El mundo y sus demonios (17 page)

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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
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Seguramente perderíamos algo importante de nuestra propia naturaleza si nos negáramos a enfrentarnos al hecho de que las alucinaciones son parte del ser humano. Sin embargo, eso no hace que las alucinaciones sean parte de una realidad externa más que interna. Del cinco al diez por ciento de las personas somos extremadamente sugestionables, capaces de entrar en un profundo trance hipnótico a una orden. Aproximadamente, el diez por ciento de los americanos declara haber visto uno o más fantasmas. Este número es superior al de los que dicen recordar haber sido abducidos por extraterrestres, aproximadamente igual al de los que han afirmado haber visto uno o más ovnis, e inferior al número de los que la última semana de presidencia de Richard Nixon —antes de que dimitiera para evitar el enjuiciamiento— pensaban que su tarea como presidente era de buena a excelente. Al menos el uno por ciento de todos nosotros es esquizofrénico. Esto suma más de cincuenta millones de esquizofrénicos en el planeta, mas, por ejemplo, que la población de Inglaterra.

En su libro de 1970 sobre pesadillas, el psiquiatra John Mack —sobre el que diré algo más— escribe:

Hay un período en la más tierna infancia en que los sueños se consideran reales y el niño considera los acontecimientos, transformaciones, gratificaciones y amenazas que los componen como una parte de su vida cotidiana real, igual que las experiencias vividas durante el día. La capacidad de establecer y mantener distinciones claras entre la vida de los sueños y la vida en el mundo exterior es difícil de alcanzar y se tarda unos años en dominarla, no completándose ni siquiera en niños normales antes de los ocho o diez años. Es particularmente difícil que el niño, dada la vividez y la apremiante intensidad afectiva de las pesadillas, las juzgue de manera realista.

Cuando un niño cuenta una historia fabulosa —había una bruja haciendo muecas en la habitación a oscuras; un tigre debajo de la cama; la vasija se rompió porque entró un pájaro multicolor por la ventana y no porque, contra las normas de la familia, alguien jugaba a la pelota dentro de la casa—, ¿miente consciente o inconscientemente? Sin duda los padres actúan a menudo como si el niño no pudiera distinguir plenamente entre fantasía y realidad. Algunos niños tienen una imaginación activa; otros están peor dotados en este aspecto. Algunas familias pueden respetar la capacidad de fantasear y alentar al niño, diciéndole al mismo tiempo algo así como:

«Oh, eso no es real; es sólo tu imaginación.» Otras familias pueden mostrar impaciencia ante la fabulación —dificulta al menos marginalmente el gobierno de la casa y la resolución de disputas— y no fomentar las fantasías de sus hijos, quizá inculcándoles incluso que es algo vergonzoso. Algunos padres pueden tener poco clara por su parte la distinción entre realidad y fantasía, o incluso entrar seriamente en la fantasía. A partir de todas esas tendencias contrapuestas y prácticas de educación infantil, algunas personas pueden tener una capacidad de fantasear intacta, y una historia, hasta bien entrada la edad adulta, de fabulación. Otros crecen creyendo que el que no conoce la diferencia entre realidad y fantasía está loco. Muchos de nosotros estamos en algún lugar entre ambos.

Los abducidos afirman con frecuencia haber visto «extraterrestres» en su infancia: entrando por la ventana o escondidos bajo la cama o en el armario. Pero los niños cuentan historias similares en todo el mundo, con hadas, elfos, duendes, fantasmas, brujas, diablillos y una rica variedad de «amigos» imaginarios. ¿Debemos pensar que hay dos grupos diferentes de niños; uno que ve seres terrenos imaginarios y el otro que ve extraterrestres genuinos? ¿No es más razonable pensar que los dos grupos están viendo, o alucinando, lo mismo?

La mayoría de nosotros recordamos haber tenido miedo a los dos años o más de «monstruos» totalmente imaginarios pero que parecían reales, especialmente por la noche o en la oscuridad. Yo todavía recuerdo ocasiones en que me sentía tan absolutamente aterrorizado que me escondía bajo las mantas y, cuando no lo podía soportar más, corría hacia la seguridad del cuarto de mis padres, si es que conseguía llegar antes de caer en las garras de... la Presencia. El dibujante americano Gary Larson, que trata el género de terror, escribe en uno de sus libros la siguiente dedicatoria:

Cuando era pequeño, nuestra casa estaba llena de monstruos. Vivían en los armarios, debajo de la cama, en el desván, en el sótano y —cuando oscurecía— en todas partes. Dedico este libro a mi padre, que me mantuvo a salvo de todos ellos.

Quizá los terapeutas de abducciones deberían sacar más provecho de eso.

