Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online
Authors: Louise Cooper
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil
Súbitamente impulsado por una ola de frustración, Tarod se levantó de la cama y cruzó la habitación hacia una mesita donde había un montón de libros viejos y amarillentos. En su esfuerzo por encontrar las evasivas respuestas que necesitaba, había pasado mucho tiempo en la gran biblioteca del Castillo, que se hallaba en un ala separada de éste. Allí estaban todos los relatos de la Historia conocida, algunos de ellos escritos hacía tantos siglos que la tinta se había descolorido y eran casi ilegibles. El Castillo era el único depósito de tales conocimientos en el mundo, y el Círculo, su único guardián y, para un erudito de fuera de aquel recinto, el privilegio de poder estudiar estos volúmenes tenía un valor incalculable. Hasta hacía poco, Tarod había hecho poco uso de la biblioteca, pero ahora, fascinado a pesar de sus preocupaciones, había encontrado relatos de los primeros tiempos del Círculo, cuando el mundo acababa de salir de la edad oscura de los Ancianos, cuando el propio Aeoris derribó la tiranía del Caos y restableció en el poder a los Señores del Orden. Se sabía muy poco de los antiguos y de sus técnicas; muchas de las extrañas propiedades del propio Castillo permanecían todavía ocultas para el Círculo, que había habitado en él durante tantas generaciones, y Tarod lo habría dado todo por descubrir aquellos viejos misterios.
Pero los viejos misterios no daban respuesta a las preguntas que ahora le turbaban. Y lo único que ningún libro había sido capaz de decirle era la naturaleza de la fuerza que le llamaba desde las profundidades de la noche.
Tarod miró los libros y tomó una decisión. Estaba seguro de que esa noche volvería a hostigarle aquel sueño… y estaría preparado para recibirlo. Esta noche no dormiría, sino que velaría en el plano astral. Necesitaba pocos preparativos, aparte de una mente tranquila, y la hora o algo más que faltaba para que los moradores del Castillo empezasen a retirarse a descansar sería tiempo suficiente.
Echó el cerrojo a la puerta exterior de sus habitaciones; después, encendió un brasero que estaba cerca de su cama. Cuando el carbón brilló como un ojo pequeño y feroz en la penumbra, derramó sobre él unos cuantos granos de un incienso débilmente narcótico y se tumbó en el lecho sin molestarse en desnudarse. Fuese lo que fuere el ser desconocido que vendría a visitarle esta noche, le encontraría vigilante.
Por fin había caído la breve noche de verano y se había elevado la primera de las dos lunas para proyectar sus enfermizos rayos a través de la ventana, cuando Tarod percibió que no estaba solo en su habitación. Durante casi tres horas, había yacido inmóvil, observando el débil resplandor del brasero; pero, de pronto, aunque no había movimiento ni ruido, sintió una presencia extraña. Su pulso se aceleró; como la mayoría de los Adeptos, tomaba precauciones elementales para asegurarse de que ninguna influencia de otros planos podría invadir su territorio y, sin embargo, esto… lo que fuese…, había roto sus defensas con inquietante facilidad.
Y entonces empezó el murmullo.
Vuelve… Vuelve…
Parecía venir de algún oscuro rincón de su propia mente, y envió un silencioso mensaje en respuesta.
¿Volver? Volver, ¿a qué?
Recuerda… Vuelve…
Tarod concentró su voluntad y trasladó su conciencia al plano astral. Su entorno parecía el mismo de antes, pero, ahora, todos los contornos de la habitación resplandecían con un aura débil e inestable. Esto le alarmó, pues indicaba una inestabilidad similar en su propio control. Cada uno de los siete planos astrales conocidos —de los que, según la doctrina del Círculo, solamente cinco eran accesibles a cualquier mortal— tenía sus propias características distintivas; esta fluctuación indicó a Tarod que no había pasado a ninguno de ellos, sino que flotaba en un limbo desconcertante.
Tratando de recobrar su concentración, miró su propio cuerpo sobre la cama. La inquietante llamada resonaba ahora en su conciencia, como si, al rechazar las trabas del plano físico, se hubiese hecho más vulnerable a la fuente del mensaje. Tarod no había sido nunca reacio a jugar con fuego, y siempre había salido indemne; pero, en las otras ocasiones, había estado bajo su propio y único control. Ahora su posición había cambiado un poco; otras fuerzas tiraban de él, y parecía que su voluntad no era bastante fuerte para contrarrestarlas. Ni podía, aún, empezar siquiera a especular sobre lo que podían querer de él…
Durante un rato —pudieron ser minutos u horas, no tenía manera de saberlo—, Tarod se mantuvo alerta. Entonces, al fin, sonó una llamada en la puerta.
Su reacción instantánea fue pensar que la llamada se había producido en el plano físico, que alguien sin querer, había venido a molestarle. Irritado, trató de volver a su cuerpo físico, pero algo le retuvo, le apartó de su objetivo, sumió su mente en un negro torbellino que se cerró a su alrededor. La habitación se desintegró en un caos y se rehízo con la misma rapidez. Pero ahora su aura se había estabilizado, vibrando con luz y energía.
