El misterio de Wraxford Hall (10 page)

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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

BOOK: El misterio de Wraxford Hall
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—Lamento enormemente —dijo— que mi tío quisiera apartarles de la casa de un modo tan desconsiderado. Como usted habrá comprobado, es el hombre más insociable del mundo. En realidad, sólo me soporta a mí porque cree que puedo ayudarle en sus… investigaciones. Pero… ¿usted y yo no nos hemos visto antes? En la ciudad… en la Academia, el año pasado… ¿En la exposición de Turner? Estoy seguro de que le vi a usted allí…

Su voz, como su mirada, era maravillosamente persuasiva; efectivamente, yo había visitado aquella exposición, y aunque no podía recordar haberlo visto, casi estuve medio convencido de que realmente nos debimos de encontrar allí. En cualquier caso, ambos habíamos admirado
Rain, Steam and Speed
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, y lamentamos la reacción hostil que aquella obra había inspirado entre los tradicionalistas; y así fue como nos sentamos junto al fuego y hablarnos de Turner y de Ruskin como viejos amigos, hasta que Josiah llegó con el té. Eran las cuatro de la tarde de un día frío y nublado, y la luz diurna ya se estaba desvaneciendo.

—Veo que mi tío estaba trabajando aquella noche… a menos que ese siniestro resplandor en la ventana de la galería proceda de su propia inspiración… —dijo Magnus, mirando de nuevo mi cuadro.

—No… Realmente había una luz; bastante desconcertante, lo confieso. Por aquí la gente cree que la mansión está embrujada y que su tío es un nigromante.

—Me temo que puede haber alguna verdad en esas leyendas —contestó—, al menos por lo que toca al segundo punto… Ya veo que se dio cuenta de los pararrayos.

Yo había hablado muy a la ligera, lo cual había convertido su contestación tanto más sorprendente. Por un momento pensé que debería haber precisado que lo de la nigromancia
no era verdad
.

—Sí… Nunca he visto un edificio con tantos pararrayos. ¿Teme su tío especialmente las tormentas?

—Al contrario… Pero antes debería decirle que esos pararrayos fueron instalados originalmente hace unos ochenta años por mi tío abuelo Thomas.

—¿Es el Thomas Wraxford que perdió a su hijo cuando se cayó por la galería y después… desapareció? —pregunté, como si le hubiera escuchado mal de nuevo.

—Así es; esa galería ahora es el laboratorio de mi tío. Pero los pararrayos, que eran una gran novedad antaño, fueron instalados al menos una década antes de la tragedia. Y no: sus oídos no le han engañado hace un instante…

Mi sorpresa ante aquella aparente clarividencia debió de mostrarse en mi rostro.

—El hecho es, señor Montague, que temo que mi tío se haya embarcado en un experimento que puede representar, para él y posiblemente para otros, un peligro mortal si no se hace nada para prevenirlo. Por eso creo que debería ponerle al corriente de la situación y, si tiene usted la amabilidad, recabar su consejo.

Le aseguré que sería para mí un placer hacer todo lo que estuviera en mi mano, y le rogué que continuara.

—Mi tío y yo nunca hemos tenido mucha relación, ya me entiende… Yo le visito dos o tres veces al año y nos escribimos de tanto en tanto. Pero desde mis años de estudiante yo le he proporcionado algunos libros… poco comunes. La mayoría, de alquimia y de ciencias ocultas. Debo decirle que mi tío sufre un morboso temor a la muerte, y en ocasiones creo que eso explica que se haya apartado del mundo. Esa obsesión le ha empujado, es cierto, por extraños caminos de estudio y, en particular, se ha embarcado en la investigación de los alquimistas, en pos del elixir de la eterna juventud… la poción que supuestamente conferiría la inmortalidad a aquel que descubriera su secreto.

»El invierno pasado comenzó a dejar caer indirectas sobre cierto manuscrito alquimista muy raro que había conseguido: era en realidad un trabajo relativamente reciente, de finales del siglo
XVII
. No dijo quién era el autor ni contó dónde lo había conseguido. Mi tío, como usted habrá comprobado, es profundamente receloso y reservado, pero es evidente que él creía haber encontrado algo verdaderamente notable.

»Y este último otoño me dijo que pretendía cambiar todos los cables de los pararrayos y me pidió que le consiguiera un ejemplar del tratado de sir William Snow sobre las tormentas
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. No me sorprendió en absoluto: durante años había estado refunfuñando a propósito del peligro de los incendios causados por los rayos. Desde luego, usted se preguntará por qué no ha hecho nada para asegurar la casa contra incendios más terrenales, y la respuesta es que su horror al gasto de dinero es tan poderoso como su temor a la muerte. Así que le envié el libro y no pensé más en ello hasta que vine a visitarlo hace quince días.

