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Authors: Larson Erik

Tags: #Intriga, #Bélico, #Biografía

En el jardín de las bestias (53 page)

BOOK: En el jardín de las bestias
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Un cierto número de libros que me centraron más estrechamente en mi campo de investigación resultaron muy útiles, entre ellos
Resisting Hitler: Mildred Harnack and the Red Orchestra
, de Shareen Blair Brysac;
The Haunted Wood
, de los historiadores del KGB Allen Weinstein y Alexander vassiliev; y
Spies: The Rise and Fall of the KGB in America
, de vassiliev, John Earl Hayne y Harvey Klehr.

De un valor obvio y particular resultaron
Ambassador Dodd’s Diary
, editado por Martha y Bill hijo, y las memorias de Martha,
Through Embassy Eyes
. Ninguna de las obras es totalmente fiable. Ambas hay que tratarlas con prevención y usarlas sólo en conjunto con otras fuentes que las corroboren. Las memorias de Martha necesariamente contienen su propia visión de las personas y hechos que ella se encontró, y como tal, es una ventana indispensable para asomarse a sus pensamientos y sentimientos, pero contiene omisiones interesantes. No se hace ninguna referencia por ejemplo al nombre de Mildred Fish Harnack, ni a Boris Winogradov, presumiblemente porque de haberlo hecho, en una obra publicada en 1939, los habría colocado a ambos en un grave riesgo. Sin embargo, algunos documentos encontrados entre los papeles de Martha en la Biblioteca del Congreso revelan por triangulación los puntos de sus memorias en los que aparecían tanto Harnack como Winogradov. Esos documentos incluyen el relato detallado y nunca publicado de sus relaciones con Boris y Mildred, y correspondencia de ambos. Boris escribía sus cartas en alemán, mezclado con frases inglesas y algún ocasional «
Darling
!». Para las traducciones recurrí a una colega residente en Seattle, Britta Hirsch, que animosamente también me tradujo largas parrafadas de documentos mucho más tediosos, entre ellos una antigua factura de venta de la casa de Tiergartenstrasse y fragmentos de las memorias de Rudolf Diels,
Lucifer Ante Portas
.

* * *

En cuanto al diario del embajador Dodd, persiste la cuestión de si es un diario realmente o sólo un compendio de sus escritos unidos en forma de diario por Martha y Bill. Martha siempre insistía en que el diario era real. Robert Dallek, biógrafo de presidentes, se hacía esa pregunta en su biografía de Dodd de 1968 titulada
Democrat and Diplomat
, y tenía la ventaja de haber recibido una carta de la propia Martha en la cual describía su génesis. «Es absolutamente auténtico», le dijo ella a Dallek. «Dodd tenía un par de docenas de cuadernos de tamaño mediano, de tapas negras brillantes, en los cuales escribía cada noche que podía, en su estudio de Berlín antes de irse a la cama, y en otras ocasiones también.» Estos, explicó ella, formaban el núcleo del diario, aunque ella y su hermano incluyeron elementos de discursos, cartas e informes que encontraron anexos a las páginas que contenían. El borrador inicial, escribió Martha, fue un diario de 1.200 páginas de longitud, reducido por un corrector profesional contratado por el editor. Dallek creía que el diario «en general era preciso».

Lo único que puedo añadir a este tema son algunos pequeños descubrimientos propios. En mi investigación en la Biblioteca del Congreso, encontré un diario encuadernado en piel y lleno de anotaciones del año 1932. En último caso atestigua la inclinación de Dodd a llevar un registro semejante. Se encuentra en la caja 58. En los demás documentos de Dodd, encontré referencias oblicuas a un diario mucho más amplio y confidencial. La referencia más reveladora aparece en una carta fechada el 10 de marzo de 1938 de la señora Dodd a Martha, escrita poco después de que el embajador, ya retirado, hiciese un viaje a Nueva York. La señora Dodd le decía a Martha: «Se lleva algunos de sus diarios para que tú les eches un vistazo. Devuélveselos, porque los necesitará. Ten cuidado con lo que citas».

Finalmente, después de haber leído las memorias de Martha, su novela sobre Udet y sus documentos y después de leer miles de páginas de la correspondencia, telegramas e informes del embajador Dodd, puedo ofrecer una de esas observaciones intangibles que surgen sólo después de una larga exposición a un cuerpo de material dado, y es que el diario publicado de Dodd «suena» a Dodd, parece auténtico, y expresa sentimientos que están en perfecta armonía con sus cartas a Roosevelt, Hull y otros.

