Especies en peligro de extinción (17 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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Óscar se inclinó y cogió la jeringuilla, alzándola hacia la luz. Faith pudo ver que la jeringuilla aún contenía líquido.

—Oops, parece que no se lo inyecté todo —Óscar se encogió de hombros y miró a Arreglo—. Pero parece que bastó para que hiciera su trabajo.

Puso un protector en la punta de la aguja y se guardó la jeringuilla en el bolsillo del pantalón.

Mientras el inconsciente Arreglo luchaba por respirar, Faith luchaba por mantener la cordura. Era muy consciente de que los segundos corrían, segundos que podían resultar cruciales para salvarle la vida a Arreglo. Pero, de algún modo, no podía decidirse a actuar o a pensar o a hacer nada que no fuera seguir de rodillas mirando horrorizada.

Óscar seguía hablando.

—Bueno, ahora hay que salir de aquí —dijo, cogiendo la cazadora de ella y entregándosela—. Tú imítame y no hagas ninguna estupidez. Los matones de alquiler de fuera saben que yo no pude pasar esa jeringuilla. Me registraron antes de entrar, ¿recuerdas? Así que, cuando descubran esto, sabrán que la pasaste tú —sonrió, cogiendo las gafas de sol y poniéndoselas—. Que no se te olvide mientras salimos, nena.

—Pero, si yo no... —empezó a protestar, pero enseguida se quedó con la boca abierta al recordar que se fijó en que Óscar jugueteaba con la cazadora antes de entrar en la suite—. Me la metiste en el bolsillo, ¿verdad? —la acusó, sintiendo esa verdad como un puñetazo en las tripas— Te aseguraste de que llevara la cazadora porque sabías que seguramente no me registrarían.

—Bingo —respondió Óscar, poniéndose el sombrero y calándoselo para que le cubriera casi toda la frente—. ¡Ya te vas dando cuenta! —la cogió por el brazo y la puso en pie de un tirón— Vamos, hay que irse mientras podamos. Tenemos que estar lejos de aquí antes de que lo encuentre alguien.

La mente de Faith se rebelaba contra todo lo que estaba sucediendo. Parecía haberse detenido en el momento anterior a que Arreglo le estrechara la mano a Óscar, como si rechazase aceptar todo lo que había pasado tras eso. Si tan solo la realidad pudiera funcionar de ese modo, con alguna especie de botón cósmico de rebobinado... Ella permaneció paralizada donde estaba, mirando a Arreglo. Óscar debió de administrarle una buena dosis de veneno. Igual ya era tarde para ayudarlo.

—¡Vamos! —esta vez Óscar sonó impaciente de verdad— ¿A qué esperas? Por si no te has dado cuenta, ahora eres una mujer reclamada por la justicia.

Eso despejó un poco la bruma de su mente.

—¿Yo? —exclamó— ¡Pero si no he hecho nada malo!

Óscar se rió.

—Eso puede ser cierto, pero ¿quién va a creérselo? En lo que respecta a todos los que están fuera de este cuarto, eres cómplice. Eras tú quien tenía acceso a Arreglo, quien coló el veneno... Diablos, hasta fuiste tú quien le sacó el veneno a alguna de las serpientes, ¿recuerdas?

Faith cerró los ojos, recordando las extracciones efectuadas la tarde anterior en el laboratorio. Creía estar haciéndolo para ayudar a la causa de la lucha contra el cáncer. Y en vez de eso...

Óscar no había acabado.

—¿Y quién estará a tu lado para pagarte la fianza y ayudarte a encontrar un abogado decente? —se burló él, mirándola por encima de las gafas—. Nadie. Yo soy lo único que te queda, nena.

Sus palabras le resultaron más crueles que cualquier cosa que pudiera haberle dicho o hecho. Óscar sabía que ella carecía de familia, que no tenía con quién contar en caso de aprieto aparte de ella misma. Arreglo había sido la persona más cercana que había tenido en los últimos años, y luego el propio Óscar, claro, o eso había creído. No tenía a nadie aparte de ellos. Ya no.

Sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, y no se resistió cuando Óscar la cogió del brazo y tiró de ella hacia la puerta. Faith caminó de forma pasiva por el pasillo interior y se detuvo ante la puerta que daba al exterior.

—Sígueme la corriente, no lo olvides —le siseó él al oído a modo de advertencia.

Entonces abrió la puerta. Los guardas, que estaban recostados contra la pared, se incorporaron atentos.

—¿Pasa algo, amigo? —dijo uno de ellos— Salís, er, antes de lo que creíamos.

La risa de Óscar sonó sorprendentemente normal.

—No os preocupéis, chicos —dijo, guiñándoles un ojo—. No le diré al jefe que estabais holgando —Inclinó la cabeza hacia Faith—. Aquí la señorita está algo mareada... Tiene vértigo, y los ventanales de dentro la han puesto mala.

—Siento oírlo, Srta. —dijo el guardia, sonriendo a Faith.

—De todos modos, el Dr. Arreglo nos ha dicho que os diera un mensaje —continuó diciendo Óscar, con tono alegre y casual—. Quiere echar una siesta antes de la siguiente reunión. Dice que procuréis que no le moleste nadie hasta entonces, ¿vale?

