Mientras esperaban, las puertas del Centro Informático se abrieron y se le permitió la entrada al sargento que, tras ver a Alice, se dirigió hacia donde estaban los tres. Cuando se dio cuenta de que quienes la acompañaban eran Everett y Collins, se detuvo y adoptó la posición de firmes.
—En condiciones normales, habría hecho esto a través de usted, Jack, pero todavía no conoce las posibilidades de su departamento y esto es urgente. Creo que el sargento y el sistema Europa le han proporcionado un punto de partida para buscar a Reese, pero vamos a escuchar cómo lo encontraron, por si usted halla algún defecto en el procedimiento.
—Esto es lo que tenemos hasta ahora, señora —dijo el sargento, tendiéndole el informe a Alice.
—Mejor denos un informe de viva voz. No puedo leer ni una línea más esta mañana…
El sargento asintió y miró a Jack.
—Lo que hicimos fue proporcionarles los dos números a la Agencia de Seguridad Nacional. Ninguno de los dos podía ser investigado, ya que ninguno de los dos había recibido ninguna llamada desde Nevada. Esta información fue confirmada por AT&T, Sprint y las personas residentes en esas casas. Así que no teníamos ningún sitio por donde seguir. De alguna manera, nuestro amigo se las había ingeniado para codificar las líneas que salían del club, así como la transmisión al satélite de comunicaciones de la compañía telefónica. Seguimos atascados hasta que examinamos los monitores de seguridad de El Arca. —El sargento le tendió un cedé al comandante—. Conseguimos esto gracias al doctor Cummings, de reconocimiento fotográfico.
Jack cogió el cedé y se lo pasó a Alice, quien lo introdujo en el ordenador de Reese. Alice usó el sistema táctil con el que estaba configurado el sistema, y con el dedo presionó sobre la carpeta «Vig.Arc.Reese», que significaba «Vigilancia en El Arca a Robert Reese». Inmediatamente empezó un vídeo en el que aparecía Reese caminando en dirección a una de las cabinas. Pudieron verlo deslizar la tarjeta por el lateral del aparato y a continuación marcar una serie de números. Después colgó y salió del bar. Incluso podía verse al encargado del bar diciéndole algo mientras se iba.
—¿Qué demonios acabamos de ver? —preguntó Carl.
El sargento hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pantalla.
—El doctor nos consiguió esto.
En la pantalla empezó otra vez el mismo vídeo; luego, de pronto, se detuvo. A continuación empezaron a pasar los fotogramas, uno a uno, al mismo tiempo que la imagen era ampliada por ordenador hasta poder ver el teclado numérico de la cabina donde los dedos de Reese presionaban las teclas de metal.
—Procesamos la imagen a través del Europa y le preguntamos al ordenador cuáles eran los números que Reese podía estar marcando. —El sargento señaló la pantalla mientras que una imagen completa de Robert Reese aparecía delante de la cabina. La imagen se congeló y una cuadrícula generada por ordenador cubrió por entero el cuerpo del hombre—. A partir de aquí, el Europa empezó a hacer sus cálculos. Al principio creímos que el nuevo sistema había confundido las instrucciones, pero luego nos llevamos una sorpresa, o por lo menos yo me la llevé.
Una rápida sucesión de cifras empezó a aparecer a lo largo del cuerpo de Reese y fue modificándose conforme se movía hacia las pequeñas cabinas telefónicas. La cuadrícula era voluble y se adaptaba al movimiento de su cuerpo, de modo que las medidas calculadas por el ordenador iban cambiando. Cuando comenzó a marcar, otra cuadrícula, esta de color rojo, apareció sobre el teclado que presionaban sus dedos. Podían verse más números y pequeñas flechas que iban en las distintas direcciones del teclado numérico y de los dedos de Reese.
—El doctor Cummings explicó lo que estaba sucediendo. Explicó que el Europa empezó tomando las medidas en vídeo del propio Reese: estatura, longitud aproximada del brazo y demás. Luego hizo un cálculo de la altura de la cabina a partir de los planos del complejo y de la altura del teclado numérico en relación con las medidas de Reese. Según pulsaba los números, el ordenador se puso a trabajar y a generar las cifras constantes causadas por sus movimientos en incrementos diminutos.
De nuevo vieron cómo los números cambiaban a toda prisa, tan rápido que eran incapaces de seguir los cálculos. Cuando Reese dejó de marcar, los cálculos se detuvieron. Luego se abrió una ventana y aparecieron alrededor de un centenar de números. Algunos tenían el mismo prefijo, pero la mayoría parecían producto del azar.
—El Europa redujo los números de teléfono que Reese pudo haber marcado a ciento catorce, después de los cálculos realizados a partir de sus movimientos en la distancia relativa a la altura del teléfono y a la distancia de su cuerpo, y al diminuto trayecto que sus dedos recorrían entre los botones numerados del teclado telefónico.
—Aun así, son muchos números, sargento —dijo Everett. Luego miró a Jack y vio que estaba sonriendo. Debía de imaginarse lo que venía a continuación.