Tarod estaba en un plano más alto; tal vez el cuarto o el quinto.
Pero él no había querido que ocurriese
…
Inopinadamente, volvió a sonar la llamada en la puerta, y Tarod supo al instante que se había equivocado en su primera suposición. La puerta exterior de sus habitaciones estaba cerrada con cerrojo y, sin embargo, el visitante, fuese quien fuese o lo que fuese estaba en la puerta interior, inmediatamente delante de él.
Consciente de que la atmósfera estaba demasiado silenciosa, demasiado fría, Tarod pasó a un lado de la habitación, lo más lejos posible de la puerta, antes de permitir que su mente formase una sola y rotunda palabra.
Ábrete…
Casi antes de que la orden tomase forma, la puerta giró sobre sus goznes, ¡y Tarod vio su propio doble en el umbral!
Retrocedió, sobresaltado. La cara era inconfundible, y los cabellos… Pero la imagen inmóvil estaba envuelta en un manto negro. Y ni siquiera ahora pudo confiar en sus primeras impresiones, pues la figura se estaba trasformando.
La cara familiar permanecía, pero los cabellos se volvían dorados y los ojos cambiaban constantemente de color… y ya no podía ver el cuerpo de la aparición, pues había quedado envuelto de súbito en una luz que variaba con todos los colores del espectro, como cuando se acercaba un Warp.
«¿Quién eres?»
, Tarod trató de disimular el miedo que traslucía la muda pregunta. Por toda respuesta, la visión sonrió, y su sonrisa fue de exquisito orgullo y desdén. Tarod se sintió atraído sin remedio por aquel ser y, al aproximarse sus mentes, le invadió una abrumadora sensación de poder. Era el conocimiento que había deseado con tanto ardor…
Se estremeció violentamente cuando una barrera invisible se interpuso entre él y la brillante visión. Con tenacidad y con desesperación, trató de derribarla, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, y llegó un momento en que se dio cuenta de que aquel ser se había ido, dejando la habitación vacía y sin vida.
Las fuerzas intangibles ya no le sostenían. Consciente de su fracaso, Tarod volvió a su cuerpo y abrió los ojos.
Estaba temblando convulsivamente, y el frío que sentía era tal que tenía los miembros entumecidos. Se levantó tambaleándose y se dirigió a la chimenea, donde la leña estaba preparada pero no había sido encendida. Le temblaban las manos y el fuego no prendía bien; después de cinco minutos renunció al intento y volvió a su cama, dejando que la leña ardiese sin llama.
A pesar de las cuatro mantas con que se cubría, Tarod siguió temblando. Parte de su mente quería pensar en las implicaciones de su extraña experiencia, pero otra parte, más enérgica, reaccionó violentamente contra la idea. Lo que ahora necesitaba realmente, se dijo cerrando los ojos, era dormir, dormir sin soñar.
Tarod pudo dormir aquella noche, pero fue un sueño lleno de pesadillas que le atacaban desde la oscuridad. Había voces agudas, estridentes; caras de gárgola que le hacían muecas dondequiera que mirase y, por encima de todo, la aparición de cabellos de oro, con su sonrisa sagaz y desdeñosa. Tarod daba vueltas en la cama, tratando de librarse de las visiones de su ojo interior, pero las imágenes se hacían más salvajes y enloquecedoras. De vez en cuando, el sonriente espectro tomaba todo el aspecto de Tarod, de manera que los ojos multicolores se volvían verdes y los cabellos permanecían negros, enmarañados sobre los sonrientes y cambiantes semblantes.
Tarod fue despertado al fin por el sonido de su propia voz gritando sin palabras, y se sentó en la cama y vio que la fría luz del amanecer se filtraba a través de la cortina. El brasero se había apagado, pero todavía flotaban en el aire restos del humo del incienso, que ahora olía amargo y acre. La impresión de fracaso gravitaba fuertemente sobre él, y tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para levantarse y acercarse a la ventana a contemplar la luz del día.
El patio estaba tranquilo. Solamente unos pocos criados iban de un lado a otro, atareados con sus deberes de la mañana, y el ruido que hacían parecía amplificarse en el silencio. La niebla velaba las cimas de las cuatro torres, y Tarod podía oír débilmente, a lo lejos, el rumor del mar. Pero el apacible escenario no le tranquilizó en absoluto, antes bien aumentó su propia inquietud.
Mientras observaba, alguien salió por una pequeña puerta y cruzó el patio en dirección al comedor. Themila Gan Lin, que desde aquella distancia parecía una muñeca, caminaba despacio como sumida en una honda reflexión; junto a ella, una mujer con el hábito blanco de las Hermanas de Aeoris le hablaba, agitando graciosamente una mano.
