El Talón de Hierro (34 page)

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Authors: Jack London

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El Talón de Hierro
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Los Cien Negros eran bandas reaccionarias organizadas por la autocracia decadente en la Revolución Rusa. Esos grupos reaccionarios atacaban a los grupos revolucionarios; además, en el momento elegido, provocaban un motín y destruían las propiedades para proporcionar a la autocracia un pretexto para llamar a los Cosacos.
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Bajo el régimen capitalista, esos periodos de crisis eran tan inevitables como absurdos. La prosperidad engendraba siempre calamidades. El hecho, naturalmente, se debía al exceso de beneficios no consumidos.
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Por su intención y en la práctica, en todo menos en el nombre, los rompe huelgas eran soldados privados de los capitalistas. Organizados perfectamente y armados, estaban siempre dispuestos a ser enviados en trenes especiales a cualquier parte del país en donde los trabajadores estuviesen en huelga o llevados al paro por sus empleadores. Sólo una época tan extraordinaria podía dar el espectáculo asombroso de un tal Farley, conocido jefe rompe huelgas, que en 1906 atravesó los Estados Unidos en trenes especiales, de Nueva York a San Francisco, al frente de un ejército de 2.500 hombres armados y equipados para romper una huelga de carteros de esta última ciudad. Este acto era una infracción lisa y llana a las leyes del país. El hecho de que quedase impune, como miles de actos del mismo juez, muestra hasta qué punto la autoridad judicial estaba bajo la dependencia de la plutocracia.
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Durante una huelga de mineros de Idaho, en la segunda a mitad del siglo XIX, sucedió que muchos huelguistas fueron encerrados por la tropa en un potrero para el ganado. El hecho y el nombre se perpetuaron en el siglo XX.
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El nombre sólo, no la idea, era de importación rusa. Los Cien Negros fueron un desarrollo de los agentes secretos del capitalismo y su utilización se inició en las luchas obreras del siglo XIX. Esto está fuera de discusión y fue confesado por nada menos que una autoridad como el comisario de Trabajo de los Estados Unidos en esta época, señor Carroll D. Wright. En su libro titulado Las Batallas del Trabajo se dice que «en algunas de las grandes huelgas históricas los mismos empleadores han incitado los actos de violencia» ; que ciertos industriales han provocado voluntariamente huelgas para desembarazarse de su excedente de mercaderías y que durante las huelgas de los ferroviarios, agentes patronales quemaron vagones para aumentar el desorden. De agentes secretos de este tipo nacieron los Cien Negros; y éstos, a su vez, se convirtieron más tarde en el arma terrible de la Oligarquía: los agentes proveedores.
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Nombre de una calle del viejo Nueva York, en la que estaba situada la Bolsa y en donde la absurda organización de la sociedad permitía el manipuleo en papeles de todas las industrias del país.
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Una de las primeras naves que transportaron a los colonos a América después del descubrimiento del Nuevo Mundo. Durante mucho tiempo, sus descendientes estaban extraordinariamente orgullosos de su origen; pero en el transcurso de los siglos esa sangre preciosa se ha difundido a tal punto que hoy, sin duda, circula en las venas de todos los americanos.
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El autor de este poema permanecerá para siempre anónimo. Este fragmento es todo lo que ha llenado hasta nosotros.
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En español en el original. Plato mexicano del que se habla a menudo en la literatura de la época. Se supone que estaba fuertemente condimentado. La receta no ha llegado hasta nosotros. (N. del T.)
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William Randolph Hearst, joven millonario californiano, que se convirtió en el más poderoso propietario de diarios de la región. Sus periódicos, publicados en todas las ciudades de cierta importancia, se dirigían de consuno a la clase media decadente y al proletariado. Era tan vasta su clientela que consiguió posesionarse de la nuez vacía del Viejo Partido Demócrata. Se mantenía en una posición anormal y predicaba un socialismo castrado, mitigado con no sé qué capitalismo pequeño burgués, especie de petróleo mezclado con agua clara. No tenía ninguna posibilidad de llegar a ninguna parte, pero durante un breve tiempo inspiró ciertas aprensiones a los plutócratas.
