Lee observó mientras el pequeño ser dirigía la vista hacia atrás con la mirada perdida. Vio que las grandes pupilas se dilataban y se quedaban fijas. Leslie examinó sin éxito el pequeño pecho en busca de algún tipo de movimiento. La piel verdosa comenzó instantáneamente a convertirse en un blanco grisáceo. Parecía contento cuando murió, se fue con una pequeña sonrisa que ahora la muerte había congelado para siempre.
Lee se sentó durante diez minutos con el doctor Leslie, que estaba conmocionado. Luego se dirigió hacia la salida del hangar pensando en los monstruos y en la guerra. El jefe de patologías, Gerald Hildebrand, se le acercó.
—Señor, me temo que tenemos algo que debe usted ver. —El profesor dio un paso atrás cuando advirtió que la ropa del director estaba empapada de sangre de color verde. El parche del ojo que llevaba Lee estaba casi fuera del sitio, y Hildebrand se lo volvió a poner bien.
Lee asintió con la cabeza dando las gracias y se acomodó el sombrero de fieltro, pero su cabeza estaba en otra parte.
—Tiene usted que ver esto —repitió Hildebrand.
Garrison siguió al doctor hasta una pieza de mayor tamaño. Tenía unos tres metros de largo y la misma distancia de ancho, y unas pequeñas latas adheridas a su parte superior. Lee se dio cuenta de que se trataba del mismo contenedor que el pequeño alienígena había insistido en ver y en tocar. Volvió en sí al darse cuenta de que esta jaula pertenecía al animal al que el pequeño ser había llamado el Destructor. Ahora cobraba sentido el hecho de que el alienígena tuviera que confirmar por sí mismo que la criatura estaba muerta.
—Está aquí, señor —dijo Hildebrand, sin dejar de mirar a Lee con inquietud.
Lo acompañó hasta la parte delantera del recipiente. El profesor se agachó y señaló algo gelatinoso de color marrón que había en el suelo. Lee sabía ahora de lo que se trataba: era un contenedor para transportar a un animal vivo, un contenedor del que emanaba un olor muy desagradable.
—Por dios, qué horror —dijo Lee, apartándose.
—Sí, señor, así es. Por lo que parece, lo que hubiera aquí ha sido cubierto por una sustancia que lo ha disuelto hasta convertirlo en esto. —Hildebrand sacó una pluma estilográfica, le quitó la caperuza e introdujo lentamente la punta en el líquido que había alrededor del material gelatinoso. Cuando volvió a sacar la pluma, esta comenzó a deshacerse, al principio cubierta de burbujas y, cuando el doctor la arrojó al suelo, líquida finalmente.
—Hemos probado en los tres contenedores por separado y no hemos obtenido ninguna respuesta, pero cuando estos compuestos químicos se mezclan, consiguen un poder corrosivo absolutamente desconocido para mí.
Lee se quedó escuchando sin hacer ningún comentario.
—Hay otros contenedores parecidos, algunos pequeños, otros más grandes, aunque ninguno tanto como este. Todos están formados por las mismas sustancias. Quizá se trate de material genético que ha quedado reducido a esto —supuso Hildebrand, señalando el fluido que había en el suelo de la jaula.
—Reúna muestras y vaya con mucho cuidado —ordenó Lee, sintiendo un repentino cansancio.
—Encontramos esto en un contenedor enorme, o lo que me parece ahora que podía tratarse de una jaula. Estaba incrustado en el metal. —Fue hasta una mesa que había al lado y recogió de allí algo para que Lee lo viese. El objeto era algún tipo de apéndice, largo y con forma curva. La punta tenía forma de pala, era afilada y tenía algo parecido a una sierra a ambos lados. Mediría alrededor de treinta y cinco centímetros de longitud. De la base colgaba un pedazo de carne lleno de escamas.
—Sin saber nada más, yo diría que es una garra enorme, señor —dijo el doctor, impresionado.
