El libro de un hombre solo (20 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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—¿Buena en qué?

—Buena en su libertad —dices.

Todos te aclaman, pero ella levanta los brazos y se vuelve, plantada sobre su bella y sólida cintura. Un hombre joven, un poco imprudente, te pregunta:

—¿Qué piensa usted del matrimonio?

—Que el que no se ha casado acabará haciéndolo.

—¿Y el que ya lo está? —pregunta el mismo joven.

—Tendrá que volverse a casar para ver otras cosas —respondes.

Todos vuelven a aplaudir. Pero el joven te pregunta mirándote a los ojos:

—¿Tiene usted muchas amantes?

—El amor —respondes— es como el sol, el aire y el vino.

Todos vienen a brindar contigo; esos jóvenes no hacen ceremonias ni siguen las normas de educación establecidas, ese ambiente está lleno de vida.

—¿Y el arte? —pregunta con voz tímida una chica que está cerca de ti.

—El arte sólo es un modo de vida.

Tú explicas que vives el momento presente, que no buscas la inmortalidad, que las lápidas están para que las vean los vivos, que a los muertos les da igual. Has bebido demasiado, empiezas a divagar. Hacer teatro es buscar la felicidad; cuando se hace hay que aprovechar al máximo. Dices que estás muy contento de haber trabajado con ellos, que se lo agradeces a todos.

Tu asistente de dirección, alto y delgado, muy comedido, es mayor que el grupo de jóvenes y toma la palabra en nombre de todos para decirte que les gusta mucho esa obra que escribiste hace diez años, que no ha pasado de moda en absoluto, ya que sigue siendo actual, y que esperan que vuelvas para estrenar otra de tus obras de teatro. No quieres decepcionarlos, le dices que el mundo no es tan grande, que Hong Kong se ve en los mapas al primer golpe de vista, que seguro que tendrás la ocasión de volver muchas veces; pero tú sabes que el pájaro que sale de su jaula nunca quiere volver. Tu mente vuela hacia las altas planicies áridas del centro de Francia. Desde lo alto de un acantilado abrupto, contemplas las iglesias y sus tejados en punta que destacan en medio de los pueblos que están en plena montaña. Lejos de la gran carretera, una francesa desnuda está tomando el sol tumbada sobre la hierba para ponerse morena. Se tapa los ojos con un brazo y su cuerpo refleja los rayos de luz. El viento transporta los gritos de las águilas que planean a media altura por el acantilado, vuelan con las alas desplegadas; son águilas que han comprado en Turquía para soltarlas aquí, en Francia, donde ya hace tiempo que esas aves rapaces se extinguieron.

Necesitas contemplar, lejos del dolor, el corazón descansado, las imágenes que has dejado en tus recuerdos oscuros, encontrar luces un poco más brillantes, para poder valorar el camino que has recorrido.

Todavía son jóvenes; te preguntas si lo que has vivido les puede ocurrir a ellos. Es su problema, tienen su propio destino, no puedes cargar con el sufrimiento de los demás, no eres ningún salvador, sólo puedes salvarte a ti mismo.

18

Te das cuenta de que realmente te cuesta hablar de aquella época, te cuesta mucho entender el «él» de entonces. Para evocar aquel pasado, primero hay que explicar el vocabulario que se usaba durante aquellos años y su significado real. Una palabra tan precisa como «partido», por ejemplo, no tenía nada que ver con la que aparecía en la frase antigua que decía «Los hombres nobles se juntan, pero no organizan un partido», frase que de niño solía escuchar en boca de su padre, que se consideraba un hombre noble y distanciado de la política. Más tarde su padre ya no se atrevió a decir eso y cuando pronunciaba la palabra «Partido», se ponía serio, se mostraba respetuoso, le temblaban las manos y el líquido de la copa; de lo contrario, no habría intentado suicidarse. Esa palabra era realmente grandiosa y solemne. Hasta el Estado, en principio tan grandioso y solemne, se encontraba por debajo del «Partido», por no hablar de las diversas «entidades de trabajo» donde todo el mundo tenía que sudar de lo lindo para poder cobrar. El
hukou
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la ración de comida, la vivienda y la libertad personal de cada uno de los integrantes de una entidad estaba bajo el control absoluto de la organización del Partido que la dirigía, y eso, sin contar a los que fueran tachados de enemigos, que recibían un trato especial; por eso el término «camarada» tenía un significado tan importante. Cada uno tenía que encontrar el medio de guardar esa palabra pegada a su nombre, si no, se le podía calificar de «malhechor o monstruo», y, después de ser «depurado» de su «entidad de trabajo», ya sólo le quedaba ir al campo de reeducación por el trabajo.