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En esta época embarullada la publicidad era extraordinariamente onerosa. La competencia no existía más que entre los pequeños capitalistas, y eran éstos los que hacían publicidad. En cuanto se formaba un trust, cesaba toda posible rivalidad, y, por consiguiente, los trusts no tenían necesidad de anuncios.
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La destrucción de los granjeros romanos fue mucho menos rápida que la de los granjeros y pequeños capitalistas americanos, pues el movimiento del siglo XX procedía de una fuerza adquirida que no existía casi en la Roma antigua. Un crecido número de granjeros, llevados por su apego irracional a la tierra, y deseosos de mostrar hasta dónde podían llegar en su vuelta al salvajismo, trataron de escapar a la expropiación desistiendo de toda suerte de transacciones comerciales. Ya no vendían ni compraban nada. Comenzó a renacer entre ellos el primitivo sistema del trueque. Sus privaciones y sufrimientos eran horribles, pero se mantenían firmes, con lo que el movimiento adquirió cierta amplitud. La táctica de sus adversarios fue tan original como lógica y simple: la plutocracia, valida de su posesión del gobierno, elevó los impuestos. Era el punto débil de la armazón de los granjeros; cómo dejaron de comprar y de vender, carecían de cuentas, y el resultado fue que les vendieron sus tierras para pagar sus contribuciones.
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Hacía mucho tiempo que esos murmullos y fragores se dejaban oír. Ya en 1906, lord Avebury pronunciaba en la Cámara de los Lores las siguientes palabras: «La inquietud de Europa, la propagación del socialismo y la siniestra aparición de la anarquía son advertencias dadas a los gobiernos y alas clases dirigentes de que la condición de las clases trabajadoras se vuelve intolerable y de que, si se quiere evitar una revolución, hay que tomar medidas para aumentar los salarios, reducir las jornadas de trabajo y bajar los precios de los artículos de primera necesidad».

El Wall Street Journal, órgano de los especuladores, comentaba en estos términos el discurso de lord Avebury: «Estas palabras fueron pronunciadas por un aristócrata, por un miembro del organismo más conservador de toda Europa. Por eso cobran más sentido. La política económica que recomienda tiene más valor que la ensenada en la mayoría de los libros. Es una señal monitora. Cuidado, señores del Ministerio de Guerra y de Marina» En América, y hacia la misma época, Sydney Brooks escribía en Harper’s Weekly: «En Washington no queréis oír hablar de los socialistas. ¿Por qué? Los políticos siempre son los últimos en el país en saber lo que pesa ante sus narices. Se burlarán de mi predicción, pero anuncio con toda seguridad que en la próxima elección presidencial los socialistas reunirán más de un millón de votos».
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Fue en la aurora del siglo XX cuando la organización socialista internacional formuló definitivamente la política a seguir en caso de guerra; había sido meditada largamente y puede resumirse en estos términos: «¿Por qué los trabajadores de un pala se batirían con los trabajadores de otro país en beneficio de sus amos capitalistas?» El 21 de mayo de 1905, cuando se hablaba de una guerra entre Austria e Italia, los socialistas de. Italia, Austria y Hungría celebraron una conferencia en Trieste y lanzaron la amenaza de una huelga general de trabajadores para el caso de que se declarase la guerra. Esta advertencia fue renovada al año siguiente, cuando el asunto de Marruecos estuvo a punto de llevar a la guerra a Francia, Alemania e Inglaterra.
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Our Benevolent Feudalism apareció en 1902. Se afirmó siempre que fue Ghent quien hizo nacer la idea de la Oligarquía en los espíritus capitalistas. Esta creencia subsiste en toda la literatura de los tres siglos del Talón de Hierro y durante el primer siglo de la Fraternidad del Hombre. Hoy sabemos a qué atenernos; pero eso no impide que Ghent haya sido uno de los inocentes más calumniados en toda la historia.
