Porque sí, la idea era quedar bien, impresionarla. En la medida de mis posibilidades, claro, que ella ya me conocía. Pero bueno, quería que al verme después de más de dos meses dijera algo así como “vaya” y sonriera y se fuera de vacaciones pensando en mí.
No es fácil, seamos sinceros. Sí bueno, tengo mi encanto, pero es un encanto simpático. Y lo simpático agrada, pero no se recuerda. Los perdedores sólo hacen gracia en las películas. En la vida real, las chicas de buen ver siguen prefiriendo al atleta de sueldo abultado que toca la guitarra eléctrica y que se ofrece a llevarlas en su moto con motor de avión, pero rápido, que luego he quedado con otra.
En fin, el caso era que ella me estaba explicando qué tal le iba en su nuevo trabajo –todo bien, por si a alguien le interesa– y no dejaba de pensar en abalanzarme sobre ella y sí, en moderle la boca. Me sentía como si estuviera borracho, como si tuviera quince años. Y ella me miraba, sonriendo y riéndose cuando hacia algún comentario, porque además estaba sembrado, la hacía reír con cualquier cosa, y al escuchar su carcajada y ver el brillo de sus ojos, tenía que hacer esfuerzos para que no se me saltaran las lágrimas. No, en serio. Iba todo de maravilla. Era como si estuviera volando. Como si la llevara yo en mi moto. Claro que, como ahora resulta evidente, no estaba volando: estaba cayéndome. A punto de darme con los dientes contra el bordillo.
–Entonces cuenta –dije después de un buen rato–, ¿qué es esto del viaje? ¿Adónde vas? ¿Vas con tus amigas?
–Ah, eso es muy bueno. Y es lo que te decía de la empresa: llevo sólo dos mesecillos, pero no les importa que ya me coja una semana. Es que Jaime ha encontrado una oferta muy buena para pasar unos días en Florencia y había que aprovechar.
–Oh. ¿Quién es Jaime?
–Es verdad, no te he hablado de él,
Aquí hay que hacer una pausa. Me hubiera venido bien una en aquel momento. Stop. Todos congelados menos yo. Me hubiera levantado. Le hubiera pegado una patada a la máquina de tabaco. Hubiera ido tras la barra, hubiera cogido una botella de whisky y me hubiera servido un par de dedos. Me los hubiera bebido de un trago, como en cualquier película de tercera. Luego hubiera vuelto y hubiera podido seguir. Ja, ja, dime, quién es Jaime, no me habías contado nada, pillina. Ja ja, espera, otra pausa. Y me hubiera quedado diez minutos sentado, sin decir nada, mascullando tacos. Luego ya sí, podríamos haber seguido. Todo bien. Sí. Bueno. Más o menos.
Pero no, no hubo pausa. Tuve que preguntar por el Jaime este sin solución de continuidad, encajando el puñetazo en el hígado y poniendo sonrisa de complicidad, sonrisa de eh, soy tu amigo, a mí puedes contarme lo que quieras.
–Pues bueno, le conocí en fin de año.
¿En fin de año? ¿Todavía hay gente que conoce a gente en fin de año? Pero nada, me dije, tú sonríe mientras ella sigue hablando. ¿Lo conoció en fin de año? Pues muy bien. Nada mejor que una guirnalda en el cuello y tres litros de alcohol para desinhibirse.
–No llevamos casi nada, pero muy bien. Es muy majo y además no parece que esté tarado ni nada parecido, que a nuestra edad te encuentras con cada uno.
–Sí... Un soltero de treinta años… Ya es o porque nos han dejado con motivo o porque nadie nos ha querido, también con motivo.
–Exacto –cabrona–. Pero no sé, muy bien. Sólo estamos empezando y tal, pero bueno, sacó lo del viaje y me parecía buena idea.
–Claro, por qué no. Igual es un psicópata que te despieza y tira tus restos al Arno, pero en fin.
–Jaja… No creo, pobre. Es muy buen chico.
