A la mañana siguiente fui a ver cómo estaba Mystery. Estaba en bata, sentado en la cama, temblando. Tenía los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Nunca lo había visto así. En Toronto, durante su depresión, sencillamente se había encerrado en sí mismo, sumiéndose en un estado catatónico. Pero esta vez realmente se lo veía sufrir.
Hacía unas horas, Katya había ido al cuarto de Mystery a coger su cepillo de dientes.
—¿Vas a contarme lo que pasó anoche? —le había preguntado Mystery.
—¿Por qué iba a hacerlo, después de que me entregaste a Herbal, como si fuera un regalo?
—¿Te has acostado con él?
—Ha sido el mejor polvo de mi vida —le dijo ella.
Eso acabó de destrozar a Mystery.
—La mataría —me dijo Mystery. Después se hizo un ovillo sobre la cama y gimió como un perro a las puertas de la muerte—. Sé que me estoy dejando llevar por mis emociones, pero ahora mismo no soy capaz de pensar con lógica. Me siento como si me hubieran desollado. —Cerró un puño, agarrando un trozo de sábana—. Me siento vacío. —Rodó sobre la cama, mientras las lágrimas volvían a fluir de sus ojos—. Me siento como una mierda.
Mientras Mystery se lamentaba, yo pensé en la letra de una de las canciones de Courtney: «Hice la cama. Me acostaré en ella». Mystery había hecho su cama y ahora era Herbal quien se acostaba en ella.
Levantó las manos hacia el techo y gritó con su voz de Anthony Robbins. De repente, Courtney asomó la cabeza por la puerta.
—¿Es por mi culpa? Si queréis, puedo dormir en el cuarto de delante.
Podía ser tan dulce.
Salí y le conté a Courtney lo que pasaba. Katya estaba fumándose un cigarrillo en el patio.
—Me siento tan mal —dijo—. Pobre Mystery.
Herbal salió al patio y se sentó junto a Katya. Guardó silencio durante unos segundos, buscando algo que decir. Ninguno de los dos parecía lamentar haberse acostado con el otro. Pero tampoco imaginaban que Mystery fuese a tomárselo tan mal. Lo cierto es que nadie lo imaginaba.
Courtney encendió un cigarrillo y le habló a Herbal de cómo compartir puede ser querer y de la vez que se había escapado a San Francisco para unirse a Faith No More y de cómo había tenido la idea de las Suicide Girls y de la vez que, estando en Europa, había intentado convertir a una fan en una artista. Entre sus divagaciones debía de esconderse una metáfora para el actual dilema de Herbal —atrapado entre su mejor amigo y la chica de la que se había enamorado—, aunque ninguno de nosotros supiera dónde.
Y, entonces, alguien llamó al móvil de Herbal. Él contestó y, con gesto de incredulidad, le pasó el teléfono a Courtney.
—Es Frank Abagnale —dijo—. Parece ser que ha recibido mi mensaje.
Los dejé a los tres en el patio y llamé a Martina, la hermana de Mystery.
—Vuelve a estar mal —le dije.
—¿Qué ha pasado esta vez?
—Todo empezó con el típico desengaño amoroso, pero esta mañana ha cruzado algún tipo de frontera. Es como si la situación hubiera provocado una reacción química de algún tipo. En estos momentos está llorando desconsoladamente en su cama.
—Si las cosas empeoran, lo mejor sería que volviera a Toronto. Si tú te encargas de meterlo en el avión, nosotras nos encargaremos de lo demás.
—Pero si vuelve a Toronto, todos sus sueños habrán acabado. Ya nunca conseguiría ser un gran ilusionista. Y también perdería su negocio de seducción.
—Lo sé, pero ¿qué otra cosa podemos hacer?
—Voy a intentar resolver las cosas sin que Mystery tenga que irse de Los Ángeles.
—¿No crees que sería mejor que volviera a Toronto? Aquí, la sanidad es gratis. No podemos pagar una clínica en Estados Unidos.
—Déjame que lo intente. Si las cosas no mejoran, te prometo que lo llevaré a Toronto.
Ver lo que había ocurrido entre Mystery y Katya me había abierto los ojos.
Mystery la había invitado a mudarse con él; se había casado con ella; la había dejado no embarazada; la había ignorado, la había tratado con crueldad y le había dicho a Herbal que podía acostarse con ella. No había duda: el único culpable de lo que había sucedido era él mismo.
Mientras tanto, desde que había salido publicado el artículo en el New York Times, Mystery había recibido ofertas de media docena de reality shows, entre ellos, «American Idol»
[1]
. La cadena VH1 había llegado a mandarle un contrato para un programa en el que Mystery convertiría a un don nadie en un auténtico playboy. La fama que tanto anhelaba Mystery lo estaba esperando a la vuelta de la esquina; pero él no había hecho nada por disfrutarla.
—No es la primera vez que le pasa algo así —dijo Martina con un suspiro cuando le hablé de las ofertas de los reality shows—. Siempre que está a punto de conseguirlo, se viene abajo y lo echa todo a perder.
