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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (34 page)

BOOK: El juego de los Vor
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—Muy bien. Es todo vuestro, caballeros. —Retrocedió para apoyarse contra la puerta con los brazos cruzados. Su expresión era casi tan hermética como había sido la de Metzov.

Miles abrió una mano.

—Después de usted, almirante. Oser hizo una mueca,

—Gracias, almirante. —Se acercó para observar el rostro de Metzov con ojos especulativos.

—General Metzov. ¿Su nombre es Stanis Metzov? Metzov sonrió.

—Sí, ése soy yo.

—¿En la actualidad, segundo al mando de los Guardianes de Randall?

—Sí.

—¿Quién lo envió para asesinar al almirante Naismith? Metzov pareció confundido.

—¿A quién?

—Llámeme Miles —le sugirió Miles—. Él me conoce por… por un seudónimo. —Tenía tantas posibilidades de pasar por esta entrevista sin que se revelase su identidad como una bola de nieve de sobrevivir a un viaje al centro del sol, pero ¿por qué apresurar las complicaciones?

—¿Quién lo envió a matar a Miles?

—Cavie, por supuesto. Él escapó, ¿comprende? Yo era el único en quien ella podía confiar… Confiar… Esa perra…

Miles alzó las cejas.

—En realidad, fue la misma Cavilo quien me envió aquí —informó a Oser—. Por lo tanto, el general Metzov fue engañado. ¿Pero con qué fin? Creo que ahora es mi turno.

Oser le hizo el gesto de «después de usted» y retrocedió Miles bajó del banco y se colocó frente a Metzov. Este lo miro con ira a pesar de su estado eufórico, y entonces esbozó una sonrisa vil.

Miles decidió comenzar con la pregunta que lo había estado carcomiendo desde hacía más tiempo,

—¿Quién… o qué era el blanco del ataque que se estaba planeando?

—Vervain —dijo Metzov.

Hasta Oser dejó caer la mandíbula. En medio del silencio que siguió, Miles sintió que la sangre latía en sus oídos.

—Usted
trabaja
para Vervain —dijo Oser con voz ahogada.

—Dios… ¡Dios…! ¡Al fin cobra sentido! —Miles estuvo a punto de saltar, pero se tambaleó y Elena corrió en su ayuda—. ¡Sí, sí,

…!

—Es
insano
—dijo Oser—. Así que ésa era la sorpresa de Cavilo.

—Apuesto a que no es todo. Las fuerzas de Cavilo son mucho mayores que las nuestras, pero no lo bastante como para invadir un planeta completamente colonizado como Vervain. Sólo pueden hacer incursiones y escapar.

—Hacer incursiones y escapar, eso es —dijo Metzov con una sonrisa tranquila.

—¿Cuál era el blanco en particular, entonces? —preguntó Miles con ansiedad.

—Bancos… museos de arte… bancos genéticos… rehenes…

—Esa es una incursión de
piratas
—dijo Oser—. ¿Qué diablos iban a hacer con el botín?

—Dejarlo bajo la protección del Conjunto Jackson al retirarnos.

—Entonces, ¿cómo pensaban escapar a la furiosa flota vervanesa? —preguntó Miles.

—Atacándolos justo antes de que la nueva flota entrara en acción. La flota invasora cetagandana los atrapará estacionados en órbita. Es sencillo.

Esta vez el silencio fue absoluto.


Ésa
es la sorpresa de Cavilo —susurró Miles al fin—. Sí, es muy
digna
de ella.

—¿Invasión… cetagandana? —De forma inconsciente Oser comenzó a morderse una uña.

—¡Por Dios! ¡Encaja, encaja! —Miles empezó a recorrer el compartimiento con pasos inseguros—. ¿Cuál es la única forma de apoderarse de un enlace de agujero de gusano? Desde ambos lados a la vez. Cavilo no trabaja para los vervaneses… sino para
Cetaganda
. —Se volvió para señalar a Metzov, quien asentía con la cabeza—. Y ahora comprendo el papel que juega Metzov. Está claro como el día.

