Read Evento Online

Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Evento (34 page)

BOOK: Evento
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Jack respiró profundamente y vio a Pete en su elemento: dirigiendo a la gente de un lado para otro, organizando los ajustes necesarios con Jet Propulsion Lab en Pasadena, California, para asegurarse de que los códigos para desplazar a Boris y Natasha a una órbita elíptica más occidental eran los correctos.

—Me alegro de que usted piense que tiene razón, comandante, porque yo creo que la acaba de fastidiar del todo. Me parece que se está alejando —dijo Everett.

Jack no dijo nada. Everett y Ryan no habían tenido conocimiento de la historia que le había relatado el senador, así que no podían comprender la urgencia de todo aquello. Él no se lo podía contar, pero Niles lo había entendido a la perfección; había llegado el momento de correr riesgos, riesgos de verdad.

—Venga, vamos a ver dónde está ese maldito técnico informático y pongámonos a trabajar. Me siento completamente inútil, joder. —Jack se giró y echó a caminar hacia donde estaba alojado el ordenador principal.

Diez minutos después, durante el reajuste de Boris y Natasha, un hombre que no mediría más de un metro y sesenta centímetros se aproximó a los tres militares, que esperaban algo molestos fuera de la sala blanca del Europa. El hombre se quitó las gafas y se quedó mirando a Collins, como si estuviera examinándolo y encontrara algo que no le acabara de resultar satisfactorio. A continuación, el técnico, ataviado con una bata de laboratorio, miró a Everett y a Ryan, y mostró un gesto de enorme disgusto mientras soltaba aire por la boca y echaba los ojos hacia el cielo.

—¿Es usted el técnico encargado del Europa? —preguntó Jack, impaciente.

—Su ropa no es la apropiada. Vestidos así como están ahora no se pueden acercar al Europa. Si lo hicieran, los de la Cray se pondrían muy nerviosos. Vengan conmigo, tienen ustedes que afeitarse y desinfectarse. —El técnico echó a andar y los tres hombres lo siguieron a toda prisa.

Everett miró a Collins con gesto espantado mientras daban alcance al veloz técnico.

—Oye, nos hemos pasado un montón de tiempo aquí esperando a que llegaras, y no es que nos sobre mucho en esta misión.

El pequeño hombre se detuvo, se dio la vuelta y cerró los puños mientras hablaba.

—Óyeme tú a mí, llevo cuarenta y dos horas seguidas con los ojos pegados a cuatro putos monitores buscando un objeto que puede que haya caído o puede que no en una zona tan grande como Alaska, así que no me intentes dar lecciones sobre puntualidad. ¿Vamos a trabajar o qué? —dijo entre dientes, antes de entrar en la sala blanca.

—Me alegro de que trabaje para nosotros —dijo Everett al tiempo que se apresuraba en seguir los pasos del técnico.

La caza para atrapar a Farbeaux y a la gente que lo contrataba había comenzado.

Nueva York, estado de Nueva York

8 de julio, 19.20 horas

Hendrix colgó el teléfono y activó el manos libres; a continuación, abrió la carpeta que contenía el informe recibido de Argonauta, el efectivo del servicio secreto que tenían en el equipo de protección del presidente. Tendrían que darle una buena recompensa, les había conseguido una auténtica joya. Apartó esa carpeta sin cerrarla, sacó otra y la abrió. En la primera hoja había una foto de Henri Farbeaux: mientras la miraba, el teléfono empezó a sonar, la llamada iba dirigida a algún lugar en el Oeste.

—Aquí Legión —contestó una voz con tono de mal humor.

—¿Dónde está mi Black Team? —dijo Hendrix enfadado.

—Reese me contó una historia muy interesante que puede que tenga que ver con ese misterioso expediente de Salvia Purpúrea —dijo Farbeaux, echando su anzuelo.

—¿Pretendes jugar con nosotros, Legión? ¿Sabes lo peligroso que puede ser eso? ¿Dónde está mi equipo y por qué estabas en Las Vegas?

—Me temo que doy por terminada mi asociación con vuestra corporación.

—Escúchame, no estarás a salvo en ningún lugar. Te encontraremos. —Hendrix cortó la conversación con el francés, luego marcó varios números y esperó.

—Johnson —contestó una potente voz.

—Aquí el presidente Hendrix; nuestro amigo de Los Ángeles ha descubierto más cosas de las debidas acerca de Salvia Purpúrea y es posible que haya eliminado al Black Team de la Costa Oeste antes de abrir fuego sobre vosotros en el club de estriptis. Ese cabrón se está poniendo chulo con nosotros. Por ahora, lo más seguro es que Compton y Lee aún piensen que trabaja por su cuenta. Tenemos que conseguir que eso no cambie. Sospecho que todavía está en Las Vegas.

—Sí, señor, lo llevamos siguiendo desde que consiguió escapar del club.

—Muy bien. Eliminadlo a la menor oportunidad, y dile
au revoir
de mi parte a ese francés arrogante hijo de puta antes de meterle un tiro en la cabeza.