—No es problema —repuso el guardia encogiéndose de hombros—. El es el jefe, ¿verdad?

—¡Verdad! —Óscar volvió a reírse y le dio una amistosa palmada en el hombro al guardia— Hasta luego, chicos.

Apretó aún más la presa sobre el brazo de Faith y la condujo hasta el ascensor. Las puertas se abrieron sólo segundos después de que apretara el botón, y él la empujó suavemente para que entrara en la cabina vacía.

Ella se volvió para mirar de frente la puerta, removiendo los pies como una vieja. Miraba sin ver mientras las puertas se cerraban.

—21—

George miraba a la acantofis con ojos muy abiertos y enloquecidos de miedo. Faith le dirigió una última mirada ansiosa y se concentró en la serpiente. Calculó con cuidado la distancia que la separaba del saliente rocoso, y avanzó con cuidado varios pasos. Le preocupaban los gestos impulsivos e idiotas que pudieran ocurrírsele a George, pero hizo todo lo posible para apartar esos pensamientos de su mente. Debía concentrarse y hacer lo que tenía que hacer, pasara lo que pasara.

—Con calma —murmuró, aunque no estaba segura de si se dirigía a George, a la serpiente o a sí misma. Supuso que sería un poco de cada cosa—. Con calma...

Dio un paso más, luego otro, y siguió avanzando hasta estar a solo un metro de la parte frontal del saliente. Debido a la ligera inclinación hacia arriba que había entre la punta y la parte de atrás, la parte frontal estaba algo más baja de lo que creía; la superficie estaba casi a la altura de su cintura. Aferró el palo con ambas manos, lo levantó hasta la altura del hombro y dio otro paso.

Ya estaba a su alcance. La acantofis seguía mirando fijamente a George, sin darse cuenta o sin mostrar interés por ella.

Faith se detuvo, con el palo preparado, peguntándose si podría hacerlo. Aunque sentía un respeto muy sano por la serpiente, no le daba mucho miedo; en el pasado había manejado otras mucho peores. Lo que hacía que se le secara la boca y le temblara el cuerpo era pensar en lo que podía pasar si fallaba. Las posibilidades pasaron ante su mente en completo tecnicolor. Podía fallar, el palo podía romperse o resbalar en la roca...

La cosa sería bastante grave si la serpiente se volvía contra ella, pues sabía muy bien lo que podía esperar en ese caso. Pero si atacaba a George, o le hundía los colmillos en la cara o el cuello, no estaba segura de poder asumirlo. Eso representaba otra muerte en su conciencia por haber tomado una mala decisión... Por un segundo interminable, le pareció que lo mejor era quedarse allí quieta, paralizada, y no hacer nada, en vez de correr el riesgo.

Un pájaro de plumaje colorido semejante a un periquito apareció entonces, gorjeando melodiosamente, sacando a Faith de su trance. Parpadeó agradecida al pájaro mientras este desaparecía de la vista, y volvió a concentrarse en la tarea que tenía delante. Seguía sin estar segura de si podía confiar en que George no haría alguna tontería. Pero daba igual. Era más importante que confiara en sí misma. Después de todo, era lo único que podía controlar. La antigua Faith podría no habérselo creído. Pero la de ahora sí que lo creía.

No se concedió una segunda oportunidad para quedarse paralizada y se abalanzó hacia delante, clavando con fuerza el palo en la roca. La serpiente se sacudió —una, dos, tres veces— removiendo el cuerpo a todo su alrededor con tanta violencia que, por un aterrador instante no supo si había fracasado o tenido éxito.

Entonces se quedó un momento quieta antes de volver a revolverse, dando a Faith la oportunidad de darse cuenta de que lo había conseguido; la gran cabeza triangular de la serpiente estaba sujetada con fuerza contra la piedra, limpiamente atrapada entre las ramas de la horquilla del final del palo. Siguió apretando con todas sus fuerzas. No quería que las manos le temblaran y la horquilla se le escapara, pero al mismo tiempo no quería apretar con tanta fuerza como para partir la rama en dos. Era un número de equilibrio, un cuidadoso compromiso entre demasiada fuerza y demasiado poca.

—¡Ahora! —le gritó a George, que siguió paralizado donde estaba— ¡Salta! ¡Pasa por encima y sal de ahí!

Pero George siguió sin moverse. ¿A qué esperaba? Faith apartó la mirada de la serpiente lo bastante como para mirarlo, dándose cuenta de que el hombre mantenía la vista fija en la serpiente y que el color había huido de su rostro.

—Oh, no —susurró ella.

El ataque de Faith y la violenta reacción de la serpiente debían de haber acabado con la poca valentía que le quedaba. Era evidente que estaba demasiado aterrado para moverse, incluso para salvarse a sí mismo. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora?

—¿George? ¡Hola, George! Recupérate ya, ¿vale?

