El Último Don (58 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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No, tenían que ser inocentes, y prueba de ello era que el propio Cross seguía con vida. El Don jamás lo hubiera permitido. si ellos hubieran eliminado a Pippi, pero Cross sabía que él también estaba en peligro.

Cross pensó en su padre. Lo quería sinceramente, y a Pippi le había dolido mucho que Claudia se hubiera negado a hablar con él en vida, como su padre hubiera deseado. No obstante, claudia había decidido asistir al entierro. ¿Por qué? No cabía pensar que lo hubiera hecho simplemente porque era su hermana y quería estar de su lado. Había prolongado durante tanto tiempo la lucha de su padre que no quería mantener ningún contacto con los Clericuzio. ¿Y si lo hubiera hecho porque finalmente hubiera recordado lo bueno que había sido su padre con ellos dos, antes de que la familia se separara?

Recordó aquel día terrible en que había optado por quedarse con su padre tras haber comprendido quien era este realmente, de haberse dado cuenta de que hubiera sido muy capaz de matar a Nalene en caso de que ella se hubiera quedado con sus dos hijos. Entonces él se había adelantado y había cogido la mano de su padre, no por amor sino por el miedo que había visto en los ojos de Claudia.

Cross siempre había pensado que su padre era una protección contra el mundo en el que vivían, y siempre lo había considerado invulnerable. Un dador de muerte, no un receptor. Ahora él mismo se tendría que proteger contra sus enemigos y tal vez incluso contra los Clericuzio. Al fin y al cabo era muy rico, era propietario de acciones del Xanadú valoradas en quinientos millones de dólares y hubiera resultado rentable que lo quitaran de en medio.

Todo ello lo indujo a pensar en la vida que llevaba.

¿Cuál era su propósito? Hacerse viejo como su padre? ¿Correr toda clase de riesgos para acabar finalmente asesinado? Cierto que Pippi había disfrutado mucho de la vida, del poder y del dinero, pero ahora Cross pensaba que la vida de su padre había estado muy vacía. Pippi jamás había conocido la dicha de amar a una mujer como Athena. Sólo tenía veintiocho años y podía iniciar una nueva vida. Pensó en Athena y recordó que al día siguiente la vería trabajar por primera vez y observaría su vida de mentirijillas y todas las máscaras que se ponía. Cuánto la hubiera amado Pippi, que tan aficionado era a las mujeres hermosas... Recordó a la mujer de Virginio Ballazzo. Pippi la apreciaba, había comido a su mesa, la había abrazado y había bailado con ella e incluso había jugado a las bochas con su marido, pese a lo cual más tarde había planeado la muerte de ambos.

Cross lanzó un suspiro y se levantó para regresar a su suite. Ya estaba amaneciendo y la luz del nuevo día empañaba las luces de neón que cubrían el Strip como un gran telón teatral. Desde allí arriba podía ver las banderas de todos los grandes hoteles casino; el Sands, el Caesars, el Flamingo, el Desert Inn y el impresionante volcán del Mirage. El Xanadú era el más grande de todos ellos. Contempló las banderas que ondeaban en lo alto de las villas del Xanadú. Había vivido un gran sueño, pero ahora su sueño se estaba desmoronando. Gronevelt había muerto y su padre había sido asesinado.

Entró de nuevo en su habitación, llamó por teléfono a Lia Vazzi y le pidió que subiera a desayunar con él. Los dos habían regresado juntos a Las Vegas tras asistir al entierro en Quogue. Después ordenó que le subieran dos desayunos. Recordó que a Lia le encantaban las frutas de sartén, un plato todavía exótico para él a pesar de los años que llevaba en Estados Unidos. El guardia de seguridad llegó con Vazzi justo en el mismo momento en que entró el camarero con los desayunos. Comieron en la cocina de la suite.

—¿Tú qué crees? —le preguntó Cross a Lia.

—Creo que tendríamos que eliminar a ese tal Losey —contestó Lia. Te lo dije hace tiempo.

—¿O sea que tú no te crees la historia que ha contado? —preguntó Cross.

Lia estaba cortando las frutas de sartén a tiras.

—La historia no se tiene en pie —dijo. No es posible que un hombre
cualificado
como tu padre permitiera que aquel sinvergüenza se acercara tanto a él.

—El Don cree que sí —dijo Cross. Lo ha investigado.

Lia alargó la mano hacia uno de los puros y la copa de brandi que Cross le había colocado delante.

—Jamás me atrevería a contradecir al Don —dijo, pero dame permiso para matar a Losey y así estaré más seguro.

—¿Y si los Clericuzio estuvieran detrás de él? —preguntó Cross.

—El Don es un hombre de honor —contestó Lia—, como los de antes. si hubiera asesinado a Pippi también te hubiera asesinado a ti. Te conoce. Sabe que vengarías a tu padre y es un hombre prudente.

—Pero de todos modos —dijo Cross, por quién decidirás luchar, ¿por mí? o por los Clericuzio...