—Es un pirata —dijo Oser alzándose de hombros.

—No. Es la cabeza de turco.

—¿Qué?

—Al parecer, usted no sabe que este hombre fue expulsado del Servicio Imperial de Barrayar por brutalidad. Oser parpadeó.

—¿Del Servicio Imperial de Barrayar? Debió de haberse esforzado bastante para lograrlo.

Miles contuvo un momento de irritación.

—Bueno, sí. Se equivocó de víctima, eso es todo. ¿Pero no lo comprende? La flota invasora cetagandana se introduce en el espacio local vervanés invitada por Cavilo… probablemente por una señal de ella. Los Guardianes hacen una rápida incursión en Vervain. Con corazón bondadoso, los cetagandanos «rescatan» el planeta de los mercenarios traidores. Los Guardianes escapan. Metzov es dejado atrás como cabeza de turco, Igual que cuando se arroja al sujeto de la troika para que se lo coman los lobos. —Bueno, su metáfora no había resultado muy betanesa—. Entonces, los cetagandanos lo cuelgan públicamente para demostrar su «buena fe». Ved a este malvado barrayarano que os ha hecho daño. Necesitáis nuestra protección de la amenaza imperial barrayarana, y aquí estamos.

»Y Cavilo cobra
tres
veces. Una de los vervaneses, otra de los cetagandanos y la tercera vez del Conjunto Jackson, cuando deje en custodia su botín al escapar. Todos ganan algo. Excepto los vervaneses. —Miles se detuvo para recobrar el aliento.

Oser comenzaba a parecer convencido y preocupado.

—¿Cree que los cetagandanos planean invadir el Centro? ¿O se detendrán en Vervain?

—Por supuesto que lo invadirán. El Centro es el blanco estratégico; Vervain no es más que un escalón para alcanzarlo. De allí la farsa de los «mercenarios malos». Los cetagandanos quieren gastar la menor energía posible en la pacificación de Vervain. Probablemente los tildarán de «satrapía aliada», controlarán las rutas espaciales y apenas si se posarán sobre el planeta. Los absorberán económicamente en una generación. La pregunta es: ¿se detendrán los cetagandanos en Pol? ¿Tratarán de invadirlo, o lo dejarán como amortiguador entre ellos y Barrayar? ¿Conquistador o cortejador? Si logran provocar a los barrayaranos para que éstos ataquen a través de Pol sin autorización, los polenses pueden llegar a establecer una alianza con Cetaganda… ¡Ah! —Comenzó a caminar otra vez.

Oser tenía el aspecto de haber mordido algo repugnante. Algo con medio gusano en su interior.

—No fui contratado para encargarme del Imperio Cetagandano. A lo sumo se esperaba que luchase contra los mercenarios vervaneses, suponiendo que todo el asunto no se apaciguase solo. Si los cetagandanos llegan aquí, estaremos perdidos. Acorralados en un callejón sin salida. —Y entonces agregó como para sí mismo—: Tal vez deberíamos ir pensando en salir mientras podamos hacerlo…

—Pero, almirante Oser, ¿no lo comprende? —Miles señaló a Metzov—.
Ella
nunca lo hubiera perdido de vista sabiendo todo esto si pensara poner en práctica el plan. Quizás haya pensado que moriría tratando de matarme, pero siempre existía la posibilidad de que no fuese así, de que lo hicieran pasar por un interrogatorio como éste. Lo que él narra es el plan
viejo
. Debe haber un plan
nuevo
. —
Y creo saber cuál es
—. Existe otro… factor. Una nueva
x
en la ecuación. —
Gregor
—. Si no me equivoco, ahora la invasión cetagandana es un escollo considerable para Cavilo.

—Almirante, yo podría creer que Cavilo traicionase a cualquiera… menos a los cetagandanos. Ellos serían capaces de dedicar toda una generación a la venganza. Ella no encontraría sitio a donde escapar. No viviría para disfrutar de sus ganancias. Y, por otra parte, ¿qué podría ser más atractivo para ella que cobrar tres veces?