Lee asintió, pensando en lo que el pequeño ser había dicho acerca del Destructor. El director se dio la vuelta y se fue. La mente le iba a mil por hora.
—El Destructor —dijo para sí al tiempo que volvía a entrar en la oficina del hangar. ¿Tendría razón Brazel? ¿Habría derribado uno de los platillos al otro? ¿Podría tratarse de… por todos los santos, sería eso algún extraño tipo de declaración de guerra?
La sala se hallaba vacía; fue hasta donde estaba el teléfono y marcó quince dígitos. Esperó a que los diferentes tonos pararan y a que el teléfono comenzara a sonar en el otro lado.
—¿Sí?
—Señor presidente, aquí Garrison Lee, señor —dijo hablándole al auricular negro mientras se frotaba la nariz con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda.
—¿Qué está pasando ahí, Lee? —preguntó Truman.
Se quedó dudando un momento mientras ponía en orden las ideas.
—Por lo que parece, señor, nuestro platillo volante pudo haber sido derribado por una segunda nave de características similares, y creo que fue derribado en nuestro planeta, en la Tierra, con un propósito determinado.
—¿Derribado? ¿Derribado por quién? —preguntó un confundido presidente.
Lee esperó hasta que el legendario mal genio del presidente del «Dales caña, Harry» se tranquilizase un poco.
—Ahora mismo, todo son especulaciones, pero es posible que el platillo fuese algún tipo de contenedor o nave de carga… y… —Lee se quedó dudando un momento—. Creo que va a ser mejor que se siente y escuche atentamente lo que le voy a contar, señor.
Nuestros días
Compton no se había movido de la silla en ningún momento mientras el senador relataba la historia; había estado mirándose los zapatos y escuchando. Ni Jack ni Niles habían hecho ninguna pregunta, el viejo había terminado el relato sin ser interrumpido en ninguna ocasión. El senador había añadido algunas cosas a la narración de lo que había escrito en sus informes de hace años. Después de todo, había tenido mucho tiempo para trazar teorías, acabar de encajar las piezas y poder actualizar el contenido del expediente. Las teorías encajaban. Todos los testimonios acerca de alienígenas y personas que habían sido abducidas en diferentes partes del mundo podían dividirse en dos grupos. Por un lado, se encontraban los seres grises que resultaban agresivos y hostiles; y por otro, las criaturas verdes, que siempre eran gentiles, amables y bondadosas. De todo esto, Lee dedujo que existían dos grupos separados: uno agresivo y partidario de la invasión y el otro pacífico y amable, dispuesto siempre a intentar detener a los Grises. La teoría encajaba con los hechos, y Lee estaba convencido de ella.
Jack se puso de pie, caminó despacio hasta la credencia y se sirvió un vaso de agua, luego volvió y lo puso delante de Lee, repitiendo la escena que se había producido el día anterior, solo que al revés. El senador levanto los cansados ojos hacia el comandante y aceptó el vaso de agua sin pronunciar una palabra.
—¿Piensa que ha vuelto a suceder lo mismo, otro ataque premeditado? —preguntó Jack.
—Sí, no creo en las coincidencias —contestó Lee—. Si esa criatura sobrevivió al choque, no tenemos mucho tiempo. Ojalá supiéramos de qué se trata y de lo que es capaz.
Compton respiró hondo y se puso de pie.
—Hablando de eso, yo no estoy haciendo nada aquí sentado. —Empezó a darse la vuelta, luego se detuvo y se quedó mirando a Collins—. Me alegro de que el peso de todo esto no cargue tan solo sobre nuestros hombros —dijo, y abandonó la habitación.
—Este Evento me ha tenido fascinado los últimos sesenta años —dijo Lee a las dos personas que quedaban en la habitación—. Ahora, otro platillo ha caído pero no podemos encontrarlo. Bueno, será mejor que descansemos un poco y que confiemos en que Dios reparta suerte.
