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Authors: Justin Cronin

El pasaje (128 page)

BOOK: El pasaje
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Lo había presentido desde hacía días, semanas, meses. Ahora lo sabía. Lo había presentido durante años, desde el principio. Desde Milagro y el día sin hablar y el gran barco y mucho antes, durante todos los años que se extendían en su interior. El que la había seguido, el que siempre estaba cerca, cuya tristeza era la tristeza que ella sentía en su corazón. La tristeza de echarla de menos.

Siempre volvían a casa, y la casa estaba donde estaba Amy.

Salió del túnel. Faltaban unos instantes para que amaneciera. Había empezado a clarear, y la oscuridad se disolvía a su alrededor como vapor. Se alejó de las murallas, entró en la protección de los árboles, abrió la mente y cerró los ojos.

—Ven a mí. Ven a mí.

Silencio.

—Ven a mí, ven a mí, ven a mí.

Percibió entonces un crujido. No lo oyó, sino que lo sintió, deslizarse sobre todas las superficies, todo su cuerpo, la besaba como una brisa. La piel de sus manos, cuello y cara, el cuero cabelludo, los extremos de sus pestañas. Un suave viento de anhelo que respiraba su nombre.

«Amy.»

—Sabía que estabas aquí —dijo Amy, y lloró, al igual que él estaba llorando en su corazón, pues sus ojos no podían destilar lágrimas—. Sabía que estabas aquí.

«Amy. Amy. Amy.»

Abrió los ojos y lo vio acuclillado ante ella. Avanzó hacia él, y tocó su cara donde habían resbalado las lágrimas. Lo rodeó entre sus brazos. Y mientras le abrazaba, sintió la presencia de su espíritu dentro de ella, diferente de todos los demás que portaba, porque también era el de ella. Los recuerdos se vertieron sobre ella como si fueran agua. De una casa en la nieve y un lago y un tiovivo con luces y el tacto de su mano grande alrededor de la suya una noche cuando volaron juntos bajo el alero del cielo.

—Lo sabía, lo sabía, siempre lo supe. Tú eras el que me amaba.

El alba estaba rompiendo sobre la montaña. El sol se estaba deslizando hacia ellos como una espada de luz sobre la tierra. Y no obstante, ella lo retuvo tanto tiempo como se atrevió. Lo albergó en su corazón. Encima de ella, en la pasarela, Alicia estaba mirando. Amy lo sabía. Pero daba igual. Lo que estaba presenciando sería un secreto entre ellas, una cosa sabida pero de la que nunca se hablaría. Como Peter, era lo que era. Pues Amy creía que Alicia también lo sabía.

—Recuerda —le dijo—. Recuerda.

Pero se había ido. Sus brazos sólo retenían el espacio. Wolgast se estaba elevando, se estaba alejando.

Se produjo un temblor de luz en los árboles.

Epílogo
La carretera de Roswell

Del Diario de Sara Fisher (El Libro de Sara)

Presentado en la III Conferencia Global sobre el Período de Cuarentena en Norteamérica

Centro para el Estudio de las Culturas y Conflictos Humanos

Universidad de Nueva Gales del Sur, República Indoaustraliana

16-21 de abril de 1003 d.V.

[Empieza el extracto]

DÍA 268

Tres días desde la alquería. Entramos en Nuevo México esta mañana, justo después de amanecer. La carretera se halla en muy mal estado, pero Hollis está seguro de que es la Ruta 60. Hay una campiña llana y despejada, aunque se ven montañas hacia el norte. De vez en cuando vemos un gigantesco letrero vacío en la cuneta, y coches abandonados por todas partes; algunos obstaculizan el camino, lo cual nos hace ir despacio. El niño está inquieto y llora. Ojalá estuviera Amy aquí para tranquilizarlo. Tuvimos que pasar la noche anterior al raso, y todo el mundo está agotado y malhumorado, incluso Hollis. El combustible se está convirtiendo de nuevo en una preocupación. Lo que hay en el depósito y algo más del alijo. Hollis dice que faltan unos cinco días para llegar a Roswell, tal vez seis.

