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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (23 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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Jeremy se detuvo y contempló la escena.

—Pensé que se trataba de una fiestecita, algo más íntimo, parecido a una reunión familiar.

Lexie asintió.

—Esta es la versión que el alcalde tiene de una fiestecita. Note olvides de que conoce prácticamente a todo el mundo condado.

—¿Y tú sabías que sería un acontecimiento de esta magnitud?

—Claro.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No me canso de repetírtelo: porque no me lo preguntante. Y además, pensé que ya lo sabrías.

—¿Cómo quieres que me imaginara que el alcalde a organizar una cosa así?

Ella sonrió y desvió la vista hacia la casa.

—Realmente es impresionante, ¿no crees? Aunque eso no significa que crea que te merezcas esta clase de recepción.

Jeremy arrugó la nariz, con aire divertido.

—Empiezo a acostumbrarme a tu encanto sureño.

—Gracias. Y no te preocupes por esta noche. No resultará tan estresante como supones. Todos son muy afables, y si en algún momento te asalta alguna duda, recuerda que eres el invitado de honor.

Según Rachel, Doris demostró ser la organizadora de cenas más eficiente del mundo entero; había montado todo el tinglado sin ningún tropiezo e incluso todavía les había sobrado tiempo En lugar de ocuparse de servir la comida durante la velada, Rachel se estaba dedicando a contonearse entre la multitud con su mejor vestido de fiesta, una imitación de Chanel, cuando diviso a Rodney subiendo las escaleras del porche.

Con su uniforme más que impecable, se dijo que tenía aspecto de un verdadero oficial, como un marine en uno de esos antiguos pósteres de la segunda guerra mundial que adornaban las salas de la asociación de los Veteranos de Guerras en el Extranjero en Main Street. Los otros ayudantes del sheriff tenían las barrigas demasiado llenas de michelines y de Budweisers; pero en sus horas libres, Rodney se dedicaba a levantar pesas en el gimnasio que había improvisado en su garaje. Siempre tenía la puerta del garaje abierta mientras practicaba, y a veces, cuando Rachel regresaba a casa después del trabajo, se detenía para charlar un rato con él, como buenos y viejos amigos que eran. Habían sido vecinos desde chiquillos, y su madre guardaba fotos de los dos bañándose juntos en la bañera. La gran mayoría de los viejos amigos no podían jactarse de lo mismo.

Rachel sacó una barra de carmín del bolso y se retocó los labios, plenamente consciente de lo que sentía por él. Cada uno había hecho su vida por separado, pero en los dos últimos años las cosas habían cambiado. Dos veranos antes, habían acabado sentándose muy cerca en el Lookilu, y ella se había fijado en la expresión de la cara de Rodney mientras éste miraba atentamente las trágicas noticias en la televisión sobre un joven que había muerto en un accidente de tráfico en Raleigh. Ver cómo a Rodney se le humedecían los ojos por la pérdida de un desconocido le afectó de una manera que no podía imaginar. Y le sucedió lo mismo, por segunda vez, durante la pasada Semana Santa, cuando el Departamento del sheriff patrocinó la búsqueda oficial de los huevos de Pascua que el Ayuntamiento organizaba en la Logia Masónica, y él la apartó hasta un rincón y le desveló algunos de los lugares más difíciles donde había escondido los huevos. Parecía más excitado que los niños, lo que contrastaba plenamente con sus bíceps hinchados, y entonces Rachel recordó que en esos momentos se dijo que Rodney sería la clase de padre de la que cualquier esposa se sentiría más que orgullosa.

Mirando hacia atrás, calculó que fue justamente entonces cuando sus sentimientos hacia Rodney cambiaron. No era que se hubiera enamorado de él en ese preciso instante, pero fue el momento en que se dio cuenta de que tenía alguna posibilidad con él, por reducida que ésta fuera. Rodney bebía los vientos por Lexie. Siempre había estado enamorado de ella y siempre lo estaría, y Rachel hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que nada podría cambiar lo que él sentía por ella. A veces no le resultaba nada fácil, pero había días en que no le importaba en absoluto. No obstante, últimamente tenía que admitir que las veces en que eso no le importaba eran cada vez más escasas.

Rachel se abrió paso entre el hervidero de gente al tiempo que lamentaba haber sacado a colación el tema de Jeremy Marsh al mediodía. Tendría que haber sabido qué era lo que le preocupaba a Rodney. A esas horas parecía que todo el pueblo hablaba sobre Lexie y Jeremy; había empezado el tendero que les había vendido el refrigerio, y luego los cotilleos se habían expandido tan rápido como la pólvora cuando el alcalde anunció que los dos iban a ir juntos a la fiesta. Todavía le gustaría ir a Nueva York pero mientras recordaba mentalmente la conversación con Jeremy, se dio cuenta de que posiblemente él no había tenido intención de invitarla, sino sólo de charlar un rato con ella. No era la primera vez que malinterpretaba lo que le decían.

Pero es que Jeremy Marsh era simplemente… perfecto.