»Los pararrayos, le diré, siempre han estado conectados a tierra por medio de un grueso cable negro fijado al muro. Pero ahora comprobé que se ha quitado una sección de cable de unos seis pies de longitud al nivel de la galería. Al principio pensé que estaba siendo reemplazado por partes; un asunto delicado, porque si cae un rayo cuando la sección aún no se ha instalado, toda la potencia del relámpago estallaría en la galería. Pero como averigüé enseguida, la apariencia de un espacio vacío en la línea del cable era engañosa: el muro había sido perforado por dos lugares, de modo que el cable se metía por el agujero de la parte de arriba y volvía a salir por el otro agujero, seis pies más abajo.

»En su carta, mi tío sólo me había dicho que quería "llevar a cabo algunas reformas". Yo no tenía la menor idea de lo que podría significar aquello, pero cuando me encontré frente a esa extraña instalación, confieso que un escalofrío me recorrió la columna vertebral.

»Me recibió, como siempre, su mayordomo Drayton (un individuo melancólico de sesenta años, o más), que me informó de que mi tío estaba muy ocupado en la biblioteca y que había dado órdenes de que no se le molestara antes de la cena. Esto no era muy habitual; sus invitaciones nunca son para más de dos días, y él sólo me ve cuando quiere algo. De hecho, para ser sincero, si él no me hubiera hecho su heredero, dudo que hubiera mantenido esta relación.

»Mi tío, añadiré, ha mantenido los mismos y escasos criados desde que yo le conozco. Ahí está Grimes, el cochero, que también sirve como mozo de cuadra y recadero; su mujer, que es la cocinera (espartana en extremo), una criada muy anciana, y Drayton. Mi tío viste el mismo traje raído un día sí y otro también; no creo que se haya vestido para cenar desde el día que salió de Cambridge, lo cual debió de ocurrir hace cuarenta y cinco años. La mayor parte de la casa, como habrá usted observado, está cerrada: Grimes y su mujer ocupan el
cottage
del guarda, y las otras habitaciones de los criados se encuentran en el segundo piso, en la parte trasera de la casa.

»Las estancias de mi tío consisten en la gran galería —y de nuevo señaló las ventanas iluminadas que se veían en mi cuadro—, y la biblioteca y el estudio contiguos. La galería quizá tiene cuarenta pies por quince; la biblioteca es de igual tamaño, pero con el estudio en una esquina, junto al rellano.

»Cuando uno entra en la galería por las puertas principales, se ve, en el extremo opuesto de la sala, una inmensa chimenea. Pero ningún fuego ha ardido allí durante siglos: ese espacio está ocupado por lo que a primera vista parece ser un gigantesco arcón. En realidad, es un sarcófago hecho de cobre, tan corroído y deslustrado por los años que sólo quedan restos del cincelado ornamental. Lo ordenó construir sir Henry Wraxford, en torno al año 1640, como una especie de
memento mori
: sus restos están en el interior.

»En un nicho que hay entre la chimenea y la pared de la biblioteca hay una gran armadura, curiosamente ennegrecida… como si se hubiera quemado. Uno podría imaginar que se trata del trabajo de un artesano medieval, pero al aproximarse a ella se comprueba que, desde la cintura para abajo, recuerda más bien a uno de esos ataúdes egipcios que tienen forma de figura humana. Fue fabricada en Augsburg, hace menos de cien años, aproximadamente por las fechas en que Von Kempelen construyó su famoso autómata que jugaba al ajedrez
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; Thomas Wraxford la trajo de Alemania como parte del nuevo mobiliario de la mansión.

»Por lo demás, la galería está bastante desnuda de mobiliario, excepto por una pareja de sillones de respaldo alto y una gran mesa bajo las ventanas, que le sirve a mi tío como mesa de trabajo y que está justamente donde aparece la luz en su cuadro. Los retratos de los Wraxford del pasado cuelgan sobre la mesa; la pared de enfrente está adornada con la habitual colección de armas antiguas, trofeos y tapices descoloridos, confiriendo al lugar un aire de verdadera desolación. Es un lugar frío, sombrío y solitario, que huele a humedad y decadencia.

»La biblioteca inmediata alberga la típica miscelánea de un caballero rural, atiborrada con obras que uno jamás desearía leer. Siempre que me ha permitido entrar allí, la mesa estaba limpia de libros y papeles: guarda sus obras de alquimia en un armario cerrado. El estudio es también su dormitorio; hay un lecho portátil en una esquina, y en esta sala también hace todas las comidas, por lo que yo sé, excepto cuando yo lo visito. Aparte de esto, no hay más que polvo y pasadizos vacíos. Supongo que nadie habrá puesto un pie en los pisos superiores desde el pasado siglo.

»Contaba con un par de horas libres antes de que mi tío saliera de la biblioteca a las siete, así que salí de la casa de nuevo para observar más detenidamente los cables de los pararrayos.