Pero si espera contar con el Imperio de Barrayar para defenderse, con todo nuestro Servicio de Seguridad

—Sólo se me ocurre un modo mediante el cual ella puede esperar salir triunfante —dijo Miles—. Si funciona tal como lo ha planeado tendrá toda la protección que quiera. Y todas las ganancias.

Podía funcionar. Realmente podía funcionar. Si Gregor estaba fascinado por ella. Y si los dos testigos que podían ocasionarle problemas se mataban entre ellos. Abandonando su flota, podía llevarse a Gregor y escapar antes de que llegasen los cetagandanos, presentándose en Barrayar como la persona que había «rescatado» a Gregor a un alto coste personal. Si, además, Gregor la presentaba como su novia, como la digna madre de un futuro vástago de la casta militar, el romanticismo de la escena podía obtener el suficiente apoyo popular para vencer las resistencias de los consejeros. Dios sabía que la madre de Miles había cimentado ese argumento. Cavilo era capaz de lograrlo. Emperatriz de Barrayar. Y podía coronar su carrera traicionando absolutamente a todos, incluso a sus propias fuerzas.

—Miles, la expresión de tu rostro… —dijo Elena con preocupación.

—¿Cuándo? —dijo Oser—, ¿Cuándo atacarán los cetagandanos? —Logró que Metzov le prestase atención y repitió la pregunta.

—Sólo Cavie lo sabe. —Metzov emitió una risita—. Cavie lo sabe todo.

—Tiene que ser inminente —intervino Miles—, Es posible que esté comenzando ahora mismo. Tal vez esperaba que los Den… que la Flota estuviese paralizada por este Incidente.

—Si eso es cierto —murmuró Oser—, ¿qué debemos…?

—Nos encontramos demasiado lejos. A un día y medio de donde se desarrolla la acción: el enlace por agujero de gusano de la Estación Vervain. Tenemos que acercarnos. Tenemos que llevar la Flota a través del sistema, desenmascarar a Cavilo, sitiarla…

—¡No pienso precipitar un ataque en contra del Imperio Cetagandano! —lo interrumpió Oser con dureza.

—Es necesario. Tendrá que luchar, tarde o temprano. Si usted no escoge el momento, ellos lo harán. La única posibilidad de detenerlos es en el enlace. Una vez que hayan pasado, será imposible.

—Si llevara mi flota de Aslund, los vervaneses pensarían que los estamos atacando.

—Se movilizarían y se pondrían en estado de alerta. Eso es bueno. Pero si lo hacen en la dirección equivocada, no sería nada bueno. Terminaríamos favoreciendo a Cavilo. ¡Maldición! Sin duda es otra bifurcación en su estrategia.

—Si, como usted asegura, los cetagandanos son ahora un estorbo tan grande para Cavilo, supongamos que no les envía la señal de ataque.

—Oh, todavía los necesita. Pero su propósito ha cambiado. Los necesita para escapar y para asesinar a todos los testigos. Pero no los necesita para triunfar. Sus nuevos planes son a largo plazo.

Oser sacudió la cabeza como tratando de aclarársela.

—¿Por qué?

—Nuestra única esperanza, y también la de Aslund, es capturar a Cavilo y paralizar a los cetagandanos en el enlace por agujero de gusano de la Estación Vervain. No, espere… Debemos controlar ambos extremos del enlace Centro-Vervain. Hasta que lleguen refuerzos.

—¿Qué refuerzos?

—Aslund. Pol. Cuando los cetagandanos muestren su poderío bélico, todos comprenderán la amenaza. Y si Pol se pone del lado de Barrayar en lugar del de Cetaganda, Barrayar podrá enviar sus fuerzas a través de ellos. Será posible detener a los cetagandanos, si todo ocurre de la manera apropiada. —¿Pero podrían todavía rescatar a Gregor con vida? «No un camino a la victoria, sino
todos
los caminos…»

—¿Los barrayaranos intervendrán?

