Read El retorno de los Dragones Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
—¿Qué piensas? —le preguntó Tanis.
—No sé si es una curandera, pero, si lo es, es una buena curandera.
—¡Canalla ! ¿Cómo te atreves a llamar curandera a la princesa de los Que-shu? —el bárbaro dio un paso hacia Raistlin con las cejas contraídas y una expresión de furia en el rostro. Caramon emitió un gruñido sordo y dejó la ventana para situarse junto a su hermano.
—Riverwind... —la mujer posó su mano en el brazo del hombre—, por favor. Su intención no era mala. Es lógico que desconfíen de nosotros. No nos conocen.
—Y nosotros no les conocemos a ellos —refunfuñó el bárbaro.
—¿Puedo echarle un vistazo? —dijo Raistlin.
Goldmoon asintió y le tendió la Vara. El mago alargó el brazo y la agarró ansiosamente con su huesuda mano. Cuando la tocó, hubo un brillante estallido de luz azulada y un tremendo crujido. El mago, sobresaltado, sacudió la mano gimiendo de dolor. Caramon saltó hacia delante, pero su hermano lo detuvo.
—No, Caramon —susurró roncamente Raistlin retorciéndose la mano—, la dama no tuvo nada que ver con esto.
Visiblemente sorprendida, la mujer observaba la Vara.
—Entonces, ¿qué ha ocurrido?—preguntó Tanis exasperado—— ¿Una vara que puede curar o hacer daño?
—Sencillamente, sabe lo que hace. —Raistlin se pasó la lengua por los labios, sus ojos brillaban—. Ya verás, Caramon, tómala.
—¡No, yo no! —el guerrero se apartó de ella como si se tratase de una serpiente venenosa.
—¡Tómala! —le ordenó Raistlin.
Caramon, desconfiado, alargó su mano temblorosa. A medida que sus dedos se acercaban a la Vara, su brazo se crispó, sus ojos se cerraron y los dientes le rechinaron. La tocó y no ocurrió nada.
Caramon se sobresaltó; tomando la Vara, la sostuvo en alto haciendo una mueca burlona.
—¿Veis? —Raistlin hizo un gesto parecido al de un ilusionista mostrando al público uno de sus trucos—. Sólo aquellos que son bondadosos y puros de corazón pueden tocarla —dijo con amargo sarcasmo —. Es una vara de curación, bendecida por algún dios; una vara sagrada. No es mágica. Por lo que sé, nunca ningún objeto mágico ha tenido el poder de curar.
—¡Callad! —ordenó Tasslehoff, que estaba junto a la ventana remplazando a Caramon.— ¡Los guardias del Teócrata! —avisó en voz baja.
Nadie habló. Todos oyeron las pisadas de los goblins sobre los puentes colgantes que comunicaban las casas de Solace.
—¡Están registrando puerta por puerta! —susurró Tanis incrédulo al oír como golpeaban la puerta de una casa vecina.
—¡Los Buscadores exigimos entrar! —gruñó una voz. Después de una pausa la misma voz dijo—: ¿No hay nadie en la casa?
Tanis miró hacia la puerta. Sintió que se le erizaba el cabello. Hubiera jurado que la habían cerrado con llave..., pero estaba ligeramente abierta.
—¡La puerta! —susurró —. Caramon...
Pero el guerrero ya se había situado detrás de ella de espaldas a la pared.
Oyeron unas pisadas nerviosas que se detenían.
—¡Los Buscadores exigimos entrar!
Los goblins comenzaron a aporrear la puerta y se detuvieron sorprendidos al ver que ésta se abría de par en par.
—Está vacía —dijo uno de ellos—. Sigamos.
—No tienes imaginación, Grum —dijo el otro—. Esta es nuestra oportunidad para apoderamos de unas cuantas monedas de plata.
Por la puerta asomó una cabeza de goblin. Sus ojos se clavaron en Raistlin, que estaba tranquilamente sentado con el bastón sobre el hombro. El goblin gruñó alarmado y luego comenzó a reír.
