El prisma negro (80 page)

Read El prisma negro Online

Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

BOOK: El prisma negro
9.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

Liv divisó a Kip, pero ya no estaba abriéndose paso hacia él.

—Vosotros sabéis que está mal. Yo sé que está mal. Ellos saben que está mal. Por eso se refieren a ello únicamente con murmuraciones y eufemismos. No es justo. No es ninguna Liberación, no nos engañemos, es un asesinato. Y después ni siquiera tienen la decencia de devolver el cadáver a su familia. En vez de eso, lo utilizan en algún tipo de ritual arcano. ¿Eso es por lo que lucharon nuestros padres? ¿Es eso justo? La Cromería corrompe todo cuanto toca. Además, ¿creéis que todos los que son «liberados» se presentan voluntarios?

Lord Omnícromo se rió, desdeñoso.

 

Mientras los Guardias Negros sacaban el cuerpo de Aheyyad de la sala, con cuidado de no derramar ni una gota de sangre, alguien llamó a la puerta con los nudillos. Un solo golpe, seguido del silencio. Gavin tardó un momento en caer en la cuenta: Bas el Simple nunca había entendido realmente el concepto de llamar a la puerta.

—Adelante, Bas —dijo Gavin. Niños e idiotas. ¿Estas son mis víctimas? Me baño en la sangre de los inocentes.

El hombre entró en la habitación. Vestido con sus mejores galas, se mostraba incluso apuesto. Al contrario de lo que ocurría con otros simplones que Gavin había conocido, las facciones de Bas no delataban su condición.

—Perdón por saltarme el turno, lord Prisma. Tengo una pregunta y no quería interrumpir mi Liberación para hacerla.

Que estuviera interrumpiendo la Liberación de alguien más para formular su pregunta ni siquiera se le había pasado por la cabeza, naturalmente.

—Por favor, adelante —dijo Gavin.

—Oí a Evi Grass hablando de la Muralla de Agua Brillante. Evi es una bicroma amarilla y verde. Es del Bosque de Sangre, aunque no me parece que dé ningún miedo. Mi madre me decía que todos los que tienen el pelo rojo pueden envolverte en llamas con solo mirarte, pero Evi no es así.

Gavin conocía bien a Evi. Pese a no ser excepcionalmente brillante, poseía una intuición portentosa, aunque rara vez confiaba en sus propias posibilidades. Así era, al menos, hacía años.

—Evi una vez me salvó de una embestida…

—¿Qué te dijo, Bas? —preguntó Gavin.

—No me dijo nada, solo me salvó. Me parece que gritó algo. No estoy seguro…

—¿Qué dijo Evi acerca de la Muralla de Agua Brillante?

—No me gustan las interrupciones, lord Prisma. Me ponen nervioso.

Gavin reprimió su impaciencia. Si lo presionaba, Bas sería incapaz de articular palabra.

Bas comprendió que Gavin no iba a insistir y se quedó pensativo un momento. Gavin esperó a que recuperase el hilo de sus pensamientos.

—Evi dijo que el agua brillante estaba trazada a la perfección. Dijo que no recordaba que vos fuerais un supercromado. Yo no puedo ver las diferencias de color, claro, pero me extrañaría que mintiera, y Gavin Guile no era un supercromado. Su hermano Dazen sí. Y sois más alto que Gavin. Se ponía unas botas especiales para parecer más alto, pero Dazen era más alto que él cuando cumplió los trece años. Recuerdo aquel día. Hacía sol. Mi abuela decía que Orholam siempre sonreía a los Guile. Llevaba puesto el abrigo azul…

Gavin no estaba escuchándolo. Se sentía como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies. Sabía que ese momento llegaría tarde o temprano. Llevaba dieciséis años esperándolo. Había asistido a las primeras reuniones como Gavin esperando que alguien, cualquiera, lo apuntara con el dedo y gritara: «¡Farsante! ¡Impostor!». Otros lo habían averiguado antes, pero siempre había podido silenciarlos. No podía desacreditar a Bas. Ese hombre era inmune a las corrientes políticas, todo el mundo lo sabía. Y si alguien le preguntaba, Bas señalaría un centenar de diferencias entre Gavin y Dazen. Cuando terminara de hablar, la máscara de Gavin se habría hecho añicos.