Las Vegas, Nevada

8 de julio, 19.30 horas

Henri Farbeaux salió del restaurante, caminó hasta su coche y lo vio todo claro enseguida. Estaba siendo vigilado desde el aparcamiento que había al otro lado de la calle. No conocía a muchos turistas, especialmente si llevaban un abrigo de color negro, que se pasaran más de hora y media de pie bajo el caluroso sol de la tarde mirando atentamente un restaurante cualquiera. Mientras subía al coche, tuvo que contenerse para no dedicarles una sonrisa a esos idiotas. Arrancó el motor sin ningún temor. Sabía que a Hendrix y a sus Hombres de Negro les gustaba hacer el trabajo de cerca y de forma personalizada, para asegurarse de que el objetivo se había cumplido y para evitar cualquier daño colateral.

En treinta segundos tuvo controlado cuál era el vehículo que lo seguía. Estaban parados en una furgoneta blanca aparcada al otro lado de la calle en un aparcamiento público situado al lado del hotel Circus Circus. Los muy idiotas se habían olvidado de apagar la luz interior del vehículo, y cuando el que lo vigilaba subió a la furgoneta, pudo contar que había dos hombres delante, y que, junto con el vigilante, en el asiento trasero había al menos un hombre más. No cabía duda de que eran los mismos aficionados que habían intentado tenderle una emboscada en el club y que lo único que habían conseguido había sido matar a aquel viejo. Pero sabiendo cómo funcionaban este tipo de asesinos, estaba convencido de que debía de haber al menos dos más en el vehículo. Farbeaux se puso en marcha y salió del aparcamiento del restaurante, sacó su teléfono móvil, seleccionó un número de su agenda y esperó a que la llamada fuera contestada.

—Ahora —fue todo lo que dijo.

La furgoneta blanca salió del aparcamiento público y tomó el bulevar de Las Vegas siguiendo al Chevrolet del francés; de pronto este aceleró y giró a toda prisa en el siguiente cruce. La furgoneta lo siguió sin miedo a ser descubiertos (teniendo en cuenta la cantidad de tráfico que había a esa hora de la tarde). No podía ser que el francés hubiera reparado en su presencia. Nada más doblar la esquina tuvieron que frenar en seco, ya que el Chevrolet estaba parado y Farbeaux había bajado de él y les hacía señales para que se detuvieran.

—¿Qué está haciendo este tío? —preguntó el conductor mientras se detenía. Cuando vio que otro vehículo se detenía justo detrás de ellos, se dio cuenta, ya demasiado tarde, de que habían caído en una trampa.

—¿Qué hacemos? —le preguntó el conductor a su jefe.

—No vamos a hacer nada. Estamos en medio de Las Vegas, esto está lleno de policía. Nos está observando, eso es todo. Va a vacilarnos un poco y luego nos dirá que nos vayamos. Me han contado muchas cosas acerca de este tipo, la compañía lo tiene en un pedestal. Como es francés…

Los demás se rieron entre dientes.

Farbeaux se acercó a la ventanilla del pasajero y esperó hasta que el hombre que había dentro la bajó. El francés sonrió al ver que todos llevaban camisetas y cazadoras de color negro.

—Os tomáis muy en serio eso del negro, ¿verdad?

—Tranquilo, después de lo de esta mañana nuestras órdenes son que no sufras ningún daño. Solo queremos saber dónde está nuestro otro Black Team.

El francés se quedó mirando al hombre que hablaba. Su perilla debía de servirle para asustar a aquellos que debía intimidar en nombre de la Corporación Centauro. El mercenario ni siquiera lo había mirado a la cara mientras le hablaba. Henri volvió a sonreír, se inclinó un poco hacia delante y examinó en un instante el interior de las paredes de la furgoneta. Eran normales y corrientes. No tenían ningún refuerzo, lo cual era un error garrafal.

—Supongo que Hendrix no os ha informado —dijo.

—¿Informarnos de qué? —preguntó el hombre, mirando por fin a Farbeaux.

—De que ya no trabajo para él —dijo mientras sacaba su Glock 9 mm y disparaba cuatro veces en el interior de la furgoneta, dos al pasajero y dos al conductor, impactándoles en la cabeza. A continuación, el francés dio un paso hacia atrás—. Esto es por el viejo de esta mañana —dijo con mucha tranquilidad. Luego lanzó dentro de la furgoneta la granada que llevaba en la mano, se fue a la parte de delante del coche y se agachó, parapetándose detrás del grueso motor mientras la granada explotaba abollando hacia fuera la delgada chapa de la furgoneta, que quedó agujereada por los cientos de impactos provocados por la metralla.

Farbeaux se puso de pie y se fue a la parte de atrás de la furgoneta. Los dos hombres del coche de detrás permanecían allí sentados viendo cómo trabajaba su jefe. El francés abrió la puerta de atrás y se apartó a un lado; cuando se aseguró de que nadie disparaba desde el humeante interior, subió ágilmente y vació el cargador de su 9 mm. Dentro, los malheridos hombres no habían tenido tiempo ni siquiera de intentar empuñar las armas.

