Fénix Exultante (24 page)

Read Fénix Exultante Online

Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Fénix Exultante
2.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿No te arrepientes?

—¡Iré!

—Buena suerte, entonces. Guarda la compostura. Todos los habitantes de la Tierra y la Ecumene están pendientes.

Dafne no puedo contener la risa.

—Esto te encanta, ¿verdad?

En el rostro de Comus, los hoyuelos aureolaban una sonrisa saturnina.

—¿Qué? ¿Si me gusta que durante mi celebración un temerario y demente joven que sueña con conquistar las estrellas se crea que es perseguido por enemigos imposibles, abra sus recuerdos prohibidos, asombre al mundo, termine nuestra amnesia colectiva universal, desafíe a los Exhortadores, y sufra el exilio mientras alega que la indagación de los Exhortadores fue manipulada? ¿Y que su valiente esposa maniquí, que lo ama, aunque él ame a una primera versión de ella que se ha ahogado en sueños, marche al exilio para tratar de salvarlo? ¿Y todo esto mientras nuestra sociedad es conmovida por un debate acerca de la naturaleza de la individualidad, y su peligro para el bien común, un debate que sin duda afectará la Gran Trascendencia, dentro de menos de un mes, cuando todas nuestras mentes quedarán configuradas por mil años? ¡Ah, mi querida Dafne, mi celebración no tendrá parangón en la historia! Los sofotecs Argentorio y Cupriciano ya me han enviado notas concediéndome ese triunfo.

—¿Tú planeaste esto? ¿Todo esto? —Y Dafne quería preguntar si todo era un drama que él había inventado, si había final feliz.

—¡No abrigues demasiadas esperanzas! —replicó él duramente—. Me temo que todo esto es muy real y muy peligroso. Sin embargo —su rostro se ablandó en una sonrisa—, permíteme darte un regalo.

Le obsequió una caja chata, laminada de oro, mayor que un cofre de memoria, de diez pulgadas por seis. Estaba bordeada por caracteres, erizada de cables y cabezas lectoras sensibles; un lado entero estaba ocupado por un complejo mosaico de puertos mentales.

Dafne quedó sin aliento de deleite.

—¿Esto es…? Oh, por favor, dime que es lo que creo que es.

—Es para Faetón.

—¡Pero pensaba que estos circuitos debían albergarse en complejos mayores que la Gran Pirámide de Keops!

—Una nueva tecnología de miniaturización. Los circuitos de reacción mental están codificados como información en los valores de espín de neutrinos estáticos emitidos por láser y mantenidos en una matriz de temperatura de cero absoluto, no en los estados mixtos de grandes electrones. Se iba a presentar la semana próxima en el Festival de la Innovación. El Grupo Oriente dijo que estaba bien arruinar la sorpresa y darte una por adelantado. Saben que odias las sorpresas.

Lágrimas de gratitud asomaron a los ojos de Dafne. ¿Por qué habían esperado tanto? ¿Por qué le habían dicho que ellos no harían nada?

—Gracias, gracias —susurró. Todo saldría bien.

—Sócrates y Neo Orfeo del Colegio de Exhortadores desean verte —dijo Aureliano—. Para tratar de disuadirte.

—¿Pueden detenerme?

Él sonrió.

—No es delito pensar en cometer delitos. El mismo principio se aplica a los Exhortadores y sus edictos. No harán nada a menos que hables con Faetón o lo ayudes. No está prohibido que te prepares para ayudarlo.

—En simulación, ¿pueden convencer a cualquiera de mis modelos o parciales de que cambien de parecer?

—No.

—Entonces no quiero hablar con ellos.

—Muy bien. Recuerda nuestro convenio. Estaré preparado cuando des la señal.

Dafne guardó el estuche dorado en su mochila, junto al plateado cofre de memoria que le había dado Estrella Vespertina.

Radamanto era el último de la fila. Esta vez parecía un ser humano, un inglés corpulento de anchas patillas.

