El método (The game) (14 page)

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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

BOOK: El método (The game)
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Llevaba una hora observando a Marko sentado inútilmente junto a Goca cuando, muerto de hastío, cogí mi cámara digital y les hice una demostración de la
técnica
de la cámara de Mystery. Les pedí que se sacaran una foto sonriendo, una con gesto serio y, por último, una que transmitiera apasionamiento; por ejemplo, podían darse un beso. Marko estiró el cuello corno una gallina y le dio un piquito en la mejilla.

—No, un beso de verdad —insistí yo, aunque lo único que conseguí fue que los labios de los futuros prometidos chocaran entre sí en lo que sin duda fue el beso más torpe que había visto en mi vida.

Al acabar de cenar, Mystery y yo sembramos el terror en las dos salas del restaurante, bailando con señoras mayores, haciendo trucos de magia para deleite de los camareros y flirteando con todas las mujeres. Cuando volvimos a la mesa, mi mirada se cruzó con la de Goca y, por un momento, sus ojos parecieron brillar, como si buscasen algo en los míos. Hubiera jurado que se trataba de un IDI.

Esa noche me despertó el calor de un cuerpo metiéndose debajo de las sábanas de mi cama. Aunque me tocaba compartir la cama doble con Marko, ése, desde luego, no era el cuerpo de mi amigo serbio. Era un cuerpo de mujer. Una mano llena de calidez me acarició el cráneo recién afeitado.

—¡¿Goca?!

—Chis —dijo ella. Después me mordió el labio superior y lo absorbió entre los suyos.

Yo me aparté.

—Pero ¿y Marko?

—Está en la ducha —dijo ella.

—¿Habéis… ?

—No —dijo ella con un desprecio que me cogió por sorpresa.

Justo antes de venir a mi cama, Goca también se le había insinuado a Mystery, aunque él había fingido no darse cuenta. Pero resultaba más difícil ignorarla cuando estaba metida en tu cama, en tu olfato, en tu boca. Sí, había bebido un par de copas, pero el alcohol nunca ha hecho que nadie haga algo que no desea hacer. Al contrario, el alcohol les permite a muchas personas hacer precisamente lo que siempre han deseado. Y, ahora, parecía que lo que quería Goca era acostarse con un hombre que poseyera todas las características de un macho alfa.

Es fácil decir que está mal acostarse con la chica de tu amigo, pero cuando sientes su cuerpo apretado contra el tuyo, sumiso, y hueles el aroma a fresa del suavizante en su pelo y sientes la tormenta de su deseo y la pasión empieza a envolverte, no es nada fácil decirle que no.

Le pasé los dedos por el cabello y le acaricié lentamente la cabeza. Ella se estremeció con un escalofrío de placer. Nuestros labios se encontraron. Después, nuestras lenguas, nuestros pechos…

No podía hacerlo.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

—Por Marko.

—¿Por Marko? —preguntó ella como si fuera la primera vez que oía su nombre—. Marko es un encanto, pero sólo es un amigo.

—Creo que lo mejor será que te vayas —le dije yo—. Marko terminará pronto de ducharse.

Quince minutos después, cuando Marko salió por fin de la ducha, oí cómo discutía en serbio con Goca. Después oí un portazo.

Marko entró en la habitación arrastrando los pies y se dejó caer en su mitad de la cama.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

—Quiero apuntarme al próximo taller de Mystery.

CAPÍTULO 9

No era capaz de deshacerme de la distancia que nos separaba. Allí estaba yo, sentado en un café con mi Bo Derek rubia, que se mesaba las trenzas al tiempo que me rozaba un muslo con la rodilla… Pero yo estaba paralizado.

El gran Style, el
ala
de Mystery, cuyo magnetismo era tan grande que hacía que Marko le pareciese un
TTF
al amor de su vida, no se atrevía a besar a una chica. Yo dominaba a la perfección decenas de frases de entrada y
técnicas
. Pero eso sólo era el principio del juego, y yo nunca sabía qué hacer a continuación. Debería haber resuelto el problema antes de viajar a Belgrado, pero ya era demasiado tarde para eso. Lo estaba echando todo a perder por miedo a ser rechazado.

Mystery, en cambio, no parecía tener el menor problema con Natalija, aunque ella tuviera trece años menos que él. No tenían nada en común; ni siquiera compartían el mismo idioma. Pero ahí estaban, juntos, en el sofá. Él, recostado sobre el asiento, con las piernas cruzadas, haciendo que ella tuviera que luchar por su atención. Y ella inclinada hacia él, con una mano apoyada sobre su rodilla.

Después de tomar un café, acompañé a mi cita a su casa. Sus padres no estaban, y para subir hubiera bastado con decir: «¿Puedo usar tu baño?». Pero mi boca se negó a pronunciar esas palabras. Aunque la sucesión de innumerables acercamientos con éxito me habían ayudado a mitigar el miedo al rechazo social, convirtiéndome en un prometedor maestro de la seducción a ojos de los demás, en mi interior yo sabía que todavía no era más que un maestro de las aproximaciones. Para poder convertirme en un verdadero MDLS tenía que superar un
obstáculo
mental de una envergadura mucho mayor: el temor al rechazo sexual.

