El libro de un hombre solo (51 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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—No mires hacia ella; esta puta se acuesta con todo el mundo, lo que provoca constantes peleas entre los trabajadores —dijo Lu en voz baja.

Todavía completamente confuso, intentaba seguir el paso de Lu, que continuó diciendo:

—Cuando consiguen la paga, estos diablos se gastan su dinero en acostarse con ella, lo que hace que las mujeres del pueblo estén que trinan. Ahora está trabajando en la estación de radio de la mina. Es mejor que no te acerques a ella; si intercambias dos palabras con esa muchacha, intentará seducirte y creerán que te has acostado con ella.

Media hora más tarde, Lu colocó los tazones y los palillos y sirvió el alcohol, mientras el cocinero de la cantina les traía los platos calientes en una bandeja tapada. Él no tenía ganas de beber; se arrepentía de no haberse parado a hablar un poco con Sun Huirong. Pero ¿qué le habría dicho?

Ella y tú pertenecíais a dos mundos diferentes, y aunque tu mundo también estaba muy mancillado, ella nunca conseguiría salir de la mina. Durante un instante ella olvidó la distancia que los separaba, olvidó su desgracia, su condición de puta a los ojos de los habitantes de la comarca; tú eras su profesor, ella no quería pedirte ayuda, quizá tampoco quería cambiar su situación. Durante un instante le invadió una gran inocencia, era un flechazo de chiquilla, la alegría le había hecho perder la cabeza; luego, de repente, una severa advertencia le hizo volver en sí. Esa herida que le habías provocado te haría sufrir; durante mucho tiempo no pudiste perdonarte esa debilidad.

Por la noche, acostado en la habitación del paso secreto, escuchaste el agua del manantial que corría detrás de la ventana y las ráfagas de viento que atravesaban el bosque de pinos. Al día siguiente, muy temprano, atravesaste de nuevo el río y tomaste el primer autobús para volver a la cabeza de distrito.

Habías tomado fotografías de Sun Huirong, la ayudabas a maquillarse y a ponerse el lápiz de labios, eran de antes de que se quedara en la brigada de producción. Estas fotografías eran de la representación de la obra que hicieron los alumnos del equipo de propaganda del pensamiento de Mao Zedong. Ella interpretaba el papel de la heroína Aqing, que luchaba contra el ejército de los bandidos que defendían a los japoneses en la ópera modelo revolucionaria. Los del departamento de enseñanza del distrito habían dado la orden, en el marco del plan general de educación, de que los alumnos aprendieran a cantar las óperas revolucionarias en las clases de música. Ella era la que tenía mejor voz. Ahora tendrá algún hombre, o seguirá prostituyéndose en aquella mina de gestión colectiva campesina, imposible saberlo.

Después de salir del país, cuando las autoridades precintaron el apartamento que ocupabas, se incautaron también de aquellas fotografías, junto con tus libros y manuscritos.

Antes de salir de China, otro de tus alumnos de aquella época, que ya trabajaba después de haber obtenido su diploma de universidad, vino a verte a Beijing, aprovechando un viaje para una misión. Le preguntaste por Lu. Él te dijo que había muerto. ¿De qué?, preguntaste. De enfermedad, según había oído.

Nunca viste a la esposa de Lu. Te dijo que era profesora en una escuela normal de la región, pero que estaba de baja, ya que tenía problemas mentales. Vivía con su hija. Quizá fuera un pretexto para protegerse, para evitar que la implicaran. Además, una mujer quizá no habría conseguido vivir en aquella ermita.

Después soñaste: en aquel burgo, las casas no se tocaban, no estaban alineadas a lo largo de la pequeña calle ni de las otras callejuelas, los lugares estaban vacíos, todas las casas estaban dispersas. La escuela se encontraba en la cima de una colina, las puertas y las ventanas estaban abiertas de par en par, todo estaba vacío. Ibas a ver a Lu, su casa era rústica, estaba aislada y en la puerta había una cadena de hierro. Era por la tarde, los rayos del sol oblicuo iluminaban las paredes de tierra amarilla, no sabías qué hacer, debías verlo para que te ayudara a salir de aquel lugar, no querías vivir en la escuela vacía hasta el fin de tus días. Te dieron la orden de que te ocuparas de la escuela, debías corregir sin parar los cuadernos de los alumnos, no tenías tiempo ni de pensar en tu situación, y ni siquiera sabías qué tenías que pensar. De pie, delante del muro, mirando el candado de la puerta, escuchabas el viento que se levantaba en los arrozales de detrás de ti, donde sólo quedaban los rastrojos después de la cosecha de otoño...

53

La primera vez que vio desde tan cerca al gran hombre fue en la plaza Tiananmen, entre el Palacio Imperial y la puerta Qianmen, detrás del monumento a los héroes del pueblo, en el mausoleo de hormigón armado recién construido que, según decían, era capaz de resistir un bombardeo nuclear y un terremoto de intensidad nueve. En el féretro de cristal, la cabeza de Mao era realmente enorme; a pesar del maquillaje, se veía claramente que estaba hinchada. Estaba a cinco metros de él. Se puso en la fila y sólo pudo detenerse dos o tres segundos frente al cuerpo; un sentimiento amorfo se apoderó de su corazón.