—Alguien cuyo nombre me pediste que no volviera a mencionar…

—Helión. No quiero verlo.

—Quiere proyectarte una televección.

—Quiere enviar un mensaje a Faetón sin romper el edicto de los Exhortadores, ¿verdad? Bien, dile que si quiere hablar con Faetón, puede marchar al exilio conmigo. Pero no quiero verle.

Radamanto asintió. Su obsequio era un sólido bastón, un dispositivo para operar su nuevo cuerpo y un par de comentarios sobre la protección de los pies, Reprogramó la sustancia de sus botas para que le calzaran mejor.

—Una última pregunta.

—Adelante —dijo él.

—¿Estás seguro? ¿Estás absolutamente seguro de que Faetón es honrado? ¿De que no falsificó sus recuerdos?

—Estoy seguro. —Radamanto pasó a una línea privada y le envió las palabras, como un susurro, directamente al filtro sensorial—. Quien haya falsificado las pruebas durante la indagación cometió un error. Según el registro que revisaron los Exhortadores, Faetón entró en línea y compró un programa de pseudomnesia, presuntamente, con el objeto de comprar el falso recuerdo de que lo habían atacado en la escalinata del mausoleo de Estrella Vespertina. Pero, ¿cómo lo compró? Faetón no tenía fondos. Todas sus compras son extraídas de la cuenta de Helión y supervisadas por mí. Ni yo ni mi rutina contable tienen recuerdos de haber desembolsado esos fondos. El registro público de la tienda mental en línea muestra que la rutina de pseudomnesia fue comprada, a la hora indicada, por alguien que estaba en mascarada. Fuera quien fuese, no podía saber lo que sólo sabíamos tú, Helión y yo… que Faetón estaba en bancarrota; ningún análisis externo de los gastos de Faetón, por inteligente que fuera, habría revelado la pobreza de Faetón. Ni siquiera una inspección del archivo billetera de Faetón te diría dónde obtenía el crédito.

—¿Por qué no se lo dijiste a los Exhortadores? —«susurró» ella por el canal protegido.

—No tenía sentido. Piensa en las posibilidades. Primero, que yo hubiera desembolsado esos fondos, pero tanto yo como la memoria de la casa contable hubiéramos sido alterados. Segundo, que el registro de memoria de Faetón hubiera sido alterado durante el momento que le llevó transferirlo de su espacio mental público al circuito de lectura de los Exhortadores. Tercero, que el registro fuera alterado y reemplazado durante el momento real en que Nabucodonosor Sofotec lo estaba leyendo públicamente. Cuarto, que los recuerdos de Faetón hubieran sido dañados o alterados contra su voluntad. Las tres primeras posibilidades son inviables en nuestro actual nivel de tecnología, y los Exhortadores no quedarían convencidos. La tercera sólo se puede demostrar si Faetón se somete a un examen noético, que entonces él rechazaba. Si yo hubiera hablado en ese momento, no habría afectado el desenlace.

—¿No lo habría afectado? ¡Tú sabes que es inocente!

—No, sólo sé que no compró con dinero de Helión el programa de pseudomnesia que falsificaba los recuerdos, presuntamente suyos, que los Exhortadores reseñaron. Puede haber obtenido dinero en otra parte, por ejemplo. O quizá no fueran sus recuerdos, como él sostiene. Hay otras posibilidades. No obstante, confío en que Faetón no falsificó deliberadamente sus recuerdos, porque no está en su carácter. Pero mi consulta con Estrella Vespertina Sofotec me convence de que en la escalinata del mausoleo no hubo un ataque como el que él describe o recuerda.

—Entonces su recuerdo de ese ataque, y otros pensamientos falsos, fueron puestos en su cabeza antes de ese momento. ¿Cuándo?

