El secreto de mi éxito (15 page)

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Authors: Jaime Rubio Hancock

Tags: #FA

BOOK: El secreto de mi éxito
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–Quiso montar una consultora dentro de la empresa. La tuvimos que cerrar porque los dos clientes que teníamos querían quemarnos la puta oficina. Una completa chapuza. La verdad es que yo no entendía muchas de las cosas que hacía Soriano. Yo traía la pasta aquí, de algunos clientes, y bastaba con, no sé, hacer lo nuestro, lo que nosotros hemos sabido hacer bien desde siempre. Pero le entró la idea de montar la empresa más grande del mundo y en fin, a tomar por culo.

A todo esto yo iba diciendo ya, ya, mientras de repente aparecieron varias tapas y el tío seguía hablándome.

–También es verdad que yo, con lo del divorcio de mi mujer he estado muy descentrado. Ha sido muy desagradable. La tuve que dejar. Había llegado un punto en el que escuchar su voz me ponía de mala leche. Me sabe mal por los niños, pero bueno, el mayor ya tiene siete años y es buena edad para que aprenda que la vida hay que currársela y la gente no hace más que dar por culo. Yo no he dejado de trabajar desde que tengo veintiocho años. Sin parar. En cuanto conseguí licenciarme, me metí en el negocio de mi padre y pim pam metí dinero en la empresa de Soriano y sin parar. Pero lo del divorcio. Joder. Ha sido duro. Tú no estás casado, ¿no? Y novia, ¿tienes novia? ¿No? Haces bien. Si lo mejor es estar soltero. Y ya por los hijos ni te pregunto, jaja…

No sé, igual fue por las cuatro cervezas o igual fue porque me apetecía contárselo a alguien más aparte de a Susana y a Santi, pero de repente me vi a mí mismo explicándole la historia de Rebeca a un casi ex jefe que siempre me había parecido un impresentable. No sé. Igual sólo quise superar la historia de su divorcio. Trabajando desde los veintiocho años… Y lo decía sin vergüenza.

–Joder –dijo, cuando le conté–. Coño. Joder. Anda que tienes una suerte, tú también. Estamos apañados. Yo me quedo sin empresa, tú sin novia y con hijo… Lo mío es una putada. No se lo deseo a nadie. Todo el mundo se acuerda de los trabajadores, pero yo también tengo que ir al súper. Bueno, quien va es la chica, que para eso está, pero vaya, que tendrá que pagar, ¿no?

Para sellar el compadreo masculino, pidió dos gintonics, por supuesto sin ni siquiera preguntar antes si a mí me apetecía o si era más de otras bebidas, como por ejemplo el whisky. Ejem. Pero lo cierto es que me lo bebí. Ese y el siguiente. Luego cayó un tercero, mientras maldecíamos a las mujeres y a Soriano. O mejor dicho, él iba maldiciendo a las mujeres y a Soriano, y yo iba diciendo sí, sí, ya, ya. En realidad, él me parecía al menos tan despreciable como Soriano: al fin y al cabo los dos me debían mucho dinero y ni siquiera me dejaban ir al paro. En todo caso, lo que realmente ocupaba mis pensamientos era que hacía ya apenas una semana había conseguido quedar otra vez con Susana. Desde el verano sólo nos habíamos visto aquella vez, para comer, aunque sí que nos habíamos cruzado correos electrónicos y un par de mensajes por el móvil.

Había sido una comida muy agradable. Nos habíamos reído mucho y habíamos recordado momentos de las vacaciones. Lo normal, claro. Lo esperable. Lo malo era que me di cuenta de que para ella todo eso estaba bien tal y como estaba: estoy comiendo con mi amigo, pasando un buen rato, es un tío muy majo, me cuenta sus cosas, como lo de que está esperando un bebé, que no lo saben ni sus padres; yo le apoyo y le doy consejos y le escucho y etcétera, etcétera, y sí, quizás todo eso era culpa mía, quizás Santi había tenido razón cuando me dijo que no le tendría que haber contado lo de Rebeca tan pronto, o igual ya daba lo mismo y todo hubiera seguido un camino similar de todas formas. Y sí, en todo caso: qué maja era y qué bien me hacía hablar con ella y cruzarnos mails. Pero lo cierto es que yo sólo pensaba en morderle los labios.