—¡Eh! ¡Mira lo que hemos encontrado! ¡Un bastón! —los ojos del goblin centellearon. Dio un paso hacia Raistlin seguido de su compañero. —¡Dame ese bastón!
—Por supuesto —susurró el mago. Les tendió el bastón y dijo—:
Shirak.
La bola de cristal se iluminó. Los goblins comenzaron a temblar y cerraron los ojos buscando a tientas sus espadas. En ese momento Caramon saltó desde detrás de la puerta y, agarrando a los goblins por el cuello, golpeó sus cabezas una contra otra, produciendo un sonido sordo. Los pestilentes cuerpos de los goblins cayeron desplomados.
—¿Están muertos? —preguntó Tanis cuando Caramon se agachó para examinarlos bajo la luz del bastón de Raistlin.
—Me temo que sí. Les di demasiado fuerte.
—Bueno, eso cambia las cosas —comentó agriamente Tanis —. Hemos matado a dos guardias más del Teócrata. Tendrá a toda la ciudad armada y alerta. Ahora no podemos dejar pasar unos días... ¡Hemos de salir de aquí! Y vosotros también —dijo volviéndose hacia los bárbaros—, será mejor que vengáis con nosotros.
—Dondequiera que vayamos... —farfulló Flint irritado.
—¿Hacia dónde os dirigíais?—le preguntó Tanis a Riverwind.
—Viajábamos hacia Haven —contestó de mala gana el bárbaro.
—Allí hay hombres sabios —dijo Goldmoon—. Confiábamos en que pudieran decirnos algo sobre la Vara, pues la canción que canté antes era verdad; esta vara salvó nuestras vidas...
—Tendrás que contárnoslo más tarde —interrumpió Tanis—. Cuando estos guardias no se presenten a informar, todos los vallenwoods de Solace se llenarán de goblins. Raistlin, apaga esa luz.
El mago dijo
Dumak,
el cristal centelleó y la luz se apagó.
—¿Qué haremos con los cuerpos? —preguntó Caramon plantando el pie sobre uno de los cadáveres —. ¿Y qué ocurrirá con Tika? Esto la comprometerá.
—Deja los cuerpos y rompe la puerta a hachazos.—la mente de Tanis trabajaba con rapidez. Sturm, derriba unas cuantas mesas. Lo prepararemos para que parezca que hayamos entrado aquí forzando la puerta y se haya provocado una pelea con los goblins. Así no le causaremos problemas a Tika. De todas formas, es una muchacha inteligente, seguro que se las arreglará.
—Necesitaremos comida —declaró Tasslehoff.
Corrió hacia la cocina y comenzó a revolver todos los estantes, llenándose los bolsillos de rebanadas de pan y de todo lo que tenía aspecto comestible. Le lanzó a Flint una bota llena de vino. Sturm derribó unas cuantas sillas, Caramon arregló los cadáveres de forma que pareciese que hubiesen muerto en una feroz batalla. Los bárbaros permanecieron frente al agonizante fuego, mirando a Tanis inquietos.
—Bien —dijo Sturm—. ¿Y ahora qué? ¿Adónde vamos a ir?
Tanis vaciló, repasando mentalmente las diferentes posibilidades que tenían. Los bárbaros venían del este y —si su historia era cierta y su tribu había intentado matarlos— no querrían tomar el mismo camino. Podían viajar hacia el sur, hacia el reino de los elfos, pero Tanis se resistía a regresar a su tierra de origen. Además, sabía que los elfos se horrorizarían al ver entrar extranjeros en su ciudad secreta.
—Viajaremos hacia el norte —dijo finalmente—. Escoltaremos a Goldmoon y a Riverwind hasta que lleguemos a la encrucijada de caminos y allí decidiremos qué hacer. Ellos, si lo desean, pueden dirigirse al suroeste, hacia Haven. Mi plan es seguir un poco más lejos para comprobar si los rumores que hemos oído sobre los ejércitos del norte son ciertos.
—y tal vez encontrar a Kitiara —susurró astutamente Raistlin.