La sucursal del Archivo Nacional en College Park, Maryland, conocida como Archivo Nacional II, resultó tener una sorprendente colección de materiales, veintisiete cajas en total, relacionadas con la embajada y el consulado de Berlín, incluida una lista de toda la vajilla que había en cada sitio, hasta el último de los lavafrutas. La Biblioteca del Congreso, sede de los documentos de William y Martha Dodd, Cordell Hull y Wilbur J. Carr, resultó como siempre un tesoro para los investigadores. En la Universidad de Delaware, en Newark, examiné los documentos de George Messersmith, una de las colecciones mejor archivadas con las que he dado nunca, y tuve el placer mientras estuve allí de alojarme en casa de mis grandes amigos Karen Kral y John Sherman, y beber demasiado. En Harvard (que rechazó mi petición para asistir a su facultad universitaria hace unos años, seguramente un error que casi he perdonado), pasé varios días estupendos examinando los documentos de William Phillips y Jay Pierrepont Moffat, ambos hombres de Harvard. Los chicos de la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale fueron tan amables que hicieron una batida en su colección de documentos de Thornton Wilder y me proporcionaron copias de las cartas que le envió Martha Dodd. Otros archivos también resultaron muy útiles, especialmente las colecciones de historia oral en la Universidad de Columbia y la Biblioteca Pública de Nueva York.

Tiendo a desconfiar de los recursos online, pero he localizado unos cuantos que han resultado muy interesantes, incluyendo una colección digitalizada de cartas entre Roosevelt y Dodd, cortesía de la Biblioteca Presidencial Franklin Delano Roosevelt en Hyde Park, Nueva York, y los cuadernos de Alexander Vassiliev, el ex agente del KGB que luego se convirtió en estudioso, y que amablemente los hizo accesibles al público a través de la página web del Proyecto Internacional de Historia de la Guerra Fría en el Centro para Investigadores Woodrow Wilson de Washington D.C. Cualquiera que lo desee puede visitar digitalmente los llamados Venona Intercepts, comunicaciones entre el Centro de Moscú y los agentes del KGB en América, interceptados y decodificados por funcionarios de la inteligencia americana, incluyendo mensajes sobre Martha Dodd y Alfred Stern. Esos materiales, que en tiempos fueron los secretos mejor guardados, ahora residen en la página web pública de la Agencia Nacional de Seguridad, y revelan no sólo que Estados Unidos estaba plagado de espías, sino que espiar era un oficio espantosamente rutinario.

Uno de los desafíos a los que me enfrenté al investigar para este libro era cómo hacerme una idea del distrito de Tiergarten del Berlín de antes de la guerra, donde Dodd y Martha pasaron tanto tiempo y que fue destruido en gran parte por los bombardeos aliados y el asalto final ruso a la ciudad. Adquirí una guía Baedeker de antes de la guerra, que resultó valiosísima a la hora de localizar importantes hitos, como el Romanisches Café, en Kurfürstendamm 238, y el hotel Adlon, en Unter den Linden 1. Leí todas las memorias de la época que pude, buscando datos de la vida cotidiana en Berlín, teniendo al mismo tiempo en mente que las memorias de la época nazi tienden a contener muchas invenciones para que el autor parezca menos cómplice en el auge y gobierno del Partido Nazi de lo que quizá era en realidad. El ejemplo más flagrante seguramente son las
Memorias
de Franz von Papen, publicadas en 1953, en las cuales asegura que preparó su discurso de Marburgo «con gran cuidado», una afirmación que nadie se toma en serio. Fue una gran sorpresa para él, igual que para su público.

Las novelas tipo memoria de Christopher Isherwood, sobre todo
Mr. Norris cambia de tren
y
Adiós a Berlín
, resultaron especialmente útiles para las observaciones sobre el aspecto que tenía la ciudad y la sensación que daba en los años inmediatamente precedentes a la subida al poder de Hitler, cuando Isherwood mismo era residente en Berlín. Me deleitó mucho visitar de vez en cuando Youtube.com para buscar fragmentos de antiguas películas de Berlín, y encontré unas cuantas, incluyendo la película muda de 1927,
Berlín: sinfonía de una gran ciudad
, que quería captar un día entero en la vida de Berlín. Me complació especialmente encontrar una película de propaganda de 1935,
El milagro del vuelo
, destinada a atraer a los jóvenes a la Luftwaffe, en la cual el antiguo amante de Martha, Ernst Udet, aparece como estrella, e incluso muestra su apartamento de Berlín, que se parece mucho a lo que describe Martha en sus memorias.

La State Historical Society de Wisconsin resultó una mina de materiales relevantes que me transmitieron la sensación del tejido de la vida en el Berlín de Hitler. Allí, en un local, encontré documentos de Sigrid Schultz, Hans V. Kaltenborn y Louis Lochner. A un breve y encantador paseo de allí, en la biblioteca de la Universidad de Wisconsin, encontré también un suministro de materiales sobre la única alumna de la universidad que fue guillotinada siguiendo órdenes de Hitler, Mildred Fish Harnack.

Lo más importante, sin embargo, fue mi experiencia en el propio Berlín. Queda bastante de la ciudad para dar una idea del diseño general. Extrañamente, los edificios del Ministerio del Aire de Göring sobrevivieron a la guerra casi intactos, igual que el cuartel general del ejército, el Bendler Block. Lo que encontré más sorprendente es lo cerca que estaba todo de la casa de los Dodd, con todas las oficinas importantes del gobierno a un corto paseo a pie, incluyendo el cuartel general de la Gestapo y la cancillería de Hitler, que ya no existen hoy en día. Donde estuvo el hogar de los Dodd, en Tiergartenstrasse 27a, hoy en día hay un hueco, un solar lleno de hierbajos rodeado por una verja. El Bendler Block es visible por detrás.

