En 1947 se armó un gran revuelo con uno o más platillos volantes supuestamente accidentados cerca de Roswell, Nuevo México. Hay algunos informes iniciales y fotografías de periódicos del incidente que son totalmente coherentes con la idea de que eran los restos de un globo de gran altitud accidentado. Pero algunos residentes de la región —especialmente décadas después— recuerdan materiales más extraños, jeroglíficos enigmáticos, amenazas del personal militar a los testigos si no callaban lo que sabían y la historia canónica de que se metió en un avión la maquinaria extraterrestre y partes del cuerpo y se envió al Comando de Material Aéreo de la base de las Fuerzas Aéreas de Wright-Patterson. Algunas de las historias del cuerpo extraterrestre recuperado, aunque no todas, están asociadas con este incidente.
Philip Klass, un escéptico que se ha dedicado a los ovnis desde hace mucho tiempo, ha revelado una carta posteriormente desclasificada de fecha de 27 de julio de 1948, un año después del «incidente» Roswell, del general de división C. B. Cabell, entonces director de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas (y posteriormente, como oficial de la CIA, una figura central en la fracasada invasión de Cuba en bahía de los Cochinos). Cabell preguntaba a los que le habían informado qué podían ser los ovnis. Él no tenía ni idea. En una respuesta resumida de 11 de octubre de 1948, que incluía información explícita en posesión del Comando de Material Aéreo, vemos que se dice al director de Inteligencia que tampoco nadie de las Fuerzas Aéreas tiene ninguna pista. Eso hace improbable que el año anterior hubieran llegado fragmentos de ovnis y sus ocupantes a Wright-Patterson.
La principal preocupación de las Fuerzas Aéreas era que los ovnis pudieran ser rusos. Ante el enigma de por qué los rusos probaban los platillos volantes sobre Estados Unidos, se propusieron cuatro respuestas: «1) Socavar la confianza de Estados Unidos en la bomba atómica como el arma más avanzada y decisiva en la guerra. 2) Realizar misiones de reconocimiento fotográfico. 3) Comprobar las defensas aéreas de Estados Unidos. 4) Realizar vuelos de familiarización [para bombarderos estratégicos] sobre el territorio de Estados Unidos.» Ahora sabemos que los ovnis no eran ni son rusos y, por mucho interés que tuvieran los soviéticos por los objetivos 1 a 4, no los perseguían con platillos volantes.
Gran parte de las pruebas relativas al «incidente» Roswell parecen apuntar al lanzamiento de un grupo de globos de gran altitud, quizá desde el campo aéreo de la Armada de Alamogordo o del campo de pruebas de White Sands, que se estrellaron cerca de Roswell; el personal militar recogió apresuradamente los restos dé instrumentos secretos, y en seguida aparecieron artículos en la prensa anunciando que era una nave espacial de otro planeta («La RAAF captura platillo volante en un rancho de la región de Roswell») y una serie de recuerdos que van fermentando a lo largo de los años y se avivan ante la oportunidad de un poco de fama y fortuna. (En Roswell hay dos museos que son puntos importantes de la ruta turística.)
Un informe encargado en 1994 por el secretario de las Fuerzas Aéreas y el Departamento de Defensa en respuesta a la insistencia de un congresista de Nuevo México identifica los residuos de Roswell como restos de un sistema de detección acústica de baja frecuencia que llevaban los globos, de largo alcance y altamente secreto, llamado «Proyecto Mogul»: un intento de captar explosiones de armas nucleares soviéticas a altitudes de la tropopausa. Los investigadores de las Fuerzas Aéreas, tras registrar meticulosamente los archivos secretos de 1947, no encontraron pruebas de un aumento de tráfico de mensajes:
No constaban indicaciones ni avisos, observación de alertas, ni un mayor ritmo de actividad operativa que lógicamente se generaría si un aparato extraterrestre, con intenciones desconocidas, entrara en territorio de Estados Unidos... Los registros indican que no ocurrió nada de eso (o, si ocurrió, fue controlado por un sistema de seguridad tan eficiente y estricto que nadie, de Estados Unidos ni de ninguna otra parte, ha podido repetir desde entonces. Si en aquella época hubiera habido un sistema así, también se habría usado para proteger nuestros secretos atómicos de los soviéticos, pero la historia ha demostrado claramente que no fue ése el caso).
Los objetivos de radar que llevaban los globos fueron fabricados en parte por compañías de juguetes de Nueva York, cuyo inventario de motivos decorativos parece propiciar que muchos años después se recuerden como jeroglíficos extraterrestres.
El apogeo de los ovnis corresponde a la época en que comenzaba a cambiarse el principal vehículo de lanzamiento de armas nucleares de los aviones a los misiles. Un problema técnico importante era la entrada en la atmósfera: hacer volver un morro (de cohete) a través de la atmósfera de la Tierra sin que se queme en el proceso (como se destruyen los pequeños asteroides y cometas al pasar a través de las capas superiores de aire). Algunos materiales, geometrías de morro y ángulos de entrada son mejores que otros. La observación de las entradas (o los lanzamientos más espectaculares) podían revelar muy bien el progreso de Estados Unidos en esta tecnología estratégica vital o, peor, sus defectos de diseño; todo eso podría sugerir a un adversario qué medidas defensivas debía tomar. Como es comprensible, el tema se consideraba altamente delicado.