Que no se me malinterprete. Insisto en lo dicho: hablar con ella me había ayudado mucho. Era una de las pocas personas con las que podía hablar cómodamente de ciertos temas. Nuestra reciente amistad era muy importante. Pero eso no quitaba que sólo pensara en moderle los labios. Entre otras cosas.

Tras el tercer gintonic, yo me iba obviamente para casa, pero Romeu me convenció para ir a tomar la última a otro lado.

–Pero hoy es miér…

–Es igual, mañana llegas tarde y ya está. Te doy permiso –con su risotada me llegó un vaho ginebrero que casi me tumbó.

Y bueno, lo del permiso para llegar tarde me daba más bien igual: cada día llegaba con cerca de una hora de retraso y me iba una hora antes, aparte de tomarme unas tres horas a mediodía.

Pero bueno, cedí. Paró un taxi y nos fuimos al Ribelino’s. Una discoteca que en realidad parecía un local de carretera, porque estaba prácticamente en la autopista, pero que gracias a una imagino que eficaz campaña de marketing y a la cercanía del Club de Polo y de la zona alta de Barcelona, se había convertido en un lugar de referencia para el pijerío barcelonés. Y ahí encajaban perfectamente las versiones más o menos juveniles de Romeu. Gente que comienza a trabajar a los veintiocho en el negocio de su padre. En fin.

Era miércoles, pero en el sitio había bastante gente. El modelo de asistentes macho era bastante parecido al de Luz de Gas, pero menos estropeado: de nuevo las mismas camisas blancas, alguno con chaqueta, alguno incluso con traje recién llegado del trabajo, como mi jefe. El modelo de asistentes chica también mejoraba el de Luz de Gas, pero sólo si no mirabas mucho: en seguida se veían las grietas en el maquillaje, se adivinaba el sobreesfuerzo para embutirse en el vestido y se intuían las horas de ensayo para mirar con indiferencia e incluso desprecio a… ¡Eh! ¡Que sólo iba a la barra! ¡No quería nada contigo! ¡Ni siquiera me gustas!

Mi jefe aprovechó para pedir dos gintonic más, de nuevo sin consultar, aunque a esas alturas lo último que cualquier persona sensata hubiera querido hacer era mezclar bebidas. Claro que una persona sensata no iría de fiesta con su jefe. Aunque lo pagara todo.

–Es una pena lo que ha pasado con la empresa. Porque podríamos haber hecho cosas cojonudas.

–No sé yo… –el alcohol hacía que me creciera. Groar. La masa ataca de nuevo.

–No, en serio. Pero el dinero ha dejado de llegar y como nos habíamos gastado las reservas por culpa de Soriano…

–¿Pero incluso lo de los sueldos? ¿Hacía falta esperar tanto? –Iba lanzado. Guau.

–Si dinero hay. Dinero nunca ha faltado para pagar. Pero es lo que decía de los administradores. Se está retrasando todo por su culpa. Si ellos no autorizan los pagos, nosotros no podemos hacer nada.

Era genial. Nadie tenía la culpa de nada. Porque los administradores por su lado culpaban a la empresa de los retrasos. La conclusión era evidente: eran todos como mínimo unos inútiles y probablemente también unos mangantes.

Acabé el gintonic y cuando me di cuenta mi jefe estaba bailando a mi lado. Bueno, bailando. En esos sitios de treintañeros nadie baila. Y menos mi jefe de cuarenta y bastantes. Sólo se mueven un poquito las rodillas y se contonean ligeramente las caderas más o menos al ritmo de la música. Puede que incluso se siga ese ritmo con aún más ligeros movimientos de cabeza. Es en plan, no tengo dieciocho años. No me hace falta exhibirme para ser el rey de la pista. No. Yo agarro el cubata y me quedo aquí en el centro, a miraros, a mostrar pecho, a dominar la escena.