Parte de la razón por la que los niños tienen miedo de la oscuridad puede ser que, hasta hace poco en nuestra historia evolutiva, nunca han dormido solos, sino acurrucados y seguros bajo la protección de un adulto... usualmente la madre. En el Occidente ilustrado los dejamos solos en una habitación oscura, les deseamos buenas noches y nos cuesta entender por qué a veces lo pasan mal. Evolutivamente es totalmente lógico que los niños tengan fantasías de monstruos que asustan. En un mundo con leones y hienas al acecho, esas fantasías contribuyen a impedir que los niños pequeños sin defensas se alejen demasiado de sus protectores. ¿Cómo puede ser eficaz este mecanismo de seguridad para un animal joven, vigoroso y curioso si no provoca un terror de dimensiones industriales? Los que no tienen miedo de los monstruos no suelen dejar descendientes. A la larga, supongo, en el curso de la evolución humana, casi todos los niños acaban teniendo miedo de los monstruos. Pero, si somos capaces de evocar monstruos terroríficos en la infancia, ¿por qué algunos de nosotros, al menos en alguna ocasión, no podríamos ser capaces de fantasear con algo similar, algo realmente horrible, una ilusión compartida, como adultos?

Es significativo que las abducciones por extraterrestres ocurran principalmente en el momento de dormirse o despertarse, o en largos viajes en automóvil, cuando existe el peligro bien conocido de sumergirse en una especie de ensoñación hipnótica. Los terapeutas de abducidos se quedan perplejos cuando sus pacientes cuentan que gritaron de terror mientras sus cónyuges dormían pesadamente a su lado. Pero ¿no es eso típico de los sueños... que no se oigan nuestros gritos pidiendo ayuda? ¿Podría ser que esas historias tuviesen algo que ver con el sueño y, como propuso Benjamín Simón para los Hill, fueran una especie de sueño?

Un síndrome psicológico común, aunque insuficientemente conocido, bastante parecido al de la abducción por extraterrestres se llama parálisis del sueño. Mucha gente la experimenta. Ocurre en este mundo crepuscular a medio camino entre estar totalmente despierto y totalmente dormido. Durante unos minutos, quizá más, uno se queda inmóvil y con una ansiedad aguda. Siente un peso sobre el pecho como si tuviera a alguien sentado o tendido encima. Las palpitaciones del corazón son rápidas, la respiración trabajosa. Se pueden experimentar alucinaciones auditivas o visuales, de personas, demonios, fantasmas, animales o pájaros. En la situación adecuada, la experiencia puede tener «toda la fuerza y el impacto de la realidad», según Robert Baker, un psicólogo de la Universidad de Kentucky. A veces, la alucinación tiene un marcado componente sexual. Baker afirma que esas perturbaciones comunes del sueño son la base de muchos, si no la mayoría, de los relatos de abducción de extraterrestres. (Él y otros sugieren que hay otras clases de declaraciones de abducción realizadas por individuos con tendencia a las fantasías, dice, o a las bromas.)

De modo similar, el
Harvard Mental Health Letter
(septiembre de 1994) comenta:

La parálisis del sueño puede durar varios minutos y a veces va acompañada de vividas alucinaciones como de sueño que dan pie a historias sobre visitas de los dioses, espíritus y criaturas extraterrestres.

Sabemos por los primeros trabajos del neurofisiólogo canadiense Wilder Penfield que la estimulación eléctrica de ciertas regiones del cerebro provoca verdaderas alucinaciones. La gente con epilepsia del lóbulo temporal —que implica una cascada de impulsos eléctricos generada naturalmente en la parte del cerebro detrás de la frente— experimenta una serie de alucinaciones casi indistinguibles de la realidad, incluyendo la presencia de un ser extraño o más, ansiedad, flotación en el aire, experiencias sexuales y una sensación de haberse saltado un período de tiempo. También existe lo que parece una gran comprensión de las cuestiones más profundas y una necesidad de comunicarlas. Parece trazarse una línea continua de estimulación espontánea del lóbulo temporal desde la gente con epilepsia grave a los más normales de entre nosotros. Al menos en un caso presentado por otro neurocientífico canadiense, Michael Persinger, la administración de un fármaco antiepiléptico, la carbamazepina, eliminó la sensación recurrente de una mujer de experimentar el caso típico de abducción por extraterrestres. Así, estas alucinaciones, generadas espontáneamente o con asistencia química o experimental, pueden representar un papel —quizá central—en los relatos sobre ovnis.

Pero es fácil parodiar un punto de vista así: los ovnis explicados como «alucinaciones masivas». Todo el mundo sabe que no existe lo que se llama una alucinación compartida. ¿No?