Cuando el Partido decidía empeñar una nueva batalla, todas las entidades de trabajo se lanzaban a una lucha encarnizada, porque no había nadie que no tuviera miedo de ser también «depurado». Un individuo era o un camarada revolucionario (clasificados en veintiséis niveles diferentes), o un malhechor (divididos en cinco categorías). La autorización de vivir en la ciudad, el
hukou
urbano (concedido a la población que no se dedicaba a actividades agrícolas y que vivía comprando víveres gracias a los cupones de racionamiento distribuidos cada mes), el envío al campo de reeducación por el trabajo, la vida o la muerte de cada ciudadano, todo eso estaba íntimamente ligado a las medidas políticas, que cambiaban sin cesar, que se tomaban según las peleas a vida o muerte entre unos cuantos miembros en el interior del comité central del Partido (en general, en la Oficina Política y el Secretariado del Comité Central), medidas transmitidas a la base mediante documentos del Partido que estaban fuera del conocimiento de la gente común. De ese modo, el destino de cada individuo era decidido, sin que él comprendiera nada, según un mandamiento muchísimo más infalible que las profecías de la Biblia: los que no están de acuerdo con la norma, si no es muy grave, cometen una falta, pero si es más grave, cometen un crimen. Todo quedaba anotado en la ficha de cada individuo.

En la ficha, evidentemente, no sólo se anotaba el curriculum vitae. Se incluía toda la información referente a los actos y las palabras incorrectas del individuo, su comportamiento político y moral en todos los movimientos pasados, los informes ideológicos y las autocríticas que la propia persona había escrito, así como las conclusiones y evaluaciones que realizaba la organización del Partido de la entidad. Esas fichas estaban guardadas en los archivos que custodiaba el personal confidencial especializado. Pasaban de una entidad de trabajo a otra siguiendo al individuo, pero el interesado nunca podía estar al corriente del contenido, durante toda su vida.

Otro ejemplo: la acción de estudiar no correspondía en absoluto a la definición del diccionario, es decir, adquirir conocimientos o aprender cosas. No, ese estudio tenía la función específica de eliminar todas las ideas que no correspondieran a la ideología que había fijado el Partido en aquella época, erradicar cualquier motivación individual, aunque fuera un pensamiento sencillo, que no concordara con las normas que había fijado el Partido; era lo que se denominaba «luchar a muerte contra cualquier pensamiento egoísta». ¡No bromeaban! La palabra «egoísmo», cuando se unía a un individuo, adquiría el sentido de crimen de orden psicológico y debían destruirlo sin remilgos. Las «escuelas de los funcionarios del 7 de mayo» —escuelas sin parangón ni en China ni fuera de China, antes o ahora, a las que se iba a la fuerza, se estuviera inscrito o no, y de las que no se podía salir— eran el castigo de los que habían recibido algo de educación, todos los que eran cultos y capaces de pensar. El pensamiento quedaba coartado por una vigilancia mutua y el trabajo físico extremadamente pesado. El único pensamiento que el Partido autorizaba era el del Líder Supremo. En aquel momento a cualquier persona, ya fuera funcionario del Partido o simple empleado de un organismo del Estado, si se le mandaba que se «instalara en el campo» con los miembros de su familia en una «escuela de funcionarios», no podía negarse. La «escuela de funcionarios» era como la entidad de trabajo: fijaba las raciones de cada individuo, su empadronamiento y la libertad de tener actividades exteriores. Por lo tanto, era imposible hacer novillos como los niños, y, de todos modos, ¿adónde se podía huir?

Podrías hacer un diccionario con ese vocabulario, pero no tienes ganas de recopilar toda esa información, aunque sirviera para la historia como testimonio de una época.

A propósito de la historia, justamente, si se considera la «Revolución Cultural» que tuvo lugar no hace mucho más de treinta años, el contenido de los documentos oficiales editados por aquel entonces en cada uno de los congresos del Partido ha cambiado continuamente, desde el IX Congreso de Mao hasta los del Tercer Pleno del Comité Central de Deng Xiao-ping. Hace muy poco, estaba oficialmente prohibido investigar sobre lo ocurrido en aquel movimiento. La historia que cuenta el pueblo también varía según la persona: ¿La historia de la Revolución Cultural que ha vivido el antiguo guardia rojo Danian? ¿O la historia del rebelde Li? ¿O las memorias del camarada Wu Tao, un antiguo secretario del Partido que fue destituido? ¿O la que contarían los hijos de Lao Liu, que pusieron una denuncia por la muerte a golpes de su padre? ¿O las palabras que pronunciaron en las honras fúnebres de ese viejo general que murió de hambre en la cárcel de su propio régimen, por el que había luchado con tanto ardor? ¿O la historia de los sufrimientos de un pueblo abstracto? ¿El pueblo tiene realmente una historia?

