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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (30 page)

BOOK: El juego de los Vor
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—¿Cómo fue recibida por la clase poderosa… o como sea que se hagan llamar? Pensé que los barrayaranos estaban llenos de prejuicios contra los habitantes de otros mundos.

—Lo estamos —admitió Miles—. Al finalizar la Era del Aislamiento, cuando Barrayar fue redescubierta, el primer contacto que tuvieron los barrayaranos, de todas las clases, fue con las fuerzas invasoras de Cetaganda. Ellos dejaron una mala impresión que perdura incluso hasta hoy, tres o cuatro generaciones después de que los echáramos del planeta.

—¿Y, sin embargo, nadie cuestionó la decisión de tu padre? Miles alzó el mentón desconcertado.

—Él ya había superado los cuarenta. Y… y era un
Vorkosigan
. —
Al igual que yo. ¿Por qué no funcionara para mí en este momento?

—¿Los orígenes de tu madre no tenían importancia?

—Ella era betanesa. Aún lo es. Primero trabajó en el Observatorio Astronómico, pero luego fue oficial de combate. La Colonia Beta acababa de colaborar en nuestra derrota cuando realizamos ese estúpido intento de invadir Escobar.

—Así que, a pesar de ser una enemiga, ¿sus antecedentes militares la ayudaron a ganarse el respeto y la aceptación de los Vor?

—Eso creo. Además, el año en que nací yo también se gano una buena reputación militar luchando en el alzamiento de Vordarian. Conducía a las tropas leales cuando mi padre no podía estar en dos sitios al mismo tiempo. —Y había sido la responsable de ocultar y salvar al Emperador, quien entonces tenía cinco años de edad. Con mejores resultados, al menos hasta el momento, que los que su hijo estaba logrando con un Gregor de veinticinco años. «Un desastre total» era la frase que le venía a la mente—. Desde entonces nadie se ha metido con ella.

—Hm… —Cavilo se reclinó y murmuró, casi para sí misma—: Si ya se ha hecho, puede hacerse otra vez.

¿Qué, qué es lo que puede hacerse?
Miles se pasó una mano por el rostro, tratando de espabilarse y concentrarse.

—¿Cómo está Gregor?

—Bastante divertido.

Gregor el Melancólico, ¿divertido? Pero considerando el resto de su personalidad, Cavilo debía de tener un sentido del humor bastante malo.

—Me refería a su salud.

—Bastante mejor que la tuya, a juzgar por tu aspecto.

—Confío en que lo habrán alimentado mejor.

—¿Es que la verdadera vida militar te ha resultado demasiado fuerte, lord Vorkosigan? Te han servido lo mismo que comen mis tropas.

—No puede ser. —Miles alzó su desayuno a medio comer—. Ya se habrían amotinado.

—Oh, querido, —Ella observó la repugnante comida con el ceño fruncido—. Eso. Pensé que ya los habrían tirado. ¿Cómo terminaron aquí? Alguien debe de estar economizando. ¿Quieres que te ordene un menú corriente?

—Sí, gracias —dijo Miles de inmediato, y se detuvo. Era evidente que ella había desviado el tema para no hablar de Gregor. Él no debía apartar la mente del Emperador. ¿Cuánta información útil le habría suministrado Gregor hasta el momento?—. Como comprenderá —dijo Miles con cautela—, está creando un gran incidente interplanetario entre Vervain y Barrayar.

—En absoluto —dijo Cavilo con tono razonable—. Soy amiga de Greg. Lo he salvado de caer en manos de la policía secreta vervanesa. Ahora se encuentra bajo protección, hasta que se presente la oportunidad de restituirlo al lugar que le corresponde.

Miles parpadeó.

—¿Los vervaneses tienen una policía secreta?

—Algo así. —Cavilo se encogió de hombros—. Por supuesto que Barrayar sí la tiene. Stanis parece bastante preocupado por ellos. Los de Seguridad Imperial deben de encontrarse en un verdadero aprieto por haber fallado de ese modo. Me temo que su reputación sea exagerada.

