El tesoro del templo (12 page)

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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

BOOK: El tesoro del templo
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—Dicho de otra manera, debajo de esa roca se encontraría el sanctasanctórum.

—Exactamente. Ya sabe que el año pasado un rabino decidió hacer abrir la puerta de Kiphonus con el fin de explorar el túnel que se encuentra bajo la Explanada del Templo. Una tarde fui al túnel para ver el estado de las obras. Había tres hombres…, me golpearon. Lo más extraño es que mis agresores no habían podido pasar por la entrada que yo había usado, y que daba a un pasadizo secreto, porque venían del lado opuesto: es decir, de la Explanada de las Mezquitas. Al día siguiente, el Waqf, la autoridad musulmana que controla los lugares sagrados, hizo venir camiones que llenaron el túnel con cemento y muraron la puerta. Pienso que si se hubiera podido seguir excavando detrás de la puerta de Kiphonus, se habría podido descubrir el sanctasanctórum.

—¿Usted cree? —dije— ¿De veras? Entonces, ¿el sanctasanctórum no está debajo de la mezquita Al-Aqsa?

—Creo que el Templo estaba mucho más al norte. Tengo toda clase de argumentos arqueológicos para demostrarlo. Incluso, si lo desea, puedo hacerle llegar el dossier.

—¿Cuáles son sus argumentos?

—Todo se basa en la observación precisa de la Explanada, donde hay un pequeño edificio, la Cúpula de los Espíritus o Cúpula de las Tablas. Es llamada Cúpula de las Tablas porque está consagrada al recuerdo de las Tablas de la Ley.

La tradición judía indica que las Tablas, así como el bastón de Aarón y la copa que contenía el maná del desierto se guardaban en el Arca de la Alianza, que se encontraba en el sanctasanctórum. Otros textos indican que las Tablas estaban colocadas sobre una piedra, la Piedra de Fundación, situada en el centro del sanctasanctórum. Todo ello invita a pensar que el sanctasanctórum no estaba situado debajo de la mezquita Al-Aqsa, como se cree, sino debajo de la Explanada.

—¿De veras?

—La superficie de la Explanada era mucho mayor que el espacio actual. Las excavaciones al sur de la Explanada han permitido descubrir escaleras y fortificaciones que comunicaban con otros espacios que llegaban hasta el muro occidental.

—¿Qué pensaba su padre? —pregunté a Ruth—. ¿Por eso estaba buscando el tesoro del Templo? ¿Para evitar la Tercera Guerra Mundial, o… para construir su arca de santidad, como Noé con el diluvio?

—Por favor, no se burle —dijo Ruth—. ¿Acaso ignora que la situación actual en Jerusalén es explosiva? Nosotros trabajamos por el desarrollo de nuestra ciudad a pesar de los atentados y de las amenazas constantes. Además, el primer ministro, que ha aceptado hacer numerosas concesiones por la paz, se ha negado a ceder los lugares sagrados explicando que, cuando Jesús vino a Jerusalén, hace dos mil años, no vio ninguna iglesia ni ninguna mezquita, sólo el Segundo Templo de los judíos.

—¿Tenía usted conocimiento de la existencia de un Pergamino de Plata que el profesor Ericson tenía?

—Vaya —dijo Ruth—, qué curioso. Es la segunda vez que me hacen esa pregunta hoy. En efecto, me lo traje con sus cosas.

—¿Y dónde está ahora?

—Creo que ahora ya debe estar en París. Un colega de mi padre ha venido a buscarlo pronto esta mañana. Ha dicho que tenía un gran interés desde el punto de vista arqueológico.

—¿Conoce usted su nombre?

—Koskka. Josef Koskka.

—¿Y tú qué opinas? —preguntó Jane mientras descendíamos los dos juntos por las escaleras del Museo de Israel.

—También ellos —dije— intentan construir el Templo para encontrar a Dios. Creo que trabajaban con el profesor Ericson, que formaban una especie de equipo: Ericson había emprendido la tarea de encontrar el tesoro del Templo y ellos tenían la misión de calcular exactamente el emplazamiento del Templo. Ahora sólo nos falta la tercera parte del rompecabezas.

—Los que lo construirán.

—Exactamente.

—¿Quieres decir los que aporten las piedras para la reconstrucción del Templo? ¿Los arquitectos, los constructores? ¿Los… obreros?

—En efecto —dije—. O los masones.

—Eso explicaría —dij o Jane— por qué Ericson se encontraba en Khirbet Qumrán… Conocía el emplazamiento gracias a las investigaciones de su yerno, sólo le faltaba encontrar el tesoro.

Perdidos en nuestros pensamientos, no vimos que Aarón y Ruth salían del museo con sus hijos hasta que pasaron por delante de nosotros, sin vernos. En ese momento, un coche vino en nuestra dirección como una exhalación. Salté hacia un lado, pero el coche se dirigió frontalmente contra la familia Rothberg al tiempo que resonaba un estruendo espantoso, un ruido de metralleta.

