Read El retorno de los Dragones Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
—¡Son luciérnagas!
Los globos contenían cientos de pequeñas luciérnagas que trepaban arriba y abajo del cristal, evidentemente satisfechas de poder explorar el terreno.
Luego los centauros trajeron otras telas, asimismo blancas y limpias, para que se lavaran la cara y las manos. El agua les refrescó el cuerpo y la mente, borrando las huellas de la batalla. Otro grupo de centauros trajo unas sillas que Caramon observó con escepticismo. Estaban construidas de una sola pieza de madera y tenían una forma curvada. Parecían cómodas pero... tenían una sola pata.
—Por favor, sentaos —dijo graciosamente el Señor del Bosque.
—¡En esto no me puedo sentar! —protestó el guerrero—. Me caería al suelo. Además, el mantel está sobre la hierba, me sentaré junto a él.
—Cerca de la comida —murmuró Flint bajo la barba.
Los demás miraron con inquietud las sillas, los extraños globos de luz y los centauros. No obstante, Goldmoon sabía cómo debían comportarse unos invitados. A pesar de que los extranjeros consideraban a su gente unos bárbaros, en su tribu se seguían unas estrictas normas de educación que se cumplían severamente. Goldmoon sabía que hacer esperar al anfitrión era un insulto hacia él y hacia su generosidad. Se sentó con gracia principesca y la silla de una pata se movió ligeramente, ajustándose a su altura y adaptándose a su cuerpo.
—Siéntate a mi derecha, guerrero —dijo con formalidad, consciente de que había muchas miradas puestas en ellos. El rostro de Riverwind no mostró emoción alguna, a pesar de que resultaba bastante cómico ver cómo trataba de doblar su inmenso cuerpo para sentarse en una silla de apariencia tan frágil. Una vez sentado se recostó cómodamente, esbozando una sonrisa de incrédula aprobación.
—Os agradezco a todos que hayáis esperado a que me sentara —dijo Goldmoon rápidamente, intentando disimular las dudas del resto—. Ahora os podéis sentar.
—Oh, no te preocupes —comenzó a decir Caramon cruzando los brazos sobre el pecho—, no estaba esperando, no pienso sentarme sobre estas extrañas sillas... —El codo de Sturm le golpeó agudamente en las costillas.
—Graciosa señora —Sturm saludó y se sentó con caballerosa dignidad.
—Bien, si él puede hacerlo, también yo —murmuró Caramon apresurándose, pues los centauros ya se aproximaban con la comida. Primero ayudó a su hermano y luego se sentó con cautela, asegurándose de que la silla soportara su peso.
Cuatro centauros se situaron en las esquinas del inmenso mantel extendido sobre el suelo, alzaron la tela hasta la altura de una mesa y la soltaron. El mantel se sostuvo flotando en el aire; la delicada superficie bordada se había vuelto tan dura y rígida como cualquiera de las sólidas mesas de El Último Hogar.
—¡Qué maravilla! ¿Cómo lo han hecho? —gritó Tasslehoff mirando debajo del mantel— ¡No hay nada debajo! " —informó con los ojos abiertos de par en par. Todos rieron ruidosamente, incluso el Señor del Bosque sonrió.
Se acercaron otros centauros con unos platos de madera barnizada, espléndidamente labrados; a cada invitado le fue entregado un cuchillo tallado en asta de venado. Acercaron unas bandejas llenas de humeante carne asada y el aire se inundó de un apetitoso aroma. Bajo la suave luz de las lámparas vieron que también traían rebanadas de pan e inmensos cuencos llenos de fruta.
Caramon, sintiéndose seguro sobre la silla, se frotó las manos y, sonriendo, agarró el cuchillo.
—¡Ahhhh! —suspiró agradecido cuando uno de los centauros le acercó una bandeja llena de carne. El guerrero clavó en ella su cuchillo, olfateando, cautivado por el aroma y el jugo que brotaban de la carne. De pronto se dio cuenta de que todos se hallaban observándolo y miró a su alrededor.