Pues bien, el señor Romeu, alegre divorciado, estaba intentando hacer eso. Recién salido de un matrimonio. Un matrimonio largo con hijos. Durante el que había perdido contacto con el panorama musical. Durante el que no había intentado casi nada de eso. Igual en alguna boda. Vamos, que parecía un pato drogado.

Me alejé un poquito. Lo justo para incluso llegar a tapar parte de mi cuerpo contra una columna, pero sin que él creyera que le dejaba tirado. Que todo el mundo menos él dudara acerca de si habíamos venido juntos. Prefería que me vieran solo.

–Voy a mear.

Y yo que me alegro. Aproveché su ausencia para llamar a Santi.

–Ep –grité– ¿sabes dónde estoy?

–Cabronazo… ¿Sabes qué hora es?

–Estoy en Ribelino’s.

–¿Te han dejado entrar? Pero si ahí sólo hay listas y gente que entra con el coche directamente en el parking y contraseñas y saludos secretos.

–Boh, pero eso los sábados. Hoy es miércoles. Y vengo con mi jefe.

–¿Qué jefe?

–El Romeu, el divorciado.

–Joder. Estoy por vestirme e ir allí para hacer fotos.

–Nada, olvídalo, nos vamos ya. Al menos yo me voy ya.

–¿Y qué? ¿Qué ha pasado? ¿Os vais de putas?

–No, pero lo ha pagado todo.

–A ver si va a querer algo de ti.

–Se siente mal por no pagarme, supongo.

–Mientras no quiera compensarte con amor.

–Imbécil.

–La próxima vez avisa, a ver si nos invita a los dos.

–No habrá próxima vez. Estoy en proceso de recuperar mi dignidad.

–Eso, tú déjate guiar por lo que te diga una ex.

–Buenas noches.

–Buenas noches, cariño, no llegues tarde y oliendo al perfume de otras mujeres.

–Mamón.

–La próxima vez que me despiertes, te quemo el perro.

Romeu volvió, claramente perjudicado por los gintonic, pero aún en estado eufórico.

–Venga, ¿el último?

–Igual ya no.

–Que sí, hombre… Encima de que no te pago. Que a mí me sabe mal… Porque Soriano… Yo creo que no quiere pagar un duro. Hijo de puta. Aunque peor lo estoy pasando yo, peor que vosotros, digo, que pierdo la empresa y no tengo derecho a paro, por ser propietario.

–Bueno, pero…

–Ep, que yo todo lo que estoy haciendo para que cobréis, lo hago gratis.

–También podrían haber cerrado la empresa cuando había dinero.

–Soriano se lo gastó todo. Gordo hijo de puta. Todo para colocar al sobrino. Si el sobrino se lo gastaba en cocaína. Jajaja… Hijo de puta. Los dos. Hijos de puta los dos.

–Tampoco hay que ponerse así. La empresa ha aguantado bastante. Veinte años.

–Sí, claro, pero porque yo traía la pasta.

–¿Pero de dónde venía la pasta? Yo nunca vi muchos clientes.

–Coño, pues de ahí, de los clientes. Del grupo que montaron mi padre y mi tío, que era cliente. Ese era el cliente, el cliente… El cliente principal… Joder, qué mareo.

–¿Pero a qué se dedican esas empresas? Porque sólo veíamos los nombres y los pagos y…

–Te lo voy a enseñar…

Y salió en dirección a la puerta, casi corriendo. Le seguí e incluso le alcancé después de que tropezara en las escaleras de salida. Nos subimos a uno de los cuatro o cinco taxis que esperaban en la salida pese a ser las dos de la mañana pasadas de un miércoles, y dio una dirección del Ensanche barcelonés.

–¿Pero ahí no está el…? –Comenzó el taxista.

–Sí, sí –contestó Romeu.

–Lo digo porque está cerrado.

–Lo sé. Es mío.

