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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (25 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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—Te lo agradezco mucho.

—¿Has comido suficiente? Creo que todavía puedo rescatar algo de las mesas, si estás hambriento.

—No, estoy bien, gracias.

—¿Seguro? Tu noche no ha hecho más que empezar.

—Aguantaré —le aseguró. Jeremy aprovechó el silencio que se formó a continuación para mirar a su alrededor, y se dio cuenta de que la niebla se había vuelto más densa—. Pero en cuanto a eso de que mi noche no ha hecho más que empezar, supongo que tienes razón. Será mejor que me vaya; no me gustaría perder la oportunidad de ver esa magnífica experiencia sobrenatural con mis propios ojos.

—No te preocupes. Verás las luces —lo tranquilizó Doris—. No aparecen hasta más tarde, así que todavía te quedan un par de horas.

Pillando a Jeremy desprevenido, Doris se abalanzó sobre él y le propinó un abrazo fatigado.

—Sólo quería darte las gracias por dedicar parte de tu tiempo a conocer a los del pueblo. No todos los desconocidos son tan pacientes como tú.

—No ha sido nada. Además, lo he pasado francamente bien.

Cuando Doris lo soltó, Jeremy puso toda su atención en Lexie, con la impresión de que criarse con Doris debía de haber sido muy similar a la experiencia de criarse con la madre de él.

—¿Estás lista para que nos marchemos?

Lexie asintió con la cabeza, sin dirigirle ni una sola palabra. En lugar de eso, besó a Doris en la mejilla, le dijo que la vería al día siguiente, y un momento más tarde, Jeremy y Lexie se hallaban camino del coche, con el ruido de la gravilla bajo sus pies como único sonido reinante. Lexie parecía mirar fijamente hacia un punto en la distancia, aunque daba la impresión de que no veía nada. Después de unos cuantos pasos en silencio, Jeremy le dio un codazo afectuoso.

—¿Estás bien? Te veo muy callada.

Ella sacudió la cabeza, y lo miró con tristeza.

—Estaba pensando en Doris. La preparación de la fiesta la ha dejado absolutamente agotada, y aunque no debería, estoy preocupada por ella.

—Pues a mí me ha parecido que estaba la mar de bien.

—Sí, siempre acostumbra a poner buena cara. Pero debería aprender a tomarse la vida más sosegadamente. Hace un par de años sufrió un ataque de corazón, aunque ella prefiera fingir que eso jamás sucedió. Y después de esta noche, le espera un largo fin de semana.

Jeremy no estaba muy seguro sobre qué decir; no le cabía en la cabeza que Doris no fuera una mujer con una salud de hierro. Lexie notó su malestar y sonrió.

—Pero se lo ha pasado estupendamente, de eso estoy segura. Las dos hemos tenido la oportunidad de hablar con mucha gente que hacía tiempo que no veíamos.

—Creía que aquí todos os veíais a diario.

—Así es. Pero todos andamos muy ocupados, y pocas veces se nos presenta la ocasión de charlar distendidamente. Sin embargo, esta noche ha sido muy especial. — Lo miró a los ojos—. Y Doris tenía razón. La gente te adora.

Jeremy ocultó las manos en los bolsillos y se quedó un momento pensativo. Por el modo en que ella lo había dicho, parecía como si le costara admitirlo.

—Bueno, no deberías estar tan sorprendida. Realmente soy un tipo adorable, de veras.

Lexie hizo una mueca de fastidio, aunque su semblante revelaba que lo hacía más en broma que con enojo. Detrás de ellos, la casa se fue haciendo cada vez más pequeña en la distancia.

—Oye, ya sé que no es asunto mío, pero ¿qué tal te ha ido con Rodney?

Ella dudó unos instantes antes de acabar encogiéndose de hombros.

—Tienes razón. No es asunto tuyo.

Él buscó una sonrisa, pero no vio ninguna.

—La única razón por la que te lo he preguntado es para confirmar si crees que es una buena idea que huya sigilosamente del pueblo arropado por la oscuridad de la noche, para que él no tenga la oportunidad de retorcerme el pescuezo con sus enormes manos.

El comentario logró que Lexie sonriera.

—No te preocupes; no te pasará nada. Además, le darías un enorme disgusto al alcalde si te marcharas sin despedirte. No todos los forasteros son obsequiados con una fiesta como la de esta noche o con la llave de la ciudad.

—Es la primera vez que me dan una. Normalmente suelo recibir cartas declarándome que me odian a muerte.

Lexie se echó a reír. Bajo la luz de la luna, sus rasgos eran impenetrables, y Jeremy recordó lo animada que la había visto hablando con todo el mundo durante la fiesta.

Llegaron al coche, y él se adelantó para abrirle la puerta. Al entrar, ella lo rozó suavemente, y Jeremy se preguntó si lo había hecho en respuesta al codazo cariñoso que él le había dado previamente, o si ni siquiera se había dado cuenta. Después dio un rodeo hasta la otra puerta y se sentó detrás del volante; insertó la llave en el contacto, pero dudó unos instantes antes de poner el coche en marcha.

