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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro en la boca del lobo (7 page)

BOOK: El pequeño vampiro en la boca del lobo
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Tenía la respiración entrecortada y se sentía muy mareado. Pero eso no se debía sólo a la carrera: desde la calle, Anton había visto que en su casa había luz.

¡O sea, que sus padres habían regresado de su salida a la piscina y del vino que iban a tomarse después antes de lo que Anton había esperado!

Y además tenían que haberse dado cuenta de que la puerta de la habitación de Anton estaba cerrada con llave…

Anton se imaginó angustiado cómo habían llamado a su puerta gritando su nombre…

¿Habrían, quizá, forzado la puerta? Fuera como fuese, ahora se había venido abajo su plan inicial de entrar en la casa a través de la ventana entornada…

«¿O tal vez no?», pensó después.

¿Y si afirmaba simplemente que estaba durmiendo como un lirón y que no había oído en absoluto los golpes a la puerta y las llamadas de sus padres?… ¡Eso, de todas formas, sólo saldría bien si sus padres
no
habían forzado la puerta!

Decidió volar hasta su ventana y mirar. Se quitó apresuradamente la vieja chaqueta que llevaba debajo de la capa de vampiro y se la enrolló a las caderas igual que había hecho aquella vez en las ruinas del Valle de la Amargura.

Los viejos pantalones se los dejó puestos. ¡Aun así seguro que lograría subir hasta su habitación!

Luego dio cautelosamente un par de pasos saliendo de la sombra del matorral.

Como no descubrió nada sospechoso, movió sus brazos arriba y abajo un par de veces. Con un hormigueo en el estómago, notó cómo sus pies se elevaban del suelo y empezaba a flotar.

Braceó con fuerza un par de veces… y echó a volar.

Anton aterrizó en el estrecho pretil que había delante de su ventana. Se mantuvo en un saliente de la pared de la casa y miró, temblando de nerviosismo, hacia el interior de su habitación, iluminada por la luz de la luna.

Reconoció, respirando con alivio, el claro rectángulo de la puerta de la habitación: ¡estaba cerrada!

Anton empujó la hoja entornada de la ventana y se deslizó al interior de la habitación.

Después, una vez dentro, cerró el pestillo de la ventana. Sin encender la luz se quitó la capa de vampiro y los pantalones del traje y los escondió, junto con la chaqueta, en su armario. Cuando ya se había puesto el pijama y se había sentado en el borde de la cama, encendió la lámpara de la mesilla de noche.

Querido Anton

«¡Bueno, ahora ya pueden llamar a la puerta mis padres tranquilamente!», pensó Anton incorporándose satisfecho.

Su vista dio entonces con un paquete blanco, atado con un cordón, que estaba debajo del escritorio. Durante unos segundos a Anton se le quedó paralizado el corazón.

¿Habrían estado sus padres en el dormitorio?

Se levantó y se dirigió lentamente hacia el paquete. Pero no: lo que había allí encima de la alfombra seguro que no era de sus padres. Era un vestido blanco enrollado: ¡el vestido de encaje de Anna! Anton soltó un suspiro de alivio y cogió el paquete con un sentimiento casi de ternura.

¡O sea, que Anna había estado en su habitación!

Ahora vio que debajo del cordón había una hoja de papel. La sacó y empezó a leer:

Querido Anton:

¡Por favor, sigue guardándome un poco más el vestido! ¡Qué lástima que nuestra fiesta de disfraces tuviera que acabar así! Pero seguro que pronto nos volveremos a ver.

Desgraciadamente a tu fiesta no podremos ir… ¡por cuestiones familiares!

Tuya, Anna.

PD: ¿Van también chicas a tu fiesta? ¡Espero que no!

«¡Ahí va! ¡Si la fiesta es mañana por la noche!», se acordó Anton. Él, ya de por sí, no tenía demasiadas ganas de celebrar la fiesta…, simplemente por tener que pasarse horas recogiendo antes y después…

¡Pero ya sin Anna y el pequeño vampiro la fiesta le importaba un pimiento! Sería mejor irse a casa de su abuela y dejar a sus padres en la fiesta con Ole, Sebastian y Henning… ¡Al fin y al cabo, la idea de la fiesta había sido de ellos!

