Especies en peligro de extinción (14 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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Dio unos pasos más, conteniendo el aliento y escuchando. Tenía erizado el vello de la nuca, produciéndole la siniestra sensación de que la vigilaban. Intentó convencerse de que eso era una tontería; estaba a buena distancia del campamento, y no había indicios de que alguno de sus compañeros náufragos hubiera ido en esa dirección. Aun así, aceleró el paso, mirando a uno y otro lado. La selva estaba llena de movimiento, como siempre; pequeñas aves color pardo saltaban sobre ella de rama en rama, llamándose alegremente unos a otros; la brisa cosquilleaba las frondas de un grupo de palmeras cercanas; un lagarto desapareció de la vista delante de ella, con un agitar de su larga cola de látigo.

Debería ser una escena idílica y reconfortante. Normalmente, habría estado encantada con la libertad de encontrarse sola en la naturaleza, en un entorno tan hermoso. Pero, por mucho que intentara convencerse de lo contrario, en ese lugar había algo que no parecía normal. Puede que allí no estuviera a salvo, puede que debiera volver ya y...

Un repentino fogonazo de color la distrajo de sus pensamientos. Se quedó boquiabierta, intentando enfocar la mirada en el pequeño borrón azul turquesa y rojo, verde pálido y marrón. Dio un paso entrando en un rayo de sol tan intenso que por un segundo se quedó casi ciega. Lo atravesó trastabillando y pestañeó con rapidez intentando seguir los movimientos del ave que saltaba delante de ella de un charco de sombra a otro, por el suelo cubierto de hojas. Si pudiera verla más de cerca, al menos sabría si...

Pisó una rama seca provocando un chasquido agudo que tuvo eco en la selva. El ave alzó el vuelo con un revoloteo de plumas, perdiéndose entre los troncos de árboles, agitando arriba y abajo la larga cola como si volase en una ruta ondulada.

—¡Espera! —exclamó Faith, rompiendo a correr en dirección a donde había desaparecido el pájaro, temiendo perderlo de nuevo. Pero al rodear un peñasco que sobresalía del suelo tuvo otro atisbo de las plumas turquesas que tenía sobre la cola justo antes de que volvieran a desaparecer en las sombras.

Corrió tras ellas, manteniendo la vista al frente. Cuando llegó a un grupo de bambúes, las hojas estrechas y secas parecían agitarse en armonía con su respiración al correr. Al salir al otro lado del macizo de bambúes, casi chocó contra un racimo de gruesas lianas que colgaban de un viejo árbol. Las esquivó, se detuvo un momento, respirando con fuerza mientras examinaba la zona buscando la cacatúa.

Vio un movimiento en un arbusto que tenía justo delante, y apenas lo vio antes de que volviese a alzar el vuelo, rápido y rasante. Volvió a salir tras él, saltando sobre peñascos y troncos caídos y esforzándose por no tropezar o golpearse con ramas y matojos. El aire húmedo seguía inmóvil y asfixiante, y podía saborear su propio sudor y sentir como le escocían los ojos. El correr alternativamente por claros iluminados por el brillante sol y densas sombras la mareó un poco, pero no se atrevió a aminorar el paso. No quería volver a perder el ave.

Cuando empezaba a preguntarse cuánto tiempo más podría mantener ese ritmo, la cacatúa cambió bruscamente de rumbo, desviándose a la derecha, colina abajo, por entre una soleada ladera salpicada de enormes peñascos. Faith bajó resbalando por ella, intentando mantenerse erguida al descender por el suelo rocoso. Cuando creía haber perdido otra vez su presa, la vio justo delante. Estaba parada en una larga rama a la sombra de otra más grande, moviendo ligeramente la cabeza.