—¿Qué sucede...? —sus ojos se posaron en el Señor del Bosque y se sonrojó, apresurándose a sacar el cubierto de la fuente—. Te pido perdón... Este venado debe ser algún conocido, quiero decir... alguien de los tuyos.
El Señor del Bosque sonrió amablemente
—Puedes estar tranquilo, guerrero. El venado cumple su propósito en la vida proveyendo al cazador de alimento, ya sea al lobo o al hombre. No lamentamos la pérdida de aquellos que mueren alcanzando su destino.
A Tanis le pareció que mientras hablaba, los ojos oscuros del Señor del Bosque miraban a Sturm impregnados de una tristeza tan profunda que sintió un súbito temor. Pero cuando volvió a mirarlo, vio que el imponente animal sonreía una vez más. Será mi imaginación, pensó.
—Señor, ¿cómo saber si la vida de cualquier criatura ha alcanzado su propósito? —preguntó Tanis dubitativo—. He visto cómo muchos viejos morían con amargura y desesperación y, en cambio, he visto morir a jóvenes y a niños, antes de tiempo, dejando tras ellos tal legado de amor y alegría, que la tristeza de su marcha se veía mitigada al saber que sus breves vidas habían aportado mucho a los demás.
—Tú mismo has contestado a tu pregunta, Tanis, semielfo, mucho mejor de lo que lo hubiera hecho yo. Digamos que nuestras vidas se miden no por lo que recibimos sino por lo que damos.
El semielfo se dispuso a contestar pero el Señor del Bosque lo interrumpió.
—Por el momento, dejad vuestros temores a un lado y disfrutad mientras podáis de la paz de mi bosque. Su tiempo se está acabando.
Tanis miró fijamente al Señor del Bosque, pero el gran animal ya no le miraba a él, sino que observaba el bosque con los ojos inundados de tristeza. El semielfo se sentó, preguntándose qué habría querido decir, perdido en oscuros pensamientos hasta que notó que alguien le tocaba suavemente la mano.
—Deberías comer —le dijo Goldmoon—. Tus preocupaciones no desaparecerán con la comida, pero hay que mantener las fuerzas.
Tanis le sonrió y comenzó a comer con voraz apetito. Siguiendo el consejo del Señor del Bosque, olvidó sus inquietudes durante un rato. Goldmoon tenía razón: lo más seguro era que no se evaporasen.
El resto de los compañeros hizo lo mismo, aceptando lo extraño de la situación con el aplomo de curtidos viajeros. A pesar de que sólo había agua para beber —lo cual contrarió bastante a Flint—, el líquido, fresco y transparente, limpió de miedos y dudas sus corazones, tal como había lavado la sangre y el barro de sus manos. Rieron, charlaron y comieron, disfrutando de la mutua compañía. El Señor del Bosque no dijo una sola palabra más, pero los observaba en silencio, uno por uno.
El pálido rostro de Sturm había recuperado su color, el caballero comía con gracia y dignidad. Sentado al lado de Tasslehoff, contestaba la infinidad de preguntas que el kender le hacía sobre su tierra natal. Además, sin llamar demasiado la atención, sacó de una de las bolsas de Tas un cuchillo que, inexplicablemente, había ido a parar ahí. El caballero se había sentado lo más lejos posible de Caramon y hacía lo posible para no tenerle en cuenta.
Obviamente, el inmenso guerrero estaba disfrutando de su comida, engullendo tres veces más que cualquiera de los demás, tres veces más rápido y tres veces más ruidosamente. Entre bocado y bocado le contaba a Flint una pelea con un troll, utilizando el hueso que estaba masticando para describir sus quites y estocadas. El enano comía con ganas, y le decía a Caramon que era el mentiroso más grande de todo Krynn.
Raistlin, sentado al lado de su hermano, comía muy poco, tomando pequeños bocados en la carne más tierna, unas pocas uvas y un poco de pan que primero mojaba en agua. No decía nada pero escuchaba a los demás con interés.