»En esta ocasión comprobé que la ventana de la galería que se encuentra más cerca del cable principal, y justamente sobre el punto en el que el cable desaparece en el muro, estaba ligeramente entreabierta; los fallos de la carpintería en la ventana, probablemente, están demasiado altos para que mi tío pueda advertirlos. Y aunque no podía estar completamente seguro, me pareció bastante probable que la armadura estuviera colocada exactamente allí, bajo la ventana. Estas sospechas a medio elaborar bullían en mi mente, y, sin embargo, no podría definir exactamente qué significaba todo aquello. Hice una ronda completa por la mansión, pero no se había modificado nada más».

Estaba tan ensimismado con su historia que me sobresaltó la llamada de alguien a la puerta; era Josiah, que venía a encender las lámparas y a avivar un poco el fuego, y entonces comprobé que ya casi era de noche en el exterior.

—Lo siento —dijo Magnus—, creo que le estoy robando demasiado tiempo, y quizá usted tenga otros asuntos de los que…

Le aseguré que no tenía ningún asunto del que ocuparme. Este hombre poseía un extraordinario talento natural para ajustar su discurso a la lengua y el ritmo de su oyente, tan sutilmente que uno apenas era consciente de ello, y sin embargo ya sentí, apenas tras una hora de charla, que me encontraba en compañía de un viejo amigo en quien podía depositar toda mi confianza. Y así, habiéndome comunicado que se había hospedado en The White Lion, le rogué que se quedara a cenar en mi casa, lo cual, después de las habituales excusas, aceptó muy agradecido, y mientras se cumplía la hora, tomamos un refrigerio y continuó con su relato.

—En general —dijo—, las comidas con mi tío se celebran en una pequeña sala de desayunos que se encuentra en la parte trasera de la casa. Pero en esta ocasión Drayton había dispuesto dos cubiertos en el cavernoso comedor, un mausoleo polvoriento y revestido con paneles de madera oscura, situado justamente debajo de la biblioteca. Allí no hay chimenea. Mi tío se presentó con una bufanda y gruesos guantes de lana; por mi parte, hubiera agradecido tener a mano mi gabán. Comimos a la luz de unas pocas velas, en una mesa en la que podrían comer cuarenta, con Drayton rondando detrás de mí en algún lugar indeterminado, en la oscuridad. Mi tío continuaba lanzándome miradas furtivas y después apartaba sus ojos de mí… Una docena de veces pensé que estaba a punto de dirigirme la palabra, hasta que al final carraspeó, le hizo una señal con la mano a Drayton para que abandonara la sala y sacó un manojo de papeles del interior de su abrigo.

»"Ya sabes", me dijo mi tío, dando golpecitos sobre el documento, "que te he hecho mi heredero. Ahora quiero que tú me hagas un favor. Si yo muriera de forma natural…" (me hubiera gustado preguntarle qué otra forma de morir tenía en mente, pero me contuve), "tengo algunas instrucciones para el mantenimiento de la propiedad que me gustaría que tuvieras en cuenta". Y comenzó a leer una lista de piezas y objetos que bajo ningún concepto deberían venderse o sacarse de la casa, comenzando por la mesa en la que estábamos comiendo. Continuó con los objetos que había en otros salones, marcándolos en la lista con el dedo, pero mecánicamente, al acaso, como si su pensamiento estuviera en otro lugar.

»Pero cuando llegó a lo que él llamaba "mis aposentos", es decir, la galería, la biblioteca y el estudio de la planta superior, su comportamiento cambió por completo. La armadura de la galería debía dejarse exactamente tal y como se encontraba, durante el tiempo en que la mansión perteneciera a la familia. Esto me lo dijo con vehemencia terminante, y en un tono que impedía cualquier contradicción: me dijo que pretendía que esa orden fuera una condición para la recepción de la herencia. Aunque yo no sé si… y tal vez sería poco adecuado preguntar si…

—No he sabido nada de su tío desde hace años —dije—. Y puede que haya consultado a otras personas, desde luego.

—No: estoy seguro de que les habría pedido consejo a ustedes. Y ha añadido la misma cláusula por lo que respecta a la biblioteca, pero la pasión ya le había abandonado, y después de señalar los contenidos de algunas salas más, dijo que lo redactaría todo como un codicilo anejo a su testamento.

»Después se quedó en silencio, tamborileando con sus dedos enguantados sobre la mesa.

»"Si yo desapareciera", dijo repentinamente, "es decir, en caso de que pareciera que yo hubiera desaparecido… si Drayton, por ejemplo, te informara de que no me pueden encontrar, en ese caso, nadie debe entrar en mis aposentos.
Nadie
, ¿comprendes? No es preciso que se lleve a cabo ninguna búsqueda; y no debe informarse a ninguna autoridad; no debe hacerse nada, hasta que hayan transcurrido tres días y tres noches. Y después, si yo no diera señales de vida, puedes entrar en mi taller y… hacer lo que consideres necesario. Pero no debes mover nada, te lo repito: nada, o perderás cualquier derecho a la herencia. ¿Aceptas estas condiciones? Responde: ¿sí o no?".

»Cogió el documento, que evidentemente era su testamento, y lo agarró con las dos manos, como si se dispusiera a romperlo en mil pedazos si yo no le complacía.

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