¡Por fin! Faith se acercó despacio, con el corazón en la garganta. Solo tenía que guardar silencio y lo sabría con seguridad. Si pudiera identificarla de forma positiva, confirmar que había un ejemplar vivo de
Psephotus pulcherrimus
parado en la rama que tenía delante, solo eso bastaría para que todo lo padecido en los últimos días Je pareciera un poco menos desastroso. Hasta podría significar que el hecho de aterrizar en esa selva tenía un propósito...

Entrecerró los ojos y caminó con cuidado hacia el ave. Su brillante pecho verde lima parecía brillar en la oscuridad de la rama, pero el fuerte contraste entre luz y oscuridad impedía que sus ojos captasen más detalles. Tenía que acercarse más...

Al dar el siguiente paso, una roca se desplazó bajo sus pies, haciéndola caer de rodillas. Guijarros y piedras más grandes se desprendieron ruidosamente por la ladera. El ave, sobresaltada, alzó el vuelo sobre los raquíticos árboles de la ladera, desapareciendo otra vez en la selva.

—¡No! —gritó Faith, frustrada, y los confines de la ladera le devolvieron sus palabras— Vuelve...

Recorrió el resto de la ladera lo más rápido que pudo, y corrió por la selva hacia donde había desaparecido el ave. No había ni rastro de ella, así que eligió una dirección al azar. Se movió lo más rápido que pudo por entre el denso follaje, examinando en vano las copas de los árboles. Solo cuando tropezó con una raíz y casi se cae de cara por tercera o cuarta vez aceptó que ya era hora de rendirse. El ave había desaparecido.

Suspiró con frustración, el pie le dolía allí donde había tropezado, y miró a su alrededor... dándose de pronto cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba. La excitación de la caza desapareció rápidamente, sustituida por el miedo. Estaba perdida.

Miró a su alrededor e intentó contener el pánico. No era la primera vez que se encontraba perdida en la espesura; solo tenía que mantener la calma y deshacer el camino. Pero solo pudo seguir sus huellas unos pocos metros antes de que se perdieran en la profunda capa de hojas que cubría el suelo de la selva. Estaba rodeada por un bosque de árboles altos de aspecto extraño y corteza lisa con enormes racimos de raíces aéreas. El follaje era allí escaso, por lo que le resultaba imposible encontrar el camino recorrido fijándose en ramas rotas u otras señales. Alzó la mirada y se dio cuenta de que no podía ver el sol por entre las densas capas de los árboles para tener un sentido general de la dirección en que debía ir para volver a la playa.

Vagó un rato sin rumbo, pensando en lo que podía hacer. El aire húmedo parecía respirar con ella, haciéndole sentir claustrofobia y pavor. ¿Por qué había corrido tan despreocupadamente? No era propio de ella ser tan impulsiva e inconsciente. De algún modo, alcanzar esa ave le había parecido la cosa más importante del mundo, por un momento le había hecho olvidar todos sus miedos y ansiedades, todos los problemas de los últimos días. Y ahora se encontraba mucho peor que antes, y sin lo que buscaba. Eso le sucedía por actuar por impulso. ¿Qué podía hacer ahora?

Al cabo de unos minutos se detuvo en un claro, intentando combatir el pánico que se acumulaba en su interior. Miró a su alrededor, obligándose a mantener la calma y pensar en su situación, a buscar un modo de salir de su apuro. Árboles majestuosos y retorcidos rodeaban el claro, cuya espesa hojarasca bloqueaba su visión del sol en las alturas y proyectaba una oscura sombra en la zona. Las lianas colgaban aquí y allí como largos dedos sin vida alargándose hacia la tierra. El terreno estaba cubierto por una alfombra de hierba verde pálido de medio metro de alto, que onduló libremente cuando una brisa se deslizó por el claro.

¿De verdad era una brisa lo que agitaba la hierba? Faith sintió las manos pegajosas al darse cuenta de que el movimiento de la hierba estaba limitado a una zona; las finas hojas se inclinaban y mecían como si las desplazara una gran serpiente que no veía pero que se dirigía hacia ella.