–¿A qué se dedica?
–Es abogado.
–Entonces no será tan buen chico.
–Siempre dice que se equivocó de carrera.
–Eso seguro.
–Que tendría que haber estudiado Periodismo.
–Claro, no le llegó la nota –tranquilo, que no se note el resentimiento.
–Sí que le llegó, sí, pero como su padre tiene un despacho…
–Joder, aquí todo el mundo tiene un padre rico. El mío está jubilado. Supongo que cuando me toque ser pensionista, me ayudará él a mí.
–Seguro que te recomienda buenas bolas de petanca.
–Eso. Y los pantalones de pinzas más cómodos.
–Y zapatos de rejilla.
–Exacto.
No hablamos mucho más. Ella se tenía que ir. A hacer la maleta. Para irse a Florencia. Con Jaime. Se ve que habían encontrado un bed and breakfast precioso justo en el centro. Sólo siete habitaciones. Con ordenador en cada una de ellas. Que para qué querrían el ordenador, pero bueno.
Volví a casa caminando. Era un paseo, pero me apetecía. Qué bien había salido todo. Mi jefe me iba a demandar para pagarme y al final Susana se había liado con un abogado. Seguro que era un tipo de metro ochenta y cinco, sonrisa de cincuenta y siete dientes y pecho depilado. Marica. Un abogado hijo de papá. No hay muchas cosas peores. En fin. De todas formas, Susana era mi amiga. Igual me había dado por confundir cosas ante la ausencia de alternativas, pero no hubiera tenido ningún sentido intentar nada con ella. Con la de charlas que habíamos mantenido y mails que nos habíamos cruzado.
Nada.
Absurdo.
Un día de estos montaría mi propia empresa de excusas. Excusas para todos y para todo. Siéntase bien consigo mismo. No es culpa suya, siempre hay una excusa y nosotros se la encontramos.
Llamé a Santi.
–¿Qué pasa? ¿Estás en Ribelino’s otra vez? No puede ser, son las siete y media.
–Susana tiene un novio abogado.
–¿Abogado? Joder, estaba desesperada. Si no hubieras sido tan lento, te la follabas incluso tú.
–No, pero bueno.
–¿Unas cervezas después de cenar?
–Venga.
Llegué a casa. Estaba toda llena de gente. O eso me pareció a mí. Mi hermano se me cruzó por el pasillo y me saludó con uno de sus efusivos “ep”, me encontré a mi padre en la cocina, donde había entrado para beber agua. Me ofreció un café y le dije que no. Y para colmo apareció mi madre de la nada y a mis espaldas. Me sentía rodeado.
–Creo que el perro quiere bajar. Lleva media hora ladrando.
–Ahora voy.
–Ve ahora mismo y aprovecha que aún tienes el abrigo puesto –ordenó, ignorando mis treinta y dos años.
–Por cierto –dijo mi padre–, hoy era tu último día, ¿no?
–Sí, ya ves que soy libre –dije, mientras sacaba a Marte de mi habitación para llevarlo a la calle.
Bajé, di un par de vueltas a la manzana y cuando a Marte le dio por ahí, yo tuve que agacharme una vez más y recoger de nuevo su mierda.
–Ay, Marte –me sorprendí diciendo en voz alta y en medio de la calle, mientras le acariciaba detrás de las orejas–, ahora voy a tener mucho tiempo para ti. Nos vamos a hacer muy amigos.
Volví a casa, dejé que el chucho se subiera a mi cama y me metí en el baño. Me lavé la cara y me miré al espejo. Ahí estaba yo. Sin novia, pero con una hija a punto de nacer; sin piso, pero pagando una hipoteca, y hasta justo aquel día, con trabajo, pero sin sueldo.
Lo importante es la salud, pensé mientras me miraba un lunar sospechoso.
Este libro se terminó de editar con el fin de la primavera y el comienzo del verano de 2012 en los talleres virtuales de Libro de notas
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