En aquella época todo el mundo se rebelaba, del mismo modo que antes el pueblo entero era revolucionario. Después se evitó pronunciar la palabra «rebelión», se llegó incluso a silenciar aquella época y todos se dijeron víctimas de la gran catástrofe, olvidando que, antes de que llegara, habían sido también secuaces. Es curioso cómo cambia la cara de la historia; mejor que no escribas nada de ella, mejor que sólo te remontes a tu propia experiencia. Entonces él era tan impulsivo, tan estúpido... Y la amargura que siente hoy por haber sido burlado es como ingerir matarratas y no poder expulsarlo. Es fácil decir que no cuesta nada vomitar una cosa repugnante, pero, aunque se vomite, no hay ninguna seguridad de que uno se sentirá mejor.

Los arrebatos de justicia y los juegos de azar políticos, las tragedias y las farsas, los héroes y los payasos sólo son productos que el hombre manipula. Todo es pura charlatanería: las palabras severas y justas, las polémicas, los gritos y las injurias forman parte del lenguaje estereotipado del Partido; desde el momento en que las personas pierden su propia voz, se convierten en muñecos de trapo que no pueden escapar de la gran mano que los manipula.

Hoy en día, cuando escuchas discursos llenos de fervor, te ríes para tus adentros. Los eslóganes de los revolucionarios o rebeldes te ponen la piel de gallina. Cuando llegan los héroes o los combatientes, pones tierra de por medio; ese tipo de excitación y de indignación son para dárselas a los perros. Deberías haber abandonado desde hacía tiempo aquella jaula de fieras, no es un lugar en el que puedas divertirte. Tu mundo se encuentra entre tu pincel y el papel; tú no eres un instrumento en manos de otro, tan sólo hablas para ti mismo.

Intentas recuperar tus recuerdos. Si por aquel entonces «él» se volvía loco, probablemente era porque sus sueños se habían hecho añicos. El universo que había imaginado en los libros se había convertido en un mundo prohibido. Todavía muy joven, no había ningún lugar donde pudiera liberar su energía y no encontraba la mujer que le hiciera perder el sentido y con la que pudiera satisfacer su deseo sexual. Todo eso le hacía revolcarse en el mismo lodo que los demás.

Teniendo en cuenta que la utopía de la nueva sociedad es, al igual que el hombre nuevo, un mito moderno, hoy, cada vez que escuchas a alguien que lamenta que se hayan destruido los ideales, piensas que es mejor que haya sido así. Crees que los que continúan proclamando sus ideales son nuevos vendedores de polvos mágicos. Y cuando te encuentras con alguno que quiere convencerte soltándote un discurso insoportable, con el que intenta darte lecciones, le dices que vale, de acuerdo, y te largas lo más rápidamente posible.

Ya no discutes, prefieres ir a tomar una cerveza. La vida no necesita justificación. ¿Un hombre vivo sólo puede realmente comportarse como un ser humano después de haber probado su razón de ser? No, tú te contentas con exponer los hechos para volver, gracias al lenguaje, al «él» de aquella época; regresas a los lugares y al tiempo que corresponden a ese «él» desde los lugares y el tiempo actuales. Ahora quieres mostrar el «él» de aquella época. Puede que ese sea el sentido de tu observación.

Al principio no había enemigos, ¿por qué había que crearlos? Acabas de darte cuenta de que si todavía tienes un enemigo, sólo es la sombra que ha dejado en tu corazón el viejo Mao, hoy ya muerto y bien muerto. Lo único que quieres es salir adelante, es inútil pelear contra la sombra de un hombre muerto y malgastar el poco tiempo de vida que te queda.

En la actualidad no tienes doctrina. Y un hombre sin doctrina se parece más a un hombre. Un insecto o una hierba tampoco tienen, tú eres un ser vivo al que ya no manipula ninguna doctrina, prefieres ser un observador que vive al margen de la sociedad, que, aunque no pueda evitar tener un punto de vista, una opinión y alguna inclinación, no tiene doctrina; esa es la principal diferencia entre el «tú» presente y el «él» que observas.

19

El primer enfrentamiento tuvo lugar en el patio de la institución. Guardias rojas contra guardias rojas. A mediodía, en el momento en que todos salían en masa para ir a la cantina, un guardia rojo del exterior pegó un
dazibao
que llamó la atención de un funcionario de la oficina de seguridad. Unos cuantos guardias rojos de la institución se acercaron y arrancaron el cartel que acababa de pegar. El intruso llevaba gafas y se comportaba con bastante insolencia. Rodeado, no paraba de gritar:

—¿Por qué no me dejáis pegar este
dazibao
? ¡Es un derecho que nos ha dado el Presidente Mao!

—Es el hijo de Lao Liu, que intenta revocar el veredicto contra su padre, ¡no le dejemos que cree confusión! —gritaba el funcionario mientras agitaba la mano en dirección a todos los que le rodeaban—. ¡No os quedéis aquí, id a comer!

—¡Camaradas! ¡Mi padre no es culpable!

El joven empujó al funcionario con una mano y alzó la cabeza para dirigirse al grupo de personas que se encontraba allí.

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