Tengo que dar las gracias especialmente a Gianna Sommi Panofsky y su marido, Hans, hijo de Alfred Panofsky, casero de los Dodd en Berlín. La pareja se estableció en Evanston, Illinois; Hans daba clases en la Universidad Northwestern. La señora Panofsky, amablemente, me proporcionó los planos originales de la casa de Tiergartenstrasse (que una estudiante de periodismo de la Nortwestern, Ashley Keyser, copió con todo cuidado para mí). Fue un placer hablar con la señora Panofsky. Por desgracia murió a principios de 2010 de un cáncer de colon.

Por encima de todo, doy las gracias a mis primeros lectores, Carrie Dolan y su marido, Ryan Russell; a mis hijas, Kristen, Lauren y Erin, y como siempre, a mi mujer, mi arma secreta, Christine Gleason, cuyas notas al margen (con caritas llorando y líneas enteras de zzzzzzz y todo) resultaron una vez más indispensables. Gracias a mis hijas también por sus críticas cada vez más inteligentes sobre mi manera de vestir. Tengo una gran deuda también con Betty Prashker, editora mía desde hace casi dos décadas, y con John Glusman, cuya diestra mano ha guiado este libro hasta la publicación. Gracias también a Domenica Alioto por hacerse cargo de tareas que no le correspondían, y a Jacob Bronstein, que sortea tan hábilmente las fronteras entre web y mundo. Y un hurra extra para Penny Simon por su amistad y experiencia para conseguir que haga cosas que no quiero hacer; a Tina Constable, por su confianza, y a David Black, mi agente de tanto tiempo, consejero sobre vinos y gran amigo. Finalmente, un abrazo grande, grande a
Molly
, nuestra encantadora y dulce perra que sucumbió a un cáncer de hígado a los diez años mientras mi trabajo en este libro casi llegaba a su fin. En sus últimas semanas, sin embargo, consiguió cazar un conejo, algo que llevaba años queriendo hacer infructuosamente. La echamos de menos todos los días.

* * *

Cuando estuve en Berlín ocurrió una cosa extraña, uno de esos momentos curiosos de confluencia espacio-tiempo que parecen ocurrir cuando estoy más profundamente sumergido en la investigación para un libro. Me alojaba en el Ritz-Carlton, junto al Tiergarten, no porque fuese el Ritz, sino porque era un Ritz completamente nuevo, que ofrecía habitaciones a unos precios competitivamente bajos para atraer clientes. También ayudaba que el mes fuese febrero. La primera mañana, demasiado afectado por el desfase horario para hacer cosas demasiado ambiciosas, salí a dar un paseo y me dirigí al Tiergarten, con la vaga idea de que podía ir andando hasta encontrar la dirección de los Dodd, a menos que me quedase congelado y muriese antes. Era una mañana helada, borrascosa, marcada por la aparición ocasional de copos de nieve que caían en ángulo oblicuo. Mientras iba andando, di con un fragmento arquitectónico preservado de particular interés: una gran parte de una fachada de un edificio antiguo, perforado por las balas, que permanecía en pie detrás de un muro gigante de cristal. Una especie de puente cubría la parte superior de la fachada y servía de soporte para varios pisos de apartamentos modernos y lujosos. Por pura curiosidad me dirigí a una placa informativa que identificaba la fachada. Pertenecía al hotel Esplanade, donde se alojaron los Dodd cuando llegaron a Berlín. Allí también, detrás del cristal, se encontraba la pared interior de la sala de desayunos del Esplanade, restaurada hasta devolverle su estado original. Era extraño ver aquellas reliquias arquitectónicas alojadas detrás del cristal, como peces inmóviles y gigantescos, pero también resultaba revelador. Por un instante «vi» a Dodd y Martha separándose para empezar cada uno su jornada, Dodd dirigiéndose hacia el norte a paso rápido hacia el Tiergarten, para ir andando hacia las oficinas de la embajada en Bendlerstrasse, Martha corriendo hacia el sur para encontrarse con Rudolf Diels en la antigua escuela de arte de la Prinz-Albrecht-Strasse y comer tranquilamente en algún local discreto.

Las notas siguientes no son exhaustivas, en modo alguno. He tenido mucho cuidado de incluir los créditos de todo el material citado de otras obras, y anotar los hechos y observaciones que por un motivo u otro requieren atribución, como la revelación de Ian Kershaw (
Hitler 1889-1936
, página 485) de que la película favorita de Hitler era
King Kong
. Como siempre, para aquellos lectores a los que les gusta leer las notas al pie, y que son muchos, he incluido pequeñas historias y hechos que no encajan en la narración principal, pero que me han parecido demasiado interesantes o atractivos para omitirlos. Perdónenme por esa indulgencia.

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