Entrelazados (28 page)

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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Entrelazados
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Su padre recordaba a Aden. Eso estaba claro. Sin embargo, ¿qué era lo que recordaba? ¿Qué era lo que le había hecho pasar de ser un padre amable y sosegado a un bruto distante?

Aden se despertó sobresaltado y se incorporó entre jadeos. Estaba sudando, y tenía la camisa pegada al cuerpo. Miró a su alrededor. Estaba en su habitación, pero no sabía qué hora era. No sabía cómo había llegado hasta allí. No había hecho sus tareas, no había hablado con Dan. Lo último que recordaba era que estaba en el bosque con Victoria, y que ella tenía los colmillos clavados en su cuello.

Miró hacia la izquierda y hacia la derecha. ¿Dónde estaba…?

—Shhh —de repente, Victoria estaba sentada a su lado, con un dedo posado en sus labios—. Estás bien. No tienes que angustiarte por nada. Yo me he ocupado de todo. He limpiado el establo y les he dado de comer a los caballos, aunque los animales no se han puesto muy contentos de verme. He convencido a Dan y a los demás de que llegaste a casa cuando debías. Dan piensa, incluso, que habéis tenido una larga y agradable charla sobre tu sesión de estudio.

Él se relajó un poco. Volvió a tumbarse y notó un dolor en el cuello. Se palpó el lugar con la mano, pero no notó ningún pinchazo. Ella debía de haberle curado. ¿Lamiéndole el cuello, como había hecho con sus labios?

—Gracias —dijo. Se sentía un poco avergonzado de que ella hubiera hecho tanto por él. Él era el chico y ella era la chica. Se suponía que era él quien debía cuidar de ella—. ¿Te has metido en líos con Riley?

—No. Volví con él cuando le había prometido y él me llevó a casa. Después volvió con Mary Ann, y yo aproveché para escaparme y venir aquí. Siento haber bebido tanto de tu sangre, Aden. Debería haberme apartado, pero tu sabor era tan dulce, mejor que el de nadie, y lo único que podía pensar era que quería más, que necesitaba más.

Pese al dolor que sentía, Aden se estremeció al recordarlo.

—Te dije que era un animal —sollozó ella.

—No, claro que no —respondió él. Fuera lo que fuera lo que le había inoculado en la vena… Dios santo. Quería más. La tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella—. Lo que hiciste… Mentiría si te digo que no me gustó.

—Sí, pero…

—Sin objeciones. Tú necesitas la sangre para vivir, y yo quiero ser el que te la dé. Durante el tiempo que esté vivo, quiero ser la persona de la que te alimentes.

Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Hablas como si te fueras a morir pronto.

¿Debía contarle la visión de Elijah?

—Ven aquí —le dijo. Le soltó la mano y abrió los brazos a modo de invitación. Ella se tendió a su lado y metió la cabeza en el hueco de su cuello—. Tengo que contarte una cosa. Es algo que no te va a gustar, y que seguramente te asustará.

Ella se puso tensa.

—De acuerdo.

—He visto mi propia muerte.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Victoria con espanto.

—Algunas veces sé cuándo va a morir la gente, y cómo. Hace un tiempo vi mi propia muerte, igual que he visto la de miles de personas.

Ella apoyó la palma de la mano sobre su pecho, justo sobre su corazón. Estaba temblando.

—¿Y nunca te has equivocado?

—Nunca.

—¿Y cómo va a suceder? ¿Cuándo?

—No sé cuándo, sólo que no seré mucho mayor de lo que soy ahora. No tendré camisa, y tendré tres cicatrices en el costado derecho.

Ella se incorporó y se sentó. Sin pedirle permiso, le levantó la camisa. Tenía cicatrices, pero no las líneas paralelas que él había visto en su visión.

—Para tener cicatrices antes debes recibir una herida, y esa herida tiene que curarse.

—Sí.

—Cuando hayas descansado, vas a contarme todo lo que sepas de esa visión, y después haremos todo lo que esté en nuestro poder para evitarlo. ¿De qué serviría saber algo con antelación si no puedes cambiarlo?

Aden le acarició la mejilla, y ella cerró los ojos al notar su contacto. En cualquier otro momento, él tendría que contarle que no servía de nada intentar impedir la muerte de alguien, porque era imposible. Sin embargo, ya le había dicho suficiente por una noche. En aquel momento tenían cientos de cosas de las que hablar, y cientos de cosas que hacer.

—¿Has notado alguna cosa diferente en mi habitación? —le preguntó—. ¿Algo diferente sobre la gente que vive en el rancho?

Tal vez Ozzie fuera dulce como un ángel ahora que el pasado había sido alterado.

Ella volvió a tenderse a su lado y se acurrucó contra él. En aquella ocasión, le pasó el brazo por el estómago y lo abrazó con fuerza, como si tuviera miedo de perderlo.

