La parapsicóloga Susan Blackmore describe uno de los pasos en su transformación a una actitud más escéptica sobre los fenómenos «psíquicos»:
Una madre y su hija de Escocia afirmaban que podían captar imágenes de la mente de la otra. Para someterse a las pruebas, decidieron jugar a las cartas, que es lo que solían hacer en casa. Yo las dejé elegir la habitación en la que se haría la prueba y me aseguré de que la «receptora» no viera las cartas de la otra. Fracasaron. No pudieron acertar más de lo que predecía la casualidad y se quedaron terriblemente decepcionadas. Habían creído sinceramente que eran capaces de hacerlo y yo empecé a ver qué fácil es que nos engañe nuestro propio deseo de creer. Tuve experiencias similares con varios zahones, niños que afirmaban que podían mover objetos psicoquinéticamente, y otros que decían tener poderes telepáticos. Todos fallaron. Ahora mismo tengo un número de cinco dígitos, una palabra y un objeto pequeño en la cocina de mi casa. El lugar y los objetos fueron elegidos por un joven que pretende «verlos» cuando viaja fuera de su cuerpo. Hace tres años que están allí (aunque cambiados regularmente de sitio). De momento, sin embargo, no lo ha conseguido.
«Telepatía» significa literalmente sentir a distancia, igual que «teléfono» es oír a distancia y «televisión», ver a distancia: la palabra no sugiere la comunicación de pensamientos sino de sentimientos y emociones. Alrededor de un cuarto de millón de estadounidenses creen haber experimentado algo así como la telepatía. Las personas que se conocen bien unas a otras, que viven juntas, que conocen mutuamente el tono de sus sentimientos, el tipo de asociaciones y la manera de pensar a menudo pueden anticipar qué dirá la otra. En eso entran en juego simplemente los cinco sentidos habituales, más la empatía, sensibilidad e inteligencia humanas en funcionamiento. Puede parecer extrasensorial, pero no es en absoluto lo que implica la palabra «telepatía». Si alguna vez se demostrara realmente algo así de manera concluyente, creo que habría causas físicas discernibles, quizá corrientes eléctricas en el cerebro. La pseudociencia, bien o mal etiquetada, no es de ningún modo lo mismo que lo sobrenatural, que por definición es algo de algún modo fuera de la naturaleza.
Es poco probable que algunas de esas declaraciones paranormales puedan ser verificadas un día con datos científicos sólidos. Pero sería una locura aceptar algunas de ellas sin la prueba adecuada. Con el mismo espíritu que con los dragones del garaje, como esas afirmaciones todavía no han sido desaprobadas o explicadas adecuadamente, es mucho mejor contener nuestra impaciencia, alimentar la tolerancia de la ambigüedad y esperar —o, mucho mejor, buscar— pruebas que lo confirmen o lo refuten.
En una tierra lejana de los mares del Sur corrió el rumor que había un hombre muy sabio, un curandero, un espíritu personificado. Podía hablar a través del tiempo. Era un Maestro Ascendido. Venía, decían. Venía...
En 1988, los periódicos australianos, revistas y canales de televisión empezaron a recibir la buena noticia a través de equipos de prensa y cintas de vídeo. Un folleto decía:
CARLOS
APARECERÁ EN AUSTRALIA
Los que lo han visto jamás lo olvidarán. De pronto, el artista joven y brillante que les está hablando parece titubear, se le reduce el pulso peligrosamente y prácticamente se detiene hasta la muerte. El auxiliar médico asignado para mantener una vigilancia constante está a punto de hacer sonar la alarma.
Pero entonces, con un latido poderoso, le vuelve el pulso... más rápido y fuerte que antes. Es evidente que la fuerza de la vida ha regresado al cuerpo... pero la entidad dentro de este cuerpo ya no es José Luis Álvarez, un hombre de diecinueve años cuyas singulares cerámicas pintadas se exhiben en las casas más lujosas de Norteamérica. Dentro de su cuerpo ha ocupado su lugar Carlos, una alma antigua cuyas enseñanzas serán al mismo tiempo un trastorno y una inspiración. Un ser que atraviesa una forma de muerte para dar paso a otra: éste es el fenómeno que ha hecho de Carlos, canalizado a través de José Luis Álvarez, la nueva figura dominante de la conciencia de la Nueva Era. Como dice incluso un crítico escéptico de Nueva York: «El primer y único caso de canalizador que ofrece una prueba tangible, física, de un cambio misterioso dentro de su fisiología humana.»
Ahora José, que se ha sometido a más de ciento setenta de esas pequeñas muertes y transformaciones, ha recibido la orden de Carlos de visitar Australia: en palabras del maestro, «la vieja tierra nueva» que va a ser la fuente de una revelación especial. Carlos ya había presagiado que en 1988 las catástrofes barrerían la tierra, morirían dos líderes mundiales importantes y, más tarde, ese mismo año, los australianos serían los primeros que verían elevarse una gran estrella que influiría profundamente en el futuro de la vida en la tierra.