Goldmoon comía delicadamente, con naturalidad; estaba acostumbrada a comer en público y le resultaba fácil mantener una conversación. Charlaba con Tanis, animándolo a que le describiera la tierra de los elfos y otros lugares que éste había conocido. Riverwind estaba sentado al otro lado de Goldmoon. Aunque no era un comilón empedernido como Caramon, se sentía extremadamente incómodo y cohibido. El bárbaro estaba evidentemente más acostumbrado a comer en los campamentos, entre sus compañeros de tribu, que en salones reales. Manejaba el cuchillo con torpeza y era consciente de que, al lado de Goldmoon, su imagen parecía ruda y tosca. No dijo una sola palabra y parecía deseoso de pasar inadvertido.
Acabaron la cena con unos pedazos de tarta de frutas, pusieron a un lado los platos y se acomodaron en las extrañas sillas de madera. Para delicia de los centauros, Tas comenzó a cantar la canción de viaje de los kenders. Entonces, de repente, Raistlin habló. Su voz baja y sibilante se deslizó entre las risas y la conversación.
—Señor del Bosque, hoy hemos luchado contra unas repugnantes criaturas que nunca habíamos visto en Krynn. ¿Qué sabes de ellas?
El tono relajado y festivo se evaporó en un instante, y todos intercambiaron siniestras miradas.
—Esas criaturas caminan como hombres —añadió Caramon—, pero parecen reptiles. Tienen garras en los pies y en las manos, y alas y... —la voz le falló— se convierten en piedra cuando mueren.
El Señor del Bosque se puso en pie mirándolos con tristeza. Por lo que parecía, había estado esperando la pregunta.
—Sé algo sobre esas criaturas —contestó—. Algunas de ellas entraron en el Bosque Oscuro hace varias lunas con un grupo de goblins de Haven. Vestían capas y capuchas sin duda para disimular su terrible apariencia. Los centauros las siguieron silenciosamente para evitar que causasen ningún daño. Esas criaturas se autodenominan «draconianos» y dicen pertenecer a la «Orden de Draco».
Raistlin arrugó la frente.
—Draco —susurró atónito—. ¿Pero quiénes son? ¿A qué raza o especie pertenecen?
—No lo sé, sólo puedo deciros que no pertenecen al reino animal ni tampoco a ninguna de las razas de Krynn.
A todos les llevó unos segundos asimilar la respuesta. Caramon parpadeó.
—Yo no... —comenzó a decir.
—Hermano mío, quiere decir que no son de este mundo.
—Entonces, ¿de dónde vienen?
—Esa es la cuestión. De dónde vienen y... ¿por qué?
—Yo no puedo contestar a esa pregunta, pero puedo deciros que antes de que los esbirros espectrales acabaran con esos draconianos, les oyeron hablar sobre una agrupación de ejércitos en el norte —añadió el Señor del Bosque.
—Yo los vi —Tanis se puso en pie —. Campamentos... —La voz se le ahogó en la garganta cuando se dio cuenta de lo que el Señor del Bosque había estado a punto de decir—.¡Ejércitos! ¿Eran de draconianos? ¡Debe haber miles de ellos! —Todos se habían puesto en pie y hablaban al unísono.
—¡Imposible! —dijo el caballero frunciendo el ceño.
—¿Quién está detrás de esto, los Buscadores? Por todos los dioses —vociferó Caramon—. Creo que voy a ir a Haven y aplast...
—Ve a Solamnia y no a Haven —le recomendó Sturm en voz alta.
—Deberíamos viajar hacia Qualinost —expuso Tanis —. Los elfos...
—Los elfos tienen sus propios problemas —interrumpió el Señor del Bosque. Su voz serena tenía un influjo tranquilizador—, así como los Buscadores de Haven. Ningún lugar es seguro, pero os diré dónde debéis ir para encontrar respuestas a vuestras preguntas.