—¿Qué pasa? — preguntó Lexie.

—Estaba pensando… —empezó a decir él, sin saber cómo continuar.

Las palabras se quedaron colgadas en el aire. Ella lo miró insistentemente, mostrando curiosidad.

—¿En qué estabas pensando?

—Sé que se está haciendo tarde, pero ¿te importaría venir al cementerio conmigo?

—¿Por si te entra miedo?

—Más o menos.

Lexie echó un vistazo a su reloj de pulsera y suspiró.

Sabía que no debería ir. Ya había claudicado demasiado al aceptar ir a la fiesta con él, y pasar juntos las próximas horas significaría ceder todavía más. Sabía que no podía esperar nada bueno de eso, y no había ni una sola buena razón para aceptar la invitación. Pero antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, las palabras emergieron de su boca.

—Primero tendría que pasar por casa para ponerme algo más cómodo.

—Me parece perfecto que te pongas más cómoda —dijo él.

—Ya, claro —espetó ella en un tono beligerante.

—Mire, señorita, no vaya tan rápido —soltó él, fingiendo estar ofendido—. No le conozco lo suficientemente bien como para pensar en esa clase de confianzas.

—Perdona, pero esa frase es mía.

—Ah, ya me parecía que la había oído en algún sitio…

—Pues la próxima vez recurre a tu ingenio. Y para que lo sepas, no quiero que te hagas ninguna ilusión sobre esta noche.

—No me hago ilusiones. Simplemente me encanta bromear.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—No —declaró él, intentando adoptar un aire inocente—. ¿A qué te refieres?

—Mira, dedícate a conducir y punto, ¿vale? No vaya a ser que cambie de idea y decida no acompañarte.

—Vale, vale —dijo él, girando la llave de contacto—. Uf, cuando te lo propones, puedes ser verdaderamente quisquillosa.

—Gracias. Más de uno me ha dicho que es una de mis mejores cualidades.

—¿Ah, sí? ¿Quién?

—¿Te gustaría saberlo?

El Taurus se deslizó lentamente por las calles envueltas en niebla. La luz amarillenta de las farolas únicamente lograba incrementar el lóbrego aspecto de la noche. Tan pronto como aparcaron, Lexie abrió la puerta.

—Espérame aquí —le ordenó, aderezándose un mechón de pelo detrás de la oreja—. Sólo tardaré unos minutos.

Jeremy sonrió. Le encantaba verla nerviosa.

—¿No necesitas mi llave de la ciudad para abrir la puerta? Estaré más que contento de prestártela.

—Mire, ahora no empiece a pensar que es usted especial, señor Marsh. A mi madre también le concedieron la llave de la ciudad.

—Vaya, ¿ya estamos otra vez con lo de «señor Marsh»? Y yo que pensaba que empezábamos a llevarnos bien.

—Y yo empiezo a creer que el recibimiento de esta noche se te ha subido a la cabeza.

Salió del coche y cerró la puerta tras de sí en un intento de tener la última palabra.

Jeremy se echó a reír, pensando que se parecía mucho a él. Incapaz de resistirse, pulsó el botón para bajar la ventana y se inclinó hacia la puerta.

—Oye, Lexie.

Ella se dio la vuelta.

—¿Sí?

—Ya que seguramente hará frío esta noche, ¿qué tal si traes una botella de vino?

Ella arqueó las manos sobre las caderas con gracilidad.

—¿Para qué? ¿Para que puedas emborracharme?

Él esbozó una mueca burlona.

—Bueno, sólo si te dejas.

Lexie achicó los ojos, pero igual que antes, su semblante reveló que lo hacía más en broma que con enojo.

—Mire, señor Marsh, nunca tengo vino en casa, pero aunque lo tuviera, mi respuesta sería «no».

—¿Nunca bebes?

—No demasiado —contestó—. Y ahora espera aquí —le ordenó señalando hacia la calle—. Me pondré unos vaqueros y saldré rápidamente.

—Te prometo que no intentaré espiarte por la ventana.

—Estupendo. Porque si hicieras una tontería como ésa, no me quedaría más remedio que contárselo a Rodney.

—Huy eso no suena nada bien.

—Tienes razón —reconoció Lexie, intentando adoptar un porte más severo—. Así que ni lo intentes.

Jeremy la observó mientras ella caminaba por la calle, plenamente seguro de que jamás había conocido a ninguna mujer como ella.

Quince minutos más tarde el coche volvió a detenerse, esta vez delante del cementerio de Cedar Creek. Jeremy aparcó en batería para que los faros alumbraran el cementerio, y su primera impresión fue que incluso la niebla parecía distinta en ese lugar. En algunos recovecos era densa e impenetrable, mientras que en otros formaba una finísima capa, y la leve brisa que soplaba confería a las plantas un movimiento discreto y sinuoso, casi como si estuvieran vivas. Las ramas inferiores y colgantes del magnolio no eran nada más que sombras difuminadas, y las tumbas medio destruidas contribuían a darle un efecto más tenebroso a la escena. La oscuridad era total; no había vestigio alguno de la luna en el cielo.