Sintió que podría decirle muchas cosas a ese hombre, claro que no al cadáver del dirigente del pueblo en su ataúd de cristal, sino al Mao que iba vestido con un albornoz, que acababa de salir de la cama con alguna amante, o de la piscina. No era grave que un dirigente de tal nivel tuviera amantes, no era una equivocación importante. Sólo quería decirle a ese viejo que se había quitado su traje militar de comandante supremo y que había dejado la máscara de dirigente: Como hombre, usted ha tenido una vida llena, desde luego ha sido original. De hecho, hasta se podría decir que usted es un superhombre: ha dominado China con éxito, su sombra continúa cubriendo todavía hoy a más de mil millones de chinos, su influencia sigue siendo enorme y se extiende por todo el mundo, inútil negarlo. Podía matar a quien le viniera en gana, pero no podía obligar a que alguien repitiera lo que usted había dicho —eso es lo que le hubiera gustado decir a Mao.

También quería decirle que aunque la historia podía borrarse, él en aquella época tuvo que decir lo que Mao quiso que dijera; por eso, no conseguía borrar el odio que sentía personalmente hacia él. Más tarde, se diría a sí mismo: mientras Mao permanezca idolatrado como dirigente, emperador o dios, no volvería a este país. Poco a poco, ha ido teniendo claro que ningún hombre podía someter la voluntad de otro, a no ser que éste consintiera.

Finalmente, también quería decirle que se puede estrangular a un hombre, pero que, sea cual sea su debilidad, no se puede estrangular su dignidad. Si el hombre es hombre es porque posee un mínimo de dignidad personal que nadie puede aniquilar. Aunque el hombre sea como un gusano, sabemos que este insecto tiene su dignidad; si lo aplastamos, antes de morir puede hacerse el muerto, debatirse, intentar huir, y la dignidad del insecto no se puede destruir. Se elimina a un hombre como si fuera una brizna de paja, pero ¿alguna vez hemos visto a una brizna de paja intentar salvar su vida en el momento en que la van a cortar? Sin duda el hombre no es como la brizna de paja, pero lo que quiere demostrar es que, aparte de la vida, el hombre también posee su dignidad.

Si no hay otro medio de protegerla, si no lo matan ni se suicida, si no tiene ganas de morir, sólo le queda la huida. La dignidad es la conciencia de la existencia, ahí se encuentra la fuerza individual de los hombres débiles. Si la conciencia de la existencia desaparece, la existencia toma la forma de la muerte.

Bueno, basta de pamplinas, aunque gracias a estas pamplinas ha conseguido aguantar. Hoy, que por fin podría decirle todo esto públicamente a Mao, el viejo ya está muerto desde hace más de veinte años, sólo puede decírselo a su fantasma o a su sombra.

Mao en albornoz. Digamos que salía de su piscina, era alto, tenía una barriga prominente, una voz aguda, un poco femenina, acento de Hunan, su rostro era de bonachón, como en el retrato gigante pintado y que cuelga en Tiananmen; tenía aspecto de ser un hombre afable. Le gustaba fumar, fumaba un cigarrillo tras otro. Tenía los dientes completamente negros, fumaba unos Panda que hacían especialmente para él y que dejaban un olor muy agradable. A Mao le gustaban los platos de sabores fuertes, por ejemplo la carne grasa y el chile. Este último dato no lo inventó su médico en sus memorias.

«Amigo», dijo Mao. A veces, llamaba a las personas «amigo» y no «camarada». También tenía muchas amigas jóvenes. Él, desde luego, no era su amigo. Entre los hombres de China que merecían ser sus amigos se encontraba Lin Biao. Más tarde se dijo que murió en un accidente aéreo al huir a Ondorhaan, en Mongolia. Contrariamente a lo que era habitual, los documentos del Partido se difundieron con las fotografías de los restos del avión siniestrado. En el extranjero, Nixon era su amigo, había hablado con él durante tres horas seguidas. En aquella época, este hombre de casi ochenta años habló con dinamismo y buen humor, aunque se mantenía gracias a las inyecciones. El judío inteligente Kissinger también lo admiró, aunque sin llegar a la adoración.

Evidentemente, no se dirigía a él cuando Mao dijo «amigo», pero él sí que hubiera querido decirle a Mao: ¿Cree usted realmente en el comunismo de Marx, en ese reino ideal? ¿O lo utiliza sólo como bandera? (Esta pregunta era muy ingenua; pero en aquella época se la habría hecho, después ya no.)

«En el mundo existen más de cien partidos, la mayoría no creen en el marxismo-leninismo», escribió Mao en una carta dirigida a su esposa Jiang Qing al principio de la Revolución Cultural. Esta carta estaba escrita expresamente para el conjunto del Partido, no podía ser un simple intercambio privado entre marido y mujer. Más tarde, el Partido la utilizó como una prueba importante para hacer desaparecer a la que se convirtió en la viuda de Mao, y la difundió entre la población.