El coche se alejó tan rápidamente como había llegado, dejando a sus espaldas un baño de sangre. Petrificados, no pudimos reaccionar. Todo había pasado demasiado deprisa.

¡Oh, Dios!
Mi frente se empapó con un sudor frío que se deslizaba hacia mis ojos y empañaba mi visión. ¿Quién podía estar lo bastante loco para cometer semejante atrocidad y por qué? ¿Cómo se podía siquiera imaginar y comprender algo así? Ante semejante acto, sólo cabía estupor, dolor, lamentación. Sí, me lamenté. Había llegado el momento. «Seamos fuertes —me dije—, seamos robustos, mostrémonos como hombres valerosos y no tengamos miedo.»

Oh, corazón, no seas débil
. Y sobre todo nunca mires atrás,
porque ellos son una comunidad de malvados y todas sus acciones salen de las tinieblas
. Nos seguían, nos seguían y nos espiaban, no había ninguna duda. Y yo había sido vencido, abatido por una fuerza demasiado superior, inconmensurable, omnisciente y omnipresente: la fuerza de las tinieblas. ¿De dónde venían? ¿Quiénes eran? ¿Eran los malvados, los hijos de las tinieblas de los que se ha dicho:
el reflejo de su espada es como el fuego que arrasa los árboles, y el sonido de su voz recuerda la tempestad sobre el mar
? También se ha dicho que sufrirán la tortura y la condenación, porque Dios acabará por poner fin a toda maldad por los medios de la verdad y purificará a los hombres de sus caminos perversos expurgando a los impuros, de modo que los justos podrán aprender el conocimiento de los más altos, y los perfectos serán instruidos en la sabiduría de los hijos del Eterno.

De súbito, una voz procedente de mi interior me dijo:

«Despiértate, levántate, resuelve este misterio y golpea al malvado, porque si no, volverá su mano contra los pequeños y sucederá que de todo el país dos tercios serán suprimidos y sólo un tercio permanecerá. ¡Y serán como una antorcha de fuego en las gavillas y devorarán a diestra y siniestra a todos los pueblos de alrededor! ¿No ves cómo la cólera prende en los hombres como un brasero, los embriaga y los arroja unos contra otros, irremediablemente? Permanecéis en las grutas, pero tenéis que informaros sobre lo que pasa fuera y esperar el momento propicio. Ha llegado el momento, Ary, ha llegado el momento de que salgas de las grutas. Si eres el Mesías, si has sido consagrado, tienes que combatir.»

En el taxi que nos llevaba de vuelta al hotel desde la comisaría de policía, varias horas más tarde, Jane parecía aterrorizada.

Apretó los labios cuando me dijo, como en respuesta a mis dudas:

—Creo que no te querían a ti, el otro día, en la ciudad vieja.

—¿A quién, entonces?

—Creo que querían raptarte, Ary, no matarte. Si no, lo habrían hecho. Ya ves, están dispuestos a todo. Su método es el atentado, público y clamoroso. No se detienen ante nada.

—¿Y por qué querrían raptarme?

—No lo sé.

—Jane ¿y si es a ti a quien quieren raptar?

—¿Y por qué lo harían?

—Podrían pensar que ahora eres tú quien posee el Pergamino de Plata. Tú eres quien debería apartarse de este caso. Después de todo, ni tú ni yo somos detectives.

—Si quieres dejarlo, eres libre de renunciar —dijo Jane—. Pero yo ni me lo planteo.

Me mordí los labios.

—¿Puedes decirme una cosa? —pregunté—. ¿Cómo se tomó el profesor la conversión de su hija?

—Me parece, si quieres saberlo, que la fruta no cayó muy lejos del árbol. El profesor Ericson vino a Israel porque sentía pasión por el judaísmo. A menudo me decía que, cuando comprendió que las interpretaciones de los Evangelios eran antijudías, se inició en el estudio del judaísmo y empezó a aprender hebreo y arameo. Luego estudió la religión en escuelas judías.

Me sorprendió su mirada perdida, pero me aseguró que estaba bien y, en vez de volver, me arrastró a la ciudad vieja de Jerusalén, pero no al barrio que yo conocía, al que iba cuando era estudiante a rezar, estudiar y bailar en las
yeshivas
. Me llevó con paso apresurado al dédalo de calles de la ciudad árabe, que parecía conocer a la perfección.

Llegamos a una intersección de la que salían tres calles que dibujaban la letra
,
sin
.

—Aquí —dijo Jane— tendrás que quitarte la kipá. O podría ser peligroso para ti.

Con un gesto de la mano me quitó la kipá bordada que llevaba.

Ese contacto efímero me turbó hasta el punto que lo sentí en todo el cuerpo, un ligero escalofrío me recorrió todo el cuerpo como si de repente me encontrara desnudo.