—Es como si…
—Sí —asintió ella—. Es como si le tuviera miedo al éxito.
La noche siguiente, Katya volvió a casa a las dos de la madrugada. Había salido con Herbal y con la mujer de Nueva Orleans con la que se acostaba de vez en cuando. Mystery abrió la puerta de su dormitorio, se sentó en el suelo sobre un cojín y los observó mientras ellos tomaban una copa en el salón. Estaba esforzándose por no perder el control.
La mujer de Nueva Orleans debía de medir casi un metro noventa y tenía un abdomen de gimnasio, una larga melena de pelo castaño que le llegaba prácticamente hasta un escultural culo, unos pechos recién operados y una nariz demasiado grande que, sin duda, sería lo próximo que sometería al bisturí del cirujano plástico. Al ver cómo Katya se acercaba a ella y empezaban a besarse, el rostro de Mystery se contrajo. Si tan sólo hubiera mantenido a Katya a su lado unos días más, ahora estaría a punto de disfrutar del trío que tanto tiempo llevaba eludiéndole. Pero, en vez de eso, estaba sentado en un cojín, contemplando cómo Katya reía con otra mujer, cómo se quitaban la ropa para darse un baño en el
jacuzzi
, observando la sonrisa de satisfacción de Herbal al ir detrás de ellas.
Katya le había ofrecido a Mystery su amor y él lo había rechazado. Ahora estaba pagando el precio. Lo hiciera intencionadamente o no, Katya le estaba restregando su bisexualidad, su juventud y su felicidad en las narices.
Al día siguiente, Mystery estaba peor que nunca. Cuando no estaba llorando, tirado en algún sofá, estaba patrullando por la mansión, intentando que Katya y Herbal pasaran juntos el menor tiempo posible. Cuando no los encontraba, llamaba a Katya al móvil. Y daba igual que ella contestara o no; el resultado era siempre el mismo: Mystery perdía los nervios y destrozaba todo lo que encontraba en su camino. Tiró varias estanterías al suelo; destrozó sus almohadas, cubriendo su cuarto de plumón; estrelló su móvil contra la pared, rompiendo el aparato y dejando una profunda marca negra en la escayola.
—¿Dónde está Katya? —le preguntó a Playboy.
—Se ha ido de compras a Melrose.
—¿Dónde está Herbal?
—Está… Bueno, también ha ido a Melrose.
Y, entonces, el corazón de Mystery se contraía y su escaso ánimo se venía abajo y sus ojos se inundaban de lágrimas y sus piernas cedían bajo su peso mientras buscaba alguna extravagante explicación evolutiva para lo que le ocurría.
—Es el egoísmo de mis genes —decía—. Mis bebés potenciales me están castigando por haberlos abandonado.
Cuando Herbal volvió de Melrose con Katya, intenté avisarlo.
—Katya te está usando para devolverle a Mystery todo el daño que le ha hecho —le advertí.
—Te equivocas —me dijo él—. Katya y yo nos queremos de verdad.
—Vale —le dije yo—. Si es así, ¿podrías hacerme un favor? Intenta no salir con ella hasta que Mystery se recupere. Voy a pedirle a Katya que se vaya unos días.
—Está bien —dijo Herbal con resignación—. Pero no va a ser fácil.
Esa noche llevé a Katya y a su hermano al cine. El plan A consistía en alejar a Katya de Proyecto Hollywood para que el estado emocional de Mystery no siguiera empeorando. El plan B era acostarme con ella para que Herbal se diera cuenta de que lo que compartía con Katya era cualquier cosa menos amor.
Afortunadamente, el plan A funcionó.
—Estás matando a Mystery —le dije a Katya mientras volvíamos a la mansión—. Tienes que irte unos días. No quiero que vuelvas hasta que yo te lo diga.
Ya no se trata de vuestros problemas sentimentales. Mystery tiene serios problemas psicológicos y vuestra ruptura ha desencadenado un proceso que no sé cómo puede acabar.
—Está bien —dijo ella mirándome como una niña a la que acaban de regañar.
—Y quiero que me prometas que no vas a volver a acostarte con Herbal. Estás haciendo daño a uno de mis compañeros y estás a punto de romperle el corazón a otro. No puedo permitir que sigas haciéndolo.
—Vale —me dijo ella.
—El juego se ha acabado, Katya.
—Vale. Lo entiendo.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Debería haber hecho que me lo jurara.
El juego de la seducción resultaba fácil comparado con aquello. Aunque las personas no fuésemos más que programas diseñados por la evolución, como sostenía Mystery, la complejidad de esos programas era tal que ninguno de nosotros éramos capaces de entenderlos. Todo lo que habíamos conseguido descifrar eran un par de sencillas relaciones de causa y efecto: si reduces la autoestima de una mujer, ella buscará tu validación, y si pones celosa a una mujer, ella se sentirá más atraída hacia ti. Pero, más allá de la simple atracción y el deseo, existían sentimientos más profundos que pocos de nosotros conocíamos y que ninguno controlábamos. Y esos sentimientos —para los que el corazón y la palabra «amor» no son más que meras metáforas— estaban destruyendo Proyecto Hollywood.