Tanis enrojeció.
—¿ Os parece bien el plan?
—Aunque no seas el más viejo de nosotros, Tanis, eres el más sensato —dijo Sturm—.Te seguiremos...como siempre.
Caramon asintió. Raistlin comenzó a caminar hacia la puerta. Flint, refunfuñando, se echó la bota de vino a la espalda.
Tanis notó que una mano le tocaba suavemente el brazo. Se volvió y vio a la bella mujer bárbara mirándolo con sus claros ojos azules
—Estamos agradecidos —dijo Goldmoon entrecortadamente, como si le resultase difícil expresar su agradecimiento—. Habéis arriesgado vuestras vidas por nosotros y somos extranjeros.
Tanis sonrió y le estrechó la mano.
—Yo soy Tanis. Ellos son Caramon y Raistlin y son hermanos. El caballero es Sturm Brightblade. El que lleva el vino es Flint Fireforge y Tasslehoff Burrfoot es nuestro hábil cerrajero. Tú eres Goldmoon y él es Riverwind. Ahora ya nos conocemos.
Goldmoon le sonrió fatigada. Le dio a Tanis un apretón en el brazo y comenzó a caminar hacia la puerta apoyándose en la Vara que de nuevo parecía lisa y vulgar. Tanis la observó e inmediatamente alzó la vista al notar que Riverwind lo estaba mirando; el rostro del bárbaro era una máscara impenetrable.
—Bueno —rectificó Tanis en voz baja—, hay algunos que siguen siendo desconocidos.
Segundos después todos fueron saliendo de la casa precedidos por Tasslehoff. Tanis se quedó el último, observando los cuerpos de los goblins durante unos instantes. Había soñado con una pacífica bienvenida después de aquellos amargos años de viajes solitarios. Pensó en su confortable casa, en todos sus proyectos. Pensó en lo que había planeado con Kitiara; querían pasar las largas noches de invierno charlando en la Posada sentados alrededor del fuego. Luego al regresar a casa se reirían juntos bajo las pesadas mantas de piel, y dormirían durante las nevadas mañanas.
Tanis dio una patada a las brasas, esparciéndolas. Kitiara no había regresado, los goblins habían invadido su tranquila ciudad y ahora se encontraba huyendo en plena noche, escapando de un grupo de fanáticos y, posiblemente, no pudiese regresar nunca más.
Los elfos no acusan el paso del tiempo, viven cientos de años. Para ellos las estaciones transcurren como tormentas de verano. Pero Tanis era medio humano. Sentía que iba a haber un cambio, percibía el inquietante desasosiego que el hombre nota antes de que estalle la tormenta.
Suspiró moviendo la cabeza. Luego salió por la puerta destrozada que quedó colgando, absurdamente, de uno de sus goznes
Despedida de Flint.
Vuelan flechas.
El mensaje de las estrellas.
Tanis se descolgó por el porche y, sujetándose a las ramas de los árboles, se dejó caer al suelo. Los demás lo esperaban agrupados en la oscuridad, manteniéndose apartados de la luz de las farolas que colgaban de los árboles. Comenzó a soplar un viento helado del norte. Tanis miró hacia atrás y vio unas luces que supuso serían las de los grupos que los estaban buscando. Se puso la capucha y se apresuró a seguir a los demás.
—Lloverá —dijo observando al pequeño grupo bajo la luz titilante de las farolas que se balanceaban por el viento. El rostro de Goldmoon estaba marcado por la fatiga. El de Riverwind era una máscara estoica e impenetrable, aunque el bárbaro caminaba con los hombros caídos y haciendo un notable esfuerzo. Raistlin, tembloroso y jadeante, estaba apoyado en un árbol recuperando el aliento.
Tanis avanzaba con los hombros encogidos, protegiéndose del viento.
—Hemos de encontrar un refugio —dijo—, algún lugar en el que podamos descansar.