La Señora Kael Amion…, y, de pronto, Tarod recordó la conversación que había mantenido con Themila la noche pasada. Ella le había recomendado que viese a Kael y, aunque ahora creía que sus experiencias habían ido más allá del ámbito de la interpretación de los sueños, seguro que no tenía nada que perder si pedía consejo a la anciana Hermana. Un poco más animado, alisó apresuradamente el arrugado vestido con el que había dormido y salió de sus habitaciones para ir al encuentro de las dos mujeres.
En el comedor habían encendido la chimenea para combatir el frío que, en aquella latitud septentrional, era todavía intenso en las mañanas de verano, y Themila y Kael se estaban calentando las manos delante de las llamas cuando llegó Tarod.
Themila levantó la cabeza al oír sus pasos.
—Esta mañana te has levantado temprano, Tarod.
El sonrió.
—Pero, al parecer, no he sido el primero. Buenos días, Señora Kael.
La anciana vidente correspondió a su saludo con un breve y grave movimiento de cabeza, y Themila dijo:
—Es una hermosa mañana, pero me temo que no para ti, Tarod. Pareces cansado, como si no hubieses dormido.
El se sorprendió y se sintió un poco molesto por su franqueza en presencia de Kael Amion, pero Themila se le anticipó y siguió diciendo:
—Me he tomado la libertad de hablar a Kael de nuestra conversación. —Sonrió de soslayo a la vidente—. Espero que ambos perdonéis mi atrevimiento.
Tarod miró rápidamente de una a otra.
—Al contrario, ¡te lo agradezco! Es decir…, si la Señora consiente en…
Pensó que la mirada que le dirigió Kael Amion tenía una extraña expresión, pero sus palabras fueron bastante ecuánimes:
—Desde luego, Tarod, si estás preocupado y puedo ayudarte, éste es precisamente mi oficio.
¿Detectó de nuevo un matiz de desgana? Themila pareció no advertirlo, pues dijo:
—He puesto al corriente a Kael de todo lo que me dijiste, Tarod, aunque puede que no sea bastante para que ella pueda hacer una interpretación total. Si…
—Hay más —dijo Tarod.
—¿Más? ¡Oh…! Entonces, la noche pasada…
—La noche pasada, sí —dijo él, mirando fijamente la piedra de su anillo, que brillaba mal‚ solamente a la luz del fuego.
Themila frunció los labios y se recogió la falda.
—Entonces no perderé más tiempo, sino que dejaré que discutáis el asunto entre los dos —dijo firmemente—. No —atajó a Tarod que iba a invitarla a quedarse—, esto no es de mi incumbencia, y no quiero entrometerme. Cuando hayáis terminado, Kael, ¿podré tener el placer de almorzar contigo?
Y sin darles tiempo a replicar, se encaminó resueltamente hacia la puerta.
Kael Amion se sentó rígidamente en uno de los bancos que flanqueaban la larga mesa. Miró largo rato a Tarod con sus ojos desvaídos pero cándidos antes de decir:
—Veamos. Si hay algo más de lo que ya me ha dicho Themila, creo que debería saberlo, si es que tengo que ayudarte.
Tarod se sentó en el borde de la mesa, resiguiendo distraídamente con un dedo una vieja estría de la madera. No era fácil hablar, relatar en voz alta las monstruosas pesadillas, la visita la impresión de horror impotente que había sentido durante el encuentro, fuese sueño o realidad, con su propia fantástica imagen. Pero en cuanto empezó a fluir el vacilante caudal de palabras, se abrieron por sí solas las compuertas de su locuacidad y contó a Kael sus experiencias y su miedo con la misma facilidad con que lo habría hecho a Themila. La vidente escuchó sin hacer comentarios y, cuando al fin terminó Tarod su relato, se hizo un largo silencio. La anciana parecía sumida en una honda reflexión, y al fin la ansiedad de Tarod pudo más que él.
—Señora… ¿puedes ayudarme ?
Ella levantó la cabeza y le miró como si se hubiese olvidado de su presencia, y los pálidos ojos azules se fruncieron en el arrugado semblante.
—No… no lo sé.
El tono de su voz le inquietó, pero rechazó este sentimiento. Antes de que pudiese hablar, ella cruzó las manos, las miró y siguió diciendo:
—Lo que me has dicho… escapa a mi competencia normal, Tarod. No pretendo ser omnisciente y debo confesar que tus… experiencias… son muy raras y tal vez sin precedentes. Aunque tal vez es mejor así. —Una débil sonrisa se dibujó en sus labios, pero evidentemente le había costado algún esfuerzo—. Necesito un poco de tiempo…, tiempo para meditar sobre lo que me has dicho y consultar alguno de los viejos textos. —Ahora levantó de nuevo la mirada—. Hasta hoy has tenido paciencia; sólo te pido que tengas un poco más.
Él experimentó un sentimiento de frustración, pero nada podía hacer; la petición de Kael era bastante razonable y, al menos, le había dado un poco de esperanza. Se levantó.
—Señora Kael, te doy las gracias. Tendré paciencia. Y rezaré a Aeoris para que tus meditaciones sean fructíferas.