Era culto, inteligente, encantador, famoso y, lo mejor de todo forastero. De ningún modo Rodney podía competir con eso, y Rachel tenía la sospecha de que Rodney lo sabía. Pero Rodney, por otro lado, estaba ahí y no tenía intención de marcharse, lo cual suponía otra clase de ventaja, dependiendo de cómo se enfocara. Y tenía que admitir que, a su modo, también era responsable y apuesto.

—Eh, Rodney —lo saludó ella, sonriendo.

Rodney miró por encima del hombro.

—Ah, hola Rachel. ¿Qué tal?

—Bien, gracias. Vaya fiestecita, ¿eh?

—Genial —proclamó, sin ocultar el sarcasmo en su voz—. ¿Qué tal va todo ahí dentro?

—Muy bien. Ahora mismo acaban de colgar el cartel.

—¿Qué cartel?

—El de bienvenida a Jeremy Marsh. Su nombre aparece en unas despampanantes letras azules.

Rodney soltó un bufido al tiempo que sentía una ligera opresión en el pecho.

—Genial —volvió a repetir.

—Deberías ver la que el alcalde ha montado; no sólo el cartel y la comida, sino que también le hará entrega de la llave de la ciudad.

—Eso he oído —dijo Rodney.

—Y también han venido los Mahi—Mahis —continuó ella, refiriéndose a un cuarteto cuyos miembros llevaban cuarenta y tres años cantando juntos, y a pesar de que dos de ellos necesitaban usar andadores y uno tenía un tic nervioso que lo obligaba a cantar con los ojos cerrados, eran sin lugar a dudas el grupo más famoso a doscientos kilómetros a la redonda.

—Cojonudo —bramó Rodney de nuevo. En ese momento, Rachel se dio cuenta de su tono disgustado.

—Supongo que no quieres oír nada más sobre la fiesta, ¿no?

—Has acertado.

—Entonces, ¿por qué has venido?

—Tom me lo pidió. No sé cuándo aprenderé a estar alerta para que ese dichoso manipulador no me pille desprevenido; a ver si de ese modo no me dejo convencer tan fácilmente.

—Vamos, hombre, no será tan terrible —comentó ella—. Quiero decir que ya ves cómo va la gente esta noche. Todo el mundo quiere hablar con él. Lexie y él no podrán estar juntos todo el rato, separados del resto de los invitados. Me apuesto lo que quieras a que ni siquiera podrán intercambiar más de diez palabras durante toda la velada. Venga, anímate. Ah, por si te sirve de algo, te he guardado un plato de comida, por si te quedas sin probar bocado.

Rodney dudó unos instantes antes de sonreír. Rachel siempre se mostraba atenta con él.

—Gracias, Rach. — Por primera vez, se fijó en el traje que ella lucía, y sus ojos se detuvieron en los pequeños aros dorados que guarnecían los lóbulos de sus orejas. Entonces añadió—: Estás muy guapa esta noche.

—Gracias.

—¿Te apetece hacerme compañía durante un rato?

Rachel sonrió.

—Será un placer.

Jeremy y Lexie se abrieron paso hacia la mansión entre la aglomeración de coches aparcados, emitiendo pequeñas nubes de vaho por la boca cada vez que exhalaban. En las escaleras de la entrada, Jeremy vio cómo cada pareja se detenía unos instantes en la puerta antes de entrar, y necesitó sólo un par de segundos para distinguir a Rodney Hopper, de pie, cerca de la puerta. Los ojos de Rodney toparon con los de Jeremy en ese mismo momento, y su sonrisa se tornó rápidamente en una mueca de desagrado. Incluso a distancia, tenía toda la pinta de un ogro celoso, y lo peor de todo: iba armado. Jeremy se sintió particularmente incómodo. Lexie siguió su mirada.

—Oh, no te preocupes por Rodney —lo tranquilizó—. Ahora estás conmigo.

—Eso es precisamente lo que me preocupa —aclaró él—. No sé por qué, pero tengo la impresión de que no le ha hecho ni pizca de gracia que lleguemos juntos a la fiesta.

Lexie sabía que Jeremy tenía razón, aunque se sintió aliviada al ver que Rachel estaba al lado de Rodney. Ella siempre sabía cómo calmarlo, y hacía mucho tiempo que pensaba que sería la mujer perfecta para él. No obstante, todavía no había encontrado la forma de exponérselo a él sin herir sus sentimientos. No era la clase de comentario que pudiera sacar a colación mientras estaban bailando en la fiesta benéfica que cada año organizaban los Shriner, la familia más rica del pueblo.

—Deja que hable yo con él —se ofreció ella.

—Mira, precisamente estaba pensando que eso sería lo mejor.

Rachel se puso visiblemente contenta cuando los vio subir por las escaleras.

—¡Eh! ¡Vosotros dos! — exclamó cuando los tuvo más cerca. Luego se abalanzó hacia delante y agarró a Lexie cariñosamente por el brazo—. Me encanta tu abrigo, Lex.

—Gracias, Rachel. Tú también vas muy elegante —respondió Lexie.