Es inevitable que hubiera casos en que se ordenara al personal militar no hablar de lo que había visto, o que observaciones aparentemente inocuas fueran clasificadas repentinamente de máximo secreto con criterios limitados a la necesidad de conocimiento. Los oficiales de las Fuerzas Aéreas y los científicos civiles, al pensar en ello años después, podían concluir perfectamente que el gobierno había decidido encubrir los ovnis. Si se considera ovnis a los morros de cohete, la acusación es justa.
Analicemos la argucia. En la confrontación estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la adecuación de las defensas aéreas era un tema vital. Era el punto 3 de la lista del general Cabell. Si se podía encontrar una debilidad, podría ser la clave de la «victoria» en una guerra nuclear incondicional. La única manera segura de probar las defensas de un adversario es hacer volar un avión por encima de sus fronteras y ver cuánto tiempo tarda en constatarlo. Estados Unidos lo hacía de manera rutinaria para probar las defensas aéreas soviéticas.
En la década de los años cincuenta y sesenta. Estados Unidos tenía sofisticados sistemas de defensa de radar que cubrían las costas del este y del oeste, y especialmente sus accesos del norte (por los que seguramente llegaría un ataque de bombarderos o misiles soviéticos). Pero había una parte más vulnerable: no había ningún sistema de aviso eficaz para detectar el acceso desde el sur, mucho más complicado geográficamente. Esta información, desde luego, es vital para un adversario potencial. Sugiere inmediatamente una argucia: digamos que uno o más de los aviones de alto rendimiento del adversario salen del Caribe, por ejemplo, hacia el espacio aéreo de Estados Unidos y penetran por el río Mississippi unos cientos de kilómetros hasta que los capta un radar de la defensa aérea. Entonces, los intrusos salen inmediatamente de allí. (O, como experimento de control, se comisiona una unidad de aviones de alto rendimiento y se envía en salidas no anunciadas para determinar la porosidad de las defensas aéreas americanas.) En este caso, puede haber avistamientos de observadores militares y civiles y gran número de testimonios independientes. Lo que se relata no corresponde a ninguna aeronave conocida. Las autoridades de las Fuerzas Aéreas y de aviación civil declaran sinceramente que ninguno de sus aviones era responsable. Aunque hayan estado pidiendo al Congreso que financiara un sistema de alarma eficaz en el sur, es improbable que las Fuerzas Aéreas admitan que no han captado la llegada de aviones soviéticos o cubanos hasta que estaban en Nueva Orleans, menos todavía en Memphis.
También aquí tenemos todas las razones para creer que se debió de ordenar a un equipo investigador técnico de alto nivel, a los observadores de las Fuerzas Aéreas y a los civiles que mantuvieran la boca cerrada, y que se diera no sólo la apariencia sino la realidad de la supresión de datos. Tampoco aquí esta conspiración de silencio tiene por qué tener nada que ver con naves aeroespaciales de extraterrestres. Décadas más tarde, todavía hay razones burocráticas para que el Departamento de Defensa siga guardando silencio sobre aquellos problemas. Hay un conflicto potencial de intereses entre las preocupaciones localistas del Departamento de Defensa y la solución del enigma de los ovnis.
Además, algo que preocupaba entonces tanto a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como a las Fuerzas Aéreas era que los ovnis fueran un medio de obstruir los canales de comunicación en una crisis nacional y confundir las observaciones visuales y de radar de aeronaves del enemigo: un problema de señal/ruido que es en cierto modo lo que busca la argucia.
En vista de todo esto, estoy perfectamente dispuesto a creer que al menos algunos informes y análisis de ovnis, y quizá voluminosos archivos, se han hecho inaccesibles al público que paga los impuestos. La guerra fría ha terminado, la tecnología de misil y de globo ha quedado prácticamente obsoleta o está al alcance de todos, y los que podrían sentirse turbados ya no están en el servicio activo. Lo peor, desde el punto de vista militar, es que sería reconocer de nuevo que se confundió o mintió al público americano en interés de la seguridad nacional. Ya es hora de que los archivos dejen de ser reservados y se pongan a disposición general.