—Oh, creo que sí. Su contraespionaje debe de estar al tanto de estas cosas… ¿No han notado que, en los últimos días, se haya incrementado la actividad de Inteligencia de Barrayar aquí en el Centro?

—Ahora que lo menciona, sí. Su tráfico de mensajes en clave se ha cuadruplicado.

Gracias a Dios. Tal vez la ayuda estuviese más cerca de lo que se había atrevido a imaginar.

—¿Han descifrado alguna de sus claves? —preguntó, ya puestos.

—Oh, sólo la menos significativa, hasta el momento.

—Ah. Bien. Quiero decir… mala suerte.

Durante todo un minuto, Oser permaneció con los brazos cruzados, mordiéndose el labio mientras reflexionaba con gran concentración. Miles recordó la expresión meditabunda que había tenido el almirante Justo antes de ordenar que lo arrojaran por la escotilla más próxima, apenas una semana atrás.

—No —dijo Oser al fin—. Gracias por la información. A cambio, supongo que le perdonaré la vida. Esta no es una batalla que podamos ganar. Sólo alguna fuerza planetaria cegada por la propaganda, con todos los recursos de su planeta respaldándola, podría embarcarse en un sacrificio altruista y demente como éste. Yo he entrenado a mi flota para que fuese una buena herramienta táctica, no un maldito tapón fabricado con cadáveres. No soy, tal como usted dice, un cabeza de turco.

—Lo que será es una punta de lanza.

—Su «punta de lanza» no tiene ninguna lanza por detrás. No.

—¿Es ésta su última palabra, señor? —preguntó Miles con voz débil.

—Sí. —Oser activó su intercomunicador de muñeca para llamar a los guardias—. Cabo, este grupo se dirige al calabozo. Llame y notifíquelo.

El guardia hizo la venia al otro lado del vidrio.

—Pero, señor. —Elena se acercó a él, alzando los brazos a modo de súplica. Con un rápido movimiento de muñeca, clavó la Jeringa en el cuello de Oser. Este abrió los ojos de par en par y apretó los labios con furia. Se puso tenso para golpearla, pero su brazo se detuvo en el aire.

Al otro lado del vidrio, los guardias notaron el movimiento de Oser y desenfundaron sus aturdidores. Elena sujetó la mano del almirante y la besó con una sonrisa de gratitud. Los guardias se calmaron; uno codeó al otro y, a juzgar por sus sonrisas, dijo algo bastante desagradable, pero Miles no estaba en condiciones de leer los labios de nadie en ese momento.

Oser se tambaleó y jadeó, luchando contra la droga. Elena le alzó el brazo y deslizó una mano por su cintura, haciéndolo girar para que quedaran de espaldas a la puerta. La típica sonrisa idiotizada apareció y desapareció en el rostro de Oser, pero luego se fijó definitivamente.

—Actuó como sí yo hubiese estado desarmada. —Elena sacudió la cabeza con exasperación y deslizó la jeringa en el bolsillo de su chaqueta.

—¿Y ahora qué? —susurró Miles con desesperación mientras el cabo se acercaba a la cerradura codificada de la puerta.

—Todos iremos al calabozo, supongo. Tung se encuentra allí —dijo Elena.

—Ah… —«Oh diablos, nunca saldremos de esto.» Pero había que intentarlo. Miles sonrió a los guardias y los ayudó a soltar a Metzov, mientras se interponía en su camino y apartaba su atención de Oser, quien esbozaba una sonrisa particularmente feliz. En un momento, cuando ellos no lo miraban, hizo tropezar a Metzov, quien se tambaleó.

—Será mejor que lo sujetéis por ambos brazos. No parece demasiado firme —les dijo Miles a los guardias. Él tampoco estaba demasiado firme, pero logró bloquear la puerta de tal modo que los guardias y Metzov marchasen primero, él segundo y, finalmente Elena, tomada del brazo de Oser.

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