No del todo. Yo pertenezco a Seguridad Imperial y sé dónde se encuentra Gregor. Por lo tanto, técnicamente, Seguridad Imperial tiene controlada la situación
. Miles no supo si reír o llorar.

—Si todos somos tan buenos amigos —dijo—, ¿por qué estoy encerrado en esta celda?

—Por tu protección también, por supuesto. Después de todo, el general Metzov ha amenazado con… ¿cómo era?… con romper cada hueso de tu cuerpo. —Cavilo suspiró—. Me temo que el querido Stanis está a punto de perder su utilidad.

Miles se puso pálido al recordar las otras cosas que Metzov había dicho durante aquella conversación.

—¿Por… deslealtad?

—No. La deslealtad puede ser muy útil en ciertas ocasiones, siempre y cuando se la maneje de forma apropiada. Pero la situación estratégica general puede estar a punto de cambiar de manera drástica. Inimaginable. Y pensar en todo el tiempo que he perdido cultivándolo… Espero que todos los barrayaranos no sean tan tediosos como Stanis. —Esbozó una sonrisa—. Realmente lo espero.

Cavilo se inclinó hacia delante y lo miró con más atención.

—¿Es cierto que Gregor escapó de casa para evitar la presión de sus consejeros, quienes lo instigaban a casarse con una mujer que detestaba?

—No me mencionó nada de eso —dijo Miles con sorpresa. Un momento… ¿Cuál sería el propósito de Gregor? Tendría que cuidarse para no desmentirlo—. Aunque existe la… preocupación. Si él muriese sin dejar heredero, muchos temen que se iniciaría una guerra de facciones.

—¿Él no tiene heredero?

—Los bandos no se ponen de acuerdo. Sólo lo están con Gregor.

—Por lo tanto, a sus consejeros les agradaría que se casase.

—Les encantaría, supongo. Eh… —De pronto la mente de Miles se iluminó—. Comandante Cavilo, usted no estará imaginando que podría llegar a convertirse en la emperatriz de Barrayar, ¿verdad?

Su sonrisa se tornó más amplia.

—Por supuesto que no podría. Pero con la ayuda de Gregor, sí. —Cavilo se enderezó, fastidiada por la expresión perpleja de Miles—. ¿Por qué no? Soy del sexo apropiado, y aparentemente poseo los antecedentes militares apropiados.

—¿Qué edad tiene?

—Lord Vorkosigan, ésa es una pregunta muy grosera. —Sus ojos azules brillaron—. Si estuviéramos del mismo lado, podríamos trabajar juntos.

—Comandante Cavilo, no creo que usted comprenda a Barrayar. Ni a los barrayaranos, —En algunas épocas de su historia un estilo como el suyo hubiese sido perfectamente acorde. Durante el reinado del terror ejercido por Yuri el Loco, por ejemplo. Pero habían pasado los últimos veinte años tratando de
alejarse
de todo aquello.

—Yo necesito tu cooperación —dijo Cavilo—. O, en todo caso, resultaría muy útil para ambos. Tu neutralidad sería… tolerable. Sin embargo, tu oposición activa sería un problema. Para ti. Pero no debemos dejarnos atrapar por las actitudes negativas en esta etapa, ¿verdad?

—¿Qué ocurrió con la esposa y el hijo del capitán del carguero? ¿Se han convertido en una viuda y un huérfano? —preguntó Miles.

Cavilo vaciló unos instantes.

—El hombre era un traidor. De la peor calaña. Traicionaba a su planeta por dinero. Fue atrapado en un acto de espionaje. No existe ninguna diferencia moral entre ordenar una ejecución y llevarla a cabo.

—Estoy de acuerdo. Al igual que unos cuantos códigos legales. ¿Y qué diferencia hay entre ejecución y asesinato? Vervain no está en guerra. Es posible que sus actos hayan sido ilícitos y que justificasen un arresto, un juicio, la cárcel o la terapia por patología social. ¿Por qué no tuvo nada de eso?

