Authors: Jesús Sánchez Adalid
En los siglos IX y X los mozárabes de Alándalus tradujeron el Salterio y los Evangelios a la lengua árabe. Se conservan algunos manuscritos de dichas traducciones. Igualmente, se conserva en latín y en árabe el calendario publicado en 961 por el obispo de Elvira, Recemundo; y glosarios latinoárabes como el conservado en Leiden (Holanda) se remontan, según todas las probabilidades, al siglo X mozárabe.
Fueron también los mozárabes los que procuraron a los historiadores islámicos de Occidente el conocimiento —lleno de lagunas— de la historia romana, a través de una traducción árabe de las
Historias contra los paganos
compuestas antaño en latín, a principios del siglo V, por el galaico Orosio, discípulo de san Agustín.
Si los almorávides y almohades no hubieran acabado por convertir, matar o dispersar al mundo mozárabe del sur, si los toledanos hubieran manifestado la misma vitalidad literaria que sus hermanos cordobeses del siglo IX, si el éxodo voluntario o forzoso de los monjes mozárabes no hubiera privado a los cristianos del sur de sus minorías más activas… Es preciso no dejarse seducir por semejantes hipótesis y tomar la historia del mundo mozárabe tal cual es, apiñada en torno al tesoro de su liturgia.
Almanzor
Muhammad ben Abi Amir pertenecía a un linaje yemení, era ambicioso e inteligente; estudió en Córdoba y comenzó su carrera política desde los puestos más bajos de la administración: redactando instancias. Más tarde fue auxiliar del cadí de la ciudad. En 967 el
hachib
al-Mosafi le nombraría administrador de los bienes de la concubina Subh y mayordomo. Todas las crónicas recogen el dato, raro para la época, que hace referencia a que al-Hakam, singularmente y de forma extraña a la costumbre, independizó a su favorita y la dotó de una gran fortuna, nombrándole a un mayordomo. En pocos años la protección de esta mujer le hizo ascender vertiginosamente en su carrera política: inspector de moneda, cadí de Sevilla y Niebla, intendente de la casa del príncipe heredero, jefe de la policía de Córdoba y encargado de la intendencia del ejército de Galib que marchaba a África.
A la muerte de al-Hakam II, Almanzor toma el partido del
hachib,
o primer ministro, defendiendo los derechos de Hisham II, y es encargado de eliminar al pretendiente al-Moguira, hermano de al-Hakam. Por esto es nombrado visir. Pero no conforme con este puesto secundario se propuso conseguir un ejército adicto a su persona, lo que consiguió aprovechando las inquietudes existentes en la frontera de León.
Mediante intrigas, se deshizo de al-Mosafi y de sus hijos, consiguiendo el título, cargos y privilegios que aquél tuviera. Durante veinte años Almanzor ejerce una implacable dictadura. Llegó a sustituir en la cancillería el sello del califa por el suyo propio, para después dar el paso decisivo al adoptar el título de
malik karim
(«noble rey»). La oración de la mezquita, en adelante, se pronunciará en nombre de Hisham y suyo. Conseguirá un acta del califa que declara que el ejercicio del gobierno era en exclusiva competencia del
malik karim.
Las crónicas musulmanas cuentan cincuenta campañas en el haber de Almanzor; todas ellas terriblemente devastadoras para los territorios cristianos, pero la más audaz y famosa sería la campaña de 997 contra Santiago de Compostela, donde destruyó el templo más afamado de la cristiandad.
Vikingos
Los hombres del norte o normandos, para los musulmanes eran los
machus
o «adoradores del fuego», también llamados vikingos, hombres del
vik,
o «bahía», o varegos. Llegaban en grupos de diez a doce navíos que habían adaptado las mejoras técnicas de navegación debidas a los frisones y otras desarrolladas autónomamente por los propios escandinavos. Los daneses, sobre todo, son los auténticos vikingos de los cronistas monacales y de las leyendas.