El taxista hizo un gesto que no fui capaz de descifrar, aunque al menos supe contextualizar cuando llegamos al destino. Bajamos frente a una puerta acristalada bajo un cartel de neón. Apagado. Romeu sacó su juego de llaves del bolsillo y abrió la puerta. Encendió las luces y vi un enorme bar, con las mesas y la barra cubiertas de sábanas blancas. Además, había un pequeño escenario con una barra vertical y unas escaleras que llevaban a vete tú a saber dónde.

–La crisis puede hasta con los negocios más seguros y más antiguos del mundo.

–¿Su familia tenía este…?

–Este local y otros quince, repartidos por toda España. Este fue el primero que abrimos. La barra, el escenario y las mesas son los originales de 1954. Pero en fin, la gente ya no paga ni para follar y además la competencia de las mafias del este nos ha hecho mucho daño. Creo que aún queda algo de beber por aquí.

Miró detrás del bar y sacó dos vasos y una botella medio vacía de ginebra.

–Lo siento, pero no hay ni hielo ni tónica.

Me daba un poco igual. Apenas estaba intentando cerrar la boca después de aquel descubrimiento.

–Pero, entonces, nuestra… La empresa… Donde yo…

–Esto es muy sencillo. Los dos principales clientes eran las empresas familiares que llevan estos locales: Romeugosa (Romeu Gestora de Ocio S.A.) y Fincas Faro (por Familia Romeu). Como crecimos bastante, para gestionar los beneficios de esta empresa, decidimos crear otra, que es donde entraste tú años después. Al comienzo, no era más que de administración, pero luego, con Soriano, intentamos canalizar los beneficios a otro tipo de proyectos. Él se encargaba de reinvertir parte los beneficios en otros negocios más convencionales. Para diversificar. No sólo porque entraba mucho dinero, sino también porque este negocio es, digamos, complejo… En fin, que la empresa donde aún estás ayudaba a regularizar la situación.

–Joder. ¿Y los administradores lo saben?

–¿Qué han de saber? Esta empresa es diferente. Es cliente de la tuya. No tiene nada que ver.

–¿Pero es todo legal?

–Sí, bueno, claro…

–¿No blanqueábamos dinero?

–A ver, ya te he dicho que estos negocios son complejos. Pero tú no has hecho nada ilegal. Sólo eras un contable. Ni yo. Que yo duermo muy tranquilo. Yo sólo gestionaba locales de ocio. No tiene nada de malo.

–Entonces, los pagos y cobros de comisiones y facturas que se hacían cada mes…

–Pues como a cualquier otro cliente.

–Pero también venía dinero de ese cliente y no en forma de pagos.

–También era inversor.

–Joder. ¿Y nadie sabía nada?

–A ver, sé que sorprende y que no te lo esperabas –dijo, llenándome de nuevo el vaso–, pero es dinero. Sólo dinero. Y el dinero no huele. Ni siquiera el local huele. Sólo a polvo. Pero el del suelo y los muebles, jaja, no el otro. Joder. Es una puta pena. Con la de vida que había aquí. Lo veo vacío y joder, se me parte el alma. Te lo digo en serio. Se me parte el alma, joder.

Volví solo en taxi. No por nada, sino simplemente porque él iba hacia la parte alta de la ciudad y yo, pues a mi barrio, en dirección contraria. Volví a llamar a Santi.

–Joder, qué cabrón.

–Si lo apagaras, no te pasarían estas cosas.

–Qué pasa.

–Mi empresa es una casa de putas.

–¿Y cuál no?

–Ya. Bueno. Buenas noches.

–Vete a la mierda. Me vengaré.

Pensé en la comida con Susana. Sí, habíamos estado hablando de Rebeca mientras pensaba en morderle la boca. Sí, era consciente de que nadie quiere que le hablen de su ex, a no ser que –redoble de tambores– sean amigos, sólo amigos y punto. Pero en fin. Igual no doy para más. O igual eso era lo que necesitaba en ese momento.

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