Él no respondió ni se movió. Ella tragó saliva, procurando no aflojar la presión en el palo. El grueso cuerpo de la serpiente se agitaba de lado a lado, golpeándola con fuerza en los brazos y el torso, pero apenas sintió el dolor. Volvía a estar paralizada por la indecisión, intentando decidir cómo enfrentarse a ese giro de los acontecimientos completamente inesperado.

Pero esta vez no permitió que el pánico la dominara. Miró al terreno rocoso y localizó una piedra ovalada junto a su pie derecho. Tenía el tamaño de un pomelo alargado y era sólida, lo bastante pesada como para poder aplastarle la cabeza a la acantofis. Le sería muy fácil agacharse y cogerla mientras seguía sujetando el palo con una mano. Y le sería aún más fácil usarla para matar a la serpiente mientras estaba atrapada e indefensa.

La idea le revolvió el estómago. ¿Por qué debía morir la serpiente por culpa de la cobardía de George? La mano que sujetaba el palo tembló al recordar la arañita que mató sin pensárselo dos veces. Por no hablar de las incontables criaturas que debió de desplazar con sus negocios inmobiliarios: aves, reptiles, conejos, ciervos, insectos, arañas, peces y muchos más. ¿Qué pasaba con ellos? ¿Había sentido él acaso alguna punzada de piedad o culpa por ella? ¿Había pensado siquiera en ellas?

Sabía lo que Óscar diría que debía hacer...

—Yo no soy Óscar —murmuró con ferocidad, meneando la cabeza para hacer desaparecer todo recuerdo de él. Le importaba la serpiente, cierto. Pero también le importaba George. Incluso tras todo lo que había pasado, seguía siendo un ser humano.

Bajó la mirada, alargó el pie y se acercó un poco más la piedra. La tenía a su alcance por si la necesitaba, y sabía que la utilizaría de ser necesario. Era lo bastante fuerte como para hacer lo que hiciera falta para salvarle la vida a George.

Pero también era lo bastante fuerte como para no renunciar a sus ideas solo porque el camino a seguir fuera difícil. Seguía creyendo en el compromiso, así que antes prefería buscar otra forma...

—22—

—Mira, ya te lo dije. Nada de compromisos, y nada de echarse atrás —Óscar parecía contento al cerrar tras de sí la puerta de su habitación de hotel—. Hay que hacer lo que haga falta; es la supervivencia del más apto, nena.

Faith no podía creer que Óscar estuviera allí parado, discutiendo con ella como si solo estuvieran en desacuerdo sobre lo que pedirían para cenar o a quién debían apoyar en las próximas elecciones. Como si no acabara de matar a un hombre...

Apenas recordaba haber dejado la suite de Arreglo, o caminado por el vestíbulo del hotel o tomado un taxi para volver allí. Pero ahora que estaban en su propia habitación, su mente empezaba a salir del estupor, al menos un poco. Caminó hasta la cama con piernas de goma, aturdida por la enormidad de lo que acababa de pasar. Se agachó con cuidado para asumir una posición de sentada en el borde del colchón, y sintió que el corazón le latía con violencia y que las lágrimas amenazaban con derramarse. Le dolía la cabeza, le dolía el estómago, le dolía el corazón, y casi deseó poder volver a su estupor por un rato.

—Esto no puede estar pasando —insistía con desesperación—. Óscar, por favor, dime qué está pasando de verdad, ¿vale? Porque no lo entiendo.

Lo miró, esperando contra toda esperanza que algo que él dijera la ayudara a entender. Que le ofrecería alguna explicación, alguna información que la ayudara a comprender la locura que acababa de suceder. Que todo eso podía acabar saliendo bien.

—Ya te lo he dicho —Óscar sacó la jeringuilla del bolsillo y la depositó con cuidado en la cómoda—. Todo ha salido tal y como se suponía que tenía que salir. Llevamos planeando este momento desde antes de que nos conociéramos. Ha sido cosa del destino.

Se quitó los zapatos con los pies y se desplomó en la cama.

El cerebro de Faith parecía funcionar al ralentí como un motor frío a temperaturas bajo cero. A pesar de eso, empezaba a relacionar lentamente algunas cosas que quizá debieron serle obvias mucho antes.

—Espera —dijo—. ¿Conocías a esas otras personas antes del viaje? Mo, Rune, Junior...

—Claro —se quitó el sombrero y las gafas y la miró—. Sobre todo por la red, claro. Pero todos somos miembros de la LIDA desde mucho antes. Claro que solo los miembros de más confianza podían participar en el plan.

—Y cuando tú y yo nos conocimos... —luchó por entenderlo—. ¿Sólo buscabas a alguien que conociera a Arreglo? ¿Alguien que te proporcionara acceso a él?

—Pero ahora eres mucho más que eso, nena —Óscar le dedicó lo que ella dedujo que se suponía era una sonrisa tranquilizadora—. No sólo eras perfecta para el papel sino que resultaste ser una novia de lo más guay —Saltó a su lado, el colchón lo hizo rebotar, y le plantó un torpe beso en la mejilla—. Por eso cambiamos un poco el plan para que al final no tuvieras que cargar con la culpa.

Todo su cuerpo se estremeció al apartarlo de ella.

—Espera. ¿Ibais a echarme la culpa de esto?

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