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Authors: Carmen Lyra

En una silla de ruedas (17 page)

BOOK: En una silla de ruedas
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Al escuchar su relación y al contemplar su figura flaca y abatida, con sus pobres ropas empapadas, los zapatos enlodados y con su hijo en los brazos, pálida y con cara de enferma, Sergio tuvo que hacer un esfuerzo para no llorar.

Mama Conducha llena de solicitud los había hecho quitarse los vestidos mojados. Al niño lo cubrió con ropas secas y a ella la vistió con un traje suyo y la envolvió en el sobretodo de Sergio.

Han comido juntos y Sergio ha conseguido que la directora dé albergue en el hospicio a Ana María y a su hijo por una noche.

Después de la comida se han reunido en la pequeña habitación de Sergio. Miguel no haya cómo marcharse. Allí se ha quedado con su silencio elocuente, dispuesto a hacer por la madre y el hijo cuanto le pidan. Afuera zumban el huracán y la lluvia.

Ana María se ha sentado a los pies de su amigo. Sergio mira con interés la encorvada figura, en la cual la cabeza es una flor marchita. La mirada soñadora que anidó en sus ojos en la época de sus amores, huyó y dejó la del desencanto. ¿Y sus camanances? La pena pasó por ellos su arado y en su lugar dejó un zurco de tristeza.

Luego Sergio se dedica a observar al niño dormido en su regazo ¡qué bonito es y qué gracioso el hoyuelo de la barba! La cabecita es un nido de rizos negros y por los labios entreabiertos asoman los menudos dientes como tiernos granillos de elote. Pero él, como su madre, está muy pálido y flaco. Ana María ha dicho que se pasa enfermo. No es huraño y cuando Sergio lo ha cogido en sus brazos, él ha rodeado con los suyos el cuello de su padrino y ha recostado en su hombro la cabecita, confiado y mimoso.

Al interrogar a Ana María sobre su vida, contesta sonriendo, con voz que se esfuerza por ser alegre. Sergio adivina que trata de aparecer valiente y de ocultar sus miserias.

Mama Canducha le pregunta:

—¿Cuántos días vas a estar en San José, Ana María?

Ella responde:

—Mañana me vuelvo. En la semana que viene principian las cogidas. Pienso ir a coger café y tengo que terminar unas costuras, y ya hoy es miércoles.

Hay un largo silencio que Sergio interrumpe:

—Ana María, ¿querés quedarte con nosotros? ¿No sabés que ya soy rico? Las tres audiciones me dejaron más de tres mil colones …mi amigo Mr. Shirley no quiso coger ni un cinco, todo me lo dejó a mí, y aún temo que haya agregado algo. ¿Qué querés que haga yo con este dinero? ¿Por qué no alquilamos una casita barata donde podamos acomodarnos los cinco? Mirá, Ana María: con dos mil colones nos instalamos pobremente. Yo daré clases; con lo restante del dinero pondrás una tiendita de ropa. Y cuando estemos acomodados llamaremos a Gracia a nuestro lado. ¿Qué les parece?

En los ojos de Ana María ha caído una gota de luz. Levanta la cabeza y mira a Sergio emocionada.

En la boca de Candelaria hay una sonrisa de bienaventuranza: —¡Ay, mi hijo! —murmura— me parece que estoy soñando.

Miguel dice:

—Yo también trabajaré.

Sergio vuelve a hablar:

—¡Qué decís, Ana María! Tu hijo está muy enfermo. Si te vas a coger café, el niño quedará en poder de los chiquillos de Rosa que por más que lo quieran no sabrán tratarlo.

Ana María se arrodilla ante Sergio, le cubre las manos de besos y contesta:

—Dios te lo pague, Sergio. ¡A mí también me parece estar soñando!

Luego estos cuatro seres abatidos por la suerte, olvidan sus penas y sobre ellas se ponen a tejer planes risueños para su existencia futura.

Ana María ha encontrado una casa barata en buena situación para las clases de Sergio. No es de mucho valor y queda en una calle tranquila y solitaria. Al frente tiene la tapia que flanquea el lado izquierdo de la Fábrica Nacional de Licores, adornada en un extremo por una añosa mosqueta, que precipita hacia el interior la perfumada catarata de su follaje sembrado de racimos de flores color marfil. A los lados no hay vecinos. A los pocos pasos se levanta un viejo edificio abandonado que llamaban "E1 Molino", porque allí se hizo harina en otro tiempo. Las ventanas no tienen cristales, están provistas de rejas de hierro y la fantasía de Ana María, le ha hallado un aspecto misterioso.

La casita está rodeada por un jardín abandonado. De noche suenan grillos como en el campo.

Clovis Shirley ha vuelto, y al saber los planes de su amigo lo secunda con su entusiasmo de costumbre. Se siente feliz al ver que dejará a Sergio en una casa donde habrá mucho cariño para él, lejos de aquel asilo de aflicción en el que lo conociera.

Sin atender a las protestas de Ana María y Candelaria, que se rebelan antes su munificencia, amuebla la casa a su gusto, y la deja arrendada por tres años; pide a Ana María lo que Sergio le diera para los gastos y lo guarda en la gaveta del escritorio que ha comprado para su amigo. Él en persona, con la satisfacción instalada en su fisonomía, va a sacar a Sergio del hospicio.

Pero este no abandona contento el asilo en donde han sido tan buenos para él. Siente que ha echado raíces en cada uno de sus habitantes y al arrancarse de allí, deja mucho de sí mismo.

Es el día de la partida. Los que pueden, se han venido al corredor para verlo marcharse y todos los ojos están humedecidos. Desde temprano, "Lorita" sigue la silla de Sergio, deseoso de serle útil. El pequeño Marín se ha empinado en su carrito para estrecharle la mano y habla tratando de sonreír con su voz de hombre:

—No nos olvide, don Sergio.

Sergio recuerda cuando lo sorprendió llorando entre un zacatal. Les ha prometido venir los domingos a tocar con "Lorita" para que bailen.

Al partir el coche que se lo lleva, se levanta un clamor como un lamento: "¡Adiós, don Sergio…!". Ya en la puerta se asoma por la ventanilla. Le parece que ha logrado salir de un barco tripulado por todos los dolores, perdido en el tiempo. Pero sus compañeros quedan en él… Allí están diciéndole adiós con sus manos mustias, algunos quizá con su granillo de envidia en el pensamiento; en la banca de siempre, aquella muchacha mueve su cabeza como un péndulo: tac tac tac…

No puede contenerse y con la cara escondida en sus manos, llora como un chiquillo. Su compañero se enjuga los ojos con disimulo. El espectáculo de sus amigos que lo reciben con el rostro iluminado, en el hogar lleno de comodidades por la generosidad de Mr. Shirley, distrae la idea penosa que surgiera en su cabeza al abandonar el hospicio. Jamás Clovis Shirley ha tenido un minuto más emocionante.

Una semana después el organista partió. Durante dos años Sergio recibió cartas suyas. Luego estalló la guerra de 1914 y Sergio supo un día que su amigo Clovis Shirley, quien vino de Inglaterra a dejar su silla en una celda apacible, había hallado la muerte en los campos de Flandes.

Algunas páginas del diario de Sergio

Diciembre 9—.91
… Hoy ha venido Gracia. Dice que ha tiempos rogaba a papá que la trajera cuando venía a San José porque anhelaba verme, pero él se hacía el sordo. Por fin hoy cedió, ante una carta mía. Parece que está orgulloso con mis triunfos en los que él nunca había pensado.

Hace más de seis años que Gracia y yo no nos veíamos.

¡Es encantadora y parecida a mamá! Se ha desatado, para peinarla, su magnífica cabellera oscura que cae ondulando en torno de sus hombros.

Eso sí, noto que mi hermana "Tintín" ha perdido su viveza. Se ha sentado silenciosa a mi lado. Mientras pasaba mi mano por su cabeza reclinada en mi regazo he pensado en las espinas en que la pobre ha ido dejando girones de su alegría.

Me ha referido su existencia penosa al lado de su madrastra, mujer vulgar, quien al igual que las madrastras de los cuentos, ha gozado humillándola.

Sus hermanos tampoco han sido buenos. El único que la ha tratado mejor ha sido su papá, pero el pobre está dominado por su esposa. He convencido a Gracia de que debe quedarse con nosotros y cuando papá vino a buscarla, le dije tranquilamente pero con energía, que mi hermana se quedaría a mi lado. Quizá porque sabe que su esposa le dará por esto un gran disgusto, ha querido obligarla a irse, pero ella se ha negado rotundamente. Papá se marchó muy disgustado, pero esto ni a ella ni a mí nos importa gran cosa.

Al oír alejarse el coche en que partía papá, me ha echado los brazos al cuello y luego ha cogido al pequeño Sergio y se ha puesto a bailar, armando tal alboroto que Mama Canducha ha venido a informarse:

—Hijá, me quedé en el otro mundo. Esperaba en la cocina en qué terminaría el asunto con don Juan Pablo, y al oír esta gran parranda creí que te llevaba del pelo.

Luego Gracia ha dejado en el suelo al niño, que nos mira con ojos muy abiertos y ha levantado entre sus brazos a nuestra viejita y se la ha comido a besos.

Confío en que pronto la matita de alegría que decía Mama Canducha, la cual mustiaron los pesares, retoñará y nos dará racimos de risas frescas.

Diciembre 24—.91
… Hace más de un mes que estamos instalados en nuestra nueva casita. Yo he conseguido ocho lecciones que me producen algo a la semana. Ana María y Gracia han abierto una pequeña tienda de ropa para niños y ambas se muestran satisfechas. Además, como han demostrado mucho gusto en la confección de trajes y sombreros para señora, tienen una clientela que no les deja un minuto libre. Miguel quería comprar lo necesario para comprar otra máquina de afilar, pero yo no se lo he permitido. Ya está muy viejo y yo deseo que descanse. Entonces se ha puesto a fabricar juguetes que vende en cuanto los saca a la calle. Ahora es el pequeño Sergio quien no se desprende de su lado. ¡Quién sabe que tiene Miguel, que los niños lo buscan y lo quieren!

Todas las ganancias las dejamos en manos de Mama Canducha, nuestra ama de llaves.

Las noches las dedico a mi violín. Ha comenzado a frecuentar nuestra casa un buen pianista costarricense que conocí por Clovis Shirley. Se llama Daniel López y yo adivino en él un corazón leal. Es una dicha para mí, cuando viene y nos ponemos a tocar.

Hemos alquilado un piano para que Gracia siga estudiando.

Ahora mientras los demás duermen, yo pongo en mi diario las impresiones que me dejara nuestra velada de Noche Buena.

¡Qué contentos la hemos pasado!

Mi amigo Daniel nos ha hecho compañía. Candelaria preparó una cena muy sabrosa en la que no faltaron sus célebres tamales. Cuando nos reunimos en el pequeño comedor, me pareció estar entre un nido hecho con briznas de calor y de paz. La mesa estaba cubierta con un mantel muy blanco. Ana María y Gracia la adornaron con vasos llenos de rosas y la sembraron de hojas de malva de olor. Los platos confeccionados por manos cariñosas, me sabían a gloria; en las copas llenas de vino chispeaba la luz. Por la vidriera mirábamos el jardín plateado por la luna, y la estrella del Niño, que se ponía, nos enviaba a través del ramaje de un eucalipto, su luz apacible.

¡Cómo se ha transformado en pocos días el rostro de Ana María! La tranquilidad ha regado su frescura sobre esta cabeza abatida por la miseria, que se ha enderezado como una flor a punto de morir, al sentirse bañada por una garúa. Ha vuelto a peinar su cabello con coquetería y esta noche llevaba una blusa de seda clara, y en el cinturón una rosa roja entre sus hojas verdes.

Hemos obligado a Mama Canducha y a Miguel a ocupar los extremos de la mesa y hemos declarado que ambos ocupan los lugares de honor. Bajo la faz morena y rugosa de mi viejita, dijérase se había encendido una luminaria; entre la barba canosa de Miguel se veía sonreír su boca, y en su rostro bondadoso había una serenidad infinita. Gracia estaba radiante, y la alegría desbordaba por sus ojos y por sus labios. He observado que mi amigo Daniel no le quitaba los ojos y al dirigirse a ella su voz tomaba inflexiones tiernas. Me gustaría que mi hermana fuese amada por ese muchacho leal, de alma de artista.

Al levantar mi copa yo he dicho:

—Que a Clovis Shirley le vaya bien en donde quiera que esté.

Los demás han respondido conmovidos:

—¡Así sea!

Al terminar nuestra cena hemos ido a la camita de mi ahijado a ponerle los juguetes que le compráramos. Mañana él dirá en su lenguaje infantil que se "los trajo el Niño". Cada uno se ha inclinado sobre su cabecita para besarlo. Él también ha cambiado y las rosas de la salud comienzan a abrirse en sus mejillas.

Julio 16—.91
… Hemos recibido una carta muy tierna de mamá. Nos ha enviado una fotografía en la que están ella y sus hijos, y otra de la casa que habita en Argentina, un hermoso edificio. Este y los trajes que ellos visten nos dicen que están en la prosperidad.

Los años no pasan por mamá: es siempre la linda mujercita de cara infantil. El bebé que conocí en el Colegio de los Salesianos, es ya un chiquillo de unos seis años. ¡Cuán cariñosa y confiada es la actitud con que se reclina en el regazo materno! A su derecha e izquierda, la cabeza de Noemi y de Rodrigo acarician la de mamá. Son casi de la misma edad. Noemi sonríe con su sonrisa en la que resucitó la de Merceditas.