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He aquí, a título de muestra, algunas decisiones de los tribunales que manifestaban su hostilidad contra la clase obrera. El empleo de los niños es cosa corriente en las regiones mineras. En Pensilvania, en 1905, los obreristas lograron hacer votar una ley ordenando que la declaración jurada de los padres en cuanto a la edad del niño y a su grado de instrucción relativa debería ser corroborada en adelante con documentos. Esta ley fue inmediatamente denunciada como anticonstitucional por la Corte del Condado de Lucerna, bajo pretexto que violaba la XIV enmienda cuando establecía una distinción entre individuos de la misma clase, es decir, entre los niños de más o de menos de catorce años. La Corte de Estado confirmó esta decisión. La Corte de Nueva York, en la sesión especial de 1905, denunció como inconstitucional la ley que prohibía a los menores y a las mujeres trabajar en las fábricas después de las nueve de la noche, alegando que ésa era una «legislación de clase» . Hacia esta misma época los obreros panaderos eran tratados terriblemente. La Legislatura de Nueva York aprobó una ley restringiendo su trabajo a diez horas diarias. En 1906, la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró inconstitucional esta ley; en los fundamentos se decía, entre otras cosas: «No hay ninguna razón valedera para intervenir en la libertad de las personas o de los contratos, determinando las horas de trabajo en la profesión de panadero».
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James Farley, célebre rompe huelgas de esta época. Era un hombre dotado de una innegable capacidad, pero de más coraje que moralidad. Subió muy alto bajo el dominio del Talón de Hierro y acabó por ser admitido en la casta de los oligarcas. En 1932 fue asesinado por Sara Jenkins, cuyo marido había sido muerto, treinta años atrás, por los rompe huelgas.
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Eran notables las predicciones de Everhard. Con la misma claridad con que leía en el pasado esos sucesos, preveía la defección de los sindicatos privilegiados, el nacimiento y la lenta decadencia de las castas obreras, lo mismo que la lucha entre éstas y la oligarquía moribunda por la dirección de la máquina gubernamental.
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No podemos menos de admirar la intuición de Everhard. Mucho antes de que hasta la idea de estas ciudades maravillosas, como las de Ardis y Asgard, hubiese nacido en la mente de los oligarcas, entreveía esas ciudades espléndidas y la necesidad de su creación. Desde el día de la profecía han transcurrido los tres siglos del Talón de Hierro y los cuatrocientos años de la Fraternidad del Hombre, y hoy recorremos las carreteras y habitamos las ciudades levantadas por los oligarcas. Es cierto que hemos continuado construyéndolas y que levantamos ciudades aún más maravillosas, pero las de los oligarcas subsisten. Escribo estas líneas en Ardis, una de las más maravillosas de cuantas se levantaron entonces.
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Todos los sindicatos de ferrocarriles entraron en esta combinación. Es interesante hacer notar que la primera aplicación definitiva de la política había sido hecha en el siglo XIX por un sindicato ferroviario, la Unión Fraterna de Conductores de Locomotoras. Un tal P. M. Arthur era su presidente desde hacía más de veinte años. Después de la huelga del Ferrocarril de Pensilvania, en 1877, sometió a los conductores de locomotoras un plan según el cual debían entenderse con la dirección y hacer rancho aparte frente a todos los demás sindicatos. Este plan egoísta triunfó perfectamente, y es de ahí que proviene la voz «arthurización» , que designa la participación de los sindicatos en las ganancia. Durante mucho tiempo esta palabra preocupó a los etimólogos, pero me imagino que en adelante su formación no ofrecerá dudas.