—Entonces de lo que se trata es de encontrar los restos de ese… Destructor… y verificar que ha sido eliminado por su guardián o que ha muerto en el choque —dijo Collins—. Si ha seguido el mismo patrón que el incidente de 1947, eso explicaría la agresión de ese segundo platillo y su decisión de quitar de en medio a nuestros cazas.
—Hay muchas variables que debemos tener en cuenta, Jack. Por ejemplo, la relación de poder entre amo y esclavo que nos relató el ser que cayó en Roswell. Cabe la posibilidad de que el guardián del animal no sea ahora tan bondadoso como entonces.
Los dos se quedaron en silencio, luego Jack miró al senador.
—Tenemos muy poca información con la que trabajar sin los resultados de las pruebas que se debían haber hecho en 1947 con los restos del animal. Hay alguien ahí fuera, ese que robó los restos y asesinó al personal de Evento, que posee una información que, si se diese el caso, podría resultar vital para salvar este planeta. ¿Qué hay de ese tal Hendrix? ¿Desapareció sin más?
Lee negó con la cabeza.
—Murió en un accidente con un avión militar dos semanas después de Roswell. Y sí, antes de que lo pregunte, sé que fue ese hijo de puta el que se apropió de los restos de la nave y de los cuerpos de Roswell. Después de que presentara mi informe definitivo, Truman, tal y como sospechaba, cedió ante las presiones del Pentágono y de sus grupos de Inteligencia. Luego Eisenhower, que era un paranoico con todo aquello que no podía controlar, lo enterró y nos quedamos fuera. El Grupo Evento fue desplazado por el triunvirato formado por LeMay, Dulles y Hendrix, y otros hombres igual que ellos, que terminaron por tener la última palabra en este asunto.
Alguien llamó a la puerta, impidiéndole a Jack formular la pregunta que tenía en la cabeza. Alice se puso en pie, fue hasta las dos grandes puertas de madera y las abrió. Fuera estaban Carl Everett y un hombre vestido con un traje verde de aviador. Alice los hizo entrar.
—Capitán de corbeta Everett —dijo con una sonrisa—, y usted debe de ser el teniente Ryan. —Se apartó dejando pasar a los dos hombres—. Espero que haya descansado bien, señor Ryan.
—Sí, gracias —dijo Ryan.
El senador se puso en pie y, con la ayuda del bastón, se acercó a saludar al recién llegado.
—Senador Garrison Lee, este es el teniente de grado júnior Jason Ryan, del buque de guerra Carl Vinson —los presentó Alice mientras los dos hombres se daban la mano.
—Por lo que tengo entendido, ha pasado por una experiencia muy traumática, señor Ryan —dijo Lee con tristeza.
Ryan se quedó mirando la enorme sala mientras estrechaba la mano del senador.
—Algo así, pero espero superarla. ¿Es usted senador?
—Sospecho que lo logrará, hijo, y sí, antiguo senador —dijo Lee, soltando la mano del piloto.
Ryan se quedó mirando cómo daba la vuelta y volvía al interior de la sala. Everett hizo el resto de las presentaciones mientras Lee tomaba asiento.
—Tengo que admitir que es la primera vez que veo la trastienda de una casa de empeños, pero esto es demasiado —dijo Ryan sin dejar de mirar a su alrededor. Después sonrió al ver al comandante Collins.
—Voy a serle franco, teniente —comenzó Lee—. Usted antes pilotaba para la Armada, ¿verdad? Ahora eso se ha terminado. Necesitamos que nos proporcione cierta información y andamos necesitados de personal. Forma usted parte del Grupo, hágase usted a la idea de que ha sido destacado aquí y de que su nuevo capitán de fragata es este hombre. —Lee señaló a Collins.
Jack le hizo a Ryan un gesto de aprobación con la cabeza, observó al piloto naval y aceptó el informe 201 que este le tendía.
—¿El informe del incidente está aquí?
—Sí, señor.