DÍA 269

Los ánimos han mejorado. Hoy hemos visto la primera cruz, una gran mancha roja al lado de un silo de grano, de unos cincuenta metros de altura. Maus iba arriba y fue la primera en verla. Todo el mundo prorrumpió en vítores. Vamos a pasar la noche en el búnker de hormigón que hay detrás. Hollis dice que debía ser una especie de gasolinera. Oscuro, húmedo y lleno de tuberías. Hay combustible almacenado en bidones, tal como dijo Greer, y lo hemos trasvasado al Humvee antes de encerrarnos para pasar la noche. No hay gran cosa para dormir, sólo el duro suelo de cemento, pero estamos muy cerca de Albuquerque, y a nadie se le ocurriría dormir al raso.

Es extraño, y hermoso, dormir con un bebé en la misma habitación. Escuchar los ruiditos que emite, incluso cuando está dormido. Aún no le he dado mi noticia a Hollis, pues quiero estar segura. En parte, creo que ya lo sabe. ¿Cómo no va a saberlo? Estoy segura de que lo llevo escrito en la cara. Cuando pienso en ello no puedo parar de sonreír. Sorprendí a Maus mirándome anoche, cuando estábamos trasladando el combustible, y le dije: «¿Qué estás mirando?», y ella dijo: «Nada, sólo a ti. ¿Quieres contarme algo, Sara?». Hice lo posible por aparentar inocencia, cosa que no me resultó fácil, y le dije: «No, ¿de qué estás hablando?», y ella contestó riendo: «Vale, de acuerdo. A mí me vale, desde luego».

No sé por qué estoy pensando esto, pero si es un chico quiero que se llame Joe, y si es una chica, Kate. Por mis padres. Es extraño que ser tan feliz por una cosa pueda entristecerte por otra.

Todos nos preguntamos si los demás estarán bien.

DÍA 270

Esta mañana había huellas alrededor del Humvee. Parece que eran tres. ¿Por qué no intentaron entrar en el búnker? Es un misterio. Estoy segura de que nos olieron. Confiamos en llegar a Socorro con tiempo de sobra para encerrarnos a pasar la noche.

DÍA 270 (otra vez)

Socorro. Hollis está convencido de que los búnkeres forman parte de un antiguo sistema de gasoductos. Nos hemos encerrado para pasar la noche. Esperamos
[ilegible]

DÍA 271

Volvieron de nuevo. Más de tres, muchos más. Los oímos arañar las paredes del búnker durante toda la noche. Esta mañana había huellas por todas partes, demasiadas como para poder contarlas. El parabrisas del Humvee estaba destrozado, así como casi todas las ventanillas. Todo lo que dejamos dentro estaba diseminado en el suelo, pateado y hecho trizas. Me temo que sólo sea cuestión de tiempo el que intenten entrar en uno de los búnkeres. ¿Aguantarán los cerrojos? Caleb se pasa llorando la mitad de la noche, haga lo que haga Maus. Así pues, nuestro paradero no es ningún secreto. ¿Qué los detiene?

Es una carrera. Ahora todo el mundo lo sabe. Hoy vamos a cruzar el polígono de misiles de White Sands, para llegar al búnker de Carrizoza. Quiero decírselo a Hollis, pero nunca veo el momento. No puedo, estando las cosas como están. Esperaré hasta la guarnición, si tenemos suerte.

Me pregunto si el niño intuye lo asustada que estoy.

DÍA 272

Sin señales esta noche. Todo el mundo se siente más tranquilo, con la esperanza de haberlos perdido.

DÍA 273

El último búnker antes de Roswell. Un lugar llamado Hondo. Me temo que ésta sea mi última anotación. Nos han estado siguiendo todo el día por los árboles. Los oímos moverse fuera a nuestro alrededor, y apenas acaba de oscurecer. Caleb no se está quieto. Maus lo abraza contra su pecho, pero no deja de llorar.

—Quieren a Caleb —no para de decir—. Quieren a Caleb.

Oh, Hollis. Siento haber abandonado la alquería. Ojalá hubiéramos podido continuar aquella vida. Te quiero, te quiero, te quiero.

DÍA 275

Cuando leo las palabras de mi última anotación, no puedo creer que sigamos con vida, que hayamos sobrevivido a aquella terrible noche.

