El secreto del universo (19 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El secreto del universo
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Dividamos entonces 12,369 entre 3: el resultado es 4,123. No cabe duda de que este número ha de tener un significado muy importante, ya que está formado por los cuatro primeros números enteros.

¿Y qué relación tienen los cuatro primeros números enteros con el Nuevo Testamento? La respuesta es clara y nos viene en seguida a la mente.

¡Los cuatro Evangelios, por supuesto! Las cuatro biografías distintas de Jesús escritas por Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Da la casualidad de que los Evangelios 1, 2 y 3, los de Mateo, Marcos y Lucas, ofrecen en esencia la misma imagen de Jesús. Hay muchos incidentes, cuya relación aparece en las tres versiones, y la tendencia general de los acontecimientos es casi idéntica. Son los «Evangelios Sinópticos»; la palabra «sinóptico» significa «con un solo ojo». Los Evangelios 1, 2 y 3 ven a Jesús con el mismo ojo, por decirlo así.

El Evangelio número 4, el de Juan, es bastante distinto del resto; de hecho, difiere de éstos en todos los detalles, incluso en los más básicos.

Por tanto, si el número de meses lunares del año representa los Evangelios, ¿no sería correcto reunir los números 1, 2 y 3, y mantener el 4 aparte? ¿Y no es exactamente eso lo que ocurre con el número 4,123?

Si no estaban totalmente seguros antes, ¿admiten ahora que íbamos por el buen camino?

Podemos afirmar, por tanto, que del número de meses lunares que hay en un año, 12,369, el 12 representa el Evangelio de Juan (4 veces 3, por la Trinidad) y 0,369 representa los Evangelios Sinópticos (123 veces 3).

Pero, ¿por qué el cuarto Evangelio está en primer lugar? ¿Por qué la tercera parte del número de meses lunares que hay en un año es 4,123 en lugar de 123,4?

Se trata de una buena pregunta, perfectamente admisible, y tengo la respuesta. Si el hecho central del Nuevo Testamento es la Trinidad, habrá que preguntarse cómo es abordado este tema en los distintos Evangelios.

La primera prueba de la existencia simultánea de los tres aspectos de Dios es lo que ocurrió cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista (que, por supuesto,
no
es el Juan que escribió el cuarto Evangelio). así es descrito el incidente en
Marcos
, el Evangelio más antiguo:

Marcos, 1, 10: «Y enseguida, mientras salía del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hasta él como una paloma.»

Marcos, 1,11: «Se oyó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto.»

Aquí están presentes al mismo tiempo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero no hay nada en este relato que nos lleve a pensar que esta manifestación fuera evidente para nadie que no fueran los miembros de la Trinidad. No hay nada que nos haga suponer, por ejemplo (ateniéndonos únicamente a
Marcos
), que Juan el Bautista, que estaba presente, se diera cuenta también del descenso del Espíritu o que oyera la voz que venia del cielo.

En
Mateo
. 3, 16–17, y en
Lucas
, 3, 22, aparecen versiones muy parecidas de este relato. En ninguno de los dos se afirma que alguien se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Pero en el Evangelio de Juan, el cuarto, es Juan el Bautista el que relata el descendimiento del Espíritu.

Juan, 1, 32: «Juan declaró además: He visto al Espíritu bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él.»

Como en el Evangelio 4 se describe la primera manifestación de la Trinidad como algo claramente visible a los ojos del hombre, lo que no ocurre en los Evangelios 1, 2 y 3, es evidente que el número
tiene
que ser 4,123 y no 123.4.

¿Qué más se puede pedir?

Ahora me gustaría insistir sobre algo que espero que todo el mundo haya comprendido con claridad. Lo único que he hecho ha sido jugar con los números. Lo que he expuesto aquí relativo a los días y meses del año es invención mía, y lo digo tan en serio como dije en su día el chiste sobre la cualidad alfabética de Abou ben Adhem.

Y, sin embargo, no me sorprendería en absoluto descubrir que algunas personas sienten la tentación de pensar que todas estas tonterías tienen algo de cierto. Puede que se digan que he tropezado accidentalmente con una gran verdad sin saberlo, incluso cuando pensaba que no estaba haciendo más que jugar.

Y supongo que algunas personas (posiblemente incluso las mismas) dirán: «Eh, apuesto a que el nombre de Abou ben Adhem llevó a todo lo demás porque la lista
estaba
en orden alfabético.»

NOTA

Como estoy interesado en la Biblia y en los números —y también en las teorías de los chiflados (hasta cierto punto) —, he leído algunos artículos y libros en los que se interpreta la Biblia de mil formas diferentes mediante una notablemente ingeniosa utilización de los números.