DOMINGO 21
3.00 p.m.
CASA DE LA ÓPERA
TEATRO DRAMÁTICO
Después de un accidente de moto en 1986, se explicaba en el dossier de prensa, José Álvarez —que tenía a la sazón diecisiete años— sufrió una conmoción cerebral suave. Cuando se hubo recuperado, los que le conocían se dieron cuenta que había cambiado. A veces emanaba de él una voz muy diferente. Asustado, Álvarez buscó la ayuda de un psicoterapeuta, un especialista en trastornos múltiples de personalidad. El psiquiatra «descubrió que José canalizaba una entidad distinta a la que llamaron Carlos. Esta entidad se apodera del cuerpo de Álvarez cuando la fuerza de vida del cuerpo está en el grado de relajación correcto». Carlos, por lo visto, es un espíritu desencarnado de hace dos mil años, un fantasma sin forma corporal que invadió un cuerpo humano por última vez en Caracas, Venezuela, en 1900. Lamentablemente, ese cuerpo murió a los doce años al caer de un caballo. Esa puede ser la razón, explicó el terapeuta, por la que Carlos pudo entrar en el cuerpo de Álvarez después del accidente de moto. Cuando Álvarez entra en trance, entra en él el espíritu de Carlos, enfocado por un cristal grande y raro, y pronuncia la sabiduría de los siglos.
En el dossier de prensa se incluía una lista de las principales apariciones en ciudades americanas, una videocinta de la tumultuosa recepción de Álvarez/Carlos en un teatro de Broadway, su entrevista en la emisora de radio WOOP de Nueva York, y otras indicaciones de que aquello era un formidable fenómeno norteamericano de la Nueva Era. Dos detalles sustanciosos: un artículo de un periódico del sur de Florida decía: «
NOTA
DE
TEATRO
: La estancia de tres días del canalizador
CARLOS
se ha ampliado al War Memorial Auditorium... en respuesta a la petición de más apariciones», y un extracto de una guía de programas de televisión comentaba la emisión de un especial sobre «
LA
ENTIDAD
CARLOS
: Este estudio en profundidad revela los hechos tras una de las personalidades más populares y controvertidas del día».
Álvarez y su manager llegaron a Sydney en un vuelo de primera clase de Qantas. Viajaron a todas partes en una enorme limusina blanca. Ocuparon la suite presidencial de uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad. Álvarez iba ataviado con una elegante túnica blanca y un medallón de oro. En su primera conferencia de prensa apareció rápidamente Carlos. La entidad era vigorosa, letrada, imponente. Los programas de televisión australianos se sumaron rápidamente a la cola para conseguir apariciones de Álvarez, su manager y su enfermera (para comprobar el pulso y anunciar la presencia de Carlos).
En el
Today Show
de Australia fueron entrevistados por el anfitrión, George Negus. Cuando Negus les planteó algunas preguntas razonables y escépticas se mostraron de lo más susceptibles. Carlos maldijo al presentador. El manager acabó tirándole un vaso de agua a Negus y salieron los dos del plató con aire majestuoso. El asunto causó sensación en la prensa, se repitieron las imágenes muchas veces en la televisión australiana. «Arrebato en TV: ducha de agua para Negus» era el titular de primera página del
Daily Mirror
del 16 de febrero de 1988. Las emisoras de televisión recibieron miles de llamadas. Un ciudadano de Sydney aconsejó que se tomaran muy en serio la maldición sobre Negus: el ejército de Satanás ya había asumido el control de las Naciones Unidas, decía, y Australia podía ser la próxima.
La siguiente aparición de Carlos fue en la versión australiana de A
Current Affair,
Se invitó a un escéptico, que describió el truco de magia para detener brevemente el pulso de una mano: te pones una bola de goma en el sobaco y aprietas. Cuando se cuestionó la autenticidad de Carlos, éste se ofendió: «¡La entrevista ha terminado!», dijo con voz de trueno.
El día señalado, el teatro Dramático de la Casa de la Ópera de Sydney estaba casi lleno. Se había reunido una multitud expectante de jóvenes y viejos. La entrada era libre... lo que animó a los que sospechaban vagamente que podía ser algún tipo de patraña. Álvarez se sentó en un sofá bajo. Le controlaron el pulso. De pronto se detuvo. Aparentemente, estaba casi muerto. Emitía graves sonidos guturales desde muy dentro de él. La audiencia esperaba boquiabierta con respeto y reverencia. De pronto, el cuerpo de Álvarez recuperó el poder. Su postura irradiaba confianza. De la boca de Álvarez fluía una amplia perspectiva humana, espiritual. ¡Carlos estaba allí! Entrevistados al salir, muchos miembros del público describieron que se sentían conmovidos y maravillados.