Durante mi introducción al arte de la seducción, había leído
Madame Bovary
, de Gustave Flaubert. Pensé en la perseverancia que había necesitado el dandi aristócrata Rodolphe Boulanger de la Huchette para conseguir el primer beso de madame Bovary, una mujer infelizmente casada. Pero una vez que consiguió robarle ese beso, ya no tuvo que hacer nada más, pues ella se entregó por completo a su pasión.

Una de las tragedias del mundo moderno es que, a pesar de los avances conseguidos durante el último siglo, las mujeres siguen sin tener demasiado poder en la sociedad. Sin embargo, en lo que a las relaciones sexuales se refiere, nadie duda de que son las mujeres quienes deciden. El hombre les cede el control al iniciar la seducción y no lo recupera hasta que la mujer toma una decisión y se entrega a él. Quizá sea por eso por lo que, para frustración de los hombres, las mujeres se muestran tan cautas a la hora de entregarse a ellos, pues cuanto más tardan en hacerlo más tiempo mantienen el control.

Para destacar en cualquier campo siempre hay
obstáculos
que superar. Es lo que los culturistas llaman el período del dolor. Tan sólo los que se empujan hasta el límite, los que están dispuestos a enfrentarse a ese dolor, al agotamiento, a la humillación, al rechazo, o a algo todavía peor, llegarán a convertirse en campeones. Los demás están condenados a ver el partido desde el banquillo. Para seducir a una mujer, para convencerla de que merece la pena arriesgarse a decir que sí, tendría que armarme de valor y poner en riesgo mi cómoda situación.

Y fue al ver a Mystery seduciendo a Natalija como aprendí la lección.

—Acabo de cortarme el pelo y me pica el cuello —le dijo a Natalija—. Me gustaría darme un baño para quitarme los pelillos sueltos. ¿Por qué no me enjabonas tú?

Como era de esperar, Natalija le dijo que no le parecía buena idea.

—Bueno —repuso él—. Pues entonces, adiós. Voy a darme un baño.

Mientras Natalija lo observaba alejarse, la idea de que posiblemente nunca volvería a verlo debió de pasar por su cabeza. Es lo que Mystery llama falso alejamiento. En realidad no se iba; tan sólo quería que ella lo creyera.

Mystery dio cinco pasos —sin duda, los contó— antes de detenerse y darse la vuelta.

—Llevo una semana viviendo en un apartamento enano. Creo que voy a coger una habitación en ese hotel —dijo señalando hacia el cercano hotel Moskva—. Seguro que tienen buenas bañeras. Tienes dos opciones: o me acompañas o esperas a que te mande un e-mail cuando vuelva a Toronto.

Natalija apenas si vaciló un instante antes de seguirlo.

Y fue entonces cuando me di cuenta de cuál había sido siempre mi equivocación: para conseguir a una mujer tienes que arriesgarte a perderla.

Cuando volví al apartamento, Marko estaba haciendo la maleta.

—Lo he intentado todo con las mujeres —me dijo—. Goca era mi última esperanza.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a encerrar en un monasterio?

—No, me voy a Moldavia.

—¿A Moldavia?

—Sí, las moldavas son las mujeres más guapas de Europa Oriental.

—¿Y dónde está Moldavia?

—Es un país muy pequeño. Antes era parte de Rusia. Todo es baratísimo. Y basta con decir que eres norteamericano para acostarte con todas las chicas que quieras.

Siempre he pensado que si un amigo quiere ir a un país en el que yo nunca he estado, lo mejor que puedo hacer es acompañarlo. La vida es corta y el mundo muy grande.

Ninguno de nosotros conocíamos a nadie que hubiera estado en Moldavia; ni siquiera conocíamos a alguien que fuese capaz de pronunciar el nombre de su capital: Chisinau. Y no se me ocurría mejor razón que ésa para conducir hasta Moldavia. Siempre me ha atraído la idea de llenar una zona coloreada de un mapa con datos, sensaciones y experiencias reales. Y viajar hasta Moldavia con Mystery sin duda sería un valor añadido. Tendríamos una aventura en cada pueblo. Sería el viaje con el que siempre había soñado.

CAPÍTULO 10

Existen pocos momentos tan emocionantes en la vida como ese en el que te subes a un coche con el depósito lleno de gasolina, el mapa de un continente por explorar y el mejor maestro de la seducción del mundo sentado en el asiento de atrás. En ese momento te sientes capaz de cualquier cosa. ¿Qué son las fronteras, después de todo, sino límites que te informan del comienzo de una nueva etapa de tu aventura?

O, al menos, eso era lo que yo creía. Pero supongamos que trabajas en Rand McNally y que estás acabando una nueva edición de tu mapa de Europa Oriental. Y supongamos que hay un país diminuto que hace frontera con Moldavia —podría ser un Estado comunista renegado—, pero que ningún otro Estado reconoce diplomáticamente. ¿Qué harías? ¿Lo incluirías en el mapa o no?

