Espadas de Marte (26 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Espadas de Marte
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—¡Eh! —gritó—. ¿Dónde te has metido?

No era la voz del hombre que me había traído la comida la vez anterior. Yo no contesté.

—¡Por la corona del Jeddak! —musitó él—. ¿Se habrá escapado?

Lo oí trajinar en la cadena que evitaba que la puerta se abriera más de unas pulgadas, y mi corazón dejó de latir. ¿Podría ser que mis locas esperanzas fueran a realizarse? De aquella descabellada posibilidad dependían todos mis restantes proyectos.

La puerta acabó de abrirse, y el hombre penetró cautelosamente en la celda. Era un guerrero robusto. Llevaba la antorcha en la mano izquierda, y con la diestra empuñaba una afilada espada larga. Avanzó con precaución, mirando a su alrededor a cada paso. Aún estaba demasiado cerca de la puerta. Atravesó mi celda muy lentamente, mascullando para sí, y lo seguí por la viga como una pantera seguiría a su presa en la oscuridad del techo. Comenzó a retroceder, farfullando todavía exclamaciones de asombro, cuando pasó por debajo de mí, me lancé sobre él.

CAPÍTULO XXIII

La puerta secreta

Al abalanzarme sobre el guerrero y derribarlo, sus gritos resonaron por toda la celda y el pasillo, pareciéndome más que suficientes para atraer sobre mí a todos los hombres del castillo.

La luz de la antorcha se extinguió al caer el hombre al suelo, luchamos en la mayor oscuridad. Mi primera intención era acallar sus gritos, y lo logré en cuanto mis dedos encontraron su garganta.

Parecía casi milagroso que mis sueños se estuvieran verificando casi paso a paso, prácticamente tal como los había concebido; esta idea me otorgó confianza en que quizá la buena fortuna continuaría amparándome hasta que me encontrara a salvo de las garras de Ul Vas.

El guerrero con el que pugnaba sobre el suelo de piedra de aquella oscura celda del castillo de los táridas, era un hombre de fuerza física corriente, así que no tardé en derrotarlo.

Probablemente conseguí hacerlo antes de lo que hubiera tardado normalmente debido a que, apenas le aferré la garganta, le prometí que no lo mataría si dejaba de resistirse y de gritar.

El tiempo era un factor decisivo porque, aunque el aullido de aquel hombre no hubiese sido advertido por sus camaradas escalera arriba, mandarían a alguien a investigar casi con toda seguridad, si no volvía a cumplir sus restantes obligaciones en un tiempo razonable. Para lograr escapar, tenía que salir de allí de inmediato; así que, una vez que le hice mi oferta al guerrero y éste dejó de forcejear, aflojé mi presa en su garganta, para que pudiera aceptar o rehusar mi proposición.

Era un hombre razonable y aceptó.

Lo até inmediatamente con su propio arnés y, como precaución adicional, le introduje una mordaza en la boca. Acto seguido, lo liberé del peso de su daga y, tanteando en el suelo, encontré la espada larga que había dejado caer cuando lo ataqué.

—Y ahora adiós, amigo mío —le dije—. No te sientas humillado por tu derrota. Hombres mucho mejores que tú han caído ante John Carter, príncipe de Helium —y salí, cerrando la puerta detrás de mí.

El pasillo estaba muy oscuro. Yo apenas sí había vislumbrado, brevemente, un trozo cuando me habían traído la comida el otro día.

Me había parecido que el pasillo corría perpendicular a la puerta de mi celda, y anduve a tientas en esa dirección para abrirme paso. Debería haber avanzado lentamente por aquel pasadizo desconocido, mas no lo hice, pues sabía que si habían oído los gritos del guerrero en el castillo, no tardarían en enviar a alguien a investigar y, sin duda alguna, no quería encontrarme con el grupo de hombres armados en aquel callejón sin salida.

Guiándome por la pared con una mano, avancé con rapidez; había progresado unas cien yardas cuando vi una vaga luz. No me pareció la luz amarillenta de una antorcha sino la luz del día, aunque muy difusa.

La claridad de la luz iba aumentando según me aproximaba, y no tardé en llegar al pie de la escalera de lo alto de la cual procedía.

Hasta ese momento, no había oído nada que me indicara que alguien venía a investigar, así que subí las escaleras con un sentimiento de cierta seguridad.

Entré en el piso superior con la máxima precaución. Estaba mucho más iluminado. Era un corto pasillo con una puerta a cada lado y una salida en cada extremo. La salida opuesta a mí daba a otro pasillo transversal. Me dirigí hacia ella velozmente, puesto que ya podía ver mi camino con bastante claridad, dado que el pasillo, aunque sombrío, estaba mucho mejor iluminado que aquel del cual yo provenía.

Me felicitaba por mi buena suerte e iba a doblar la esquina cuando me tropecé de lleno con una figura.

Era una mujer. Probablemente se había asustado más que yo, y empezó a gritar.

Yo sabía que, por encima de todo, tenía que evitar que diera la alarma y la agarré, tapándole la boca con la mano.