De repente, Anton oyó pasos en el pasillo.

—¿Tú crees que deberíamos intentar despertarle otra vez?

Aquella era la voz de su padre.

—¡Sí, desde luego! —contestó la madre de Anton.

Una situación difícil

Anton hizo desaparecer rápidamente la carta y el vestido en su armario. Luego se fue, sin hacer ningún ruido, a su cama y se tapó con la manta.

—¡Me parece que la cama ha crujido! —oyó susurrar excitada a su madre.

—Quizá se haya despertado —contestó el padre de Anton.

Entonces llamaron a la puerta.

—¿Anton? —preguntó su madre.

—¿Qué pasa?… —contestó Anton haciéndose el dormido.

—¡Nos tienes muy preocupados! —exclamó ella—. ¿Cómo es que has cerrado la puerta de tu habitación con llave? ¿Y cómo es que no has contestado cuando hemos llamado a la puerta?

—¿Habéis llamado a la puerta? —bostezó Anton—. Yo no he oído nada.

—¡¿Lo ves?! —dijo el padre de Anton, dirigiéndose sin duda a su mujer—. ¡No se ha enterado de nada! A su edad todavía se tiene un sueño muy profundo.

—Tú sabrás —repuso la madre de Anton molesta por aquella información—. ¡Pero yo sospecho que él ha vuelto a tener una de sus pesadillas! —añadió ella incisiva.

—¡Efectivamente! —confirmó Anton—. He soñado que estaba en la cama durmiendo y de repente venían dos monstruos que querían despertarme…

Su madre soltó un bufido de indignación.

—¡Ahora abre la puerta,
por favor
! —dijo ella irritada.

Anton se rió burlonamente.

—¡No!

—¡¿Cómo que… no?! —preguntó ella perpleja.

—¡No!

—Pero eso es…

—Eso es un consejo del señor Schwartenfeger, ¡sí, señor! —dijo Anton riéndose para sus adentros.

—¿Del señor Schwartenfeger? —dijo ella vacilando.

Anton se imaginó cómo ella estaría mirando a su padre pidiéndole consejo sobre qué hacer.

—¿Qué es lo que tiene que ver el psicólogo con esto? —preguntó el padre de Anton.

—Pues mucho —afirmó Anton—. Él ha dicho que puedo cerrar con llave mi habitación cuantas veces quiera y todo el tiempo que yo quiera, porque…

Hizo una pausa e intentó acordarse de alguno de los términos favoritos del señor Schwartenfeger.

—…porque eso forma parte del libre desarrollo de mi personalidad …¡Sí, eso es lo que ha dicho! —declaró después, ¡orgulloso de haberse acordado de aquella complicada expresión!

De todas formas, no parecía que con ello hubiera sorprendido demasiado a su padre, pues éste bromeó:

—¿Qué es lo que tienes que desarrollar?

Anton prefirió no responder.

Afortunadamente, sin embargo, Anton había conseguido hacer dudar a su madre.

Más bien apocada y ni la mitad de enérgica que antes, ella dijo entonces:

—Si el señor Schwartenfeger dice que es tan importante para ti que cierres tu habitación con llave… De todas formas hablaré con él sobre ello.

«¡Por mí!»…, pensó Anton.

Al señor Schwartenfeger, de todas formas, le parecería bien todo aquello que sirviera al «libre desarrollo de la personalidad»; de eso estaba seguro Anton.

Ya creía que había ganado en toda línea… cuando su madre, de repente, exclamó:

—¡A pesar de todo, me gustaría darte las buenas noches!

Anton comprendió inmediatamente que ella no quería decirle buenas noches a través de la puerta, sino al lado de su cama.

Le sobrecogió un terror gélido. Y es que todavía no había tenido tiempo de quitarse el maquillaje del disfraz ni de poner nuevamente en orden sus alborotados cabellos.

—Ya me he acostado —murmuró—. Y la llave… la he quitado.