Dio un paso atrás y miró nerviosa a su alrededor. Otra parte de la hierba se mecía e inclinaba. Luego otra. Y otra.

Giró frenética en círculo, un temor repentino se aferró a su garganta dificultándole la respiración. Había movimiento por todas partes. ¡Estaba rodeada! La selva que rodeaba el claro se había vuelto extrañamente silenciosa, y podía oír el débil siseo de vientres escamosos rozando el suelo.

Incluso invadida por su creciente miedo, una pequeña parte de su mente se rebeló contra lo que pasaba. Serpientes... solo eran serpientes. Miró el círculo de movimientos e intentó convencerse de que era una tontería asustarse. Le gustaban las serpientes. Las comprendía; había dedicado su vida a ellas.

Pero eso no cambiaba el hecho de que ahora, por primera vez en su vida, se encontraba completamente aterrada por ellas...

Un ave chilló en alguna parte de las alturas, sobresaltándola. Alzó la mirada. No vio ni rastro del ave, pero se fijó en una de las gruesas lianas que colgaban sobre su cabeza.

Volvió a clavar los ojos en el suelo. Las serpientes invisibles ya estaban a solo unos pasos de distancia, acercándose con rapidez desde todas direcciones. Llegarían hasta ella en unos segundos.

Saltó hacia arriba, agarró la liana y se aferró a ella con fuerza, balanceando las piernas hacia arriba, lejos de la hierba. No se atrevió a mirar hacia abajo mientras forcejeaba por agarrarse más arriba, los músculos de brazos y hombros gritando en protesta. Se las arregló para ascender, mano sobre mano, con respiración entrecortada y dolorosa. En cuanto pudo rodear la liana con las piernas, el ascenso le resultó más sencillo. No se detuvo hasta alcanzar el refugio de una fuerte rama a seis metros del suelo. Se deslizó por ella hasta apoyarse en la áspera corteza del tronco, su pecho agitándose al intentar recuperar el aliento.

Cuando miró al claro de abajo, la hierba estaba inmóvil.

—16—

Faith estaba sentada en la cama del hotel, inmóvil, mirando la nota de Arreglo. Preguntas a medio formular llenaban su mente, y no estaba segura de lo que debía decir o hacer a continuación.

—¿Y bien? —dijo Óscar, con un toque de impaciencia en la voz— ¿Te vas a reunir con él o no?

—Er, no lo sé. Supongo que sería mejor esperar a volver a casa, cuando no esté tan ocupado...

—No seas ridicula —dijo al punto Óscar, quitándole la nota y agitándola ante su cara—. Quiere verte, incluso te ha reservado una hora. Sería una grosería no acudir.

—Oh —no lo había visto de ese modo—. Igual tienes razón. No sé ni cómo contactar con él para decirle que no voy... ¡Oh! ¡Si ni siquiera sé cómo ir a su hotel! ¿Cómo voy a...?

—Tranquila —la interrumpió él, antes de que a ella le diera un ataque de pánico—. He sido yo quien lo ha llamado, ¿recuerdas? Sé dónde se aloja y cómo llegar hasta allí. Yo te llevaré. ¡Pero será mejor que te des prisa y te vistas! No tenemos mucho tiempo.

Faith clavó la mirada en el reloj de la mesita de noche y se dio cuenta de que tenía razón. Se había quedado dormida y ya eran casi las nueve.

Saltó de la cama, rebuscó en los cajones donde había metido su ropa. Le alegraba haberse traído su mejor falda de
tweed
y la blusa verde pálido que casi parecía seda auténtica.

—Ahora vuelvo —le dijo a Óscar al ir al baño.

El agua de la ducha del hotel se calentó enseguida, a diferencia de la vieja bañera de su dormitorio de casa, o de la estrecha ducha del apartamento de Óscar. Se quedó parada bajo la ducha un largo rato, dejando que el agua se llevara las telarañas de sueño que aún le quedaban. Ni siquiera así le parecían reales la nota y la cita con Arreglo, pero no tenía tiempo para preocuparse por ello.