Sin embargo, había acudido solo. Precisamente esa noche.

—Entonces, mi pregunta era… mi pregunta era, ¿por qué mientes, Dazen? ¿Por qué finges ser Gavin? Dazen es malo. Mata a la gente. Mató a los Roble Blanco. A todos. Cuentan que recorrió su mansión cuarto por cuarto, asesinando incluso a los sirvientes, y que después lo incendió todo para ocultar sus crímenes. Los niños estaban encerrados en el sótano. Descubrieron sus cadáveres amontonados. Abrazados unos a otros. Estuve allí. Los vi. —Bas se interrumpió, visiblemente absorto en aquella antigua imagen. Su memoria perfecta se habría encargado de que fuera sumamente vívida—. Prometí a aquellos cuerpitos calcinados que mataría a Dazen Guile —concluyó Bas.

Sobrevino a Gavin un temor primigenio, como el dolor de los latigazos de un antiguo amo. Bas era un policromo verde, azul y supervioleta. Los colores moldeaban a todos los trazadores con el paso del tiempo. Solo la espontaneidad del verde conseguiría que el antiguamente obsesionado con el orden Bas se saltara su turno. Pero la precisión del azul le urgía a averiguar la verdad, a descubrir cómo encajaban todas las piezas.

—Bas, voy a contarte algo que solo sabe otra persona en todo el mundo. Voy a responder a tu pregunta. Te lo mereces. —Bajó la voz—. Cuando tenía dieciséis años, tuve una… una visión. Una epifanía. Estaba ante una presencia. Lo sentía en la cara. Sabía que era algo santo, y estaba asustado…

—¿Orholam en persona? —preguntó Bas. Parecía escéptico—. Mi madre decía que las personas que aseguran hablar por boca de Orholam generalmente mienten. ¡Y Dazen es un embustero! —Su voz se tornó estridente al final.

Lo que menos necesitaba Gavin era que Bas empezara a proclamar el nombre de Dazen a gritos.

—¿Quieres escuchar mi respuesta o no? —preguntó con aspereza.

Bas titubeó.

—Sí, pero no…

Gavin le apuñaló el corazón.

Los ojos de Bas se abrieron de par en par. Se aferró a los brazos de Gavin. Gavin extrajo la daga.

Con extraordinaria frialdad, Gavin declaró:

—Has dado lo mejor de ti, Bas. Tu servicio no caerá en el olvido. Tus errores serán olvidados, borrados. Te concedo la absolución. Te concedo la libertad.

Cuando pronunció la palabra «absolución», Bas ya estaba muerto.

Con cuidado, Gavin lo depositó en el suelo. Se dirigió a la puerta de servicio y llamó con los nudillos. Los Guardias Negros entraron y se llevaron el cadáver, y así de fácil Gavin cometió un asesinato sin despertar las sospechas de nadie.

79

El tipo era un embustero. Kip no sabía exactamente qué era mentira y qué era verdad, pero lord Omnícromo era la mano derecha del rey Garadul. Habían arrasado su aldea. Sin motivo. Si el asesinato no significaba nada para ellos, ¿qué significaría una mentira?

Sin embargo, sus palabras contenían un ápice de veracidad, como ocurre con las mejores mentiras. El Pacto significaba realmente eso. No era de extrañar que lo mencionaran siempre a hurtadillas, en voz baja. Envejecías, rompías el halo, te convertías en un perro rabioso. Tenían que sacrificarte. Kip recordaba cuando un mapache mordió al perro de Corvan y este empezó a echar espuma por la boca. Corvan, la alcaldesa y unos cuantos hombres más cargaron sus mosquetes y salieron en su busca. Corvan le voló la cabeza personalmente. Después ocultó el rostro y todo el mundo fingió no ver sus lágrimas. No hacía ni un año que aún mencionaba a su perro, pero cuando lo hacía nunca hablaba de su locura, de cómo había tenido que matarlo. Esto era lo mismo. Nadie hablaba de la Liberación porque nadie quería deshonrar a los difuntos. «Kip era un tipo excelente, hasta que perdió la cabeza y empezó a matar a sus amigos. Hasta que tuvimos que abatirlo.»