Otra intersección instructiva del temperamento de conspiración y la cultura de secreto afecta a la Agencia Nacional de Seguridad (ANS). Esta organización controla el teléfono, radio y otras comunicaciones tanto de amigos como adversarios de Estados Unidos. Subrepticiamente, lee todo el correo del mundo. El tráfico que intercepta diariamente es considerable. En épocas de tensión, gran número del personal de la ANS con conocimiento de los idiomas más importantes se pone los auriculares para escuchar en directo desde las órdenes cifradas del Estado Mayor de la nación objetivo hasta conversaciones íntimas. Para otro tipo de material, los ordenadores destacan palabras clave que reclaman atención humana a mensajes específicos o conversaciones importantes. Se almacena todo, de modo que sea posible volver a revisar las cintas magnéticas: rastrear la primera aparición de una palabra código, por ejemplo, o exigir responsabilidad en una crisis. Algunas intercepciones se hacen desde puestos de escucha en países cercanos (Turquía para Rusia, India para China), desde aviones y barcos que patrullan por la zona, o desde satélites de observación en la órbita de la Tierra. Hay un baile continuo de medidas y contramedidas entre la ANS y los servicios de seguridad de otras naciones que, como es comprensible, no desean ser escuchadas.
Ahora añadamos a esta mezcla, ya dura de por sí, la Ley de Libertad de Información (LLI). Se formula una demanda a la ANS de toda la información que tenga disponible sobre los ovnis. La ley le exige una respuesta, aunque desde luego sin revelar «métodos y fuentes». La ANS también tiene la obligación seria de no alertar de sus actividades a otras naciones, amigas o enemigas, de un modo inoportuno y molesto políticamente. Así, un informe más o menos típico de los que entrega la ANS en respuesta a una demanda de la LLI tiene tachado un tercio de la página, un fragmento de una línea que dice «informó de un ovni a baja altitud», seguido de dos tercios de página tachados. La ANS sostiene que comunicar el resto de la página comprometería potencialmente las fuentes y métodos, o al menos alertaría a la nación en cuestión de lo libremente que se intercepta su tráfico de radio de aviación. (Si la ANS comunicara transmisiones circundantes, aparentemente inocuas del avión a la torre, sería posible que la nación en cuestión constatara que se escuchan sus diálogos de control de tráfico aéreo militar y pasaran a modos de comunicación —saltos de frecuencia, por ejemplo— que dificultarían las intercepciones de la ANS.) Pero es comprensible que los que sustentan la teoría de la conspiración de los ovnis, al recibir en respuesta a sus demandas de la LLI docenas de páginas de material con casi todo tachado, deduzcan que la ANS posee amplia información sobre los ovnis y que participa en una conspiración de silencio.
Hablando extraoficialmente con oficiales de la ANS me contaron la siguiente historia: los informes más típicos son de aviones militares o civiles que comunican por radio que ven un ovni, lo que quiere decir que ven un objeto no identificado en el espacio aéreo circundante. Puede ser incluso un avión estadounidense en misión de reconocimiento o en misiones de distracción. En la mayoría de los casos es algo mucho más ordinario, y la aclaración también se comunica en posteriores informes de la ANS.
Puede usarse una lógica similar para hacer que la ANS parezca parte de cualquier conspiración. Por ejemplo, según dicen, se le pidió una respuesta a una demanda de la LLI sobre lo que supiera del cantante Elvis Presley. (Se habían comunicado apariciones del señor Presley con resultado de curaciones milagrosas.) Bien, la ANS sabía varias cosas. Por ejemplo, que un informe sobre los recursos económicos de cierta nación comunicaba cuántas cintas y discos compactos se habían vendido allí. Esta información también aparecía en un par de líneas rodeadas de un vasto océano de oscuridad censurada. ¿Estaba implicada la ANS en un encubrimiento de Elvis Presley? Aunque desde luego no he investigado personalmente el trabajo de la ANS relacionado con los ovnis, esta historia me parece verosímil.
Si estamos convencidos de que el gobierno nos oculta visitas de extraterrestres, deberíamos enfrentarnos a la cultura de secreto de las fuerzas militares y de inteligencia. Como mínimo podemos presionar para que la información relevante de hace décadas —de las que es un buen ejemplo el informe de las Fuerzas Aéreas sobre el «Incidente Roswell» de julio de 1994— deje de ser reservada.
Puede captarse el estilo paranoico de muchos ufólogos, además de la ingenuidad de la cultura de secreto, en el libro de un antiguo reportero del
New York Times,
Howard Blum
(Out There',
Simón and Schuster, 1990):
Por mucha inventiva que pusiera en el intento, siempre acababa chocando repentinamente con puntos muertos. Toda la historia se perdía siempre, deliberadamente, según acabé creyendo, un poco más allá de mi alcance.
¿Por qué?
Era la gran pregunta, práctica, imposible que se balanceaba ominosamente en la alta cima de mis sospechas crecientes. ¿Por qué todos aquellos portavoces e instituciones se aplicaban con tal connivencia a obstaculizar y obstruir mis esfuerzos? ¿Por qué había historias que un día eran ciertas y al siguiente falsas? ¿Por qué todo aquel afán de secreto tenso e inquebrantable? ¿Por qué los agentes de la inteligencia militar extendían la desinformación y hacían volver locos a los que creían en ovnis? ¿Qué había encontrado allí el gobierno? ¿Qué intentaba ocultar?