—No tengo ninguna alternativa —contestó Lia. Estaba muy unido a tu padre y yo estoy muy unido a ti. No me permitirían vivir si tú desaparecieras.

Por primera vez en su vida, Cross tomó brandy con Lia para desayunar.

—A lo mejor no es más que una tontería —dijo.

—No, —dijo Lia. Es Losey.

—Pero no tenía ningún motivo para hacerlo replicó Cros. De todos modos tenemos que averiguarlo. Quiero que formes equipo con seis de tus hombres más fieles, pero no elijas a ninguno del Encláve del Bronx. Tenlos preparados y aguarda mis órdenes.

Lia estaba insólitamente sereno.

—Perdóname —dijo. Jamás he puesto en tela de juicio órdenes, pero esta vez te ruego que me consultes todos los detalles del plan generál.

—De acuerdo —dijo Cross. El próximo fin de semana tengo previsto viajar a Francia y permanecer dos días allí. En mi ausencia, averigua todo lo que puedas sobre Losey.

Lia lo miró sonriente. —¿te vas con tu novia?

A Cross le hizo gracia la delicadeza de la pregunta.

Sí, —contestó, y también con su hija.

—¿Ésa a la que le falta un cuarto de cerebro? —preguntó Lia sin ánimo de ofender.

Era una locución coloquial italiana en la que también se incluían las personas inteligentes aunque distraídas.

—Sí, —contestó Cross. Allí hay un médico que a lo mejor puede ayudarla.

—Muy bien —dijo Lia. Te deseo lo mejor. ¿Esa mujer sabe algo de los asuntos de la familia?

—Dios nos libre —contestó Cross mientras se preguntaba cómo era posible que Lia supiera tantas cosas sobre su vida privada

Cross vería por primera véz trabajar a Athena en un plató cinematográfico, la vería interpretar unos falsos sentimientos y ser un personaje distinto del que ella era en la vida real.

Se reunió con Claudia en el despacho que ésta tenía en los estudios de la LoddStone. Ambos presenciarían juntos la actuación de Athena. Claudia presentó a las otras dos mujeres que se encontraban en el despacho.

—Este es mi hermano Cross y ésta es la directora Dita Tommey. Y Falene Fant, que hoy interviene en la película.

Tommey dirigió a Cross una mirada inquisitiva, pensando que era lo bastante guapo como para ser un actor aunque carecía de fuego y pasión y en la pantalla hubiera resultado más frío que un témpano. Enseguida perdió interés por él.

—Me voy —dijo, estrechando su mano. Lamento muchísimo lo de su padre. Por cierto, bienvenido a mi plató. Claudia y Athena responden de usted, aunque sea uno de los productores.

Cross estudió a la otra mujer. Era de color chocolate oscuro, poseía un rostro descaradamente insolente y un cuerpo fabuloso, sabíamente realzado por la ropa que llevaba. Falene era menos estirada que Dita.

—No sabía que Claudia tuviera un hermano tan guapo... Y tan rico, según tengo entendido —dijo. Si algúna vez necesitas a alguien que te haga compañía a la hora de cenar, llámame —dijo.

—Lo haré —dijo Cross sin sorprenderse demasiado del ofrecimiento.

En el Xanadú había muchas coristas y bailarinas que se comportaban de la misma forma. Era una coqueta muy consciente de su belleza y jamás hubiera permitido que se le escapara un hombre que le gustara por simple respeto a las normas sociales.

—Le vamos a dar a Falene un poco más de trabajo en la película —explicó Claudia. Dita cree que tiene talento y yo pienso lo mismo.

Falene miró a Cross con una radiante sonrisa en los labios.

—Sí, ahora meneo el culo diez veces en lugar de seis, y le digo a Mesalina:
Todas las mujeres de Roma te quieren y confían en tu victoria
. Hizo una pausa antes de añadir

—Me han dicho que eres uno de los productores. A lo mejor podrías conseguir que me dejaran menear el culo veinte veces.

Cross intuyó algo extraño en ella; algo que trataba de disimular a pesar de su desparpajo.

—Soy simplemente uno de los que ponen el dinero —dijo. Todo el mundo tiene que menear el culo alguna vez. Miró a la chica sonriendo y añadió con encantadora sencillez: —En cualquier caso, te deseo mucha suerte.

Falene se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla. Cross aspiró la empalagosa y erótica fragancia de su perfume mientras Falene lo abrazaba en gesto de gratitud.

—Tengo que deciros algo a ti y a Claudia, pero en secreto —dijo Falene, enderezando de nuevo la espalda. No quiero meterme en lios, y mucho menos ahora.

Claudia, sentada delante de su ordenador, frunció el ceño pero no dijo nada. Cross se apartó de Falene. No le gustaban las sorpresas.

Falene observó la reacción de los dos hermanos.