—¿Un barrayarano pidiendo que se observe la ley? Qué extraño.

—¿Y qué le ocurrió a su familia?

Ella había tenido unos momentos para pensarlo, maldita sea.

—El vervanés exigía su liberación. Naturalmente yo no podía permitirle saber que no estaban en mis manos, ya que eso me hubiera impedido controlarlo a distancia.

¿Mentira o verdad? No había forma de saberlo.

Pero parece retractarse de su error. Estableció su dominio por el terror hasta que estuvo segura de dónde pisaba. Eso se debió a que se sentía insegura. Conozco la expresión que vi en su rostro. Los homicidas paranoicos me resultan tan familiares como el desayuno, ya que tuve a uno como guardaespaldas durante diecisiete años
. Por unos instantes, Cavilo pareció doméstica y rutinaria, aunque no por ello menos peligrosa. Pero él debía esforzarse para parecer convencido y nada amenazante, aunque sintiese ganas de vomitar.

—Es cierto —le concedió—. Es una cobardía dar una orden que uno mismo no está dispuesto a ejecutar. Y usted no es ninguna cobarde, comandante, eso se lo puedo garantizar. —Bien, ése era el tono adecuado, persuasivo pero no tanto como para resultar sospechoso.

Ella alzó las cejas con ironía como diciendo
¿Quién eres tú para opinar?
, pero su tensión cedió un poco. Cavilo miró su cronómetro y se puso de pie.

—Ahora te dejaré solo para que pienses en las ventajas de cooperar. Espero que teóricamente estarás familiarizado con las matemáticas del Dilema del Prisionero. Será una prueba de ingenio muy interesante ver si puedes conectar la teoría con la práctica.

Miles logró dirigirle una extraña sonrisa. Su belleza, su energía, hasta el brillo de su ego ejercían una verdadera fascinación. Gregor habría sido… ¿influenciado por Cavilo? Después de todo, él no la había visto levantar el disruptor nervioso y… ¿Qué arma debía utilizar un buen soldado de Seguridad Imperial al presenciar este ataque personal sobre Gregor? ¿Debía tratar de seducirla? Sacrificarse por el Emperador lanzándose sobre Cavilo le resultaba tan atractivo como sofocar una granada sónica con el vientre.

Además, dudaba de que pudiese lograrlo. La puerta se cerró, eclipsando su sonrisa de alfanje. Demasiado tarde, Miles alzó una mano para recordarle su promesa de cambiarle las raciones.

Pero ella lo recordó de todos modos. Empujando un carrito, un ordenanza inexpresivo le sirvió un almuerzo compuesto por cinco refinados platos, dos vinos y un café exprés como antídoto. Miles supuso que esto tampoco era lo que comían las tropas de Cavilo. Pudo imaginar a un pelotón de gastrónomos obesos, repletos y sonrientes, marchando alegremente hacia la batalla. El alimento para perros debía ser mucho más efectivo para despertar la agresividad.

Una observación casual al camarero logró que, con la siguiente comida, llegase un paquete con ropa interior limpia, un uniforme de los Guardianes cortado a su medida y un par de suaves zapatillas. Miles pudo lavarse por partes en el lavabo plegable y también se afeitó antes de vestirse. Se sentía casi humano. ¡Ah, las ventajas de la cooperación…! Cavilo no era precisamente sutil.

Por Dios, ¿de dónde venía esa mujer? Como mercenaria veterana, debía de haber recorrido bastante para llegar tan lejos, incluso tomando atajos. Tung debía de saberlo. Ella debía de haber sufrido una fuerte derrota alguna vez. Miles hubiese querido tener a Tung en ese momento. Diablos, hubiese querido tener a ¡Illyan!