Vale, era una verdad desagradable. Pero eso no la convertía en una mentira. Antes bien, probablemente contribuía a dotarla de veracidad.

Pero en esa muchedumbre no había nadie dispuesto a aceptarlo. Querían culpar a alguien de la muerte de sus progenitores. No querían ser los siguientes en morir. Podían envolverlo en monsergas litúrgicas cuanto les diera la gana, pero Kip había visto lo que había detrás del telón. Estos seres eran asesinos. Gavin era un buen hombre. Un gran hombre, un gigante rodeado de enanos. Tenía que hacer cosas desagradables, ¿y qué? Los grandes hombres debían tomar decisiones difíciles para que los demás pudieran sobrevivir. Hacía cumplir el Pacto, ¿y qué? Todo el mundo juraba cumplirlo. Todo el mundo entendía el juramento. No existía ningún misterio, ni trampa ni cartón. Hacían un Pacto, y no tenían nada en contra de él hasta que les tocaba pagar el precio.

Estos seres eran unos cobardes, perjuros, escoria.

Tengo que largarme de aquí.

Se giró y vio a la última persona con la que esperaba encontrarse.

 

—Los relojes de agua ilytianos aseguran que esta es la noche más corta del año —dijo Felia Guile desde el umbral—. Pero para ti siempre ha sido la más larga.

Gavin la miró, macilento.

—No te esperaba hasta el amanecer.

Felia sonrió.

—El orden se ha alterado ligeramente. Bas el Simple entró antes de lo que debía. Alguien ha decidido dejarlo para más tarde. —Encogió los hombros.

¿Dejarlo para más tarde? De modo que lo sabían. Todo se está haciendo pedazos.

Quizá fuera mejor así. Si mato a mi madre ahora, no tendrá que ver cómo se desmorona todo.

—Hijo —dijo Felia—. Dazen. —El nombre sonó casi como un suspiro, una liberación de presión contenida. La verdad, expresada en voz alta tras años de mentiras.

—Madre. —Era agradable verla feliz, pero espantoso verla allí—. No puedo… Ni siquiera te he llevado a dar un paseo por los aires, como te prometí.

—¿Realmente puedes volar?

Gavin asintió, con un nudo en la garganta.

—Mi hijo puede volar. —Una sonrisa iluminó el rostro de Felia—. Dazen, me siento tan orgullosa de ti.

Gavin intentó decir algo, sin éxito.

Felia adoptó una expresión compasiva.

—Te ayudaré —dijo. Se arrodilló ante la barandilla, adoptando un aire más formal. Tratándose de su madre, a Gavin no debería extrañarle—. Lord Prisma, he pecado. ¿Escucharéis mi confesión?

Gavin pestañeó para contener las lágrimas, se dominó.

—Con mucho gusto… hija.

La actitud de humilde piedad de Felia ayudaba a Gavin a representar su papel. Él no era su hijo, no allí y ahora. Era su padre espiritual, un puente a Orholam en el día más sagrado de su vida.

—Lord Prisma, me casé con quien no debía y he vivido atemorizada. Me he dejado controlar por el miedo a que mi marido me repudiara, y guardé silencio cuando tendría que haber hablado. Permití que mis hijos se enemistaran y uno de ellos está muerto por ese motivo. Su padre no lo previó porque era un necio, pero yo lo sabía.

—Madre —la interrumpió Gavin.

—Hija —lo corrigió con firmeza Felia.

Gavin hizo una pausa. Claudicó.

—Hija, continúa.

—He pronunciado palabras crueles. He mentido en mil ocasiones. No me he preocupado por el bienestar de mis esclavos… —Habló durante cinco minutos, sin omitir nada, franca y tajante, sucinta en sus declaraciones no por ella, sino por Gavin, que debía confesar a muchos más esa noche. Era surrealista.

