía mucho sobre Vervain, pero estaba seguro de que ni siquiera su ley marcial permitía mantener como rehenes a familiares inocentes para asegurarse la buena conducta de los traidores.

Cuando el capitán se hubo marchado, Cavilo volvió a encender su intercomunicador.

—¿Seguridad del
Kurin
? Ah, bien. Les envió a mi doble agente favorito. Muéstrenle la grabación que realizamos la semana pasada en la celda Seis para que se quede tranquilo. No le permitan que descubra que no es en directo. Correcto. Cavilo fuera.

¿Entonces la familia del hombre ya estaba libre? ¿O habían muerto? ¿Los tenían en alguna otra parte? ¿En qué se estaban metiendo allí?

Más botas se acercaron por el corredor; una patrulla reglamentaria. Cavilo esbozó una sonrisa ácida, pero suavizó su expresión cuando se volvió para recibir al recién llegado.

—Stanis, querido. Mira lo que pescamos esta vez. Es ese pequeño renegado betanés que trataba de vender armas robadas en la Estación Pol. Parece que no era tan independiente, después de todo.

El uniforme pardo y negro de los Guardianes también le sentaba bien al general Metzov, pensó Miles enloquecido. Ahora sería un momento maravilloso para entornar los ojos y desmayarse, si tan sólo hubiese sabido cómo hacerlo.

El general Metzov permaneció igualmente clavado al suelo, mientras sus ojos gris acerado se iluminaban con un malvado regocijo.

—Él no es ningún betanés, Cavie.

12

—Es un barrayarano. Y no un barrayarano cualquiera. Debemos sacarlo de la vista, rápido —continuó Metzov.

—¿Quién lo ha enviado, entonces? —Cavilo volvió a mirar a Miles con una expresión desconfiada.

—Dios —dijo Metzov con fervor—. Dios lo ha puesto en mis manos. —Así de alegre, Metzov resultaba un espectáculo insólito y alarmante. Hasta Cavilo alzó las cejas. Metzov miró a Gregor por primera vez—. Lo llevaremos a él y a su… guardaespaldas, supongo… —El general se detuvo.

Las imágenes de los billetes no se parecían mucho a Gregor, ya que eran algo antiguas, pero el Emperador había aparecido en bastantes emisiones de vídeo, con otras ropas, por supuesto. Miles casi podía leer los pensamientos de Metzov.
El rostro me resulta familiar, pero no logro recordar su nombre
… Tal vez no lo reconociese. Tal vez simplemente no pudiese creerlo.

Gregor, conteniendo dignamente su consternación, habló por primera vez.

—¿Es éste otro de tus viejos amigos, Miles?

Fue el tono medido y refinado el que estableció la conexión. El rostro de Metzov, enrojecido por la excitación, se tornó lívido. Sin proponérselo, el general miró a su alrededor… buscando a Illyan, supuso Miles.

—Eh… es el general Stanis Metzov —le explicó Miles.

—¿El Metzov de la isla Kyril?

—Sí.

—Oh. —Gregor mantuvo su actitud reservada, casi inexpresiva.

—¿Dónde está su escolta de seguridad, señor? —preguntó Metzov a Gregor, con la voz endurecida por el miedo.

La estás viendo
, pensó Miles.

—No muy lejos, supongo —intentó Gregor con calma—. Déjenos seguir nuestro camino y no le molestarán.

—¿Quién es este sujeto? —Cavilo movió el pie con impaciencia.

—¿Qué… qué está haciendo aquí? —le preguntó Miles a Metzov sin poder evitarlo.

Metzov se tornó sombrío.

—¿Cómo pretendes que viva un hombre de mi edad, despojado de su pensión imperial y de sus ahorros? ¿Pensaste que me sentaría a morir de hambre en silencio? No.

Qué inoportuno recordarle a Metzov sus rencores, comprendió Miles.

—Esto… parece un adelanto en relación con la isla Kyril —le sugirió esperanzado. Todavía se sentía confundido. ¿Metzov trabajando a las órdenes de una mujer? La dinámica interna de esta cadena de mando debía de ser fascinante. ¿Stanis
querido?

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