Y así fue cómo Mystery ahuyentó a los demás inquilinos de la mansión y después empezó a amenazar con suicidarse y Katya me dio un Xanax para tranquilizarlo y yo lo llevé al centro de salud mental de Hollywood y él intentó escaparse dos veces y también intentó
sargear
con la psiquiatra; aunque no lo consiguió.
Seis horas después, Mystery salió del centro de salud mental con un sobre lleno de Seroquels en una mano y un nuevo Xanax en el cuerpo. Yo nunca había oído hablar del Seroquel, así que, al llegar a casa, leí el prospecto.
«Seroquel está indicado para el tratamiento de la esquizofrenia», decía.
Mystery me lo arrancó de las manos y lo leyó.
—Sólo son pastillas para dormir —me dijo—. Sólo son pastillas para dormir.
—Claro —asentí yo—. Sólo son pastillas para dormir.
Lo sexual es aquello que le provoca una erección al hombre… Si no hay desigualdad, si no hay transgresión, si no hay dominación, si no hay fuerza, no hay excitación sexual.
Catharine MacKinnon,
Hacia una teoría feminista del Estado
Era el día de la limonada en Proyecto Hollywood. Al menos eso era lo que había decidido Courtney Love. Mystery se estaba recuperando, Katya había ido a pasar seis semanas a Nueva Orleans y la mansión estaba llena de buenas vibraciones.
Con un cigarrillo en la comisura de los labios y su camiseta de Betsey Johnson manchada de ceniza, Courtney sacó una gigantesca ensaladera de uno de los armarios de la cocina. Abrió la nevera y sacó dos bricks de dos litros de limonada y uno de un litro de zumo de naranja. Los vertió en la ensaladera y, al llenarse ésta, sirvió el resto en varias cacerolas. Después cogió un puñado de cubitos de hielo del congelador y los dejó caer en el zumo. Finalmente introdujo los dedos negros en el líquido y lo removió. La limonada salpicó el suelo mientras la ceniza del cigarrillo de Courtney caía en la ensaladera.
Apagó el cigarrillo sobre los azulejos amarillos de la encimera y miró nerviosamente a su alrededor. Abrió los armarios hasta encontrar los vasos y sacó cuatro metiendo un dedo en cada uno de ellos. Uno a uno, fue introduciéndolos en la ensaladera, hasta llenarlos de limonada. Después cogió el resto de los vasos, todas las tazas de café que quedaban limpias, e incluso una jarra de medidas y los llenó de limonada.
Mystery estaba sentado, con las piernas cruzadas, en un sofá del salón. Estaba dirigiendo su primer seminario desde que, tres semanas atrás, había visitado el centro de salud mental. Llevaba puesta una camiseta y un peto vaquero y estaba descalzo. Hacía varios días que no se afeitaba y los párpados se le entrecerraban. Tomaba sus Seroquels con regularidad, siguiendo una terapia de sueño para salir de la depresión. Cada vez se encontraba mejor.
—Las relaciones pasan por tres fases —les decía a sus alumnos sin salir de su letargo—. El principio, la fase intermedia y la fase final. Y, no os voy a engañar, ahora mismo, yo estoy en la fase final. He llorado tres veces en la última semana.
Sus seis alumnos se miraron con incomodidad unos a otros sin saber qué pensar. Estaban allí para aprender a ligar. Pero, para Mystery, ése no era un seminario cualquiera; más bien era una sesión de terapia. Hacía dos horas que hablaba sin parar de Katya.
—Esto es lo que os espera. Y puede ser difícil —continuó diciendo—. Aun así, con mi próxima chica también organizaré un matrimonio falso. Esta vez, el error fue dejar que Katya y su madre supieran que realmente no estábamos casados. La próxima vez celebraremos una boda en el jardín de la mansión. Contrataré a un actor para que nos case y todo el mundo, menos ella y sus padres, sabrá que no es una boda de verdad.
Uno de los alumnos, un hombre apuesto de unos treinta años con el pelo cortado al uno y una mandíbula con la consistencia de un bloque de cemento, levantó la mano.
—Pero ¿no acabas de decirnos que tu falso matrimonio fue un desastre?
—Sí, pero eso es porque todavía no había perfeccionado la
técnica
—dijo Mystery—. La próxima vez todo será distinto.
Cada vez que Mystery se recuperaba de una de sus depresiones, su personalidad parecía sufrir algunos reajustes. Esta vez, la ira parecía acechar en su interior, conviviendo con un resentimiento hacia las mujeres que era nuevo en él.
De repente, Courtney salió de la cocina.
—¿Quién quiere limonada?
Los alumnos la miraron boquiabiertos.
—Tomad —dijo ella al tiempo que le daba un vaso a Mystery y otro a Cementjaw
[1]
—. ¿Qué haces tú en un taller de seducción? —le preguntó—. No creo que tengas ningún problema para conseguir chicas. Eres una monada.