Los virales no llegaron a atacar. Cuando abrimos la puerta por la mañana, el Humvee estaba volcado de costado en un charco de combustible, con el aspecto de una gran ave con las alas rotas, el motor destrozado sin la menor posibilidad de reparación. El capó estaba tirado a cien metros de distancia. Habían arrancado y hecho trizas los neumáticos. Comprendimos que habíamos tenido mucha suerte de haber sobrevivido a la noche, pero nos habíamos quedado sin vehículo. El plano decía que faltaban cincuenta kilómetros para llegar a la guarnición. Era posible, pero Theo no podría llegar. Maus quiso quedarse con él, pero Theo se negó, y ninguno de los demás íbamos a permitirlo tampoco.

—Si no nos han matado esta noche —dijo Theo—, estoy seguro de que podré sobrevivir a otra si es necesario. Continuad adelante, utilizad todas las luces que podáis y enviadme un vehículo cuando lleguéis.

Hollis cortó un trozo de cuerda y un pedazo de un asiento para que Maus pudiera cargar con Caleb, y después Theo les dio un beso, cerró la puerta, echó los cerrojos y nos fuimos, sin otra cosa que agua y nuestros rifles.

Resultó que faltaban más de cincuenta kilómetros, muchos más. La guarnición estaba al otro lado de la ciudad. Pero dio igual, porque poco después de mediodía nos detuvo una patrulla. Nada menos que el teniente Eustace. Pareció más perplejo que otra cosa al vernos, pero en cualquier caso enviaron un Humvee al búnker y ahora estamos todos a salvo tras los muros de la guarnición.

Escribo esto en la tienda que aloja el comedor de civiles (hay tres, una para los reclutas, una para los oficiales y otra para los trabajadores civiles). Todos los demás se han acostado ya. El oficial al mando es un tal Crukshank. Es un general, como Vorhees, pero el parecido termina ahí. Con Vorhees sabías que había una persona de verdad detrás de la severidad militar, pero Crukshank parece el tipo de hombre que no ha sonreído en su vida. También tengo la sensación de que Greer tiene muchos problemas, lo cual parece extenderse al resto de nosotros. Pero mañana a las seis les vamos a contar toda la historia. En comparación con la de Roswell, la guarnición de Colorado parece poca cosa. Creo que es casi tan grande como la Colonia, con gigantescos muros de hormigón sustentados por puntales metálicos que se extienden hasta la plaza de armas. La única forma que se me ocurre de describirla es que se trata de una araña puesta de dentro hacia fuera. Un mar de tiendas y otros edificios fijos al suelo. Durante toda la noche han estado llegando vehículos, enormes camiones cisterna y camionetas de cinco toneladas llenas de hombres, armas y cajas de suministros, las cabinas rodeadas de hileras de luces. El aire vibra con el rugido de los motores, está impregnado del olor a combustible quemado, y de las chispas de las antorchas. Mañana iré al hospital para ver si puedo ayudar en algo. Hay más mujeres aquí, no muchas, sobre todo del cuerpo médico, y gozamos de libertad de movimientos, siempre que nos limitemos a las zonas reservadas a civiles.

Pobre Hollis. Estaba tan agotado que no tuve la ocasión de darle la noticia. Por lo tanto, esta noche será la última en que esté a solas con mi secreto, antes de que alguien más se entere. Me pregunto si habrá alguien aquí que pueda casarnos. Tal vez el oficial al mando, pero Crukshank no parece el tipo más adecuado para hacerlo, y debería esperar a que Michael se reúna con nosotros en Kerrville. Debería ser mi padrino. No sería justo hacerlo sin él.

Debería estar agotada, pero no lo estoy. Estoy demasiado nerviosa como para dormir. Deben de ser imaginaciones mías, pero cuando cierro los ojos y me quedo muy quieta, juro que puedo sentir al bebé dentro de mí. No se mueve, ni nada por el estilo: es demasiado pronto. Tan sólo siento una especie de presencia cálida y maravillosa, esta nueva alma que porta mi cuerpo, que espera nacer en el mundo. Me siento... ¿Cuál es la palabra? Feliz. Me siento feliz.

Oigo disparos fuera. Voy a mirar.

[1] American Automobile Association.
(N. del T.)

[2] El día que conmemora a los hombres y mujeres caídos en combate.
(N. del T.)

[3] Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos.
(N. del T.)

[4] Personaje de la serie animada Transformers.
(N. del T.)

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