Un mago, un falso aristócrata y yo conducíamos por Europa Oriental cuando descubrimos, por accidente, la respuesta a esa pregunta. Hasta ahora, nuestro viaje no había sido precisamente un éxito. Mystery estaba tumbado en el asiento de atrás, realizando inútilmente conjuros para que le bajara la fiebre. Ajeno al dramático paisaje nevado de Rumania, se cubría la cara con su gorro al tiempo que se lamentaba de su estado. De vez en cuando, volvía al reino de los vivos y compartía sus ideas con nosotros. Y esas ideas siempre giraban en torno a lo mismo.

—Voy a hacer una gira por Norteamérica promocionando mi espectáculo de ilusionismo en locales de
striptease
—dijo—. Lo único que necesito es un buen truco que pueda hacer con las bailarinas. Tú podrías ser mi ayudante, Style. Imagínatelo: tú y yo viajando juntos, todo el día rodeados de bailarinas desnudas.

Pasamos dos días en Chisinau —donde las únicas mujeres guapas que vimos estaban en las vallas publicitarias— antes de decidir seguir adelante. ¿Y por qué no? Puede que la aventura que buscábamos nos esperase en Odessa.

Así que dejamos Chisinau un frío viernes y condujimos entre la nieve hacia el nordeste, hasta la frontera de Ucrania. El trazado de la carretera sólo se distinguía por las huellas blancas que habían dejado sobre la nieve los coches que nos precedían. Era como formar parte de la escena de una novela épica rusa: árboles con las ramas cubiertas de cristales de hielo y viñedos congelados que se extendían entre suaves colinas. El coche apestaba a Marlboros y a grasa de McDonald’s y, cada vez que se calaba, resultaba más difícil volver a arrancarlo.

Pero, pronto, ése sería el menor de nuestros problemas, pues lo que en el mapa parecía un trayecto de cuarenta y cinco minutos acabó convirtiéndose en un viaje de casi diez horas.

La primera señal de que algo iba mal se produjo cuando, al llegar al puente que cruzaba el río Dniéster, nos encontramos con una barrera compuesta por varios vehículos, tanto policiales como del ejército, búnkers camuflados a ambos lados de la carretera y un inmenso tanque apuntando hacia nosotros. Nos detuvimos detrás de otros diez coches, pero, por razones que nunca llegaremos a comprender, un militar nos indicó que abandonásemos la hilera de coches y nos dejó pasar sin hacernos una sola pregunta.

En el asiento de atrás, Mystery se envolvió en su manta.

—Tengo una versión del truco de los cuchillos que me gustaría hacer —dijo—. Style, ¿te importaría vestirte de payaso y burlarte de mí desde el público? Entonces yo te diré que subas al escenario y que te sientes en una silla. Te atravesaré el estómago con el primer cuchillo al son de
Stuck in the middle with you
, de la banda sonora de
Reservoir Dogs
, sacaré la mano por tu espalda, moviendo los dedos, y después te levantaré en volandas, empalado en mi brazo. Necesito que me hagas ese favor.

La segunda señal de que algo iba mal se produjo cuando paramos en una gasolinera para hacer acopio de comida. Al ir a pagar nos dijeron que no aceptaban la moneda de Moldavia. Pagamos en dólares y nos dieron la vuelta en lo que dijeron ser rublos. Al examinar las monedas con más atención, vimos que todas tenían una hoz y un martillo en el dorso. Pero lo más extraño era que habían sido acuñadas en el año dos mil, nueve años después de la supuesta caída del comunismo.

Mystery se bajó el sombrero, cubriéndose la cara hasta la boca, mientras hablaba con la grandiosidad de un maestro de ceremonias.

—¡Señoras y caballeros —anunció desde el asiento trasero mientras Marko intentaba arrancar el coche—, el hombre que levitó sobre las cataratas del Niágara, el hombre que saltó del edificio más alto del mundo! ¡Les presento a Mystery, la superestrella, el más temerario de los ilusionistas!

Debía de estar subiéndole la fiebre.

Al ponernos de nuevo en marcha, empezamos a ver estatuas de Lenin y vallas publicitarias con eslóganes y símbolos comunistas. Una de las vallas mostraba una pequeña franja de tierra con una bandera rusa a la izquierda y una bandera roja y verde a la derecha con un lema común. Marko, que entendía algo de ruso, lo tradujo como un llamamiento a la reunificación soviética.

¿Dónde diablos nos habríamos metido?

—Imagináoslo. Mystery, el superhéroe. —Mystery se sonó la nariz con un pañuelo de papel arrugado—. Los fines de semana publicarían una tira cómica en el periódico. También harían un cómic sobre mí, y un muñeco y una película en Hollywood.

De repente, un agente de policía (o, al menos, alguien que iba vestido como un agente de policía) con un detector por radar en la mano nos obligó a detenernos. Nos dijo que íbamos a noventa kilómetros por hora, diez por encima del límite de velocidad. Tras veinte minutos de negociación y un soborno de dos dólares, seguimos adelante. Aunque redujimos la velocidad hasta los setenta y cinco, un nuevo policía volvió a pararnos a los pocos minutos. Aunque no habíamos visto ninguna señal, nos dijo que el límite de velocidad había cambiado medio kilómetro antes.

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