Realizaron expediciones en distintas oleadas, entre 966 y 971. Durante años estuvieron saqueando una y otra vez las costas gallegas, llegando en el 970 a saquear la ciudad de Santiago de Compostela. No hay una crónica tan completa como las de los anteriores viajes, pero en la época que se sabe que recorrieron las costas francesas y españolas, la ciudad gallega de Tuy fue incendiada, saqueada, y su obispo secuestrado.
En las tumbas vikingas de Jutlandia, fechadas en el siglo X, se encontraron monedas de oro y plata árabes y bizantinas.
La ciudad de Haithabu o Hedeby se encontraba en el lugar en que el Shlei se ensancha en un estuario-fiordo que, desde la desembocadura en el Belt, penetra más de una treintena de kilómetros en la parte meridional de la península de Jutlandia. Ciudad vikinga de casas de madera, con graneros y establos, nacida del comercio y de la piratería, fue puerto y emporio entre el Rhin y Escandinavia. Se intercambiaban pieles, ámbar y hierro por cerámica, vino y esclavos. El mercader árabe del califato cordobés Ibrahim al-Tartushi la visitó y la describe como «muy gran ciudad en el confín extremo del Océano del mundo… Su población adora a Sirio, excepto unos pocos que son cristianos y que tienen una iglesia». Esta iglesia, desaparecida, era la primera entre los daneses, erigida por el monje Ascario hacia el 826.
Harald «Diente Azul» de Dinamarca (959-986) se arrogó toda la responsabilidad del paso del culto a los dioses antiguos al cristianismo. Construyó una gran iglesia en Selling, flanqueada por una gran piedra cubierta de inscripciones en las que aparecía Cristo con los brazos extendidos perdiéndose en una maraña de ornamentación serpentina. No dudó en hacer de Gorm, su padre, todo un cristiano con carácter póstumo. Gorm, pagano de toda la vida, fue exhumado y enterrado de nuevo junto al altar de la vecina iglesia dedicada a la Santísima Trinidad. Las nuevas diócesis danesas se subordinaron a la sede metropolitana germana de Hamburgo-Brema, cuyo arzobispo era entonces Adaltag, que en algunas crónicas aparece con el nombre de Adelgango.
Monasterios y clérigos aventureros
Es interesante destacar que, a pesar de la existencia de tantos peligros reales, existió gran movilidad en el siglo X. Los
scriptoria
monásticos trabajaban a pleno rendimiento, y las cátedras episcopales y las abadías tenían sus propias escuelas, cuyos maestros eran enviados de un lugar a otro para difundir sus enseñanzas, sorteando las más de las veces incontables dificultades.
Conocemos múltiples perfiles aventureros de estos dignatarios eclesiásticos. Por ejemplo, Luitprando de Cremona, que había recibido una buena cultura profana en Pavía antes de optar por la carrera eclesiástica; tras unirse al emperador Otón I, logró vivir una serie de brillantes experiencias diplomáticas. En la corte del emperador conoció a un obispo mozárabe español que ejercía como embajador del califa de Córdoba. Más tarde Otón le envió a la corte del basileus de Constantinopla.
Desde el punto de vista cultural, la figura más notable del siglo X es, sin duda, el aquitano Gerberto de Aurillac, nacido hacia 940; de muchacho estudió en el monasterio de Saint-Géraud, reformado por Cluny y, entre el 967 y el 970, viajó por Cataluña, una de las regiones más interesantes desde el punto de vista intelectual, tanto por la cercanía a la culta España musulmana como por la existencia del monasterio de Ripoll, que poseía doscientos manuscritos aproximadamente y era frecuentado por monjes mozárabes que conocían tanto el árabe como el latín. En Ripoll se encontraba, entre otras, una importante serie de tratados árabes de astronomía y aritmética. Llevado a Roma por una embajada catalana en 970, el joven Gerberto impresionó al papa Juan XIII por su doctrina. Gerberto llegaría a convertirse en el año 999 en el papa Silvestre II.