—Lo único diferente que he notado es que en tu escritorio hay muchos frascos de píldoras. Antes no las había visto.

¿Píldoras?

Entre las protestas de Victoria, Aden se levantó de la cama y se acercó al escritorio. A primera vista todo parecía normal. Allí estaba su iPod. Unas semanas antes alguien se lo había dejado olvidado en el banco de un parque, y él lo había recogido. Miró el resto de la mesa. Allí había frasco tras frasco de pastillas. Las tomó y leyó las etiquetas una por una. No era de extrañar que sus compañeros hubiesen estado en silencio desde que se había despertado. Estaban total y completamente drogados.

—¿Chicos?

No hubo respuesta.

—¡Chicos! —les dijo, para despertarlos.

¿Y si las drogas les habían causado un daño irreparable? ¿Y si nunca volvían? Él creía que ya había tomado todas las medicinas del mundo, y sin embargo, ellos nunca habían reaccionado así. Miró las etiquetas de nuevo. Nunca había visto aquella medicación. ¿Tal vez era experimental?

Miró el nombre del médico que se las había recetado, que estaba impreso en la parte posterior de los frascos. Ya no era el doctor Quine, sino el doctor Hennessy.

—¡Chicos!

Por fin, Eve respondió.

«Estoy muy cansada», dijo.

«No puedo pensar», musitó Caleb.

«Sólo quiero dormir», añadió Elijah.

Julian permaneció en silencio.

—¡Julian! —exclamó Aden.

Siguió el silencio.

—Julian, si no empiezas a hablar ahora mismo, voy a…

«No chilles», murmuró Julian. «Habla más bajo».

A él se le hundieron los hombros del alivio. Gracias a Dios. Todos estaban vivos.

«¿Qué ha ocurrido?», preguntó Eve.

Aden les explicó lo de la medicación. Al igual que él, conservaban los recuerdos anteriores, que no cambiaban cuando cambiaba el pasado. Ellos tampoco sabían lo que les había ocurrido.

Aden se volvió hacia la cama, pero Victoria ya no estaba allí. Él no la había oído moverse, pero de repente estaba a su lado, y lo abrazó por la cintura.

—Tengo que irme —le dijo mientras le acariciaba el cuello con la nariz—. Mi familia se despierta a estas horas de la noche, y tengo que estar en casa. Además de Riley, hay otros hombres lobo rodeando esta propiedad, y la casa de Mary Ann, para protegeros.

Aden le posó las manos sobre las mejillas y la besó suavemente en los labios.

—¿Nos veremos mañana? —preguntó, pero acto seguido se quedó helado.

Había alguien en la ventana, mirando hacia el interior de su habitación, o más bien, fulminándolo a él con la mirada. Él colocó a Victoria detrás de su espalda.

—Escóndete —le dijo mientras buscaba las dagas con la mirada. ¿Dónde las había metido?

—¿Qué pasa? —Victoria siguió la dirección de su mirada.

Entonces se le escapó un silbido.

—No. No, no, no —dijo con un gemido—. Él no. Cualquiera, menos él.

—¿Lo conoces?

Ella no respondió. Se apartó de Aden, y él intentó agarrarla para volver a colocarla detrás de su espalda.

—No me toques —le ordenó ella con frialdad.

—¿Victoria?

Ella se deslizó hacia la ventana.

—Te dije que te apartaras de mí, Aden, y lo dije de verdad.

Después, desapareció con un movimiento emborronado.

Cuando Riley entró por la ventana de Mary Ann, a la una de la madrugada, la encontró sentada al borde de la cama, abrazada a sí misma, meciéndose hacia delante y hacia atrás.

Ella no dijo ni una palabra cuando él pasó al baño. No dijo ni una palabra cuando salió vestido y se agachó frente a ella.

—Mary Ann —susurró Riley, y le acarició la mejilla con un dedo—. ¿Estás bien?

Él tenía la piel cálida y las manos encallecidas. Era reconfortante. Sin poder evitarlo, Mary Ann apoyó la cabeza en su hombro. Al principio él se puso tenso. ¿Por qué? Entonces la abrazó por la cintura y la acercó más a sí, y a ella se le olvidó aquella rigidez momentánea.

Él llevaba la misma camisa y los mismos vaqueros que llevaba siempre cuando estaba en su casa. Y sin ropa interior, recordó Mary Ann sin querer, cosa que la hizo ruborizarse.

Riley se echó a reír al ver su aura, y ella se ruborizó todavía más.

—Hola, emoción.

—¿Por qué has vuelto? —le preguntó Mary Ann para cambiar de tema. No quería decirle qué era lo que había provocado aquella emoción.

—He llevado a Victoria a casa. Ahora tengo tiempo libre.