—No cuando él operaba su filtro sensorial a través de mí. Tengo mis sospechas, pero el circuito que te dio Aureliano zanjaría la cuestión. Yo había consultado cuidadosamente con dos versiones parciales de Faetón que guardo en mi directorio de decisiones. Una versión cree, como Faetón, que sufrimos el ataque de un «enemigo externo». Otra cree que él sólo es víctima de una travesura cruel o una violación cerebral. Ambas versiones confirmaron que estuve acertado al no hablar en la reunión de los Exhortadores. Ambas versiones concuerdan en que nuestras probabilidades de aprehender al violador cerebral, sea quien fuere, son mayores si él desconoce nuestras sospechas. Y ambas versiones tienen un segundo móvil que el Faetón real desconoce, pues esperan reducir el prestigio público de los Exhortadores, y también convienen en que mi silencio contribuye a ese propósito. Recuerda que falta menos de un mes para la Trascendencia. Entonces se tomarán importantes decisiones acerca de la estructura de nuestra sociedad, incluido el papel de los Exhortadores y el papel de la libertad individual, el futuro del viaje estelar y el futuro del hombre.

—Entonces debo regresar antes de que finalice el mes.

—No te engañes, Dafne. Nadie ha regresado de este tipo de exilio. El riesgo que estás corriendo es muy real.

—Ealger Gastwane Doce Medio-Fuera regresó —dijo ella defensivamente.

—Un caso de alteración de memoria, y él sólo sufrió una interdicción, bajo libertad condicional, no el ostracismo.

Ella cerró la línea privada y habló en voz alta con ánimo y determinación, sin delatar ningún temor.

—Bien, ¿alguien más desea verme? ¿Algún otro obsequio, consejo o despedida?

—Tus padres quieren hablar contigo.

—¿Mis qué?

—El señor Yewen Ninguno Cabal, base humana no modificada, sin composición, con censores puritanos glandular-reactivos, Escuela del Realismo Cabal, Era 10033, y su esposa, Ute Ninguna Cabal, base…

—¡Ya sé quiénes son! —estalló Dafne. Y añadió con voz menuda y triste—: ¿Llamaron? Ellos no usan teléfonos ni fantasmas…

—Caminaron. Ambos esperan en el campo que está más allá del bosquecillo. Entenderás que no desean ingresar en una propiedad que pertenece a la Mansión Estrella Vespertina.

—Pero… —musitó Dafne—, ¿no saben que yo soy el maniquí, la copia? Su verdadera hija es Dafne Prima.

—No sé lo que creen. Sin embargo, alguien oyó que la señora Cabal decía que una pelandusca que vendía su mente a la tierra de los sueños no era hija suya. Quizá tengas las cualidades o la fuerza de carácter que ellos consideran adecuadas para la mujer que querían fuera su hija. Tendrás que hablar con ellos para averiguarlo.

Dafne hizo una mueca. No ansiaba ver a sus padres. Había sido una fea escena cuando ella se marchó para unirse a los Taumaturgos. (Y el conocimiento de que esa escena le había pasado a Dafne Prima, no a ella, no significaba nada. Los recuerdos, implantados o no, formaban parte de ella.)

—De acuerdo, los veré. Pero…

—¿Sí?

—Una última pregunta…

—En realidad, ésta es tu tercera última pregunta.

—¿Faetón está en lo cierto? ¿Hay enemigos externos? ¿Invasores? ¿Otra civilización? ¿Un sofotec maligno?

—Dudo que exista un sofotec maligno. Los humanos pueden ser malignos porque pueden ser ilógicos. Pueden ignorar sus auténticas motivaciones, pueden justificar sus delitos con razones especiosas. Un sofotec construido para ser capaz de pensar así tendría que estar alienado de su propia consciencia, ser incapaz de autoanálisis, reacio a seguir un pensamiento hasta sus conclusiones lógicas y demás. Esto limitaría gravemente su capacidad.

—¿Y los invasores?