También tenemos noticias de la captura de Mayólo, abad del monasterio de Cluny en el desfiladero del Gran San Bernardo en el 973, por obra de los sarracenos del nido corsario de Frexinetum en Provenza (Garde-Freinet, junto a Saint-Tropez); que fue rescatado poco después mediante el pago de una considerable suma. Los
Anales Laubienses, Anales Leodienses
y
Lamberti Analaes,
así como la
Ex Syri vita S. Maioli,
describen detalladamente estos acontecimientos.
Constantinopla
Al igual que el Imperio romano del período clásico, Bizancio comprendía varias razas distintas, que iban desde los montañeses armenios o los pastores vlacos nómadas a los pescadores griegos o los campesinos eslavos. Estaban unidos por los lazos de su ciudadanía común y por la fe cristiana, y, en un plano más convencional, por las tradiciones intelectuales griegas. Por diversos que fueran su origen racial y su medio ambiente, es notable cómo los bizantinos que ascendieron a posiciones clave se adaptaron al sistema jerárquico que ligaba la sociedad y la vida política de Bizancio, mas, pese a la importancia que suele atribuirse al legado helenístico, deberíamos recordar que Bizancio siempre estuvo abierta a otras influencias, en particular, a la del mundo musulmán. En las fronteras existía una especie de cultura limítrofe, influida tanto por las tradiciones musulmanas como por las cristianas, e incluso en el corazón del imperio había una corriente bilateral. Los eruditos musulmanes visitaban Constantinopla, y los bizantinos iban a trabajar a los centros musulmanes. Incluso los emperadores no dudaron en aceptar ciertas costumbres de la magnífica corte de los califas.
En pleno siglo X, Bizancio ofrecía una imagen rutilante y resplandeciente. El árabe Harum ibn Yahya, que se encontraba en la capital en calidad de prisionero de guerra, nos ha legado una descripción teñida de asombro: la lonja imperial en la catedral de Santa Sofía es un espacio de cuatro codos cuadrados totalmente incrustado de piedras preciosas, las bóvedas de la iglesia están totalmente recubiertas de oro y plata; en el hipódromo se corre con cuadrigas, como en la Roma antigua, y los ropajes de los aurigas llevan bordados de oro. Luitprando de Cremona, embajador de Otón I de Sajonia ante el basileus Nicéforo II Focas, en el año 968, quedó pésimamente impresionado por la altivez de aquel que, para él, no era más que un tirano griego (y que, por otra parte, se negaba a reconocer al soberano germánico como «emperador de los romanos»); no obstante, a pesar de sentirse humillado y molesto por el rígido y pomposo ceremonial de la corte bizantina, quedó maravillado por el trono imperial, del que escribió que estaba «construido de forma tal que en un momento parecía bajo, luego más alto, en ocasiones altísimo» y ante el cual «había un árbol de bronce dorado, cuyas ramas estaban llenas de pájaros del mismo material, de distintos géneros, que emitían cantos distintos».
Nicéforo II pudo burlarse del embajador Luitprando cuando fue a pedir una princesa bizantina para el hijo de Otón I, y las campañas militares de Otón contra los bizantinos en Apulia fracasaron. El sucesor de Nicéforo, Juan I, fue un diplomático más sutil y consideró conveniente conceder algo a Occidente. En 972 llegó a un compromiso, enviando como novia a Teofano, dama noble bizantina, en vez de la princesa macedonia que había pedido Otón (al parecer, Ana, que, no obstante, se casaría en 989 con el ruso Vladimiro). Su enlace con Otón y la coronación de ambos se conmemora en un marfil que hoy se encuentra en el Museo de Cluny, obra esencialmente bizantina con una inscripción en griego.