El domingo siguiente, el programa de televisión más popular de Australia —llamado «Sixty Minutes» como su equivalente norteamericano— reveló que la historia de Carlos era una broma, de principio a fin. Los productores habían pensado que sería instructivo explorar la facilidad con que podía crearse un curandero o gurú para embaucar al público y los medios de comunicación. Por eso, naturalmente, se pusieron en contacto con uno de los principales expertos del mundo en engañar al público (al menos entre los que no ocupan o asesoran a ningún cargo político): el mago James Randi.
«...habiendo tantos trastornos que se curan solos y tanta disposición en la humanidad a engañarse a uno mismo y a otros», escribió Benjamín Franklin en 1784,
y como mi largo tiempo de vida me ha dado frecuentes oportunidades de ver ensalzados algunos remedios como si lo curasen todo para ser dejados a continuación totalmente de lado por inútiles, no puedo sino temer que la expectativa de gran beneficio del nuevo método para tratar enfermedades resultará una ilusión. Sin embargo, en algunos casos esta ilusión puede ser de utilidad mientras dure.
Se refería al mesmerismo. Pero «cada época tiene su locura particular».
A diferencia de Franklin, la mayoría de los científicos consideran que no es su tarea exponerse a engaños pseudocientíficos, mucho menos a autoengaños sostenidos apasionadamente. Además, tampoco tienden a ser muy buenos en ello. Los científicos están acostumbrados a lidiar con la naturaleza que, aunque quizá ofrezca sus secretos con renuencia, lucha de manera justa. A menudo no están preparados para esos practicantes sin escrúpulos de lo «paranormal» que siguen normas diferentes. Los magos, por otro lado, están en el negocio del engaño. Practican una de las muchas ocupaciones —como la actuación, la publicidad, la religión burocrática y la política— en que lo que un observador ingenuo podría interpretar como mentira es aceptado socialmente como si fuera en servicio de un bien mayor. Muchos magos dicen que no engañan y sugieren que sus poderes les son transferidos por fuentes místicas o, últimamente, por generosidad extraterrestre. Algunos usan sus conocimientos para poner en evidencia a los charlatanes que hay entre sus filas y fuera de ellas. Un ladrón se dispone a cazar a otro ladrón.
Pocos reaccionan a este desafío con tanta energía como James Randi, «el asombroso», que se describe a sí mismo con precisión como un hombre enfadado. La supervivencia hasta nuestros días del misticismo antediluviano y la superstición no le enoja tanto como la aceptación acrítica de las obras de misticismo y superstición que pueden defraudar, humillar y a veces incluso matar. Como todos nosotros, Randi es imperfecto: a veces es intolerante y condescendiente y no siente ninguna simpatía por las fragilidades humanas que fundamentan la credulidad. Le suelen pagar por sus conferencias y actuaciones, pero nada comparable a lo que recibiría si declarase que sus trucos derivan de poderes psíquicos o divinos, o de influencias extraterrestres. (La mayoría de prestidigitadores profesionales de todo el mundo parece creer en la realidad de los fenómenos psíquicos... según los sondeos de sus opiniones.) Como prestidigitador, Randi ha trabajado mucho para desenmascarar a videntes remotos, «telépatas» y curanderos que han estafado al público. Hizo una demostración de los sencillos engaños y apreciaciones erróneas mediante los cuales los psíquicos que doblan cucharas habían conseguido que físicos teóricos prominentes reconocieran la existencia de nuevos fenómenos físicos. Ha recibido un amplio reconocimiento entre los científicos y es poseedor de una beca de la Fundación MacArthur (llamada «de genio»). Un crítico le acusó de estar «obsesionado con la realidad». Ojalá pudiera decirse lo mismo de nuestra nación y nuestra especie.
Randi ha hecho más que nadie en épocas recientes para poner al descubierto la simulación y el fraude en el lucrativo negocio de la curación mediante la fe. Examina las pruebas. Comenta los cotillees. Escucha la corriente de información «milagrosa» que llega al curandero itinerante... no por inspiración divina, sino por radio, a 39,17 megaherzios de frecuencia, transmitida por su esposa entre bastidores.
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Randi descubre que los que se levantan de las sillas de ruedas y, según se afirma, han sido curados, nunca habían estado confinados a sillas de ruedas: un acomodador los invitó a sentarse en ellas. Desafía a los curanderos a proporcionar pruebas médicas serias para dar validez a sus reclamaciones. Invita a las agencias locales y federales del gobierno a aplicar la ley contra el fraude y la mala práctica médica. Critica a los medios de información por su estudiado alejamiento del tema. Revela el desprecio profundo de esos curanderos hacia sus pacientes y parroquianos. Muchos son charlatanes intencionales que usan el lenguaje y los símbolos evangélicos cristianos o de la Nueva Era para aprovecharse de la fragilidad humana. Quizá algunos de ellos tengan motivos no venales.