—¿Y si ella se escapa de nuevo?

Riley sonrió irónicamente.

—Esta noche hay otra persona para encargarse de ella.

—¿Quién? ¿Por qué?

—Eso es un secreto de Victoria, no mío. No puedo contarlo yo. Y ahora, dime en qué estabas pensando cuando he llegado.

—Mi padre conocía a Aden. En cuanto mencioné su nombre, empezó a comportarse de una manera muy rara. Se encerró en su despacho y no ha vuelto a salir desde entonces.

—Bueno, en este momento está dormido.

—¿Cómo lo sabes?

—He ido a mirar por su ventana, y su aura es blanca, serena. Además, está roncando —dijo Riley, y una vez más, le acarició la mejilla con un dedo.

Ella sintió un cosquilleo en la piel.

—Más emoción —dijo él, sonriendo.

—Deja de interpretarme.

La sonrisa desapareció.

—¿Por qué?

—Es injusto. Yo nunca sé lo que estás sintiendo tú.

Él arqueó una ceja.

—En ese caso, deja que te lo diga. En cualquier momento, puede decirse que estoy pensando en ti y que estoy igualmente emocionado.

—Ah.

Vaya. La frustración se esfumó.

—Entonces… ¿te gusto?

—Y si no fuera así, ¿por qué iba a estar rondando por aquí todo el tiempo? ¿Por qué tengo ganas, algunas veces, de destrozar a tu buen amigo Aden? Demasiado buen amigo, en mi opinión. ¿Y qué sientes tú?

Ella lo miró con incredulidad.

—¿Es que no lo sabes?

—Dilo —gruñó él.

—Muy bien —respondió Mary Ann, que de repente, tenía ganas de reír—. Sí. Me gustas.

La expresión hosca de Riley se suavizó.

—Bien. Muy bien —entonces le acarició el pelo, y suspiró mientras miraba el despertador de la mesilla de Mary Ann—. Aunque me gustaría mucho continuar con esta conversación, tengo que encontrar el expediente que quiere Aden. Victoria me lo ha encargado.

—Creo que lo tiene mi padre.

Riley se puso en pie.

—Sólo hay un modo de averiguarlo.

—Lo sé —dijo ella.

Llevaba horas pensándolo, y al final había decidido hacerlo. Esperaría hasta que su padre se hubiera dormido y entonces, iría en busca de lo que necesitaba.

—No te preocupes —le dijo él—. Yo lo encontraré. Tú no tienes por qué implicarte.

¿Era eso lo que quería? Le había prometido a Aden que iba a ayudarlo, y ella no era una cobarde. No rompía sus promesas. Además, se sentiría mejor si ella conseguía el expediente, y no otra persona. Sería como mantenerlo en familia, por decirlo de algún modo.

Se levantó e irguió los hombros.

—Lo haremos juntos.

Entonces, hizo algo que los dejó anonadados a los dos. Se puso de puntillas y le dio a Riley un beso en los labios.

—Gracias por volver a ayudarme.

Cuando ella quiso apartarse, él la agarró por los antebrazos y la mantuvo donde estaba. Tenía los ojos brillantes.

—La próxima vez que decidas hacer eso…

—¿Qué? ¿Tengo que avisarte?

—No —dijo Riley con una sonrisa—. Recréate.

Del diario de casos del doctor Morris Gray.

23 de enero

Paciente A. ¿Qué puedo decir de él? La primera vez que lo vi, me recordó a mi hija. No físicamente, claro, porque no se parecen. Tampoco en su comportamiento. Mi hija es alocada y despreocupada, y se ríe con facilidad; A., por el contrario, es callado y tímido, y teme mirar a la gente a los ojos. Nunca lo he visto sonreír. Mi hija está feliz cuando está rodeada de gente. A. es feliz solo, inadvertido. Sin embargo, yo detecto anhelo en su mirada. Quiere formar parte del grupo. Quiere que lo acepten. Y el hecho de que no suceda, me rompe el corazón. Ahí es donde más se parecen: en el amor que siento por ellos. En un caso es comprensible. En el otro… no.

Sin embargo, el amor es exactamente lo que necesita A. Nadie lo ha querido desde que sus padres lo abandonaron, mientras que mi hija ha sido adorada durante toda su vida. Por eso sonríe, y él no.

Pese a las diferencias de su pasado y sus caracteres opuestos, ambos irradian vulnerabilidad. Eso es algo que llega al corazón, como si unas garras se clavaran en él y se negaran a soltarlo. Es algo que los graba a fuego en tu memoria, de modo que ya no puedes olvidarlos.

Me he dado cuenta de cómo miran los demás pacientes a A. Ellos también sienten esas garras. Ellos también se sienten atraídos por el niño sin saber el motivo.

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