—Siento mucho lo de vuestro padre —dijo con un leve temblor en la voz, pero hay algo que debéis saber. Marlowe, el chico que dicen que lo atracó, creció conmigo y yo lo conocía mucho. Dicen que el investigador Losey le pegó un tiro a Marlowe porque según dicen había disparado contra vuestro padre. Pero yo sé que Marlowe nunca iba armado. Las armas le daban miedo. Marlowe traficaba un poco con droga y tocaba el clarinete, y era un cobarde encantador. Algunas veces Jim Losey y su compañero Phil Shaakey se lo llevaban algún paseo en coche con él para que les indicara a los camellos. Marlowe le tenía tanto miedo a la cárcel que era confidente de la policía. Y de repente se convierte en atracador y asesino. Yo conocía a Marlowe y os aseguro que hubiera sido incapaz de hacerle el menor daño a nadie

Claudia guardó silencio. Falene la saludó con la mano, abandonó la estancia, pero volvió a entrar en ella.

—Recordad lo que os he dicho —dijo. Es un secreto entre nosotros.

—Ya está todo olvidado —le dijo Cross con una tranquilizadora sonrisa en los labios.

—Necesitaba desahogarme —dijo Falene. Marlowe era un chico estupendo.

Después se marchó.

—¿Tú qué crees? le preguntó Claudia a Cross. ¿Qué significa todo eso?

Cross se encogió de hombros.

—Los drogatas están siempre llenos de sorpresas. A lo mejor necesitaba dinero para droga, cometió un atraco y tuvo mala suerte.

—Supongo que debió de ser eso —dijo Claudia. Lo que ocurre es que Falene tiene muy buen corazón y se lo cree todo. Pero es curioso que nuestro padre muriera de esta manera.

Cross la miró con semblante muy serio. —Todo el mundo tiene mala suerte alguna vez.

Se pasó el resto de la tarde presenciando el rodaje de las escenas. En una de ellas, el héroe desarmado vencía a tres hombres armados. Se ofendió y le pareció ridículo. Nunca se tenía que colocar a un héroe en una situación tan irremediablemente desesperada Lo único que se conseguía demostrar con ello era que el protagonista era demasiado tonto como para ser un héroe. Después vio a Athena interpretar una escena de amor y otra de una puta. Sufrió una pequeña decepción al ver que apenas actuaba y que los demás actores la eclipsaban. Era demasiado inexperto como para saber que lo que había hecho Athena cobraría mucha más fuerza en la película y que la cámara haría prodigios con ella.

Tampoco consiguió descubrir a la verdadera Athena pues tuvo unas intervenciones muy cortas, con largos intervalos entre ellas. No se percibía ninguna vibración eléctrica capaz de sacudir la pantalla, y Athena estaba incluso menos guapa delante de las cámaras que detrás de ellas.

No hizo ningún comentario cuando pasó la noche con ella en Malibú. Tras hacer el amor con él, Athena le preguntó mientras preparaba la cena de medianoche:

—¿Hoy no he estado muy bien, verdad? Esbozó aquella sonrisa de gatita que a él siempre le praducía una descarga de placer. No te he querido enseñar mis mejores recursos, —añadió. Sabía que estarías allí; vigilándome con cuatro ojos para descubrir cómo soy realmente. .

Cross soltó una carcajada. Le encantaba la percepción que tenía de su carácter.

—No, la verdad es que no has estado muy bien —contestó. ¿Te gustaría que te acompañara a París el viernes?

Cross adivinó por la mirada de sus ojos que Athena se había quedado sorprendida, aunque su rostro no había sufrido la menor alteración. Athena lo pensó.

—Me serías de gran ayuda —contestó, y podríamos ver París los dos juntos.

—Y regresar el lunes —dijo Cross.

—Sí —dijo Athena. Tengo que rodar el martes por la mañana. Faltan pocas semanas para que termine la película.

—¿Qué harás después?

—Me retiraré y cuidaré de mi hija —contestó Athena. Ya no quiero seguir manteniendo en secreto su existencia.

—¿El médico de París tiene la última palabra? —preguntó Cross.

—Nadie tiene la última palabra —contestó Athena, y menos en un caso como éste. Pero casi casi.

El viernes a última hora de la tarde volaron a París en un avión fletado especialmente por ellos. Athena se había disfrazado con una peluca y un maquillaje que apagaba su belleza y le confería un aspecto más bien vulgar. Llevaba unas prendas holgadas que disimulaban su cuerpo y le daban la apariencia de una mujer madura. Incluso caminaba de otra manera. Cross se quedó asombrado.

En el avión, Bethany contempló fascinada la tierra desde la ventanilla y paseó arriba y abajo, mirando a través de todas las ventanillas. Se la veía un poco alterada, y su rostro habitualmente inexpresivo parecía casi normal.

Desde el aeropuerto se dirigieron a un pequeño hotel de la avenida Georges Mandel, donde tenían reservada una suite con dos dormitorios separados por una sala de estar, uno para Cross otro para Athena y Bethany.

Eran las diez de la mañana. Athena se quitó la peluca y el maquillaje y se cambió de ropa. No soporta estar hecha un asco en París.

Al mediodía, los tres se dirigieron al consultorio del médico instalado en un pequeño edificio protegido por una valla de hierro. El guardia de la entrada comprobó su identidad y les franqueó el paso.

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