—¿Qué quieres decir con esto de que nos dirás adónde debemos ir? —Raistlin dio un paso hacia delante y, al caminar, su túnica roja ondeó a su alrededor—. ¿Qué sabes de nosotros? —El mago hizo una pausa, tuvo un súbito presentimiento y sus ojos empequeñecieron—. ¿Es que sabías que íbamos a venir?
—Sí, os esperaba —contestó el Señor del Bosque respondiendo al presentimiento de Raistlin—. Ya habéis comprobado —continuó— que el Bien y el Mal conviven en el Bosque Oscuro y que yo puedo ayudar a los que persiguen un fin justo y digno.
Los compañeros se miraron entre sí estupefactos, llenos de admiración, respeto y, en cierto modo, temor ante Raistlin por su conocimiento del secreto de aquel lugar .
—He sido advertido —siguió diciendo el Unicornio— que esta noche vendría al Bosque Oscuro el portador de la Vara de Cristal Azul. Los esbirros espectrales debían permitirle la entrada junto a sus compañeros, a pesar de que desde el Cataclismo a ningún humano, elfo, enano o kender le había sido permitida la entrada en el Bosque Oscuro. Yo debía darle al portador de la Vara este mensaje: «Debes volar a través de las montañas de la Muralla del Este directamente hacia Xak Tsaroth, y llegar en dos jornadas. Si te haces merecedor de ello, allí recibirás el don más grande que haya sido concedido jamás».
—¡Las montañas de la Muralla del Este! —El enano lo miró con la boca abierta—. Necesitaríamos poseer unas magníficas alas para llegar a Xak Tsaroth en el plazo de dos jornadas.
Todos se miraron unos a otros, inquietos. Finalmente, Tanis rompió el silencio.
—Me temo que el enano tiene razón, Señor del Bosque; el viaje a Xak Tsaroth sería largo y arriesgado, y deberíamos atravesar tierras que sabemos están plagadas de goblins y de esos draconianos.
—Y, además, tendríamos que atravesar las Llanuras —Riverwind habló por vez primera desde que conocieran al Señor del Bosque—. Eso seria nuestra perdición —dijo señalando a Goldmoon—. Los Que-shu son feroces guerreros y conocen su tierra. Nunca conseguiríamos atravesarla —entonces miró a Tanis —. Además, mi gente no siente ninguna estima por los elfos.
—De todas formas, ¿por qué ir a Xak Tsaroth? —gruñó Caramon—. El don más maravilloso... qué será? ¿Una espada poderosa? ¿Un cofre lleno de monedas de oro? Esto siempre viene bien, pero en el norte se está fraguando una batalla y odiaría perdérmela.
El Señor del Bosque asintió con seriedad.
—Entiendo vuestro dilema. Sólo puedo ofreceros la ayuda que mi poder me permite. Yo me ocuparé de que lleguéis a Xak Tsaroth en dos jornadas, pero... ¿queréis ir?
Tanis se volvió hacia los demás. El rostro de Sturm reflejaba indecisión, sus miradas se cruzaron y el caballero suspiró.
—El ciervo nos trajo hasta aquí —dijo lentamente— tal vez para que recibiéramos este consejo, pero mi corazón está en el norte, en mi tierra. Si los ejércitos de draconianos se están preparando para atacar, mi lugar está con los Caballeros que seguramente se reunirán para luchar contra este infierno. De todas formas no quiero dejaros, Tanis, ni a vos señora —se inclinó ante Goldmoon y luego se dejó caer, cubriéndose su dolorida cabeza con las manos.
Caramon se encogió de hombros.
—Iré a cualquier parte y lucharé contra cualquier cosa, ya lo sabes, Tanis. ¿Tú qué opinas, hermano?
Pero Raistlin, mirando fijamente hacia la oscuridad, no contestó.
Goldmoon y Riverwind hablaron entre ellos en voz baja, ambos asintieron y Goldmoon le dijo a Tanis: