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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (12 page)

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En suma: quienes afirman que la Sábana Santa es real pueden agarrarse a cientos de experimentos científicos, mientras que quienes apuestan por su falsificación sólo disponen de un examen científico a su favor que, para colmo, ha sido completamente desautorizado.

¿Vírgenes negras?

Hace miles de años, en el Neolítico, cuando los seres humanos comenzaban a extenderse por el planeta, las grutas, los bosques, los ríos, las montañas, los lugares en los que se desarrollaba la vida de los primeros grupos de cazadores nómadas se convirtieron en ocasiones en lugares especiales. Tal vez algunos de estos sitios llamaron su atención. Detalladas observaciones, fenómenos anómalos, reflexiones en las cuevas al amparo del fuego en las noches oscuras en las que en el exterior acechaban bestias sin nombre y todo tipo de peligros les hicieron destacar algunos lugares que les daban una placentera sensación de seguridad o que les ponían en contacto con las fuerzas inmensas e incontroladas del mundo. Todo lo que ocurría a su alrededor tenía que obedecer a una causa, la misma que provocaba las tormentas, la lluvia, el viento, las mareas, los temblores de tierra. Todo era, sin duda, producto de la Tierra, de la Madre Tierra, a la que había que rendir culto y a la que se debía venerar por su poder, pero a la que también había que agradecer todo lo bueno que ofrecía la existencia y con L que había que mantener una buena relación, con el fin de que fuera propicia a la tribu y la apoyase con su poder infinito.

Esta primera deidad y la más importante ha sido conocida de forma general con el nombre de Diosa Madre, como forma de identificar de manera universal a la Tierra. La Diosa Madre era la responsable de los fenómenos naturales que desconcertaban a los primeros nombres y se le comenzó a rendir culto en aquellos sitios en los que los hombres primitivos creían que podían comunicarse con la divinidad. Para ello se identificaron lugares especiales, sitios, enclaves, que no han perdido la fuerza mágica y evocadora que tenían cuando nuestros antepasados los convirtieron en centros de culto. Eran cuevas, ríos, fuentes o peñas, en las que se sentía, se notaba, el pulso de la Tierra. Todos ellos fueron sacralizados y pasaron de generación en generación, de siglo en siglo, convertidos en lo que eran: lugares de poder.

Las culturas primitivas eran esencialmente matriarcales, las mujeres guardaban el secreto de la vida y la Diosa Tierra era una mujer, la madre de todas las cosas. Sólo con la llegada del cristianismo las cosas cambiaron, la crucifixión de Jesús, su muerte redentora, trasladaba el culto a una figura masculina, pero el culto ancestral pagano e la Diosa Madre y los centros en los que se la había venerado desde hacía miles de años nunca se perdieron y fueron trasladados o convertidos en lugares de culto de un figura que seguía representando a la deidad femenina: la Virgen, con el niño en brazos, supervivencia lejana que mantenía los ecos de un pasado nunca muerto. La Iglesia trató de minimizar este hecho, intentando que el culto a la Virgen estuviese siempre en un cuidado segundo plano, pero en Europa occidental esto cambió radicalmente a partir del siglo XI.

San Bernardo de Claraval y la orden del Císter, que se extendió a lo largo de los siglos XI y XII por todo el mundo cristiano, impulsaron el culto a la Virgen María, aflorando en Occidente la corriente nunca eliminada de la vieja tradición, de nuevo sus viejos centros de culto fueron rehabilitados y sobre ellos nacieron ermitas, iglesias y catedrales. Muchas de las imágenes de la Virgen veneradas en estos lugares tenían una especial característica, eran vírgenes negras, tallas oscuras que no eran ninguna novedad en el mundo, pues figuras muy similares llevaban entre nosotros miles de años. ¿De dónde habían salido?

Las imágenes de vírgenes negras obedecen a una lejana tradición que estaba muy arraigada en Oriente. La representación de la Virgen con el niño Jesús en brazos no es más que una adaptación al cristianismo de las imágenes de Isis con Horus, casi siempre representada en negro, algo que también ocurrió con otras diosas del Mediterráneo oriental como Astarté, Deméter, Cibeles e incluso Diana. Estas tradiciones fueron absorbidas por el cristianismo, al igual que ocurrió con otras muchas de origen pagano. En Europa, la aparición de vírgenes negras a partir de esa época demuestra que no se habían olvidado los antiguos lugares de culto y el culto a la Tierra, que de nuevo fueron rehabilitados, si es que alguna vez habían dejado de estar activos.

Quedan, por último, dos cuestiones que desde siempre han atraído a los amantes de lo oculto y del misterio. La primera es el papel jugado por la orden del Temple y su relación con las vírgenes negras y la segunda, la posibilidad de que algunos centros de culto a una virgen negra ocultasen un culto secreto a la Magdalena, en lugar de a la madre de Jesucristo. Ambas cuestiones están íntimamente relacionadas, aunque, en contra de lo que a menudo se piensa, las vírgenes negras no han tenido necesariamente relación con los templarios.

Es más que probable que el Temple tuviese relaciones en Tierra Santa con sociedades secretas judías, sufíes o gnósticas. Las sofisticadas y avanzadas culturas del Mediterráneo oriental debieron de influir mucho en el pensamiento de los rudos caballeros europeos, que, afectados por tal despliegue de sabiduría y cultura, integraron una gran parte de estos conocimientos recién adquiridos en su proyecto político-religioso, del que en realidad sólo tenemos conjeturas. Algunos investigadores piensan que, en Europa occidental, los templarios buscaron identificar y controlar los centros de poder de la vieja tradición, en los que alzaron iglesias y ermitas, tal vez con el intento de crear un nuevo culto que integrase en el cristianismo las antiguas creencias y las orientales. Con su búsqueda de la sinarquía y del gobierno de la caridad y el amor, ellos perseguían recrear el reino de Dios. Si eso fuese cierto, en una época de marcado culto masculino, conocedores del riesgo que podría tener exponer abiertamente un culto a una «Diosa», lo camuflaron ingeniosamente bajo representación de una figura nueva que, bajo el nombre de Nuestra Señora, encubriese el culto a la Diosa Madre, creando una curiosa asociación entre ésta y María Magdalena, a la que ya algunos evangelios apócrifos conceden una gran importancia.

¿A cuántos herejes mató la Inquisición?

El papa Juan Pablo II renovó en el 2004 la solemne petición de perdón a Dios, formulada en el año 2000, por los «métodos de intolerancia y violencia» de la Inquisición, que «representa para la opinión pública el símbolo del antitestimomo y del escándalo». No le faltaba razón. Hoy está considerada como una de las páginas más negras de la historia de la Iglesia, una larga página manchada de horrores y de sangre. Mucho se ha dicho sobre esta institución y mucho se ha exagerado sobre sus métodos y sus víctimas. Para empezar, sería conveniente saber que los historiadores distinguen tres inquisiciones: la medieval, ejercida por los obispos locales, o por la Santa Sede con carácter puntual y esporádico (por ejemplo, la Cruzada contra los albigenses); la española (y más tarde, por imitación, la portuguesa), creada en 1478 por los Reyes Católicos con el beneplácito papal, con actuación restringida al territorio de la corona española y portuguesa, lo que incluía América y los territorios europeos en particular italianos) dependientes de ella; y una tercera inquisición, la romana, la más moderna, fundada por el papa Pablo III en 1542 con ámbito teóricamente universal.

Uno de los temas más controvertidos de la Santa Inquisición (nombre eufemístico donde los haya) es saber a cuántas personas llegó mandar ejecutar para acabar con la herejía y la hechicería. Las cifras varían tanto a nivel general como si lo hacemos por países, y para eso necesitamos saber cuánto tiempo duró. Inexplicablemente, la Inquisición tuvo una larga vida en España: se instauró en 1242 y no fue abolida formalmente hasta 1834 durante la regencia de María Cristina. Sin embargo, su actuación más intensa se registra entre 1478 y 1700, es decir, durante el gobierno de los Reyes Católicos y los Austrias.

En España, sólo en tiempos de Felipe V, dicen que fueron quemadas en la hoguera mil seiscientas brujas y así se barajan cifras escalofriantes en gran parte aportadas por Juan Antonio Llórente, ex secretario del Santo Oficio madrileño, que fue el mejor difusor de la leyenda negra a través de su
Historia crítica de la Inquisición española
, que contiene muchos elementos de interés, junto a errores de bulto de carácter estadístico. A partir del siglo XIX, se consideraron válidas (aunque más tarde se demostraron erróneas) las cifras globales aportadas por Llórente, entre las que se recogía la muerte del 9,2 por ciento de las personas juzgadas por la Inquisición. Según sus datos, en los 339 años que cubría su muestra fueron quemadas 31.912 personas, otras 17.659 lo fueron en efigie y 291.021 fueron penitenciadas con penas graves, eso sin añadir los castigados por los tribunales de México, Lima, Cartagena de Indias, Sicilia, Cerdeña, Orán, Malta y las galeras del mar.

Hasta hace pocos años ha existido cierta confusión sobre el número de víctimas mortales del Santo Oficio. Es preciso aclarar, no obstante, que los ajusticiados por herejía y brujería no fueron las únicas víctimas: existían penas menores (cárcel, multas, penitencias, sambenitos, etc.) y, además, las familias de los reos quedaban marcadas por la infamia durante generaciones (de ahí la importancia que se dio en la España del XVII a la «limpieza de sangre», es decir, a no tener antepasados falsos conversos del judaísmo o islamismo, perseguidos por la Inquisición).