—Tanis —Tasslehoff tiró de la capa del semielfo—. Podríamos ir en bote. El lago Crystalmir está cerca de aquí, si lo cruzamos podemos cobijamos en una de las grutas que hay al otro lado y así mañana no tendremos que caminar tanto.
—Es una buena idea, Tasslehoff, pero no tenemos bote.
—Eso no es problema —sonrió el kender.
Bajo aquella luz, su pequeño rostro y sus puntiagudas orejas le daban un aspecto especialmente travieso. Tasslehoff disfruta inmensamente con todo esto, pensó Tanis. Le entraron ganas de zarandearlo enérgicamente y hablarle con severidad acerca del gran peligro que estaban corriendo. Pero el semielfo sabía que era inútil: los kender son totalmente inmunes al miedo.
—Lo del bote es una buena idea —repitió Tanis después de unos segundos de reflexión—. Te ocupas tú y no se lo digas a Flint —añadió—. Yo me encargaré de ello.
—¡Perfecto! —Tasslehoff soltó una risita y regresó junto al resto del grupo—. Seguidme —les dijo en voz baja y comenzó a caminar de nuevo. Flint lo siguió refunfuñando seguido de Goldmoon. Riverwind, después de una rápida y penetrante mirada a los componentes del grupo, comenzó a caminar tras ella.
—No creo que confíe en nosotros ——comentó Caramon.
—¿Confiarías tú? —le preguntó Tanis.
El dragón del casco de Caramon relucía bajo las titilantes luces y el halo de su cota de mallas fulguraba cada vez que el viento levantaba su capa. Una larga espada golpeaba sonoramente contra sus gruesas caderas, un arco corto y una aljaba pendían de su hombro y de su cinturón sobresalía una daga. Su escudo estaba abollado y golpeado tras innumerables peleas. Estaba equipado para afrontar cualquier aventura.
Tanis observó a Sturm, que llevaba orgullosamente el escudo de armas de una orden de caballería caída en desgracia más de trescientos años atrás. A pesar de que el caballero era sólo cuatro años mayor que Caramon, su vida estricta y disciplinada, las dificultades originadas por la pobreza y la búsqueda melancólica de su amado padre, hacían que pareciese mayor de lo que era. Parecía tener cuarenta años, pero sólo tenía veintinueve.
Tanis llegó a la conclusión de que si él fuera el bárbaro tampoco confiaría en el grupo.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Sturm.
—Cruzaremos el lago en bote.
—¡Oh! —cloqueó Caramon—. ¿Se lo has dicho a Flint?
—No, pero de eso me ocuparé yo.
—¿.Dónde vamos a conseguir un bote? —preguntó Sturm suspicaz.
—Creo que estarás más tranquilo si lo ignoras —le contestó el semielfo.
El caballero arrugó la frente. Buscó al kender con la mirada, pero éste ya se había adelantado revoloteando de sombra en sombra.
—Tanis, esto no me gusta. Primero asesinos y ahora estamos a punto de convertimos en ladrones.
—Yo no me considero ningún asesino —gruñó Caramon—. Los goblins no cuentan.
Tanis notó que el caballero miraba fijamente a Caramon.
—A mí tampoco me gusta todo esto, Sturm —le dijo rápidamente, confiando evitar una discusión—, pero es cuestión de necesidad. Mira a los bárbaros: su orgullo es lo único que los mantiene en pie. Mira a Raistlin... —Sus ojos se desviaron hacia el mago que se arrastraba por la hojarasca, caminando siempre entre las sombras y apoyándose pesadamente en su bastón. De tanto en tanto, una tos seca sacudía todo su cuerpo.
El rostro de Caramon se ensombreció.
—Tanis tiene razón; Raistlin no aguantará mucho más. Debo ir a su lado.
Dejó al caballero y al semielfo y se apresuró a alcanzar la figura encorvada de su frágil hermano.
—Deja que te ayude, Raistlin —oyeron que le susurraba Caramon.
Raistlin sacudió la cabeza y se apartó de su hermano. Caramon se encogió de hombros, pero se mantuvo cerca por si el mago lo necesitaba.