Jeremy no dijo nada. En lugar de eso, se limitó a examinarse las uñas de los dedos, intentando evitar la mirada asesina con la que Rodney lo estaba acribillando. A continuación se hizo un repentino silencio, y Rachel y Lexie se miraron incómodas. Rachel no tuvo problemas para interpretar la cara de Lexie, y enseguida dio un paso hacia delante.

—Y usted, señor periodista famoso —gritó—. Sólo hay que mirarlo una vez para comprender por qué las mujeres no pararán de suspirar durante toda la noche. — Esbozó una amplia sonrisa—. Siento pedírtelo, Lexie, pero ¿verdad que no te importa si escolto a este rompecorazones hasta dentro? El alcalde lleva rato esperándolo.

—Oh, no te preocupes —repuso Lexie, consciente de que necesitaba hablar un minuto a solas con Rodney. Miró a Jeremy y asintió con la cabeza—. Adelante, en un minuto estoy contigo.

Rachel se agarró al brazo de Jeremy, y antes de que él pudiera darse cuenta, ella lo estaba guiando hacia el interior de la mansión.

—Veamos, cielo, ¿habías estado antes en una plantación del sur tan chic como ésta? — le preguntó Rachel.

—La verdad es que no —contestó Jeremy, preguntándose si lo estaban conduciendo hacia la boca del lobo.

Lexie hizo un gesto en señal de gratitud hacia su amiga, y Rachel le guiñó el ojo. Después se volvió hacia Rodney.

—No es lo que piensas —empezó a decir, y Rodney levantó las manos para indicarle que no continuara.

—Mira, no tienes por qué darme ninguna explicación. No es la primera vez que pasa, ¿recuerdas?

Lexie sabía que se refería al señor sabelotodo, y su primera reacción fue decirle que se equivocaba. Quería decirle que esta vez no iba a dejarse llevar por sus sentimientos, pero sabía que ya había hecho esa misma promesa con anterioridad. Eso fue lo que le dijo a Rodney cuando, con mucho tacto, él intentó prevenirla de que el señor sabelotodo no albergaba ninguna intención de quedarse en el pueblo.

—Me encantaría saber qué responder —declaró Lexie, odiando la nota de culpabilidad en su voz.

—Ya te lo he dicho; no tienes que decir nada.

Sabía que no tenía que hacerlo. No era como si fueran una pareja o si lo hubieran sido alguna vez, pero tenía la extraña sensación de enfrentarse con un ex marido después de un reciente divorcio, cuando las heridas todavía no habían cicatrizado. De repente deseó que él no estuviera tan claramente enamorado, aunque era consciente de que ella era culpable de haber alimentado la llama durante los dos últimos años, si bien lo había hecho más por motivos de seguridad y comodidad que por una mera cuestión romántica.

—Bueno, sólo para que lo sepas, tengo muchas ganas de que todo vuelva a su cauce habitual —acertó a decir finalmente.

—Yo también —respondió él. Los dos se quedaron callados durante unos instantes. En el silencio, Lexie desvió la vista hacia un lado, deseando que Rodney fuera más sutil a la hora de mostrar sus sentimientos.

—Rachel está guapísima esta noche, ¿no te parece?

Las comisuras de la boca de Rodney apuntaron hacia arriba antes de mirar a Lexie de nuevo. Por primera vez, lo vio sonreír levemente.

—Sí, es cierto —respondió él.

—¿Todavía sale con Jim? — preguntó ella, refiriéndose al chico que regentaba el Terminix, un negocio de fumigación de cosechas. Lexie los había visto juntos una noche durante las vacaciones, mientras se dirigían a Greenville probablemente para cenar en la camioneta verde de Jim que lucía un enorme insecto de cartón.

—No, no salió bien —replicó él—. Sólo salieron juntos una vez. Rachel me contó que su coche olía a desinfectante, y que se pasó toda la noche estornudando sin parar.

A pesar de la tensión latente, Lexie se echó a reír.

—Eso me suena a la clase de historietas que sólo le pueden pasar a Rachel.

—Ella lo tiene más que olvidado, y no parece que le haya dejado mal sabor de boca; por más coces que recibe, no se da por vencida.

—A veces pienso que necesitaría encontrar a un buen tipo, o por lo menos a alguien que no se pasee por el pueblo con un insecto gigante en lo alto del coche.

Rodney soltó una risotada, como si estuviera pensando lo mismo. Sus ojos coincidieron un instante, y luego Lexie apartó la vista y se aderezó el pelo detrás de la oreja.

—Creo que será mejor que entre —anunció ella.

—Lo sé —dijo Rodney.

—¿Y tú? ¿Vas a entrar?

—No lo sé. No pensaba quedarme demasiado rato. Y además, estoy de servicio. El condado es demasiado grande para una sola persona, y Bruce es el único que está patrullando esta noche.

Lexie asintió.

—Bueno, por si no nos vemos más esta noche, ve con cuidado, ¿de acuerdo?

—Lo haré. Hasta luego.

Lexie empezó a dirigirse hacia la puerta.

—Oye, Lexie. Ella se dio la vuelta.

—¿Sí?

Rodney tragó saliva.

—Tú también estás preciosa esta noche.

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