Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online
Authors: Louise Cooper
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil
Kael hizo el signo del Dios Blanco delante del pecho… aunque un tanto apresuradamente.
—Sí —dijo—. Reza a Aeoris…
Esperó a que la alta figura de Tarod hubiese desaparecido detrás de la puerta y entonces, agarrándose al borde de la mesa, se puso dificultosamente en pie. Le temblaban las manos y tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para impedir que le temblaran también las piernas. El corazón le latía con fuerza, dificultando la respiración, y Kael esperó fervientemente que su inquietud no se hubiese contagiado al joven Iniciado. Pues lo que había visto mientras él contaba su historia le había hablado tan fuerte como una voz física.
El Mal
.
Sin que se lo propusiera, su memoria retrocedió súbitamente a aquella noche en que, años atrás, ella y su escolta habían encontrado al niño Tarod en el puerto de montaña. El les había salvado entonces la vida, pero también había demostrado el dominio inconsciente de un poder que la aterrorizaba. Había temido que este poder creciese sin que la disciplina de la Iniciación pudiese controlarlo, y ahora parecía que sus temores habían tenido fundamento. La fuerza que llamaba a Tarod a través de sus sueños no era enviada por los dioses blancos.
Poco a poco, la Señora Kael se encaminó a la puerta. Vería más tarde a Themila y se disculparía por haber faltado a la cita para el almuerzo; en este momento, su estómago se rebelaba contra la idea de comer.
Se detuvo en el umbral y miró hacia atrás. Después, dominando un escalofrío, caminó muy tiesa en dirección a las habitaciones de invitados del Castillo.
Era ya hora avanzada cuando Tarod buscó a Themila. De nuevo la encontró en el comedor, pero, a esta hora el salón era un hervidero de actividad. Los criados estaban preparando la cena y los pocos glotones que habían llegado temprano se habían sentado ya a las largas mesas y se entretenían bebiendo vino de una jarra.
Themila se sobresaltó cuando la voz de Tarod interrumpió sus cavilaciones. Estaba sentada delante del fuego, al parecer observando distraídamente las llamas, pero cuando levantó los ojos, éstos parecieron sumamente turbados.
—Lo siento —dijo Tarod—, no quería asustarte. Pero pensé que tal vez sabrías el paradero de la Señora Kael.
—¡Oh, dioses…! —Themila volvió a mirar el fuego—. Estaba temiendo este momento…
El frunció el ceño, con aprensión.
—¿Qué quieres decir?
Themila había empezado a levantarse, pero lo pensó mejor y se sentó de nuevo.
—Tarod…, Kael se ha ido. Se marchó esta mañana.
—¿Que se ha
marchado
?
Themila asintió con la cabeza.
—Intenté convencerla, pero… no quiso quedarse. Me dio un mensaje para ti, Tarod, pero… he estado retrasando el momento de decírtelo.
—Entonces, por el amor de los dioses, Themila, ¡dímelo de una vez!
Lo había dicho más vivamente de lo que pretendía, pero su inquietud se estaba convirtiendo rápidamente en franca alarma.
Ella le miró y desvió de nuevo la mirada.
—Nunca la había visto reaccionar de esta manera. Me dijo que te dijese que… que no puede ayudarte. Que nada puede hacer.
Tarod tragó saliva.
—¿Me estás diciendo que se
negó
?
—Sí.
El bullicio sociable y familiar del comedor pareció hallarse, de pronto, a un mundo de distancia. Que una vidente se negase a dar consejo a alguien que lo necesitaba era algo inaudito… y más tratándose de una vidente de la fama de Kael Amion… Se quedó pasmado por su rechazo y tuvo que esforzarse para recobrar la voz.
—¿Qué… qué motivo te dio para negarse?
—Ninguno. Pero… —Themila pestañeó súbitamente, y sus ojos estaban nublados—. Creo que tenía mucho miedo…
C
inco días después de la fiesta del Primero de Trimestre, Tarod empezó a preguntarse en serio si estaba del todo cuerdo.
Los sueños se habían repetido, como se temía; cada noche eran peores y, aunque había empleado todos los recursos de su fuerte voluntad para controlarlos, nada había conseguido. Por último, dándose cuenta de que el poder de su propia mente era incapaz de dominar las pesadillas, había recurrido desesperadamente a las prácticas ortodoxas del Círculo. Tal vez le faltaba fe en el complicado exorcismo que realizaba, o tal vez no; en todo caso, sus esfuerzos fracasaron, y la cara sonriente de su torturador sobrenatural había predominado sobre los furiosos y vocingleros habitantes de la pesadilla durante todas las horas de la noche.
El sexto día, a media mañana, se levantó tambaleándose de la cama, ojeroso y agotado, y mientras se vestía, tratando de ignorar el hecho de que sus manos estaban temblorosas, miró casualmente su propia imagen en un espejo.
Apenas se reconoció. Sus ojos verdes habían perdido el brillo y estaban empañados, tenía los cabellos desgreñados y parecía haber envejecido diez años.
—¡Oh,
dioses!