Cuando salió de la ducha, oyó un murmullo en la habitación contigua. Por un momento pensó que Óscar había puesto la tele, pero entonces le oyó reírse y se dio cuenta de que hablaba por teléfono.

Supuso que habría llamado a Tammy o a alguno de los otros, así que se secó rápidamente y cogió el cepillo de dientes de entre el caos de objetos de aseo de Óscar. Empezaba a pensar que lo había subestimado; nunca habría supuesto que él reaccionaría de este modo en la actual situación. Se sonrió en el espejo a través de una capa de pasta de dientes, dándose cuenta de que Arreglo era quien había acabado uniéndolos y que ahora los acercaba más que nunca. Eso casi hizo que empezase a creer en el destino....

Óscar había hablado al principio en voz baja, pero cuando Faith cerró el agua tras cepillarse los dientes, notó que sus palabras sonaban cada vez eran más altas y rápidas. Siempre se ponía así cuando estaba excitado, y escuchó atentamente, preguntándose vagamente de qué estaría hablando.

—...mmmbl mmbl... Te dije que funcionaría. ¡Está hecho! —dijo cortante— ¡Todo resuelto!

Él volvió a bajar la voz y ella cogió la ropa que había dejado sobre la tapa del inodoro. Se dio cuenta de que la falda que tenía en la mano era la misma que llevó en su primera entrevista con el Dr. Arreglo, más de un año antes. La idea hizo que el estómago le diera un vuelco, tal y como le pasó aquel día. ¿De verdad podrían recuperar su relación? Cuando pensaba en su última conversación, le pareció casi imposible. Pero su nota no solo lo hacía parecer posible, sino probable...

—¡Sí! —la voz de Óscar se oyó claramente desde la otra habitación, interrumpiendo sus pensamientos—. Te dije que estaba dispuesto a hacerlo, y lo estoy. No te preocupes. Puedo hacerlo, créeme. De hecho, apenas puedo esperar a hacerlo.

Sonaba casi furioso, y miró a la puerta casi con preocupación. Su voz volvió a descender al nivel de murmullo, y ni siquiera cuando ella se acercó a la puerta pudo oír lo que decía.

Entonces miró el reloj de pulsera que había dejado en un estante. Al ver la hora, se olvidó de la conversación de Óscar y se apresuró a acabar de vestirse. Estaba tan nerviosa que se sentía físicamente enferma, pero se aferró a la idea de que Arreglo quería verla. Si podía arreglar las cosas entre ellos, sería una de las mejores cosas que saldrían de ese viaje.

Una de las frases de su discurso por la radio acudió a su mente:
Uno no puede influir en nada si no está dispuesto a aceptar compromisos.
Eso podría considerarse como una excusa para vender tus propios valores, o un tributo al potencial y el poder del compromiso. Puede que hasta Óscar llegase a comprender eso algún día.

—¿Faith? —se oyó una llamada en la puerta del baño—. ¿Estás ya, nena? Tenemos que irnos.

—Ya voy.

Se pasó un peine por el pelo húmedo, se miró por última vez en el espejo y salió corriendo a unirse a él.

Óscar la esperaba en el estrecho vestíbulo que había en el baño, golpeando el suelo con el pie. Llevaba un sombrero de ala ancha que no le había visto nunca, y sostenía en una mano la cazadora azul de Faith.

—Seguramente no la necesitaré —le dijo Faith, haciendo un gesto con la cabeza hacia él—. No si hace tanto calor como ayer. ¿De dónde has sacado el sombrero?

—Póntela de todos modos —dijo Óscar, ignorando su pregunta—. En el hotel de Arreglo habrá aire acondicionado, y aún tienes mojado el pelo.

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