—¿Qué datos usó el Europa para cruzarlos con esos números? —preguntó Jack.
—En efecto, comandante. Lo que hizo fue cruzar los datos.
Unos tonos verdosos oscurecieron la imagen que reflejaba el monitor. Una vez más pudieron ver la grabación de Reese de pie frente a la cabina. Esta vez el ordenador mejoró la visión del teclado numérico teñido de verde y amplió la imagen hasta abarcar solo las teclas y los dedos de Reese. Cuando terminó de marcar, sobre algunas de las teclas metálicas había un pequeño brillo de tono rojizo. El brillo generado por el ordenador empezó a apagarse, pero antes, una serie de números de seis dígitos apareció en otra ventana que se había abierto en la pantalla del monitor.
—El ordenador seleccionó las marcas de aceite que los dedos de Reese habían dejado sobre las teclas —dijo el sargento—. La iluminación del club permite apreciar la diferencia en el brillo de las teclas de metal que acababa de pulsar. El resto de aceite que quedaba en ellas no desaparece de la misma manera, así que la luz se refleja de un modo diferente en esas piezas, con lo que el ordenador es capaz de deducir cuáles son los números presionados.
—Pero sigue habiendo demasiadas cifras para tratarse de un número en concreto… —empezó a decir Everett.
—Esa fue la parte sencilla. El Europa cogió la primera lista de ciento catorce números y los cruzó con las series de seis cifras formadas tras el escaneado óptico, y de ahí surgieron dos posibles números. El ordenador tuvo en cuenta que algunos números podían haberse repetido dos, e incluso tres veces. Por eso ven algunos números con demasiadas cifras para ser un número particular. Tras procesar las combinaciones, solo quedaron dos, ya que la mayoría fueron descartadas por no responder a ninguna línea en activo según la base de datos nacional. Los dos números resultantes correspondían a líneas locales: el primero era el de Kindercare, una pequeña escuela de preescolar situada en el Flamingo Boulevard de Las Vegas, y el segundo es un club de estriptis, el bar Costa de Marfil. Ya se imaginarán por cuál apuesto —dijo el sargento.
—Estupendo —dijo Jack, dejando de mirar a la pantalla y volviendo la vista hacia el sargento—. Muy buen trabajo. Gracias, sargento.
Everett sonrió sin decir nada mientras el joven sargento se daba la vuelta y abandonaba el Centro Informático. Luego, se giró a mirar a Jack, pero vio que Alice también se dirigía hacia la puerta.
Alice esperó a que los dos hombres llegaran al gran pasillo circular.
—Muy bien, necesitamos saber en qué condiciones se encuentra y si ha transferido alguna información acerca del Evento —dijo Jack.
Alice se quedó mirando fijamente a Jack.
—Hacemos siempre un seguimiento riguroso cuando alguien falta al trabajo. Y todavía mucho más cuando eso sucede después de algo como lo de ayer. No me gusta nada el aspecto que tiene todo esto, y a Niles tampoco.
—Sí, señora.
—Me he tomado la libertad de declarar la alerta en la puerta Dos. Allí les espera el Artillero Campos, él les proporcionará los documentos de identidad y las armas. Encuentren a Reese y tráiganlo de vuelta. Y háganlo rápido.
Centro Evento, puerta Dos, casa de empeños Gold City, Las Vegas
10.00 horas
Estaban a punto de dar las diez de la mañana cuando Collins y Everett salieron a toda prisa del ascensor que conducía a la casa de empeños. Jack echó un vistazo alrededor y pensó en cómo había cambiado todo desde el momento en que había entrado en esa misma tienda el día anterior. Parecía que hubieran pasado meses, y no solo dos vueltas enteras de las manillas del reloj, desde que había accedido a aquel almacén oscuro y lleno de polvo.
Campos, el sargento Mendenhall y otros dos hombres les estaban esperando a la salida del ascensor. Todos iban vestidos de civil, Mendenhall sonreía.
—¿Qué ocurre, sargento? —preguntó el comandante.
—Después de su llegada al centro, apostamos sobre qué personal de seguridad sería nombrado. Me alegro de formar parte de la misión de esta mañana, señor.
—La mañana no ha hecho más que comenzar —contestó Collins, mirando un momento al sargento. Luego se dio la vuelta y le preguntó al viejo marine—: ¿Tiene algo para nosotros, Artillero?
El viejo asintió y extrajo dos grandes sobres de papel de manila. Le dio uno a Collins y otro a Everett. En su interior había una cartera de piel con dos documentos de identidad, una placa y una funda con una pistola Browning de 9 mm con dos cargadores de munición.
—Más vale que sobre que no que falte —sentenció Everett, metiéndose los cargadores en el bolsillo de atrás.