Se apartó del espejo y descargó un puñetazo sobre la mesa, indiferente al dolor de su brazo. La tensión de su mente se estaba acercando al límite soportable, y estaba tan lejos como siempre de hallar la solución. No podía siquiera presumir por qué era atacado por aquellos sueños y por el ser que parecía dirigirlos, pero, a menos de que pudiese encontrar respuesta a esa pregunta o conseguir algún alivio del tormento de sus pesadillas, sabía que podía perder la razón.
Como había hecho en las tres mañanas anteriores, buscó la botella que estaba sobre la mesilla de noche. El vino no era un remedio contra los sueños, pero le ayudaba a pasar los días, y llenó con él una copa, derramando bastante líquido al hacerlo. Estaba a punto de llevarse la copa a los labios, cuando alguien llamó a la puerta exterior. Por un instante, recordó Tarod la experiencia astral de unas noches atrás; pero entonces una voz conocida le llamó desde el pasillo.
—¿Tarod? Soy Keridil. ¿Estás ahí?
Tarod dejó la copa, de mala gana. En los últimos días, su estado de ánimo le había impulsado a evitar toda compañía, a menos que fuese absolutamente necesaria, pero sabía que tendría que enfrentarse con el mundo alguna vez, si no quería llamar la atención sobre él y su condición mental. Poco a poco se acercó a la puerta y descorrió el cerrojo.
—¡Tarod! —Keridil entró en la habitación y observó con inquietud la cara de su amigo—. Hace una hora que te estoy buscando; no esperaba encontrarte aquí a estas horas.
Tarod hizo un ademán que era medio de rechazo y medio de disculpa.
—Lo siento, Keridil. He estado… preocupado.
—Y no era una preocupación sin importancia, por lo que veo. Por el amor de Aeoris, Tarod, ¿qué te sucede?
Tarod iba a volverse, pero Keridil le agarró de un brazo.
—¡No eludas la pregunta! Hace días que apenas te dejas ver y, cuando lo haces, te muestras taciturno e inquieto. Si puedo hacer algo…
Tarod le interrumpió.
—Nadie puede hacer nada, Keridil. Agradezco tu interés, pero es algo que me afecta a mí y a nadie más.
—¡No estoy de acuerdo! Y no lo digo solamente por la amistad que te profeso. —La irritación brilló un instante en los ojos de Keridil; fuese cual fuere la causa, Tarod no había aceptado de buen grado el ofrecimiento de ayuda—. Como mi padre, tengo el deber de velar por tu bienestar como Iniciado, aparte de otras consideraciones. Que te ausentes constantemente del Círculo no es bueno para ti ni para nadie.
Tarod se soltó el brazo con un movimiento brusco.
—Mi intervención no sería beneficiosa para nadie en este momento, puedes creerme.
Keridil se mordió la lengua para no replicar con acritud, al darse cuenta de que, contrariamente a su primera impresión, no era un estado de ánimo transitorio. Tarod era casi siempre imprevisible, pero ahora… Recordó una conversación con Themila, en la que ella le había dicho que su amigo estaba preocupado por los sueños. ¿Sueños? Seguramente hacía falta algo más que una pesadilla para producir un cambio semejante.
Tarod estaba de pie junto a la ventana, contemplando el patio, y Keridil decidió que era mejor mostrarse discreto que intentar seguir sondeando a su amigo. Dijo:
—Pienses lo que pienses sobre tu valor para el Círculo en la actualidad, Tarod, lo cierto es que ahora eres necesario. —Se acercó también a la ventana—. ¿No has notado el cambio?
—¿El cambio? —dijo Tarod, sin prestar demasiada atención a la pregunta.
Keridil se estremeció.
—La tensión en el aire. Ha estado aumentando durante toda la mañana. Nadie se lo explicaba, hasta que el centinela de la torre informó que había visto las Luces del Espectro.
Se sintió aliviado cuando sus últimas palabras atrajeron finalmente toda la atención de Tarod.
—¿Las Luces del Espectro? ¿Y son visibles a esta hora del día?
—Claramente visibles. Yo mismo he subido a la torre para observarlo. —Keridil hizo una mueca al recordar el esfuerzo que había tenido que hacer para subir aquella escalera de caracol que parecía interminable—. Sólo puede significar una cosa: se acerca un Warp, y de los grandes; tal vez el más grande que habremos visto en muchos años. Por esto he tratado de encontrarte. Mi padre ha ordenado que todos los Adeptos, del quinto grado para arriba, se reúnan en el Salón de Mármol. Tenemos que celebrar un Rito Superior y tratar de averiguar algo sobre la naturaleza del Warp. —Keridil guiñó un ojo a Tarod—. Pensé‚ que te interesaría más que a nadie participar en esto… ¿O acaso te falla la memoria?
Un antiguo recuerdo de su último día en la provincia de Vishet… Pero aquello no le había ocurrido a Tarod, sino a un niño sin nombre y sin clan que desconocía su propia fuerza latente. Aquel niño había muerto hacía mucho tiempo.