Sin apagar el motor, Jeremy salió del coche y se dirigió al maletero. Lexie siguió atentamente con la mirada todos sus movimientos, y de repente sus ojos se agrandaron desmedidamente.

—¿Te estás preparando para fabricar una bomba o qué?

—Qué va. Sólo es un poco de cacharrería. A los chicos nos encantan esta clase de juguetes.

—Pensé que llevarías una cámara de vídeo o algo parecido, y ya está.

—Y no te equivocas. Llevo cuatro cámaras.

—¿Para qué las necesitas?

—Para filmar cada ángulo. Por un momento cierra los ojos y piensa: ¿qué pasaría si los fantasmas aparecieran por el lado indebido? Igual me quedaría sin verles las caras.

Lexie no hizo caso del chiste.

—¿Y qué es esto? — preguntó, señalando una caja electrónica.

—Un detector de radiación de microondas. Y esto —prosiguió mientras apuntaba hacia otro aparato— es otro artefacto parecido. Detecta actividad electromagnética.

—Estás bromeando, ¿no?

—No —repuso Jeremy—. Lo pone en el manual
Ghost Busters for Real!
Normalmente hay un incremento de actividad espiritual en áreas con elevadas concentraciones de energía, y este aparato ayuda a detectar un campo con energía anormal.

—¿Has encontrado en alguna ocasión un campo con energía anormal?

—Aunque te cueste creerlo, sí. Y nada menos que en una supuesta casa encantada. Lamentablemente, no tenía nada que ver con fantasmas. El microondas del propietario no funcionaba demasiado bien.

—Ah —dijo ella.

Jeremy se la quedó mirando, con cara complacida.

—Ahora eres tú la que usa mi expresión favorita.

—Lo siento. Es todo lo que se me ocurre decir.

—No pasa nada. Podemos usarla los dos.

—Pero ¿por qué vas cargado con tantos trastos?

—Porque si detecto la posibilidad de que haya un fantasma, tengo que usar todo lo que utilizan los investigadores de fenómenos paranormales. No quiero que me acusen de que se me ha escapado algún detalle, y esta clase de investigadores tiene sus reglas. Además, parece más impresionante cuando alguien lee que has usado un detector electromagnético. La gente piensa que sabes lo que estás haciendo.

—¿Y lo sabes?

—Claro. Ya te lo he dicho. Tengo el manual oficial.

Ella soltó una carcajada.

—Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Quieres que te ayude a descargar todos estos cachivaches?

—Los utilizaremos todos, pero si consideras que esto es un trabajo de hombres, no te preocupes. Puedo apañármelas solo mientras tú te haces la manicura.

Lexie tomó una de las cámaras de vídeo y se la colgó al hombro. Después agarró otra.

—Entendido, machista. ¿Hacia dónde?

—Eso depende. ¿Dónde crees que deberíamos instalar la base? Tú has visto las luces, así que seguramente sabrás qué sitio es más idóneo para empezar.

Lexie señaló hacia el magnolio, hacia donde ella se dirigía la primera vez que la vio en el cementerio.

—Allí —indicó—. Desde allí podrás ver las luces.

Era justo enfrente de Riker's Hill, a pesar de que la colina quedaba oculta por la niebla.

—¿Siempre aparecen en el mismo punto?

—No lo sé, pero ahí es donde yo las vi.

En el transcurso de la siguiente hora, mientras Lexie se dedicaba a filmarlo con una de las cámaras de vídeo, Jeremy lo organizó todo. Colocó las otras tres cámaras de vídeo formando un amplio triángulo, las montó sobre trípodes, incorporó lentes con filtros especiales en dos de ellas, y ajustó el zum hasta que estuvo seguro de que cubría el área entera. Probó el láser con control remoto, y después empezó a montar el equipo de audio. Colocó cuatro micrófonos en los árboles cercanos, y el quinto lo emplazó cerca del centro, donde dispuso los detectores, el electromagnético y el de radiación, así como la grabadora central.

Mientras se aseguraba de que todo funcionaba correctamente, oyó a Lexie gritar:

—¡Eh! ¿Qué tal estoy?

Jeremy se dio la vuelta y la vio con las gafas de visión nocturna. Tenía un divertido aspecto de mosca.

—Muy sexi —respondió—. Me parece que finalmente has encontrado el estilo que mejor te queda.

—Estas gafas son divertidísimas. Puedo verlo todo con una nitidez increíble.

—¿Y ves algo que pueda interesarme?

—Aparte de un par de pumas y unos osos con pinta de estar hambrientos, puedes estar tranquilo; no hay nadie más.

—Perfecto. Ya casi he terminado. Ahora lo único que me queda por hacer es esparcir un poco de harina por el suelo y desovillar el hilo.

—¿Harina?

—Es para asegurarme de que nadie se acerque al equipo y lo manipule sin que me dé cuenta. Sus huellas quedarían impresas en la harina, y con el hilo sabré si alguien se acerca.

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