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Alberto Pocock, otro rompe huelgas que en aquel tiempo remoto gozaba de una notoriedad del mismo jaez que la de James Farley y que logró hasta su muerte mantener en el trabajo a todos los mineros del país. Le sucedió su hijo Lewis Pocock, y durante cinco generaciones esta notable raza de cómitres tuvo vara alta en las minas de carbón. Pocock el viejo, conocido con el nombre de Pocock I, ha sido descrito de la siguiente manera: «Cabeza larga y delgada, con un cerquillo de cabellos castaños y grises, pómulos salientes y una barbilla maciza… Tez pálida, ojos grises sin brillo, voz metálica y actitud laxa». Había nacido de padres pobres y comenzó su carrera como mozo de café. Se convirtió enseguida en detective privado al servicio de una compañía de tranvías, y poco a poco se transformó en rompe huelgas profesional. Pocock V, el último de ese nombre, pereció en un cuarto de bombas que hicieron saltar durante una pequeña insurrección de mineros, en territorio indio. Este acontecimiento tuvo lugar en el año 2073 después de J. C.
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Estos grupos de acción fueron modelados más o menos sobre las organizaciones de combate de la Revolución Rusa, y a pesar de los esfuerzos incesantes del Talón de Hierro, subsistieron durante los tres siglos que éste duró. Formados por hombres y mujeres animados de intenciones sublimes e impávidos ante la muerte, los Grupos de Combate ejercieron una poderosa influencia y moderaron la salvaje brutalidad de los gobernantes. Su obra no se limitó a una guerra invisible contra los agentes de la Oligarquía, sino que hasta los mismos oligarcas se vieron obligados a prestar atención a los decretos de los Grupos y en varias ocasiones aquellos que los habían desacatado fueron castigados con la muerte; y lo mismo ocurría con los subordinados de los oligarcas, con los oficiales del ejército y con los jefes de las castas obreras. Las sentencias dictadas por esos vengadores organizados eran conformes a la más estricta justicia, pero lo más notable era su procedimiento sin pasión y perfectamente jurídico. No había juicios improvisados. Cuando un hombre era atrapado, se le concedía un juicio leal y la posibilidad de defenderse. Fatalmente, mucha gente fue juzgada y condenada por poder, como en el caso del general Lampton, en el año 2138 después de Cristo. De cuantos mercenarios tenía la Oligarquía, éste era quizá el más sanguinario y el más cruel. Los Grupos de Combate lo informaron de que había sido juzgado, reconocido culpable y condenado a muerte, advertencia que le fue dada luego de tres conminaciones para que cesara en su trato feroz a los proletarios. Después de esta condena, se rodeó de una multitud de medios de protección. Durante años, los Grupos de Combate se esforzaron en balde por ejecutar la sentencia. Muchos camaradas, hombres y mujeres, fracasaron sucesivamente en sus tentativas y fueron cruelmente ejecutados por la Oligarquía. Fue a propósito de este asunto que volvió a ponerse en vigor la crucifixión como medio de ejecución legal. Pero en resumidas cuentas, el condenado encontró su verdugo en la persona de una delicada muchacha de diecisiete años, Magdalena Provence, que, para llegar a su fin, servía desde hacía dos años en calidad de lencera del personal. Ella murió en la celda, después de horribles y prolongadas torturas. Hoy su estatua de bronce se levanta en el Panteón de la Fraternidad, en la maravillosa ciudad de Serles.

Nosotros, que, por nuestra actual experiencia personal, no sabemos lo que es un crimen, no debemos juzgar demasiado severamente a los héroes de los Grupos de Combate. Ellos prodigaron su vida por la humanidad; ningún sacrificio les parecía demasiado grande por ella. Por otra parte, la inexorable necesidad los obligaba a dar a sus sentimientos un modo de expresión sangriento en una edad que era sanguinaria. Los Grupos de Combate formaban en los flancos del Talón de Hierro la única espina que nunca pudieron extirpar. Debemos atribuir a Everhard la paternidad de este curioso ejército. Sus éxitos y su supervivencia durante trescientos años demuestran la sabiduría con que lo había organizado y la solidez de la fundación legada por él a los constructores del porvenir. En ciertos aspectos, esta organización puede ser considerada como su obra principal, a pesar del alto valor de sus trabajos económicos y sociológicos y de sus altos hechos como general en jefe de la Revolución.
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