A
MEDIDA QUE SE EMPEZÓ
a popularizar ampliamente la posibilidad de vida extraterrestre —especialmente con los canales marcianos de Percival Lowell a finales del siglo pasado— la gente empezó a declarar que establecía contacto con los extraterrestres, especialmente marcianos. El libro del psicólogo Theodore Flournoy.
De la India al planeta Marte,
escrito en 1901, describe un médium de habla francesa que en estado de trance dibujó retratos de los marcianos (son iguales que nosotros) y presentó su alfabeto y lenguaje (con un notable parecido al francés). El psiquiatra Carl Jung, en su disertación doctoral en 1902, describió a una mujer joven suiza que se agitó al descubrir, sentado en un tren delante de ella, a un «habitante de las estrellas» de Marte. Los marcianos están desprovistos de ciencia, filosofía y almas, le dijo, pero tienen una tecnología avanzada. «Hace tiempo que existen máquinas voladoras en Marte; todo Marte está cubierto de canales», y cosas así. Charles Fort, un coleccionista de informes anómalos que murió en 1932, escribió: «Quizá haya habitantes en Marte que envíen secretamente informes sobre este mundo a sus gobiernos.» En la década de 1950, un libro de Gerald Heard reveló que los ocupantes del platillo eran abejas marcianas inteligentes. ¿Quién sino ellas podrían sobrevivir a los fantásticos giros de ángulo recto que se dice que hacen los ovnis?

Pero cuando en 1971 el
Mariner 9
demostró que los canales eran ilusorios y, al no encontrar los
Viking 1
y 2 ninguna prueba clara siquiera de la existencia de microbios en Marte en 1976, el
entusiasmo
popular por el Marte de Loweil se apagó y no se habló más de visitas de marcianos. Entonces se dijo que los extraterrestres venían de otra parte. ¿Por qué? ¿Por qué no más marcianos? Y cuando se descubrió que la superficie de Venus era lo bastante caliente como para derretir el plomo, no se produjeron más visitas de Venus. ¿Se ajusta alguna parte de estas historias a los cánones de creencia actuales? ¿Qué implica eso sobre su origen?

No hay duda que la alucinación de los humanos es común. La duda sobre si existen extraterrestres, si frecuentan nuestro planeta o si nos abducen y molestan es considerable. Podríamos discutir sobre los detalles, pero probablemente una categoría de explicación se sostenga mejor que otra. La principal reserva que se puede formular es: ¿Por que tanta gente declara hoy en día esa serie particular de alucinaciones? ¿Por qué seres pequeños y sombríos, platillos volantes y experimentos sexuales?

Capítulo
7
E
L MUNDO POSEÍDO POR DEMONIOS

Hay mundos poseídos por demonios, regiones de total oscuridad.

Upanisad de Isa
(India, 600 a. J.C. aprox)

El temor de las cosas invisibles es la semilla natural de lo que cada uno llama para sí mismo religión.

T
HOMAS
H
OBBES
,
Leviatán
(1651)

L
os dioses velan por nosotros y guían nuestros destinos, enseñan muchas culturas humanas; hay otras entidades, más malévolas, responsables de la existencia del mal. Las dos clases de seres, tanto si se consideran naturales como sobrenaturales, reales o imaginarios, sirven a las necesidades humanas. Aun en el caso que sean totalmente imaginarios, la gente se siente mejor creyendo en ellos. Así, en una época en que las religiones tradicionales se han visto sometidas al fuego abrasador de la ciencia, ¿no es natural envolver a los antiguos dioses y demonios en un atuendo científico y llamarlos extraterrestres?

L
A CREENCIA EN LOS DEMONIOS
estaba muy extendida en el mundo antiguo. Se los consideraba seres más naturales que sobrenaturales. Hesíodo los menciona casualmente. Sócrates describía su inspiración filosófica como la obra de un demonio personal benigno. Su maestra, Diotima de Mantineia, le dice (en el
Symposio
de Platón) que «todo lo que es genio (demonio) está entre lo divino y lo mortal... La divinidad no se pone en contacto con el hombre —continúa— sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño».

Platón, el estudiante más célebre de Sócrates, asignaba un gran papel a los demonios: «Ninguna naturaleza humana investida con el poder supremo es capaz de ordenar los asuntos humanos —dijo— y no rebosar de insolencia y error...»

No nombramos a los bueyes señores de los bueyes, ni a las cabras de las cabras, sino que nosotros mismos somos una raza superior y gobernamos sobre ellos. Del mismo modo Dios, en su amor por la humanidad, puso encima de nosotros a los demonios, que son una raza superior, y ellos, con gran facilidad y placer para ellos, y no menos para nosotros, dándonos paz y reverencia y orden y justicia que nunca flaquea, hicieron felices y unieron a las tribus de hombres.

Platón negaba decididamente que los demonios fueran una fuente de mal, y representaba a Eros, el guardián de las pasiones sexuales, como un genio o demonio, no un dios, «ni mortal ni inmortal», «ni bueno ni malo». Pero todos los platonistas posteriores, incluyendo los neoplatonistas que influyeron poderosamente en la filosofía cristiana, sostenían que había algunos demonios buenos y otros malos. El péndulo iba de un lado a otro. Aristóteles, el famoso discípulo de Platón, consideró seriamente la idea de que los sueños estuvieran escritos por demonios. Plutarco y Porfirio proponían que los demonios, que llenaban el aire superior, venían de la Luna.

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