En el momento en que topé con ella acababa de doblar la esquina del otro pasillo, siéndome visible en toda la longitud, y, mientras la silenciaba, vi a dos guerreros aparecer por el otro extremo. Venían en mi dirección. Evidentemente, me había congratulado demasiado pronto.

De no ser por el estorbo de mi cautiva, podría haber encontrado un escondite o, de no ser así, haberles tendido una emboscada, en el pasillo más oscuro, y matarlos antes de que pudieran dar la alarma: pero allí me encontraba con ambas manos ocupadas, una de ella sujetando a la forcejeante muchacha y la otra impidiéndole gritar.

No podía matarla, y si la soltaba tendría todo el castillo encima de mí en un instante. Mi situación parecía totalmente desesperada, pero no por ello dejé de tener confianza. Había llegado hasta allí; no podía, no debía admitir la derrota.

Entonces recordé las dos puertas que había visto en el pasillo anterior. Una de ellas estaba sólo a unos pasos detrás de mí.

—Manténte callada y no te haré daño —le susurré, arrastrándola a lo largo del pasillo hacia la puerta más cercana.

Afortunadamente, no estaba cerrada con llave, pero desconocía lo que hallaría al otro lado. Tenía que pensar rápidamente, y decidir qué hacer si estaba ocupada. Una sola cosa parecía factible: empujar dentro a la mujer y correr hacia atrás para enfrentarme a los dos guerreros que había visto acercarse. En otras palabras, abrirme paso fuera del castillo de Ul Vas luchando… Un plan loco, con medio millar de guerreros dispuestos a cortarme el paso.

Mas la habitación no estaba ocupada, como pude ver en cuanto entré, ya que estaba bien iluminada por varias ventanas.

Cerrando la puerta permanecí, con mi espada en mano, pegada a ella, escuchando. No miré a la mujer que tenía en mis brazos; estaba demasiado concentrado intentando percibir el avance de los dos guerreros que había visto. ¿Tomarían aquel pasillo? ¿Vendrían a aquella misma habitación?

Debí haber aflojado inconscientemente mi presión sobre los brazos de la muchacha, puesto que, antes de que pudiera evitarlo, apartó mi mano y habló.

—¡John Carter! —exclamó en voz baja.

La miré sorprendido y la reconocí. Era Ulah, la esclava de Qzara, la Jeddara de los táridas.

—Ulah —dije ansiosamente—, por favor, no me obligues a hacerte daño. No deseo dañar a nadie del castillo, sólo quiero escapar. Mucho más que mi vida depende de ello, tanto depende que, si fuera necesario, para mis propósitos, quebrantar la ley no escrita que prohibe a los miembros de mi casta matar a una mujer, lo haría.

—No tienes por qué temerme, no te traicionaré.

—Eres una mujer prudente. Has comprado tu vida muy barata.

—No es por salvar mi vida por lo que lo he prometido. No te traicionaré de todas formas.

—¿Por qué? No me debes nada.

—Quiero a mi señora Qzara —dijo ella simplemente.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—No perjudicaré a nadie a quien mi señora ame.

Por supuesto, yo sabía que Ulah estaba fantaseando, dejando volar su imaginación más de la cuenta, mas como no importaba lo que creyese, en tanto que sus creencias me ayudase a escapar, no la contradije.

—¿Dónde está ahora tu ama?

—En esta misma torre. Está encerrada en una habitación directamente encima de ésta, en el piso de arriba. Ul Vas la guarda ahí hasta que esté preparado para acabar con ella. ¡Oh, sálvala, John Carter, sálvala!

—¿Cómo sabes mi nombre, Ulah?

—La Jeddara me lo dijo. Hablaba constantemente de ti.

—Tú estás más familiarizada con el castillo que yo, Ulah. ¿Existe algún camino por el que pueda llegar hasta la Jeddara? ¿Puedes enviarle un mensaje? ¿Podemos sacarla de su celda?

—No. La puerta está cerrada con llave y hay dos guerreros de guardia día y noche.

Me acerqué a la ventana y miré por ella. No parecía haber nadie a la vista. Me asomé todo lo que pude y miré hacia arriba. Vi otra ventana, a unos quince pies, por encima de mí. Volví con Ulah.

—¿Estás segura de que la Jeddara está en la habitación de arriba?

—Lo sé —respondió ella.

—¿Y quieres ayudarla a escapar?

—Sí, no hay nada que no hiciera para servirla.

—¿Para qué se usa esta habitación?

—Ahora para nada. Puedes ver que todo está cubierto de polvo. Hace mucho tiempo que no se utiliza.

—¿Crees que es posible que vengan aquí? ¿Crees que estaré seguro escondido aquí hasta que se haga de noche?

—Estoy segura de que estarás perfectamente a salvo. No se me ocurre por qué razón podría entrar alguien aquí.

—¡Bravo! ¿De verdad quieres ayudar a escapar a tu ama?

—De todo corazón. No soportaría verla morir.

—Entonces, puedes ayudarla.

—¿Cómo?

—Trayéndome una cuerda y un gancho fuerte. ¿Crees que puedes hacerlo?

—¿De qué largo quieres la cuerda?

—De unos veinte metros.