—Sabueso Sofotec está examinando esa posibilidad. No conozco ninguna prueba que lo respalde, pero no es mi especialidad. Si hubo invasores externos responsables de la violación cerebral de Faetón, esto constituiría un acto de guerra, y el asunto estaría en manos del Parlamento o el Parlamento Paralelo, no en las nuestras. No formamos parte de tu gobierno.

—Y…

—¿Sí…?

—¿Crees que regresaré, Radamanto? —murmuró Dafne—. Debes haber calculado cada posible desenlace de lo que sucederá, ¿verdad?

—Dafne —dijo Radamanto con la voz más remota y glacial que ella le había oído—, el exceso de confianza sería un error.

—¡Sé valerosa! —chilló la sortija con voz jovial.

Dafne atravesó la reserva durante varios días, durmiendo de noche en una tienda de fibra muy fina que permitía graduar el paso del aire, con lo cual la brisa nocturna no era una molestia. Su cocina era del tamaño de la palma, y la energía infrarroja era ajustable, de modo que podía recoger ramas y preparar una fogata, encendiéndola con una descarga de energía directa de la célula, tal como (así imaginaba) los primitivos cazadores recolectores en tiempos de la Primera Estructura Mental. Como alimento, arrancaba hojas de los árboles, confiando en que los microbios especializados de su estómago descompondrían la celulosa, y ajustaba el filtro sensorial para que supieran a lo que ella quisiera. Tenía clavos de desayuno que se enterraban durante la noche, extraían sustancias químicas del suelo y las combinaban en proteínas y carbohidratos (tal como hacían las plantas, aunque con mayor rapidez); pero Dafne cuidaba su limitada provisión.

Una vez cogió una trucha con una lanza que fabricó (con algunos consejos de la sortija biblioteca) prácticamente por su cuenta. Era torpe para coordinar la mano con el ojo, así que dejó que la sortija se encargara de las funciones motrices durante la pesca. La sortija también tuvo que aconsejarle cómo pelar el pescado, una tarea tediosa, pues la pasta de nanita que usó para eliminar los huesos y las escamas tenía que programarse manualmente, y había que indicarle qué partes del pescado convertir y cuáles dejarle para comer. La cocina de mano cambió de forma, recogió el pescado y lo cocinó sin que ella se lo pidiera.

Dafne masticó los sabrosos copos dorados de pescado, sintiéndose como una cavernícola en el alba del tiempo.

Continuó la marcha, día tras día. Algunos árboles habían cambiado de color. Brillantes hojas rojas y doradas giraban y oscilaban en el aromático aire otoñal. Antes no había reparado en el cambio de las estaciones; le resultó sorprendente. Sin embargo, ya estaban a fines de septiembre.

Dafne estaba en el corazón de la zona donde no se permitía tecnología avanzada cuando, para su deleite, se cruzó con un potro salvaje en un alto valle de montaña. El magnífico animal estaba entre los pinos y las hierbas filosas. Resoplaba con recelo y arrogancia, y trotaba desdeñosamente cuesta arriba cuando Dafne intentaba aproximarse. Entonces se detenía, cogía un puñado de hierba y esperaba a que ella se acercara de nuevo antes de alejarse al trote.

Pero Dafne había incluido un comando alternativo en todos sus diseños. Una vez que se acercó lo suficiente, gritó la palabra secreta, y el magnífico bayo bajó las orejas, perdió su desdén y se le acercó retozando, obediente, manso y dispuesto.

No tendría que haber usado su precioso nanomaterial para confeccionar silla, bocado y rienda, ni tendría que haber transformado parte del bloque en azúcar para que el caballo mordisqueara. ¿Y por qué no sintetizar botas y pantalones de montar y una chaqueta? Quizá hubiera gastado más de lo conveniente, y necesitó un poco más para confeccionar un sombrero. Pero ahora estaba montada. A caballo, anduvo mucho más rápido.

Other books

Saint Nicked by Herschel Cozine
The Caliph's House by Tahir Shah
The Texan's Bride by Linda Warren
What Would Satan Do? by Anthony Miller
65 Proof by Jack Kilborn