Yo hablo con un tono que revela satisfacción y pena: —¡Verdad, Gracia, que mamá parece feliz! Esto debe ser un consuelo para nosotros.

No me responde. La miro y veo que sus lágrimas caen sobre el cuadro. Besa el rostro de mamá y dice:

—Sí, los cuatro parecen felices… ¿No crees que a ellos los ama más que a nosotros?

Noviembre 5—.91
… Ha muerto la tía Concha. Su marido murió un año antes. Ana María fue llamada por ella y le pidió volviera a su lado y la asistiera. Al verla en manos de criadas, se instaló a su cabecera y la cuidó con tierna solicitud. A Gracia y a mí nos legó parte de sus bienes; lo demás lo repartió entre la iglesia y Ana María. A última hora fue que la pobre perdió su afán por el dinero. Su muerte no me ha causado ninguna pena, ni su legado satisfacción alguna. A mi padre nada le dejó. Decía que no quería que su segunda mujer, a quien tía Concha llamaba despectivamente "aquella", ni los hijos que ella denominaba "bastardos", lograran nada.

Enero, 191
… Hace días notaba miradas y cuchicheos entre mi hermana y mis amigos. Antier me dijo Gracia sin más explicaciones, que nos mudábamos de casa, y sin poner atención a mis preguntas, comenzaron a cargar los muebles en carros. Acabé por molestarme, pero nadie parecía atender a mi disgusto. Miguel procuraba no ponerse a mi alcance, Mama Canducha andaba indiferente en su cocina y Gracia y Ana María, que regresaban tarde de su tienda, se iban derecho a la cama. Mi único compañero ha sido mi ahijado, cuyas travesuras me hacían olvidar el cuidado en que me ponía la actitud de los que me rodeaban.

De repente hoy a medio día desaparecieron también Mama Canducha y el niño. Miguel vino a la tarde por mí, pero yo no quería irme. ¡Qué malhumorado estaba!

Miguel me ha dicho:

—¡Sergio, por qué piensas mal de los que te queremos! Por fin me decidí a salir.

Con cuánto pesar abandoné esta casita en donde la tranquilidad comenzó a ser mi amiga y en donde hemos vivido dos años. Sobre todo el jardín con sus eucaliptos y el macizo de caña de bambú en forma de bóveda, mi retiro favorito: allí leía y jugaba con el pequeño Sergio. Y la calle tranquila con su aire antiguo y romántico, transitada en las noches de luna por parejas de enamorados. La tapia de la Fábrica de Licores adornada con la mosqueta que perfumaba el ambiente y el viejo caserón de "El Molino" con sus grandes ventanas sin cristales!…

La silla comenzó a rodar por vericuetos y calles excusadas. Por fin ha desembocado en una carretera que conozco muy bien. La silla se ha detenido ante una verja… que muy a menudo he visto en mis sueños. Por la calle central del jardín en que tan feliz fui de niño, corren a mi encuentro Gracia, Ana María y mi ahijado. Las ruedas de mi silla chirrían en la arena… En el fondo, mi casa, ¡en donde viví con mi madre y Merceditas! Mama Canducha está en el corredor y no se sabe si su cara oscura zurcada de arrugas, sonríe o llora.

¡A qué tratar de traducir en palabras mi emoción…! Lo recorro todo. La casa acaba de ser retocada: pintura y cal frescas, cielos nuevos, tapices renovados. Han arreglado mi dormitorio en la misma pieza en donde lo tuve de niño. El mirto de mi edad, asoma su follaje oscuro por la ventana, con afectuosa curiosidad. Sus hojas menudas me despertarán como antaño, tocando en los cristales. En el jardín no queda más que la glorieta de flor de verano y la palmera. Los sauces, las damas y los naranjos, los plantíos de rosales y de geranio, no existen. Oigo murmurar el agua de la acequia y mi fantasía la pone a repetir la canción aquella: "Adiós, Sergio, Gracia y Merceditas…".

Me cuentan que Ana María y Gracia han comprado esta casa en donde nací, con la herencia que les dejara la tía Concha; Miguel pasó hace un mes y vio el anuncio de que se vendía. Entre los tres combinaron el plan que Candelaria supo a última hora, de adquirir la propiedad y venirnos a habitarla. Ana María explica sencillamente: —Siempre te he oído recordar tu antigua casa, Sergio. Al saber que estaba en venta imaginé la dicha que te daría haciéndote volver a ella.

He besado a su hijito y le dije al oído:

—¡Ve, chiquillo y pon este beso en el corazón de tu madre!