—¿Qué? ¿Que has quitado la llave? —exclamó ella—. Pues eso es una imprudencia. ¡Y si ahora se inicia un fuego aquí, ¿qué?!

—Esta noche seguro que no va a iniciarse ningún fuego —intervino entonces el padre de Anton—. Y si Anton está de verdad tan cansado, ahora deberíamos dejarle dormir. Al fin y al cabo, mañana tiene que estar fresco y descansado… ¡para su fiesta!

—¡Efectivamente! —dijo Anton.

¡Su padre, con su proverbial ingenuidad, le había vuelto a librar de una situación difícil!

—Está bien —cedió la madre de Anton—. Bueno, pues que duermas bien, Anton.

—¡Igualmente!

—Fresco y descansado para la fiesta… —gruñó Anton cuando sus padres se fueron.

«¡Ojalá fuera ya sábado!», pensó. «Así ya habría pasado la estúpida fiesta».

Chusma

Sin embargo, la fiesta no fue, ni mucho menos, tan mala como Anton se había imaginado. La primera sorpresa favorable fue que Ole, Sebastian y Henning habían juntado sus ahorros y le habían comprado un grueso volumen de historias de terror.

La Bella y el Vampiro
, se titulaba, y contenía en su mayor parte historias que Anton —por increíble que parezca— ¡aún no conocía!

Después de la cena (hubo salchichas con ensalada de patatas, pizza y tarta helada) estuvieron jugando a dar vueltas a la botella, al viaje a Jerusalén, a la gallinita ciega… Sí, y cuando el ambiente llegó a su punto más alto, Anton sacó del cajón de la costura un par de fundas de edredón viejas y organizaron carreras de sacos; especialmente para la señora Miesmann, la vecina de abajo.

Inmediatamente sonó el timbre de la puerta y el señor Miesmann pronunció uno de sus discursos que acababan en vulgares expresiones como «panda de gamberros» o «chusma».

Después tuvieron que jugar a «algo más tranquilo»: a las cartas.

La fiesta terminó con una piñata. Anton casi hizo trizas la cuchara de madera de la fuerza con que golpeó la tapa del cacharro —¡dedicado a la señora Miesmann!— y tuvo la segunda sorpresa agradable de la noche; debajo del cacharro encontró otro libro:
Hombres-lobo… Las trece mejores historias
.

No pudo evitar una risita irónica. ¿Aparecería también el libro «Wölfi, el Amante de los Niños»?

—¡Ha sido una fiesta estupenda, ¿no?! —dijo la madre de Anton cuando Anton, ya en pijama, llegó al cuarto de estar.

—Humm…, sí —dijo Anton reprimiendo una risa burlona—. Sobre todo los libros.

—¡Anton el ratón de biblioteca! —se rió su padre.

—¿Por qué? —dijo Anton fingiendo sorpresa—. Otros padres estarían contentos de que sus hijos leyeran libros. ¡Y yo no sólo leo, sino que incluso me gusta leer!

—Pero la cuestión es qué lee uno —repuso su madre—. ¡Y
La Bella y el Vampiro
no creo que pueda considerarse un «libro valioso»!

—Valioso —dijo Anton riéndose irónicamente—. ¡Lo principal es que las páginas estén llenas de texto!… Además —dijo después de una pausa—, si no me equivoco, el libro de
Hombres-lobo… Las trece mejores historias
… ¡lo habéis comprado
vosotros
!

—Lo ha comprado papá —le corrigió su madre.

—Sí… —dijo su padre guiñándole un ojo a Anton—. A mí sí me gustan los ratones de biblioteca… ¡Y también me gustan las páginas llenas de texto! —completó sonriendo satisfecho.

Peculiaridades que hay que respetar

De todas formas, aquella noche no era Anton el único ratón de biblioteca: cuando después de lavarse los dientes volvió a su habitación, una figura vestida de negro estaba sentada en su cama y parecía muy concentrada en el nuevo y grueso libro de terror.

Era…

—¡Rüdiger! —se alegró Anton.

El pequeño vampiro levantó la cabeza y contrajo la comisura de los labios poniendo un gesto burlón de reconocimiento.

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