Respecto al número de ajusticiados no hay datos definitivos, porque hasta ahora no se han podido estudiar todas las causas condenadas en archivos. Son más próximos a la realidad los estudios realizados en 1986 por los profesores Heningsen y Contreras, dos expertos en el tema, sobre unas cuarenta y cinco mil causas abiertas por herejía (exactamente 44.674) entre 1540 y 1700: concluyen rae fueron quemadas 1.346 personas, lo que supone el 1,8% de los juzgados (algo menos de nueve personas al año) en todo el enorme Territorio del imperio español, desde Sicilia hasta el Perú, lo cual representa una tasa inferior a la de cualquier tribunal provincial de justicia. De ellos el 1,7 por ciento fueron condenados además en efigie, es decir, no pudieron ser ajusticiados por estar en paradero desconocido, por lo que en su lugar se quemaba o ahorcaba a muñecos. Y todo esto en ciento sesenta años.

Tomando en consideración un intervalo de tiempo más amplio, el profesor Bartolomé Escandell afirma que entre 1478 y 1834 refundación y abolición del Santo Oficio) se condenó a muerte al 1.2 por ciento de los juzgados. Para Shafer, investigador protestante alemán, en España desde 1520 hasta 1820 (trescientos años) el número de herejes condenados a muerte fue de doscientos veinte, de los que doce fueron quemados.

España carga con el «sambenito» de ser el país más severo en cuanto a la aplicación de las penas y nada más lejos de la realidad. La Inquisición española condenó a la hoguera a cincuenta y nueve brujas, aunque sería mejor decir supuestas brujas, a pesar de que los procesos celebrados por el temido tribunal fueron ciento veinticinco mil. Ese es uno de los datos inéditos contenidos en las 786 páginas del volumen
La Inquisición
, editado por el Vaticano y presentado a mediados del año 2004 en Roma por los cardenales Roger Etchegaray, Jean Lous Tauran y Georges Cottier. El libro, resultado de un simposio internacional celebrado en el Vaticano en el año 1998, le sirvió de base al papa Wojtyla durante el Jubileo del 2000 para pedir perdón al mundo por los pecados cometidos por los católicos durante los siglos pasados.

En la ponencia del profesor Gustav Heningsen se exponen datos precisos sobre esta terrible escabechina. De las 125.000 mujeres acusadas por brujería en toda Europa entre los años 1540 y 1700, murieron en la hoguera unas 50.000. Sus conclusiones se pueden resumir en esta tabla:

PAÍS
AJUSTICIADAS
HABITANTES
España
Portugal
Italia
Suiza
Polonia-Lituania
Dinamarca-Noruega
Alemania
59
4
36
4.000
10.000
1.350
25.000
7.000.000
 
 
1.000.000
3.400.000
970.000
16.000.000

La caza y quema de brujas en esos países revela que la Inquisición en ciertos lugares, como España, fue más benévola e indulgente que en Suiza (donde hubo más matanzas en proporción a su población) o Alemania. Se puede comprobar que la ejecución de herejes y brujas fue superior en los países protestantes que en los católicos.

Esto contrasta con los datos suministrados por el historiador e hispanista británico Henry Kamen, conocido estudioso no católico de la Inquisición española, quien ha calculado y rebajado la cifra a un total de tres mil víctimas (años antes decía que eran diez mil) a lo largo de sus seis siglos de existencia. Kamen añade que «resulta interesante comparar las estadísticas sobre condenas a muerte de los tribunales civiles e inquisitoriales entre los siglos XV y XVIII en Europa: por cada cien penas de muerte dictadas por tribunales ordinarios, la Inquisición emitió una».

La Inquisición ha sido fuente de numerosos escándalos, a los que no es preciso añadir más horrores —ni errores— que los justamente necesarios y comprobados.

Capítulo IV
Tecnología en la Antigüedad
¿Qué era la Mesa de Salomón?

De todos los objetos del legendario templo del rey bíblico, el Arca y la Mesa son, sin duda, sus objetos más conocidos. Mucho se ha escrito sobre el origen y composición de esta «mesa». Se ha especulado sobre toda clase de hipótesis: desde que era una simple mesa, eso sí, de oro y diamantes, hasta que en realidad se trataba de un cofre, aunque el análisis de las leyendas medievales parece hacer referencia siempre a un espejo. De su propietario, el rey Salomón, se ha dicho que poseía una gran sabiduría y una considerable fuente de riquezas. Entre sus valiosas posesiones se cree que tenía un trono totalmente automatizado, naves voladoras y un espejo mágico. La tradición no habla para nada de ninguna mesa que tuviera un valor concreto o simbólico para Salomón y, al igual que las narraciones árabes, las referencias a este objeto siempre aluden a un espejo de cualidades prodigiosas.

El Libro de Enoch ya hace referencia a ellos, diciendo que fue Azaziel quien enseñó a los hombres a fabricar espejos mágicos donde podían verse escenas y personas distantes. Recuerda un remoto aparato de televisión, pero no adelantemos todavía hipótesis. Se dice que este espejo de Salomón le revelaba todos los lugares del mundo y le permitía ver los siete climas (Carra de Vaux,
L’abregé des Merveilles
, París, 1898). Si a esto unimos el hecho de que, según Al-Masudi, disponía de un mapamundi y de la bóveda celeste dibujada en sus santuarios, llamados tronos de Salomón, la imaginación se dispara.

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