Collins hizo lo mismo y enganchó la funda con la pistola en el cinturón de los vaqueros, debajo de la fina cazadora, en la parte central de la espalda. Luego se quedó mirando la placa que tenía en la mano. Era una estrella con la inscripción «Agente federal de los Estados Unidos». Collins enganchó también a su cinturón la funda de piel con la placa, dejando la estrella a la vista.
—¿Y qué pasa si nos encontramos con agentes de verdad? —preguntó el comandante.
—Iremos a la cárcel por hacernos pasar por agentes federales y rezaremos para que Niles nos libre del marrón —contestó el oficial de la Marina, sonriendo.
—Muy bien, ¿quiénes son los que vienen? —preguntó Collins.
Mendenhall presentó a los otros dos hombres, O'Connell y Gianelli, como soldados de primera clase del cuerpo de marines. El soldado O'Connell tenía un claro acento del sur y no cabía ninguna duda de que Gianelli era de Nueva York.
—Artillero ha solicitado permiso para venir con nosotros. No espera participar en ninguna acción, quizá simplemente vigilar los vehículos. La señora Hamilton dijo que lo dejaba en sus manos —informó Mendenhall bajando el tono de voz—. Si está usted de acuerdo, el especialista de quinta categoría Meyers quedará al cuidado de la tienda.
Collins miró al viejo de arriba abajo. No le convencía del todo la idea, pero el hombre seguía siendo un marine, así que tenía ganado su respeto.
—¿Le apetece tomar un poco el aire, Artillero Campos?
—Hace tiempo que tenía ganas, señor. Estoy harto de cuidar de estos críos y de discutir con los turistas. Todavía soy mucho más capaz que muchos de estos, el día que alguno del Ejército pueda conmigo… —El Artillero vio cómo lo miraba el comandante—. Sí, señor… estoy listo para salir. Conozco bien la ciudad y sé exactamente por dónde debemos ir. Con lo anterior, no me refería a nadie de los aquí presentes, comandante.
—Déjelo ahora que aún está a tiempo, Artillero. Puede venir, pero no se acostumbre demasiado. Usted conoce la zona, así que adelante.
—Sí, señor.
El sargento Mendenhall conducía, Everett ocupaba el asiento del acompañante y O'Connell, el central. Los otros tres hombres, Collins incluido, iban en los asientos traseros. En menos de cinco minutos llegaron a la zona del viejo Strip, donde estaban los casinos más antiguos y famosos de Las Vegas.
—Artillero, vaya a ver si este sitio tiene puerta trasera y quédese vigilando —ordenó Collins mientras bajaban del coche—. Usted vaya con él, Gianelli.
—Sí, señor.
Collins los vio alejarse por la parte de atrás del edificio. A continuación él, Everett, Mendenhall y O'Connell se acercaron a la fachada principal. Una vez allí, entraron sin dudar. Tras una mesa había una mujer con aspecto aburrido que ni siquiera levantó los ojos de la revista
People
que estaba leyendo; se limitó a hacer un pequeño globo con el chicle que estaba mascando, lo dejó estallar y lo volvió a meter en la boca. Los cuatro hombres subieron por unas largas escaleras que conducían al olor y al ruido que provenía del bar Costa de Marfil.
La sala estaba oscura y era más grande de lo que parecía desde el exterior. Había música puesta, pero el escenario estaba vacío. Una camarera con los pechos grandes y caídos hablaba con un hombre vestido con un traje negro que estaba sentado en un reservado cubierto por hojas de palmera. Cuando vio aparecer a los recién llegados, salió del reservado, agachando la cabeza detrás de los falsos colmillos de elefante y las hojas de palmera. Le dijo algo al oído a la camarera de los pechos al aire y se marchó, desapareciendo por la trastienda del club. La camarera lo vio alejarse, luego puso la bandeja sobre la mesa y salió por una puerta cubierta por una cortina que había a la izquierda. Volvió a mirar hacia donde estaban Collins y Everett mientras echaba la tela de la cortina.
Al cabo de unos minutos, acompañado por los compases de
Noches de blanco satén
, de Moody Blues, un hombre con un peinado similar al de Elvis en los setenta salió por la puerta cubierta por la cortina y se dirigió hacia los cuatro hombres.
—¿Puedo ayudarles en algo, caballeros? —preguntó en voz alta, por encima del rumor de la música, mostrando sus sucios dientes al sonreír y moviendo los hombros igual que si estuviera calentando.
Everett sopesó a aquel tipo alto y dolorosamente delgado, y le pareció que no resultaba en absoluto peligroso.
—Estamos buscando a alguien —dijo Collins, adelantándose un poco al tiempo que observaba el pequeño bulto que el hombre llevaba debajo de la chaqueta. Era evidente que iba armado.
—¿Y sabes el nombre de ese alguien, poli? —preguntó el tipo, relacionándolos inmediatamente con las fuerzas del orden.
Collins no dijo nada y se quedó mirando al propietario del club. Después, sacó una foto de tamaño carné que Mendenhall le había dado antes en el coche. En la foto aparecía Reese, era la misma que le habían tomado el año pasado para la documentación del Grupo Evento.