Tarod sonrió, breve pero afectuosamente.
—No eres muy diplomático, Keridil, pero has conseguido recordarme mis obligaciones. Adelántate; yo me reuniré contigo lo antes que pueda.
Al cruzar el patio vacío cinco minutos más tarde, Tarod se reprendía en silencio por no haber advertido el cambio en la atmósfera. Como había dicho Keridil, había una tensión que iba en aumento; incluso las losas sobre las que andaba parecían cargadas con ella, y el aire estaba denso y extrañamente inmóvil. Al mirar al cielo, vio las primeras señales delatoras; un débil matiz indescriptible enturbiaba el azul propio del verano, y los primeros juegos de luz empezaban a percibirse a lo lejos. Estuvo tentado de subir a la alta torre y ver con sus ojos las Luces del Espectro, aquella extraña aurora que resplandecía a veces en el horizonte del norte y que normalmente sólo era visible en plena noche; pero la urgencia del llamamiento de Keridil le hizo renunciar. Y quizás el trabajo que le esperaba le permitiera olvidar durante un tiempo sus preocupaciones y obtener el ansiado alivio.
La atmósfera sofocante se estaba intensificando rápidamente y, al llegar Tarod a la columnata, se detuvo y miró atrás a través del patio. Casi todas las ventanas habían sido cerradas; no se veían señales de vida, y solamente la fuente, que seguía manando, daba algún movimiento a la escena. Mientras observaba, empezó a cambiar la luz; de pronto, el agua de la fuente perdió su brillo y se hizo incolora y muerta. Y una sombra misteriosa y de origen desconocido pareció llenar el patio. Escuchando atentamente, Tarod pudo distinguir el primer y débil zumbido de la tormenta que se acercaba, un eco casi imperceptible para la percepción humana. Se estremeció con lo que podía ser una sensación de premonición, o un recuerdo, se volvió y echó a andar rápidamente a lo largo del pasillo.
Hasta en el laberinto de pasadizos de los sótanos del Castillo podía sentirse la inexorable aproximación del Warp. La ligera distorsión del tiempo y el espacio que aislaba al Castillo del mundo exterior servía también de barrera contra la furia de aquellas tormentas aunque, como ocurría con muchas de las propiedades del Castillo, nadie sabía exactamente cómo ni por qué pero la presencia de un Warp producía siempre un efecto inquietante en sus habitantes. Los viejos temores y supersticiones eran difíciles de eliminar incluso dentro del Círculo, y todos aquellos que no habían sido llamados por el Sumo Iniciado habían cerrado sus puertas y ventanas con cerrojo hasta que pasase el temporal.
La propia actitud de Tarod frente a los Warps era una extraña mezcla de inquietud y fascinación. Su miedo a las tormentas había terminado el día en que se había enfrentado a una de ellas y sobrevivido; sin embargo su mero poder titánico seguía inspirándole respeto. Hubiera querido saber algo más sobre la naturaleza de estos terribles fenómenos, pero sentía instintivamente que los intentos del Círculo por descorrer el velo del misterio estaban condenados al fracaso. Era ésta la tercera vez en poco más de un año que Jehrek había convocado a los Adeptos superiores para procurar averiguar algo sobre la fuerza que se ocultaba detrás de los Warps. Hasta ahora, sus esfuerzos habían resultado vanos, y Tarod estaba convencido de que en esta ocasión pasaría lo mismo. Si la herencia dejada por los Ancianos hubiese consistido en algo más que leyendas y fragmentos, el Círculo habría podido comprender la verdadera naturaleza de estas tormentas sobrenaturales y posiblemente descubrir la manera de aprovechar su energía. Pero en los días que siguieron a la caída definitiva de la antigua raza, se perdieron virtualmente todos sus inimaginables conocimientos, cuando los nuevos amos del Castillo procedieron a borrar todo posible rastro de sus vencidos enemigos.
Según los pocos datos históricos que se conservaban los Ancianos habían sido servidores de los poderes del Caos y, por ello, defendían todo lo que era anatema para los fieles de Aeoris. Era imposible imaginar cómo debía ser este mundo en los tiempos en que había sido dominado por los tenebrosos dioses del Caos: un miasma infernal de salvajismo, locura, demencia; un reinado de terror al que sólo pudo poner fin la intervención directa de los Señores del Orden.
Pero, fuese cual fuere la magnitud de su maldad, nadie podía negar que el dominio de la hechicería que tenían los Ancianos había sido extraordinario; el propio Castillo, construido por los servidores del Caos con el poder del Caos, daba testimonio de ello. En comparación con ellos, los Iniciados del Círculo eran pálidas sombras, que luchaban en vano por comprender cosas que habían sido sencillas para la antigua raza. Al destruir su herencia, el Círculo había destruido muchos elementos que, sólo con que hubiesen sido limpiados de su aspecto pernicioso, habrían podido tener un valor incalculable. Y de nuevo sintió crecer Tarod en su interior el sentimiento de frustración.
Tantos conocimientos perdidos, que nunca podrían recuperarse
…