Siempre les digo a aquellos que se sienten impresionados por estas cosas que, si se tiene tiempo para pensar, una concatenación de números adecuada y cualquier texto lo bastante complejo, es posible probar cualquier cosa. (Deberían intentar seguir los razonamientos matemáticos de aquellos que creen que las obras de Shakespeare son un vasto criptograma en el que se demuestra que el verdadero autor de éstas fue otra persona. No me cabe ninguna duda de que se quedarían asombrados, siempre que no se les derritiera antes el cerebro.)

En cualquier caso, siempre he creído que, con un
poco
de tiempo, yo seria capaz de inventarme una tontería tan grande como cualquiera de las obtenidas tras penosos esfuerzos por los pobres bobos que se toman en serio estas cosas. La última parte de este articulo es un ejemplo de ello.

¡TOCA PLÁSTICO!

Una de mis anécdotas favoritas (que sin duda es apócrifa, ¿por qué otra razón la recordaría si no?) es la de la herradura que estaba colgada de la pared sobre la mesa de trabajo del profesor Niels Bohr.

Un visitante se quedó mirándola asombrado, y por último no pudo por menos de exclamar:

—Profesor Bohr, es usted uno de los más grandes científicos del mundo. ¿No me dirá usted que cree que ese objeto le traerá buena suerte?

—No, hombre —dijo Bohr sonriente—, por supuesto que no. Cómo voy a creer en esas tonterías. Pero es que me han dicho que me traerá buena suerte, lo crea o no.

Yo también tengo una simpática debilidad: tengo la manía de tocar madera. Si cuando digo algo me parece que me he mostrado demasiado suficiente o seguro de mi mismo, o que he alardeado demasiado de mi buena suerte, miro febrilmente a mi alrededor buscando algo de madera que tocar.

Por supuesto, ni por un momento me creo realmente que tocar madera mantendrá alejados a los celosos demonios que acechan al alma incauta que se jacta de su buena suerte sin haberse congraciado antes con los espíritus y demonios que gobiernan la buena y la mala suerte. Aun así… después de todo… ya saben… ahora que lo pienso… ¿qué se puede perder?

Por tanto, el hecho de que la madera natural se utilice cada vez menos en la edificación, de manera que cada vez es más difícil encontrar madera en una emergencia, me hace sentirme un poco inquieto. En realidad, hasta es posible que hubiera acabado por tener una crisis nerviosa de no haber sido por un comentario casual hecho por un amigo mío.

Hace algún tiempo, dijo:

—Últimamente las cosas me van muy bien.

Después tocó el tablero de la mesa, y dijo tranquilamente:

—¡Toca plástico!

¡Dios mío! Que me hablen a mí de súbitas iluminaciones. ¡Pues claro! Los espíritus también se adaptan al mundo moderno. Las viejas Dríades que vivían en los árboles y eran la causa de que los bosques sagrados fueran sagrados, y a las que se remonta nuestra idea de tocar madera
[7]
, deben de sufrir un alto índice de paro ahora que más de la mitad de los bosques del mundo han sido reducidos a palillos para los dientes y periódicos. Sin duda en la actualidad viven en contenedores de plástico polimerizado y responden prestamente a la llamada de «¡Toca plástico!». Se la recomiendo a todos ustedes.

Pero tocar madera no es más que un ejemplo de este tipo de ideas, tan reconfortantes y tan capaces de producir una agradable sensación de seguridad que los hombres se aterran a ellas a la más mínima provocación e incluso sin mediar provocación alguna.

Los hombres se agarran como a un clavo ardiendo a cualquier prueba que refuerce este tipo de «creencias de seguridad», por frágil y absurda que pueda ser. Cualquier prueba que vaya en descrédito de una creencia de seguridad, por muy lógica y concluyente que pueda ser, es desechada. (De hecho, si las pruebas en contra de una creencia de seguridad son bastante fuertes, aquellos que las han aducido corren el serio peligro de sufrir violencia física.)

Por tanto, a la hora de sopesar los méritos de cualquier opinión muy extendida es muy importante tener en cuenta si puede ser considerada una creencia de seguridad. Si es así, entonces el hecho de que esté tan extendida no tiene ningún valor, y hay que desconfiar de ella.

Desde luego, es posible que dicha opinión sea acertada. Por ejemplo, los estadounidenses se sienten reconfortados por la idea de que Estados Unidos es la nación más rica y poderosa del mundo. Pero es cierto que lo
es, y
esta creencia de seguridad en particular está justificada (para los estadounidenses).

No obstante, el Universo es un lugar verdaderamente muy poco seguro, y por lo general hay muchas más probabilidades de que las creencias de seguridad sean falsas que de que sean ciertas.