Miles estaba cada vez más convencido de que su extravagancia era parte de una actuación que, al igual que el maquillaje escénico, pretendía deslumbrar a sus tropas a distancia. En ocasiones esto podía funcionar bastante bien, como en el caso del popular general barrayarano de la generación de su abuelo, quien llevaba un rifle de plasma como si de un bastón ligero se tratase. Aunque, por lo general, estaba descargado, había oído decir Miles, el hombre no era estúpido. O un alférez Vor que sacaba a relucir un puñal antiguo cada vez que tenía ocasión. Era su marca de fábrica, su insignia. Un poco de psicología de masas. La imagen que presentaba Cavilo formaba parte de su estrategia, sin duda. ¿Por dentro se sentiría asustada?

Eso es lo que tú quisieras
, se dijo.

Pero no debía perder su concentración tratando de desentrañar la personalidad de Cavilo. ¿Ella se habría olvidado de Victor Rotha? ¿Gregor habría urdido alguna historia para explicar su encuentro en la Estación Pol? Al parecer le había dicho algunas mentiras a Cavilo… ¿o sería cierto? Tal vez existía una novia con la cual querían casarlo, y Gregor no había confiado en él lo suficiente como para decírselo. Miles comenzó a lamentar haberse mostrado tan cruel con él.

Sus pensamientos seguían corriendo como una rata de laboratorio en una rueda sin fin cuando la cerradura codificada volvió a zumbar. Sí, fingiría que cooperaba, prometería cualquier cosa, pero era imprescindible que se encontrase con Gregor.

Cavilo apareció, seguida por un soldado. El hombre le resultó vagamente familiar. ¿Uno de los mercenarios que lo había arrestado? No…

El hombre inclinó la cabeza para trasponer la puerta, lo miró unos momentos con expresión sorprendida y se volvió hacia Cavilo.

—Sí, es él. No cabe duda. El almirante Naismith, de la guerra de Tau Verde. Lo reconocería en cualquier parte. —Se volvió hacia Miles para preguntarle—: ¿Qué está haciendo aquí, señor?

Mentalmente, Miles trocó el uniforme pardo y negro por uno gris y blanco. Claro. Habían habido varios miles de mercenarios implicados en la guerra de Tau Verde. Todos ellos debían haber ido a alguna parte.

—Gracias, sargento, eso es todo. —Cavilo lo cogió por el brazo y lo sacó de allí con firmeza.

El hombre se marchó por el corredor mientras iba diciendo:

—Debería contratarlo, señora, es un genio militar… Después de unos momentos Cavilo volvió a aparecer y permaneció ante la puerta con las manos sobre las caderas. Su rostro se mostraba exasperado e incrédulo.

—¿Cuántas personas eres, en definitiva?

Miles abrió las manos y esbozó una leve sonrisa. Justo cuando pensaba convencerla para que lo sacase de ese agujero, ella giró sobre sus talones y la puerta se cerró.

¿Y ahora qué?
Miles hubiese golpeado la pared con el puño por la frustración, pero seguro que la pared le hubiera devuelto el porrazo con más fuerza aún.

13

Sin embargo, sus tres identidades tuvieron la ocasión de ejercitarse un poco esa tarde. Un pequeño gimnasio de a bordo fue desocupado para su servicio exclusivo. Durante la hora en que estuvo allí, Miles probó los diversos aparatos mientras verificaba distancias y trayectorias a las salidas custodiadas. Había un par de formas mediante las cuales Iván hubiese podido sortear a un guardia y escapar, pero a él, con su fragilidad y sus piernas cortas, le resultaría imposible. Por un momento se encontró lamentando no tener a Iván consigo.

Cuando regresaba a la celda 13 con su escolta, vio a otro prisionero que estaba siendo admitido en el puesto de guardia. El sujeto tenía una mirada frenética y su cabello rubio estaba oscurecido por el sudor. Al reconocerlo, Miles quedó más sorprendido aún por los cambios que había sufrido.
El teniente de Oser
. El rostro imperturbable de asesino estaba transformado.

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