Cerró tranquilamente la puerta de la furgoneta y se dio la vuelta. A unos quince metros de distancia, había una señora mayor de pie en la acera junto a su perro, mirando sin poder creer lo que veía. Henri volvió a meter la Glock en la funda que llevaba en el hombro, sonrió, se llevó la mano a la cara y se puso el dedo índice sobre los labios.

—Shhhh…

La señora de avanzada edad le dio un fuerte tirón a su perro y caminó rápidamente en dirección contraria.

Farbeaux dejó el regocijo para otro momento y les hizo una señal a sus hombres para que se pusiesen en marcha.

Acababa de declararse enemigo del Grupo Génesis y de sus Hombres de Negro. Hendrix se daría cuenta ahora de que él era alguien a quien no se debía faltar al respeto.

El francés se subió en el segundo coche en una señal de stop un kilómetro y medio más adelante y no dijo nada; las órdenes ya estaban dadas, no hacía falta comentar nada más. Los hombres que había en el coche, y algunos más que había en otro lugar, entraron esa mañana en el país desde Quebec y habían volado a Las Vegas en un vuelo chárter. Ahora tenía allí a su propia gente, hombres que había entrenado él mismo para llevar a cabo operaciones secretas para el Ejército francés. El Grupo Evento iba a tener compañía cuando fueran a buscar ese platillo estrellado y las riquezas que pudiese llevar a bordo.

—Ahora tenemos que encontrarlo —dijo silbando.

Capítulo 20

Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada

8 de julio, 20.00 horas

El doctor Gene Robbins esperaba pacientemente junto a las puertas de la sala blanca a que los tres militares se acabaran de colocar los incómodos trajes antiestáticos y herméticamente sellados. Les explicó de la mejor manera que pudo el sistema experimental Cray, conocido como «Europa».

—Verán, caballeros, los sistemas anteriores al Europa XP-7 eran buenos, rápidos, eficientes y fiables. El sistema que el director Compton y el senador Lee han conseguido aún no ha sido implantado en ningún otro lugar en todo el mundo. El Europa no solo es capaz de llevar a cabo las tareas que se le asignen a una velocidad vertiginosa, sino que también puede comprometer en ello a otros sistemas. Es simplemente increíble.

—Por la experiencia que tengo, la capacidad de un sistema, ya sea para uso civil o militar, depende de la gente que lo manipule —dijo Jack mientras se ataba la capucha.

—Puede que sea así en la mayoría de los casos, pero no con el Europa, comandante —intervino Robbins, negando con la cabeza, molesto por el comentario; a continuación, les hizo un gesto para que se dieran prisa.

—Está bien, doctor —dijo Jack, mientras le daba unas palmaditas en la espalda—, no se lo tome a mal, estoy seguro de que el Europa es todo lo que usted dice que es. ¿Podemos dejarnos de más historias y empezar de una vez?

Robbins se quedó mirando a Jack con gesto serio, luego se dio la vuelta y pasó su tarjeta por el lector que había al lado de la puerta. Los cuatro hombres habían bajado desde la sala blanca hasta el nivel diecisiete en un ascensor hermético, y apartado de los demás, que conducía a una zona conocida como el Nivel Blanco. Todos los ordenadores centrales del complejo estaban instalados allí, junto a los laboratorios donde se llevaban a cabo las pruebas biológicas. El nivel se mantenía siempre a una humedad constante y a una temperatura de veinte grados centígrados. En cuanto se abrieron las puertas, se quedaron impresionados por la habitación que albergaba al Europa XP-7. Junto a una de las paredes había una mesa de material acrílico de unos siete metros de largo, con siete sillas y micrófonos plegables. Una pantalla de tres metros por metro y medio estaba apoyada sobre la mesa. Enfrente había un muro de vidrio que estaba cubierto por lo que parecía una cortina metálica. Robbins invitó a los hombres a sentarse en las sillas que había frente a la mesa.

—Me lo esperaba más como una película de ciencia ficción —dijo Ryan.

Robbins lo miró y se colocó las gafas contra la nariz. Resopló y se sentó frente al teclado. Pulsó una tecla y el monitor se encendió. En la pantalla aparecían los cuatro hombres allí sentados, mirándose a sí mismos.

De pronto, las imágenes de cada uno aparecieron separadas en el monitor de alta definición y se desplazaron al lado derecho de la pantalla. En el izquierdo, comenzó a aparecer información de forma vertiginosa. Debajo de cada imagen aparecía el nombre, la fecha de incorporación y el departamento al que pertenecían.

—He llegado hoy y ya sabe quién soy —dijo Ryan.

—Mejor nos ahorramos eso para otro rato, doctor, vamos a empezar a trabajar.

El doctor manipuló el teclado y la cubierta de metal empezó a replegarse sobre la pieza de apoyo; detrás había un panel triple de cristal a prueba de balas, y detrás del panel estaba el Europa. Contemplar el sistema era en sí una maravilla. Había varios cilindros de tres metros de largo, uno encima de otro, con todos los programas almacenados. Llevaba incorporados cuatro brazos robóticos de la corporación Honda que iban colocando y retirando los programas.

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