Entonces comprendí que deseaba esa mano sobre mi frente, sobre mis mejillas y sobre mi cuerpo. Y que deseaba a la mujer que caminaba delante de mí, de formas bellas y seductoras, cuyos cabellos, como una cascada, atraían la mano y la boca, y cuyos hombros y cuello eran un refugio para el rostro, y su cintura estrecha y sus piernas esbeltas eran un abismo para el hombre que se perdiera en ellas, y de repente la vi como a una cierva avanzando en su desnudez, y el deseo me quemó la frente, las mejillas y el cuerpo.

Sin
: viene de
shen
, diente, símbolo de fuerza vital. Espíritu de energía, acción heroica. Crepitar del fuego, elementos activos del universo y movimiento de todo lo que existe.

El dominio de la
sin
permite utilizar y dirigir las fuerzas del universo. Pero la
sin
también evoca los dientes de los malvados. Sus tres barras son las tres fuerzas del mal:
celos, concupiscencia
y
orgullo
.

CUARTO PERGAMINO
El pergamino del Tesoro

Con sus fieles, con Israel,

Él selló una alianza eterna.

Desveló para ellos los misterios

que asombraron a todo el pueblo:

los sabbats sagrados, las fiestas de gloria,

los manifiestos, los caminos de la verdad.

Obedientes a Su voluntad

ellos excavaron los pozos de aguas inagotables.

Quienquiera que combata contra ellos, no vivirá.

Pergaminos de Qumrán,

Escrito de Damasco.

Solo, frente al texto me encuentro solo, sin amigos. La ausencia y el exilio en mi cueva minan mi alma, y me abstraigo en mi tarea. Escriba loco, me elevo al mundo de las letras, del que soy demiurgo y maestro, y en el que he visto la más hermosa y verdadera de las vías secretas. La concentración es la apertura a la simplicidad; y la evidencia, es mi modo de comunicarme desde lo más profundo del recuerdo. Para conseguirlo, creo el vacío, como si todo a mi alrededor desapareciera de golpe y yo me encontrara solo en el mundo. Entonces, dejo de oír el menor ruido, la menor voz, el menor soplo de aire que pudiera perturbar la vida propia y misteriosa que es la vida del Espíritu, y mi concentración es tan grande que cada día pasado con la escritura me acerca al Creador. Pero ¡qué inmenso es el desierto! Largo como el éxodo de Israel en ruta hacia la Tierra prometida. ¡Qué desnuda es la vida del desierto! Desde el momento del despertar hasta el del reposo, así transcurre toda mi vida volcada en el estudio de la Ley, en la espera del Día que tiene que nacer.

En nuestra investigación era necesario actuar deprisa, quemar etapas; pero de forma irremediable, lo hecho, hecho estaba para siempre y no podía ser deshecho. De todos modos era forzoso continuar, sin temor al peligro que se acercaba sensiblemente a nosotros a medida que avanzábamos. Porque no estábamos solos: los Asesinos nos perseguían.

Sabíamos que el profesor Ericson quería reconstruir el Templo con la ayuda de los Rothberg, y que su expedición arqueológica no era más que un pretexto para llevar a buen término su misión: elevar un Templo en el que encontrar de nuevo a Dios. En esta búsqueda, los masones desempeñaban un papel, pero ¿cuál? ¿El de arquitectos, el de constructores? ¿Cuál era su relación con el misterioso Pergamino de Cobre?

Aquella noche, en nuestra calidad de principales testigos del asesinato de la familia Rothberg, volvieron a citarnos en la comisaría, y allí nos dirigimos, custodiados por dos policías que vinieron a buscarnos al hotel.

Pasamos buena parte de la noche escuchando las preguntas de los detectives y relatando lo que había sucedido ante nuestros ojos y de lo que habíamos sido testigos impotentes; pero ciertamente, ¿no son los testigos siempre impotentes?

Tuvimos que contar, una y otra vez, lo que habíamos visto, cómo se abalanzó el coche sobre ellos, cómo dispararon los hombres que estaban dentro, cómo se desplomaron los cuerpos. También tuvimos que explicar las razones por las que estábamos allí, sin decir realmente por qué, y yo noté cómo sus sospechas rondaban a mi alrededor, pero no podía decir nada porque mi investigación era rigurosamente secreta. Los policías, que presentían una relación con el asesinato del profesor Ericson, no paraban de preguntarme por qué me interesaba ese asunto, de dónde venía, en qué me ocupaba, preguntas todas ellas a las que me costaba mucho responder. Parecían conocer mis aventuras precedentes, relativas a la desaparición del pergamino del mar Muerto. Para ellos ese caso había sido archivado sin resolver, porque no conocían la existencia de los esenios, pero estaban convencidos, con razón o sin ella, de que existía una relación, un contacto, una trama entre el sacrificio del profesor Ericson y las crucifixiones de los investigadores de los pergaminos del mar Muerto, y de que esa relación, ese común denominador, era yo. Finalmente, a las cuatro de la mañana, agotado, me vi obligado a jugar mi última carta: pedí permiso para llamar por teléfono y desperté en plena noche, en su domicilio, al jefe de los servicios secretos, Shimon Delam.

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