Ahora cierro los ojos para ver mejor en mi memoria. La mañana en que mi silla salió rodando por la misma calle del jardín que hoy recorriera, hacia un desconocido frío y oscuro. En la verja había un letrero que decía: "Se alquila con muebles"; en el alero se arrullaban mis palomas y mi gatita Pascuala estaba sobre el tejado. Muchos, muchos años han transcurrido desde entonces y aquel niño que se fue muy triste, torna hecho un hombre ya con barba, y canas en la cabeza. Pero la negra tristeza de antaño ha florecido en melancolía.

Ante mis ojos hay una hilera de sillas con un Sergio sentado en cada una; ¡sale de esta casa y cuántas curvas ha descrito para volver a ella!

¡Cuán inefables sensaciones ha puesto en mi alma esta primera velada, en nuestro antiguo hogar, en la misma sala en donde nos reuníamos con mamá! Faltan ella y Merceditas. ¿En qué punto de la Tierra se encontrará mamá en este momento? ¿Pensará en sus hijos ausentes, rodeada de los otros? ¿Y Merceditas? Su recuerdo suave como un rayo de luna está sentado a mis pies…

¿A dónde habrían ido a parar la consola con el gran espejo, el reloj del caminante, el sillón de mamá y el florero como un fino tallo de cristal, en el cual ella ponía las rosas de mis rosales?

Nuestro amigo Daniel ha venido. Primero hemos hecho música y luego lo he dejado libre para que se reúna con Gracia, que lo espera en un rincón de la sala. Daniel y Gracia se aman y su amor me hace dichoso.

Ana María cose junto a la lámpara. ¡Qué bonita se ha vuelto a poner Ana María! Su tez morena ha adquirido de nuevo la frescura de otra época. Al oír a su hijo escondido bajo un mueble, que me llama con su palabra infantil, levanta la cabeza, me mira con sus negros ojos rasgados y me sonríe, y su risa tiene otra vez camanances en dónde anidar. Viste un traje azul y pienso en la peloncilla de la casona de San Francisco. Sé que allá dentro, en sus cuartos, duermen los dos viejos. Y mi ternura va a Miguel y a Candelaria.

A Miguel se le construyó una pieza allí donde estuvo "el cuartito de las golondrinas" y a Candelaria se le dio la misma que ocupaba en tiempo de mamá.

¿Por qué será que Miguel no ha querido volver a coger el violín? Ahora se limita a escucharme con recogimiento cuando toco; ¡es extraña la expresión de sus ojos! Dijérase que mira muy lejos o que acaba de llegar de distantes regiones.

El pequeño Sergio, cansado de jugar, ha venido a refugiarse en el regazo materno.

Desde el otro extremo de la sala, mi hermana da bromas a Ana María, Gracia me dice:

—¿Sabes, Sergio, que ahora sí es verdad qué se nos casa? —con el gesto señala a Ana María— ayer tarde me le hablaron de matrimonio —agrega.

Y Daniel: —No olvide Ana María que me prometió nombrarme padrino de bodas.

Por las ventanas se ve el jardín adormecido por la luna. Los enamorados se van al corredor. Mi espíritu estaba hace algunos instantes lo mismo que el agua cristalina de un remanso, cuyas impurezas, en la tranquilidad, se fueran al fondo. Las palabras de Gracia han sido como la vara con que un niño hubiera llegado a remover el sedimento y a oscurecer la linfa transparente. Todas las tristezas que dormían en mí se agitan otra vez y enturbian el pensamiento.

Ya tenía noticias de ese enamorado de Ana María, tenedor de libros de un almacén contiguo a la tienda que abrieran ellas. En otras ocasiones oí a Gracia dándole bromas con él, también lo vi rondar nuestra casa. Es un hombre joven y lo encontré serio y de aspecto simpático. ¿Qué será de mi cuando esta criatura abnegada no esté a mi lado?

Yo pido a Ana María que se siente cerca de mí, y ella se acomoda a mis pies en una silla baja. Con aparente indiferencia le digo:

—¿Es cierto que ese hombre te ha hablado, Ana María?

—Sí.

—¿Querés contarme, Ana María?

—Sí, ya sabés, Sergio, que en otras ocasiones me ha dicho que me quiere. Ayer me acompañó a la salida de la tienda y me propuso matrimonio. Yo le dije que tengo un hijo y que no soy casada; me contestó que lo sabía, pero que esto no le importa, que será su padre…

El vértigo me invade. Siento la soledad que dejará en derredor la ausencia de Ana María. Me repongo y heroicamente replico:

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