—¿Cuándo la necesitas?

—En cualquier momento en que puedas traerla sin peligro, antes de medianoche.

—Puedo conseguirla. Iré inmediatamente.

Tenía que fiarme de ella, no me quedaba más remedio, de modo que la dejé marchar.

Después de que se hubo marchado y hube cerrado la puerta detrás de ella, encontré un sólido pestillo en su interior, y la cerré para que nadie pudiera entrar inesperadamente en la habitación y tomarme por sorpresa. Y me senté a esperar.

Fueron aquellas unas horas muy largas. No podía dejar de preguntarme si había hecho bien al confiar en la esclava. ¿Qué sabía de ella? ¿Qué lealtad la ataba a mí, salvo el tenue lazo engendrado por su estúpida imaginación? Quizás ya hubiera dispuesto mi captura. No sería nada sorprendente que algún guerrero fuera su amante, ya que era bastante hermosa. ¿De qué mejor forma podría servirle que comunicando el lugar de mi escondite, proporcionándole la ocasión de capturarme y tal vez, con ello, la de ganar un ascenso?

Hacia el fin de la tarde, cuando escuché unas pisadas acercarse por el pasillo hacia mi escondite, los primeros sonidos que había oído desde la partida de Ulah, estuve seguro de que eran guerreros que venían a atraparme. Me determiné a vender cara mi vida, y me coloqué ante la puerta con mi espada larga dispuesta en la mano. Pero los pasos me sobrepasaron. Se movían en dirección a la escalera por la que yo había venido desde mi celda.

No mucho después, los oí retornar. Varios hombres hablaban excitadamente, pero no pude captar sus palabras a través de la gruesa puerta. Respiré de alivio cuando dejé de oírlos; mi confianza en Ulah comenzó a aumentar.

Anocheció. Comenzaron a brillar luces en muchas de las ventanas visibles desde la habitación en que me hallaba.

¿Por qué no volvía Ulah? ¿No había encontrado una cuerda y un gancho? ¿Qué o quién la detenía? ¡Qué absurdas preguntas se hace uno al borde de la desesperación!

De pronto, escuché un ruido ante la puerta. No había oído aproximarse a nadie pero alguien empujaba la puerta, intentando entrar. Me acerqué y pegué mi oreja al panel.

—Abre, soy Ulah —oí entonces.

Sentí gran alivio al descorrer el pestillo y admitir a la esclava. La habitación estaba bastante oscura, tanto que no podíamos vernos el uno al otro.

—¿Creíste que no iba a volver, John Carter? —preguntó ella.

—Comenzaba a tener mis dudas. ¿Conseguiste las cosas que te pedí?

—Sí, aquí están —dijo ella, y sentí una cuerda y un gancho entre mis manos.

—¡Muy bien! —exclamé—. ¿Has sabido algo que pueda ser de ayuda para mí o a la Jeddara mientras estabas fuera?

—No, nada que pueda servirte de ayuda, pero sí algo que te hará aún más difícil abandonar el castillo, si es que ello es posible, cosa que dudo.

—¿A qué te refieres?

—Han descubierto tu fuga de la celda. El guerrero que enviaron con la comida no volvió, y cuando enviaron a otros guerreros a investigar, lo encontraron atado y amordazado en la celda donde deberías haber estado tú.

—Deben haber sido los que oí pasar esta tarde. Es raro que no hayan buscado aquí.

—Creen que seguiste otra dirección —me explicó ella—. Están registrando otra parte del castillo.

—Pero buscarán aquí, ¿no?

—Sí, acabarán por registrar todas las habitaciones del castillo, pero les llevará bastante tiempo.

—Te has portado muy bien, Ulah. Lamento no poder ofrecerte a cambio otra cosa que mi agradecimiento.

—Me gustaría hacer más aún; no hay nada que no haría por ayudarte a ti y a la Jeddara.

—Ya no puedes hacer nada más; será mejor que te vayas, no sea que te vayan a encontrar aquí conmigo.

—¿Estás seguro de que no hay nada más que pueda hacer?

—No nada, Ulah —abrí la puerta y ella salió.

—Adiós y buena suerte, John Carter —me susurró mientras cerraba la puerta.

Una vez echado el pestillo, acudí inmediatamente a la ventana. Afuera estaba muy oscuro. Hubiera preferido esperar hasta después de la medianoche para intentar poner en práctica el plan que había ideado para rescatar a Qzara, pero el conocimiento de que estaban registrando el castillo me obligaba a abandonar toda consideración salvo la prisa.

Até cuidadosamente un cabo de la cuerda al gancho que me había traído Ulah. Luego me senté en el alféizar de la ventana y me incliné hacia afuera.

Até un extremo al marco de la ventana, y sostuve el gancho en mi mano derecha, dejando resbalar el resto de la cuerda pared abajo.

Calibré la distancia hasta el alféizar de la ventana de encima. Me pareció demasiado lejana para alcanzarla desde la posición en que me hallaba, así que me incorporé poniéndome de pie sobre el alféizar. Esto me acercó algunos pies a mi objetivo y también me proporcionó mayor libertad de movimiento.

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