En los últimos dieciséis años, Gavin había escuchado declaraciones impactantes y contemplado el reverso oscuro de personas que gozaban de una reputación intachable, pero oír a su madre reconocer que había golpeado a una esclava inocente, enfurecida, minutos después de encontrar a Andross en la cama con otra mujer, era desgarrador. Desconcertante. Escuchar la confesión de su madre era como verla desnuda.

—Y he matado, tres veces. Por mi hijo. Ya he perdido dos; no podía tolerar la idea de perder también al último —dijo. A Gavin le costaba creer lo que estaba escuchando—. Por orden mía, un Guardia Negro de quien sospechaba fue reasignado a un puesto peligroso durante la Rebelión de los Acantilados Rojos, donde sabía que moriría. Una vez envié piratas tras el barco en que Dervani Malargos regresaba a su hogar tras llevar años perdido en las espesuras de Tyrea. Aseguraba haber estado más cerca que nadie de la conflagración de la Roca Hendida y haber visto cosas que nadie más conocía. Intenté sobornarlo, pero se escapó. En otra ocasión, contraté los servicios de un asesino durante las Conspiraciones de la Espina, utilizando una batalla ajena para encubrir la muerte de alguien que se disponía a chantajear a mi hijo.

Gavin no tenía palabras. Durante el primer año de su mascarada había matado a tres personas para proteger su identidad y exiliado a una docena. Dos más al séptimo año. No asesinaba a nadie a sangre fría desde… hasta Bas. Sabía que su madre había velado por él, pero siempre había pensado que lo hacía transmitiéndole la información que llegaba a sus oídos. Su madre siempre había sido ferozmente protectora, pero jamás se había imaginado hasta dónde sería capaz de llegar. Hasta dónde la obligaría él a llegar en su empeño por suplantar a Gavin.

Orholam bendito, ojalá creyera en ti para que pudieras perdonarme por lo que he hecho.

—En cada ocasión —concluyó Felia—, me dije que estaba sirviendo a Orholam y a las Siete Satrapías, no solo a mi familia. Pero nunca he tenido la conciencia tranquila.

Consternado, Gavin entonó las fórmulas tradicionales, concediéndole su perdón.

Felia se puso de pie y lo miró intensamente.

—Y ahora, hijo, hay unas cuantas cosas que deberías saber antes de que suelte mi carga. —Continuó sin esperar a que respondiera, lo cual fue una suerte porque Gavin no se creía capaz de ello—. No eres el hijo malvado, Dazen. Eras errático, pero nunca malintencionado. Eres un verdadero Prisma…

—¿Errático? ¡Asesiné a los Roble Blanco! Me…

—¿Estás seguro? —lo interrumpió bruscamente Felia. A continuación, más sosegada—: Llevo dieciséis años viendo cómo te consume ese veneno. Y siempre te has negado a hablar. Dime cómo ocurrió. —Su madre compartía el temperamento de los Guile, ya que no su sangre. Sacar este tema había sido su objetivo desde el principio.

—No puedo.

—Si no puedes contármelo a mí, ¿entonces a quién? Si no ahora, ¿cuándo? Dazen, soy tu madre. Deja que te haga este regalo.

Era como si su lengua se hubiera convertido en un pedazo de plomo, pero las imágenes acudieron ante sus ojos en un instante. Los rostros amenazadores de los hermanos Roble Blanco, la oleada de pavor que lo paralizaba. Gavin se humedeció los labios, pero no consiguió expulsar las palabras de su boca. Le sobrevino el odio una vez más, la furia ante lo injusto del enfrentamiento. Siete contra uno. Las mentiras.

Other books

My Animal Life by Maggie Gee
Family Album by Penelope Lively
The last lecture by Randy Pausch
Brothers and Bones by Hankins, James
Point of No Return by Rita Henuber
Godzilla at World's End by Marc Cerasini
Thunder and Roses by Theodore Sturgeon