Sicilia
En el arco costero protegido por el monte Pelegrino, en Sicilia, Palermo había sido una escala fenicia en una especie de península entre los dos pequeños ríos Papirote y Kemonia. Entre las desembocaduras, el mar recortaba la costa, adentrándose en tierra mucho más de lo que, en la actualidad, lo hace el perfil de la cala y también de lo que se veía en la época de la ciudad árabe. La próspera Balarmuh de los emires conservaba todavía las antiguas murallas que rodeaban los barrios de al-Halgah, «el recinto» (La Galea; es la antigua Paleapolis), donde el emir había residido hasta el 938, y el al-Qasr (el castillo o antigua Neapolis). El mercader persa Ibn Hawqal describe el decumano como «hermoso emporio de distintas especies de mercancías». Un emir había ordenado construir la nueva ciudadela, al-Halisah, «La Elegida». A finales del siglo X eran momentos de esplendor en su corte, con poetas, sabios y artistas en torno a un príncipe singular, culto, bello y refinado, instruido según las crónicas por un obispo, aunque era un buen musulmán.
Cataluña
El conde de Barcelona, Borrell (948-992), nieto de Wilfredo el Velloso, inaugura una política separatista respecto de Francia, para lo que reforzaría sus lazos de amistad con los gobernantes de Córdoba y Roma. Enviaron para ello una serie de embajadas al califa al-Hakam II que darán buenos resultados. El propio conde se dirigirá en persona a Roma acompañado de Atón, obispo de Vic, y de Gerberto de Aurillac, con la finalidad de obtener para el primero el nombramiento de arzobispo de Tarragona y así separar definitivamente de la archidiócesis franca de Narbona las antiguas sedes situadas en los condados catalanes: Barcelona, Gerona, Vic, Urgel y Elna.
A la muerte del pacífico califa al-Hakam II (976), y la implantación durante el reinado de Hisham II del régimen amirí de Almanzor, Barcelona será saqueada en el año 985. La embestida obliga al conde de Barcelona a intentar un cambio de política, así que solicita la ayuda franca para resistir a la ofensiva musulmana. No obstante, este intento de acercamiento no alcanzó ningún resultado práctico. La extinción de la dinastía carolingia en el 987 y el convencimiento de que nada podía esperar de los capetos fueron un pretexto invocado por Borrell para romper los lazos que unían al condado de Barcelona con la monarquía. Aunque separados Urgel y Barcelona por decisión de Borrell, los condes Armengol y Ramón Borrell mantienen una estrecha alianza frente a los ataques musulmanes en adelante.
Santiago de Compostela
El historiador magrebí Ibn Idari al-Marrakusi narra así el ataque de Almanzor contra Santiago de Compostela: «Llegó Almanzor a la ciudad de Santiago, en los confines de Galicia, tierra que alberga la mayor ciudad santa cristiana existente en las tierras de Alándalus y en todas las tierras que la rodean. Los cristianos veneran tanto su iglesia como nosotros veneramos al Caaba; pues en ella prestan los juramentos solemnes y a ella acuden en peregrinación desde los confines de Roma y desde mucho más allá…». Estas informaciones las había tomado Ibn Idari de la obra del gran historiador andalusí del siglo X Abn Marwan ibn Hayyán, testigo personal de las expediciones de Almanzor y la fuente más fiable sobre esta época para los historiadores árabes. Desde el siglo IX Santiago se había convertido en el foco de peregrinación más renombrado de la Europa occidental. El «camino de Santiago» era recorrido, como debía serlo aún durante todo el resto de la Edad Media, por innumerables peregrinos, venidos a menudo de muy lejos. Es sabido que, según una tradición piadosa que ha encontrado eco hasta en ciertos autores musulmanes, el apóstol Santiago el Mayor, al venir a evangelizar España, había desembarcado en Galicia, en Iria, la actual Padrón. Un obispo de Iria, Teodomiro, había descubierto milagrosamente la tumba del apóstol y trasladado sus restos al lugar en que más tarde había de elevarse la ciudad de Santiago sobre el «campo de las Estrellas» (Compostela). La modesta iglesia construida en el siglo IX por el rey asturleonés Alfonso II fue transformada por uno de sus sucesores, Alfonso III el Grande, el año 910, en una rica basílica que fue destruida por Almanzor.