Por aquel entonces, él prefería pensar que si Mao dijo aquello era porque lo creía. En ese caso, ¿éste era el reino celeste que el viejo quería crear en la tierra, para no llamarlo infierno? Hubiera querido preguntarle eso.

Es una primera etapa, dice Mao.

Entonces ¿cuándo llegará la etapa superior?, pregunta él con gran respeto.

«Dentro de siete u ocho años esto volverá a empezar. Esta vez la Revolución Cultural sólo ha sido una prueba seria», escribió Mao a su esposa. Sacando otro cigarrillo, el viejo se detuvo, y luego escribió: «Y en siete u ocho años, será necesario que haya otro movimiento de eliminación de todos los genios malhechores. Y después todavía serán necesarios muchos movimientos de este tipo».

Cuando acabó de escribir, se echó a reír dejando al descubierto sus dientes negros. Según lo que cuenta el médico de Mao en sus memorias, fumaba tres paquetes al día y nunca se cepillaba los dientes, lo que se veía claramente en los documentales que difundían cuando Mao recibía a los dirigentes extranjeros.

¡Realmente era un gran estratega! ¡Engañó a sus ciudadanos y también a bastantes extranjeros! Esto también le hubiera gustado decírselo.

Mao frunce el ceño.

Él añade a toda velocidad: Ha derrotado a todos sus enemigos, y sólo ha conocido victorias en su vida.

«No hay que dejarse llevar por los laureles de la victoria, yo me preparo para caer hecho añicos. Pero ¿qué más da? La materia no se destruye, sólo se hace añicos», escribió Mao en aquella carta familiar que ya no era secreta y que el Partido difundió.

Es su mujer la que se ha hecho añicos, pero usted, usted permanece intacto. Las personas todavía vienen a admirarlo a su mausoleo; es la prueba irrefutable de su grandeza, dice al fantasma de Mao o a su sombra.

De vivir doscientos años,
recorrería a nado
mil quinientos kilómetros, de eso estoy seguro.
[56]

Usted escribe poemas desde hace tiempo. Hay que reconocer que es un gran estilista, sus poemas están llenos de una arrogancia sin precedentes, capaz de arrollar a todos los hombres de letras del país; ése es uno de los aspectos de su grandeza.

Él explica que si ha podido volver a escribir un poco ha sido gracias a su muerte.

«En mi naturaleza hay mucho de tigre y un poco de mono», dice Mao.

Él dice que en la suya sólo hay un poco de mono.

El viejo muestra al fin una sonrisa y apaga el cigarrillo que ha fumado hasta la mitad como si aplastara un gusano entre sus dedos; eso significa que quiere descansar.

Tumbado en su féretro de cristal, Mao debe de estar cubierto por la bandera del Partido, ya no lo recuerda muy bien. En resumen, el Partido dirige el Estado y Mao dirige el Partido, por lo que la bandera nacional no debe de estar sobre él. Mientras permanecía en la fila que pasaba delante del cadáver del Líder Supremo, en su mente estaba concibiendo todas estas palabras que no consiguió decir. Cuando estuvo a su lado, ni siquiera se atrevió a pararse un segundo de más, ni tampoco a volverse a echar un vistazo cuando siguió caminando, por miedo a que las personas de detrás percibieran algo extraño en su mirada.

Hoy escribes tranquilamente lo que quieres decirle a este emperador que ha dominado a cientos de millones de personas. Como tú eres minúsculo, el emperador que hay en ti sólo puede dominar a una persona: a ti mismo. Actualmente, al pronunciar públicamente estas palabras, has salido de la sombra de Mao, pero no ha sido fácil. Has nacido en un mal momento, precisamente en la época de su dominio, no en otra. Pero eso no depende de ti, es lo que se suele llamar «destino».

54

Ya no vives a la sombra de nadie ni ves en la sombra de cualquier otra persona a un enemigo imaginario. Has salido de esta sombra y ya está. No quieres crearte esperanzas o ilusiones. Al principio llegaste a este mundo sin la menor preocupación, desnudo como un gusano, en un vacío y una tranquilidad perfectos. No tienes que llevarte nada al morir, y, de todos modos, aunque lo quisieras, tampoco podrías, sólo temes a la muerte desconocida.

Recuerdas que tienes miedo a la muerte desde que eras niño. Antes tenías mucho más miedo que ahora. Cuando te ponías enfermo creías tener un mal incurable, cualquier dolencia te dejaba muy preocupado, en un estado de pánico total. En la actualidad ya has vivido muchos sufrimientos producidos por la enfermedad y has caído en profundas depresiones; hay que tener suerte para seguir en este mundo. La vida de por sí es un milagro, es algo que no se puede explicar con palabras, y vivir es la manifestación de este milagro. ¿No es suficiente que un cuerpo provisto de conciencia pueda sentir los sufrimientos y los placeres de la vida? ¿Qué más se puede pedir?

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