—Yo informaré de todo al teniente Ryan —se ofreció Lee—. Quiero que usted y el señor Everett vean si pueden echarle una mano a Niles en el Centro Informático. Acabamos de recibir la noticia de que la Agencia de Seguridad Nacional va a retirar su satélite, así que nos quedamos solo con Boris y Natasha y el Servicio Meteorológico Nacional. O sea, que únicamente contamos con dos KH-11 y cinco aviones teledirigidos, y nos urge encontrar esa nave —dijo Lee, con un tono casi suplicante—. Jack, averigüe quién nos está molestando desde 1947; tiene el Europa XP-7 y el mejor técnico del que disponemos a su entera disposición. Averigüe todo lo que pueda, descubra quién nos viene acosando durante los últimos sesenta años y devuélvale después el Cray a Niles. Dios sabe que lo va a necesitar.
Jack y Everett asintieron con la cabeza y se dieron luego la vuelta para irse.
—Yo también voy a tener que excusarme —dijo Alice—. Hay un pequeño acto de recuerdo al sargento de artillería Campos. Ustedes dos tienen trabajo que hacer, así que no hace falta que vengan. Ya me disculparé yo en su nombre —declaró, y se dirigió también hacia la puerta.
—Jack, ¿puedes esperar un momento? —pidió Lee.
Jack se detuvo y se giró hacia Lee.
—Tenemos un nutrido expediente sobre las actividades de Farbeaux. En algún lugar ha de haber alguna conexión que nos lleve a la gente para la que trabaja. Si no puede encontrar nada, estúdielo y aprenda sus tácticas, porque sospecho que va a aparecer cuando menos lo esperemos. Ese cuaderno que encontró demuestra que está interesado en esto, no sé si a petición de la gente para la que trabaja o movido por su propio interés. Como sabe, usted y el capitán Everett dirigirán el equipo de reconocimiento cuando el platillo aparezca. Niles ya ha ordenado a todos los equipos de seguridad que tenemos destacados en alguna misión que regresen. Si sucede lo peor, los precisaremos a todos, así que esté preparado para eso. Y es mejor que empiece a considerar qué vamos a hacer si… —Lee miró a Ryan, y luego de nuevo a Collins—, si ese animal está suelto.
—Sí, señor —obedeció Collins.
Lee se volvió hacia el joven piloto de la Armada.
—Tenemos mucho de lo que hablar, aunque yo me siento un poco cansado. ¿Puedo comenzar dándole la bienvenida al Grupo Evento, teniente?
—¿Podré volar aquí, senador?
—Creo que podremos arreglarlo, teniente.
Ryan volvió a estrecharle la mano con cierta brusquedad.
—De todas maneras, mis días pilotando Tomcats estaban contados —reflexionó, dándose cuenta de que su tiempo en la Aviación Naval habían llegado a su fin—. Si me está ofreciendo un trabajo, lo acepto, señor. Ahora bien, dígame qué demonios es esto del Grupo Evento.
Se desata la tormenta
Alerta a tus padres y esconde a tus hijos, porque la noche del Destructor ha llegado
Antiguo texto hebreo
Fort Platt, Arizona
8 de julio, 16.55 horas
El agente del estado de Arizona miró un instante a su compañero, luego se quitó lentamente las gafas de sol y oteó toda la zona. El calor empezaba a dar tregua mientras el sol se escondía por el oeste, si bien su brillo seguía deslumbrando desde detrás de las montañas. El policía llevó la mano derecha a su automática al tiempo que dejaba atrás el murete que marcaba los cimientos del viejo puesto de la caballería. El tacto de la empuñadura de acero lo tranquilizaba ante la escena de auténtico caos que tenía ante sus ojos, y eso fue lo que le hizo desenfundar lentamente su pistola de 9 mm. Había al menos seis motocicletas en distintas posiciones, algunas tumbadas de costado, y otras destrozadas contra los muros de adobe. No había ni rastro de sus dueños.