Por ejemplo, si se realizara una votación entre los fumadores más empedernidos de todo el mundo, lo más probable es que ésta mostrara que prácticamente todos ellos están firmemente convencidos de que los argumentos que relacionan el tabaco con el cáncer de pulmón no son concluyentes. Este mismo resultado por abrumadora mayoría se repetiría de realizar la votación entre los miembros de las industrias tabaqueras. ¿Por qué no? La creencia contraria les haría sentirse demasiado inseguros desde el punto de vista médico o económico como para sentirse a gusto.

Y también, cuando era pequeño, recuerdo que los niños creíamos firmemente que si se nos caía un trozo de caramelo en medio de la increíble mugre de las calles de la ciudad sólo era necesario rozarlo con los labios y luego agitarlo hacia el cielo («besándolo para Dios») para que volviera a ser perfectamente inmaculado e higiénico. Lo creíamos a pesar de todos los reparos sobre los gérmenes, porque, de no hacerlo creído, habríamos tenido que renunciar a comernos ese trozo de caramelo y ver cómo se lo comía algún otro que si creía en ello.

Naturalmente, cualquiera puede inventar las pruebas necesarias a favor de una creencia de seguridad. «Mi abuelo se estuvo fumando una cajetilla al día durante setenta años y cuando se murió lo último que le fallaron fueron los pulmones.» O «Jerry besó un caramelo para Dios ayer y hoy ha ganado la carrera de cuarenta metros».

Si el abuelo se hubiera muerto de cáncer de pulmón a los treinta y seis años o si Jerry hubiera contraído el cólera, no habría ningún problema: se citarían otros ejemplos.

Pero no caigamos en los casos particulares. Les presento a continuación seis creencias de seguridad muy generales que, en mi opinión, cubren todo el campo; aunque invito al amable lector a añadir una séptima si se le ocurre alguna idea.

Creencia de seguridad número 1:
Existen fuerzas sobrenaturales a las que se puede inducir u obligar a proteger al género humano
.

Esta es la esencia de la superstición.

Cuando una sociedad primitiva de cazadores se encuentra con que en ocasiones hay caza de sobra y en otras ocasiones no es así, y cuando una sociedad agrícola primitiva observa que un año hay sequía y al siguiente una inundación, parece natural suponer —a falta de algo mejor— que alguna fuerza más que humana dispone las cosas de ese modo.

Como la naturaleza es caprichosa, parece natural que los diversos dioses, espíritus y demonios (como quieran llamarlos), sean también caprichosos. De una forma u otra han de ser inducidos u obligados a subordinar sus salvajes impulsos a las necesidades de la humanidad.

¿Quién dice que esto sea fácil? Es evidente que requiere de toda la habilidad de los hombres más sabios y experimentados de la sociedad. De esta forma se desarrolla una clase especializada de manipuladores de espíritus: una clase sacerdotal, utilizando el término en su sentido más amplio.

La manipulación de los espíritus puede ser llamada con toda justicia «magia». La palabra viene de
magi
, que era el nombre con que se conocía a la clase sacerdotal de la Persia zoroástrica.

La popularidad de esta creencia de seguridad es casi absoluta. Determinado personaje influyente de la ciencia ficción, que es muy dado a adoptar este tipo de creencias de seguridad para luego fingirse miembro de una minoría perseguida, me escribió en una ocasión: «Todas las sociedades han creído en la magia excepto la nuestra. ¿Por qué hemos de ser tan arrogantes y pensar que todo el mundo estaba equivocado excepto nosotros?»

Mi respuesta fue: «Todas las sociedades excepto la nuestra han creído que el Sol giraba alrededor de la Tierra. ¿Le gustaría resolver este asunto mediante el voto de la mayoría?»

En realidad, la situación es aún peor de lo que afirma el mismo personaje influyente. Todas las sociedades,
incluida la nuestra
, creen en la magia. No estoy diciendo que esta creencia esté restringida a los ingenuos y a las personas sin educación. Los elementos más racionales de nuestra sociedad, la gente bien educada, los científicos, siguen conservando restos de creencias mágicas.

Una herradura colgada encima de la mesa de Bohr (suponiendo que la historia sea verídica) es una salvaguarda mágica contra la desgracia, que opera gracias al poder del «hierro frío» sobre un mundo de espíritus que aún sigue en la edad del bronce. Cuando toco madera (o plástico) también yo me estoy dedicando a manipular a los espíritus.

¿Pero podemos afirmar, como hace el personaje influyente, que tiene que haber algo de cierto en la magia puesto que tanta gente cree en ella?

No, claro que no. Resulta demasiado tentador como para creérselo. ¿Puede haber algo más fácil que creer que es posible evitar el infortunio por el simple procedimiento de tocar madera? Si no es cierto, no se pierde nada. Si es cierto, se gana mucho. Verdaderamente hay que ser tan rígido como un pedazo de madera para no probar suerte.

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